DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 179  AGOSTO DEL AÑO 2013    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 

Antioquia,
un horizonte de 200 años
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista elpulso@elhospital.org.co
En los 200 años de este territorio que a alguno se le ocurriera nombrar “Antioquia” (voz indígena que traduce “montaña de oro”), el cuadro al óleo “Horizontes” de Francisco Antonio Cano sigue figurando como emblemático de la colonización que impulsaran sus pobladores. Pocos saben que el cuadro original de “Horizontes” reposa en Bogotá, que ha pasado por muchas manos, y qué revela y qué oculta su bella composición.
La museóloga y crítica de arte, Emma Araújo de Vallejo, ex directora del Museo Nacional, en la inauguración de la exposición “Antioquias: diversidad e imaginarios de identidad” en el Museo de Antioquia, refirió: “Cano le regaló el cuadro al presidente Carlos E. Restrepo y éste a mi abuelo, el maestro Simón Araújo. Yo nací y crecí mirando 'Horizontes' de Cano. Simón Araújo tuvo colegio en Bogotá por 40 años, educó a mucha gente gratis, por ejemplo a Jorge Eliécer Gaitán, y fue ministro. Una vez, los alumnos de su colegio ‘hicieron vaca’ para pagarle al maestro Cano la escultura 'Creando cerebros', que retrata dos mentes que enseñaban, y que adorna la tumba del profesor, en el Cementerio Central de Bogotá”.
Según una historia legendaria que circula, el presidente Carlos E. Restrepo donó el cuadro “Horizontes” después de ganarlo dos veces seguidas en una rifa. En 1914, un año después de pintar “Horizontes” para el centenario de Antioquia, el maestro Cano escribía así al presidente antioqueño:
Para Emma Araújo, “Horizontes”
es símbolo de la colonización antioqueña,
concebida como “la epopeya del hacha”
-la cual está en el Himno Antioqueño y en el
bambuco “La Ruana”, y está en la mano
izquierda del hombre allí pintado-.
“Querido doctor: (…) pude producir un cuadro feliz que hace muchos años me obcecaba. A no ser por esta ventaja, 'Horizontes' no habría salido y en Bogotá -donde desgraciadamente no todo es cordialidad para nosotros- se seguirá creyendo que yo sólo soy un mimado suyo. Si he ganado esta batalla, suya es la pequeña gloria que aquello implica, y, como si la suerte lo hubiera comprendido, hizo que el fruto fuera a sus manos para mi completa satisfacción”.
Para Emma Araújo, “Horizontes” es símbolo de la colonización, concebida como “la epopeya del hacha” -la cual está en el Himno Antioqueño y en el bambuco “La Ruana”, está en la mano izquierda del hombre allí pintado y coincide con la letra del Himno (“llevo el hierro entre mis manos, porque en el cuello me pesa”-). Es una manera de reafirmar los imaginarios que hicieron las élites de la época sobre la colonización antioqueña, pues Cano todo lo pintó por encargo de ellas. En la mano del hombre que señala hay una alusión iconográfica a “La Creación” de Miguel Ángel. La utilización de los colores fríos o pastel, como el azul del cielo, tienden a expandir el horizonte del cuadro, mientras que los rojos y naranjas del barranco y las figuras humanas lo retraen, concentrando fuerza expresiva en esos elementos.
La crítica de arte detecta curiosidades en la composición de esta obra: “Seguiremos mirando a 'Horizontes' como el perfecto imaginario de la época; el hombre parece español, y la mujer, muy blanca, nada tiene de mestiza, su tocado no es colombiano y su actitud contemplativa, allí sentada, es más de una española que de una campesina nuestra. Además descubrí que el niño es pelirrojo. La crítica Martha Traba decía que los pintores retratistas de Colombia actuaban como si vivieran en la dispendiosa sociedad burguesa de Francia”.
   
La “descolonización” de Antioquia
Ese hombre de sombrero que pintó Francisco Antonio Cano ¿qué logró avizorar? Es la pregunta de varios artistas jóvenes, al reinterpretar la obra “Horizontes”, en la exposición titulada “En el horizonte de Cano” de la Universidad Eafit de Medellín. Sobre estas reflexiones plásticas, el ex director de Colcultura, Juan Luis Mejía Arango, expresó: “Algo ha cambiado del centenario al bicentenario de la Independencia de Antioquia: de la exaltación del colono pasamos a la indiferencia ante el desplazado”.
El artista Carlos Uribe plasmó en dos re-visiones de “Horizontes” la narco-colonización, parodiando la composición de Cano, con un hombre que señala la fumigación de cultivos ilícitos con glifosato, y reemplazando al colono original por Pablo Escobar Gaviria (esta obra expuesta en el Museo de Antioquia). “Otros horizontes” de Sara Herrera, añade un tigre al óleo “Paisaje con ganado orejinegro” (Cano, 1893) en un bien logrado dibujo a lápiz, y señala: “Ese paisaje con ganado que presenció Francisco Antonio Cano hace más de un siglo, se parece al que veo cada mañana desde mi ventana.
Definitivamente, algo ha cambiado en el
paisaje de Antioquia, donde han aparecido afilados pinceles
que desdibujan con sangre el alma de un pueblo.
Seguramente se parece también al que quiso forjar con su hacha ese campesino que señala el horizonte con el dedo y es el mismo que observan otros seres desde la periferia, sitiados por nuestra férrea convicción de que su territorio también nos pertenece”.
Julián Urrego propone en “Paisajes robados” la conversión del paisaje objeto de contemplación, en “paisaje-territorio” que ya no es nuestro. En “Multitud” de Dora Mejía, metamorfosis del paisaje original de Horizontes, cien años después, el gentío es paisaje en sí mismo.
El reportero gráfico Jesús Abad Colorado, en su serie de “Alto de Mulatos, Serranía de Abibe, San José de Apartadó, 2005”, “Peque, Antioquia 2001” y “Altos de Oriente - Medellín, 2001”, capta “el desplazamiento forzado, el sufrimiento de las comunidades afectadas y sus actos de resistencia”.
Definitivamente, algo ha cambiado en el paisaje de Antioquia, donde han aparecido afilados pinceles que desdibujan con sangre el alma de un pueblo.
 

Antioquia, 200 años de destierro
Para la historiadora y profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana, Libia Restrepo, se ha desdibujado ese imaginario de los abuelos antioqueños: “El que no trabaja, no come”, de un pueblo verraco y luchador incansable, y lo reemplaza un espíritu pragmático, donde el antioqueño promedio es consumista a morir, y su trabajo debe ser fácil.
La catedrática desmitificó las visiones tradicionales de la colonización antioqueña: “El primer proceso de colonización antioqueña se dio durante la colonización española, a mediados del siglo XVIII, en la provincia de Antioquia, en los Santanderes y lo que hoy es Tolima, Cauca, etc. Hubo un incremento geográfico, pero de personas 'sin oficio ni beneficio', según el rótulo de la época, vagabundos que no podían tener una renta para vivir, ni propiedad ni ocupación conocida, y estaban en la ciudad mendigando, robando, haciendo daños o tomando chicha. Lo que no nos cuentan es que la primera colonización antioqueña, hacia 1758, fue simplemente el mandato del monarca español, quien determinó que toda esa 'gente de la común y baja esfera' que vagaba por las ciudades, los echaran hacia las tierras de frontera, es decir, los lugares donde no hay habitantes, las llamadas 'tierras realengas', para que produjeran y se sostuviesen. El pobre era visto como un indeseable en las ciudades, por sucio y desocupado, y la desocupación como un pecado.
Pero en el imaginario popular idealizamos esa primera colonización, que fue forzosa, no exclusiva de Antioquia e impulsada por la necesidad de quienes nada tenían, por lo regular mestizos o mulatos libres. El rey decía: 'Vaya busque tierra, y cuando esté produciendo, venga adonde un juez de tierras'; así prueba con testimonios que se hizo a un pedacito de tierra que la Corona está dispuesta a concederle. En esa segunda mitad del siglo XVIII, no hay café de por medio, sólo entra en forma en Colombia hacia 1850”.
Y continúa así su análisis: “Consolidada la Independencia, hay una segunda oleada de colonización también forzada, no se detuvo en el siglo XVIII, siguió pero fue más esporádica, de acuerdo con las reales cédulas. Se fortalecen, en los primeros gobiernos republicanos, varios tipos de colonización; uno es individual: un personaje como el de 'Horizontes' coge a su mujer con sus trastos para buscar la tierra, y hay colonizaciones colectivas donde un grupo de personas se pone en la empresa de buscar tierras donde no haya habitantes, para asentarse a fundar ciudades. En ambas modalidades, como la tierra es un negocio muy bueno, empiezan a surgir las grandes empresas colonizadoras, atentas a ver hacia dónde se desplazan los colonos; mientras tanto en las capitales hacen la gestión para ganarse la concesión de esas tierras y de ahí se deriva la llamada 'guerra del hacha contra el papel sellado'. Llegan los colonos a los ejidos republicanos, aparentemente baldíos, siembran cacao, ponen sus marraneras, construyen puentes y caminos, y de un momento a otro aparece el propietario con la escritura de ese terreno y les dice: “Esto es mío”, pero espera a que el colono le civilice el predio. Al colono le toca salir, perdiendo todo, o quedarse jornaleando en esa tierra que ya no será suya.
“Mientras los antioqueños y en general
los colombianos no seamos capaces de mirar al otro, ese
espejo donde se refleja lo que no le gusta para
acabar con él, no habrá futuro”.
Libia Restrepo
Eso muestra que la colonización antioqueña no fue gloriosa ni ideal, se dio en medio de conflictos y demandas ante los jueces; hubo líos jurídicos, como las concesiones Aranzazu y Echeverri, que duraron hasta 60 años, tres vidas, incluyendo a los descendientes de un empresario, los llamados 'selva-tenientes'. Ponemos al colonizador como una figura solitaria que señala al horizonte, diciendo: 'Vamos para allá', pero tiene un hacha en el regazo y quién sabe cuántos meses lleva viajando; y esa mujer guapa con seguridad tuvo a su hijo en el camino”.
Antioquia, ¿no futuro?
Libia Restrepo habla de la tendencia individualista del antioqueño que lo lleva al egoísmo: “Aparentemente somos hospitalarios, generosos, pero somos profundamente intolerantes, en nombre de una fe, de una ideología o de un partido político, no miramos al otro como un ser humano sino como un estorbo. Cargamos furia contra ancianos, hombres trabajadores, mujeres y niños indefensos. Mientras el antioqueño no sea capaz de pensar en términos de comunidad, dejando atrás ese pensamiento de 'primero yo, segundo yo, tercero yo', mientras los antioqueños y en general los colombianos no seamos capaces de mirar al otro, ese espejo donde se refleja lo que no le gusta para acabar con él, no habrá futuro”.
Anotó la catedrática: “Esto tiene que ver también con procesos educativos: hace tiempo se sacaron de los currículos escolares la cívica, la urbanidad, las humanidades, la ética, tenemos muy arraigada una moral religiosa pero impuesta. Cuando la moral religiosa se va resquebrajando, no hay un mínimo ético-civil que la reemplace”.
La historiadora cuestionó la ética maquiavélica de “el fin justifica los medios”, “yo hago cualquier cosa con tal de conseguir plata”, con otro añadido: ya ni siquiera se trata de la relación con los seres humanos, sino con la naturaleza y ahí viene el contrato natural, de respeto a ella y a los demás seres vivientes; a muchos antioqueños no les importa eso, el otro para mí es un escalón o un obstáculo: “Si no le gusta, usted verá, pailas”. ¡Qué pesar! Hay un ensañamiento, una sevicia que entra en el rango de lo demencial. Se nos ha olvidado formar seres humanos conscientes de todo esto”.
Y concluye: “¿Tiene el antioqueño posibilidad de salir adelante? Sí, pero tiene que poner de su voluntad, si no, ahí nos quedamos enredados. Porque el desconocimiento de la historia nos lleva a una falsa historia tendenciosa, y el pasado será velado, oficial, oscuro y que legitima abusos de poder, con esa actitud nihilista de “a mí no me importa nada”. Si no comprendemos de dónde venimos ni hasta dónde hemos llegado desde cierto punto en el pasado, ¿cómo vamos a construir futuro?” .
   
Antioquia:
Colonización vs. Desplazamiento
“Horizontes” es ese espejo en el cual cada antioqueño se mira buscando la imagen que desea ver, como la reina malvada del cuento de Blanca Nieves. Doscientos años de la Independencia de Antioquia nos enseñan que colonización y desplazamiento siempre estuvieron asociados. El colonizador de ayer también fue desterrado y los hijos de ese colonizador son expulsados de su tierra por los colonos de hoy con el aguijón de la violencia. Sólo una rigurosa revisión de la historia nos permite saber quiénes somos y cómo se sigue reflejando nuestro rostro en el cuadro del maestro Francisco Antonio Cano.
Sólo una rigurosa revisión
de la historia nos permite saber quiénes somos y
cómo se sigue reflejando nuestro rostro en el cuadro
del maestro Francisco Antonio Cano.
En 2003, el investigador y curador de arte, Juan Camilo Escobar Villegas, decía: “¿Por qué no ver en Horizontes el drama de la resistencia campesina ante las invasiones de tierras? ¿Qué asegura que la pintura habla de un futuro promisorio, de una familia protegida por un hombre bueno, trabajador, juicioso y hogareño que puede gritar a su santa mujer: 'Triunfaré', según las palabras de Fidel Cano? ¿No será posible distinguir en la mirada del padre la perplejidad frente a las montañas que encierran 'las artimañas administrativas' y 'la complicidad de los funcionarios locales', de acuerdo con los términos de la historiadora Catherine Le Grand? ¿Podemos aseverar que el plegado brazo masculino señala 'las lejanías azules del horizonte' y no el lugar donde se suceden los conflictos? ¿Por qué afirmar que el niño de brazos no observa con terror el porvenir sino que 'tranquilo y sereno reposa en el regazo de su madre'? ¿Cuáles son los signos que permiten garantizar que Cano pintó la versión rosa de la colonización antioqueña y no aquella otra en la cual las luchas por la tierra hacían detener en el camino a las familias de colonos para invitarlas a calcular los enormes problemas venideros?”.
 



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