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Reflexión
del mes
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Cuidémonos
de las palabras hermosas, de los Mundos Mejores creados
por las palabras. Nuestra época sucumbe por un
exceso de palabras. No hay más Tierra Prometida
que la que el hombre puede encontrar en sí mismo.
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Alejo
Carpentier en El siglo de las luces
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Alejo
Carpentier (La Habana, 1904 - París, 1980). Novelista,
ensayista y musicólogo cubano, que influyó
notablemente en el desarrollo de la literatura latinoamericana,
en particular a través de su estilo de escritura,
que incorpora todas las dimensiones de la imaginación
-sueños, mitos, magia y religión- en su
idea de la realidad.
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Entre
sus novelas: El reino de este mundo (1949), Los pasos
perdidos (1953), Guerra del tiempo (1958), El siglo de
las luces (1962), Concierto Barroco (1974), El recurso
del método (1974) y La consagración de la
primavera (1978). |
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El hambre es una
infamante y endémica patología social, un detonante
universal que genera violencia; a su vez, éstas se articulan
en un nudo gordiano indisoluble que no sólo rompe los
moldes y esquemas de tiempo y espacio, sino que crece como monstruo
vociferante en las entrañas del hombre nuevo que hemos
gestado, ante la indiferencia cómplice de quienes todo
lo tienen y han usurpado para sí mismos los frutos de
la tierra. El concepto y la aceptación del fenómeno
de inequidad, como factor determinante, es un obligante primer
paso en la dispendiosa búsqueda de soluciones al conflicto.
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No pueden
darse situaciones de seguridad personal cuando la sobrevivencia
del ser humano individual, y la supervivencia de la especie
humana en su totalidad, se ven permanentemente amenazadas por
la depredación del Hombre por el Hambre.
La espiral de hambre, violencia, más hambre y más
violencia, ejercen a su vez un deterioro progresivo e incoercible
sobre el inconsciente colectivo y transforman el imaginario
social en una abominable certeza de MIEDO AMBIENTE como estatus
vital ineludible.
A todos nos compete la conservación de este minúsculo
pedazo de universo. Nuestra condición de médicos
nos impone, además, la preservación de una salud
física y mental del ser humano en equilibrio perfecto
con la naturaleza.
Hoy invitamos a la reflexión colectiva, a la contrición
de corazón (antes de que se nos infarte), al propósito
de enmienda (antes de que sea tardío) y a la satisfacción
de obra (antes de que el planeta se nos acabe). Lo demás
siempre ha sido lo de menos y nuestra Residencia en la Tierra
pende del frágil hilo de la aberrante indiferencia.
La fatídica crónica de las diversas expresiones
de nuestra endémica violencia soportaría muchos
volúmenes de la historia universal de la infamia. Debemos
necesariamente hermanarla, como fenómeno etio-patogénico,
con todas las formas de expoliación y sometimiento que
se han prodigado en nuestro trópico solar, donde no nos
han sido ajenas ninguna de las plagas imaginables del reino
animal.
Toda forma de violencia engendra una respuesta violenta. Y la
espiral de violencia es, justamente, la representación
esquemática de un proceso de degradación consubstancial
a la especie humana que, lejos de representarle escalamiento
para mejorar, habrá de significarle su involución
de la faz de la Tierra.
Violencia intrafamiliar, violencia escolar, violencia sexual,
violencia urbana y rural, violencia social, política,
religiosa, étnica
La virulencia de la violencia
verbal y física de nuestros aciagos días supera
toda la alucinante parafernalia de los peores episodios del
odio universal. Nunca, como ahora, habían confluido tantos
factores de inestabilidad social, ni nunca tampoco se habían
confabulado tantos demonios juntos generadores de tormentas.
Este es el punto de posible no retorno en el que nos encontramos.
Y es nuestro deber y salvación focalizar todos los aspectos
críticos para incidir, con precisión de micro-cirujano
inteligente, los múltiples abscesos de putrefacta necrólisis
en la estructura orgánica de un Estado improvidente que
se dejó permear, desde hace varias décadas, por
corruptas sanguijuelas y los más abyectos depredadores
del patrimonio nacional.
Algún día, muy próximo, podremos restituirnos
por sucesivas batallas colectivas el derecho igualmente colectivo
a la felicidad de soñar y vivir un país geográfico
fascinante, una nación de justos laboriosos, y una patria
de seres humanos hermanados por el noble propósito común
de superar tantos siglos de ignominia y de tristeza.
*Director y gestor del Encuentro Anual de Confraternidad Médica
Nacional, Cali, 20 y 21 de marzo de 2009, convocado por la Fundación
Humanismo y Medicina. |
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Bioética
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La antropología filosófica nos enseña,
igual que el sentido común, que el ser humano tiene,
o debe tener, en la escala de valores un sitio superior, de
privilegio, al de sus posesiones -animales no racionales, vegetales,
objetos inanimados-, cualquiera sea el beneficio espiritual,
sentimental, o material que de ellos obtenga. Sin embargo, en
los avatares culturales, especialmente cuando desaparece o decrece
el respeto al ser humano, a su |
dignidad intrínseca e incondicional se invierten los
términos y, como lógica consecuencia, los animales,
los vegetales, los objetos inanimados y hasta las mismas
personas se convierten en cosas a las cuales se les señala
un precio, en cosas que pueden negociarse, venderse y comprarse,
que pueden manipularse para beneficio propio sin importar
la suerte de los demás, cuando se trata de personas.
En este siglo XXI, brillante en conquistas tecnológicas,
abundan los ejemplos de esta deshumanización y trastrueque
de valores: las pirámides, algunas técnicas
médicas incompatibles con la dignidad del ser humano,
los secuestros, etc. Me ocuparé sólo, y por
razones obvias, de la situación en que la desastrosa
Ley 100 convirtió a la atención médica
de los seres humanos.
Gracias a dicha perversa Ley 100 de 1993, creada con un falso
disfraz de sentido humano, las mascotas, especialmente animales,
tienen muy superior calidad de atención en salud que
sus mismos dueños. Sí. Por absurdo que parezca,
las mascotas en Colombia tienen mejor calidad de atención
en salud: sus médicos no están sometidos a los
caprichos de ninguna EPS, IPS, etc., que los obligue a un
tiempo determinado y restringido para elaborar un diagnóstico
correcto; sus prescripciones no tienen la humillante y no
ética condición de ser revisadas por alguien
que puede no ser médico y que si lo es no examina al
paciente, pero que decide sobre la existencia
de éste; la mascota no está sometida a la discriminación
de una clasificación como el Sisbén y el POS,
ni se le niega la atención porque no está
en lista, no aparece en pantalla, etc. Su
condición clínico patológica, su historia
clínica, no está sometida a manos de no profesionales
de la salud y por lo tanto no expuesta a ser conocida por
quien nada tiene que saber de ella.
Sí, la perversa Ley 100 de 1993 convirtió en
Colombia la salud en un bien de consumo y creó instituciones
de mercado que vendieran salud para todos, con
criterio económico y grandes beneficios para sus arcas
particulares; trocó la misión esencial de la
medicina que es la velar pre-eminentemente por la existencia
más que por la salud del paciente -el cuidado de la
existencia exige el cuidado de la salud, no así a la
inversa: el cuidado de la salud no exige el respeto por la
existencia del paciente-. Más aún, la trocó
en una disciplina deshumanizada en la que cuenta más
lo técnico que lo humano; más tarde, en el desarrollo
del sistema y para vigilar las ganancias, se crearon medidas
irracionales como un tiempo caprichosamente fijado en 15 minutos
por paciente -de los cuales cerca de 9 minutos se gastan en
papeleo-, medida que demuestra el desconocimiento de lo que
es de verdad la medicina y la confunde con la revisión
en un taller mecánico. Se creó también,
como reglamentación de la fatídica Ley, la figura
del Supervisor, personaje con autoridad legal pero no ética,
pues resuelve sobre la vida del paciente que es en esencia
lo que el médico cuida en el ejercicio honesto de su
profesión, sin ser médico o, peor aún,
siendo médico, sin haber examinado al paciente y, además,
nombrado y pagado por la misma entidad que lo considera juez
para decidir entre los intereses del paciente y los propios
de la entidad; la historia clínica, documento en el
cual se deja constancia de la intimidad del paciente y de
sus antepasados, con el pretexto de mejor y más oportuna
atención, se pone en manos de personas que no pertenecen
profesionalmente, aunque sí laboralmente, al área
de la salud con las consecuencias nefandas que esto puede
traer y ha traído para algunas personas, pero es que
en el sistema de atención creado por la Ley 100/93
el ser humano no cuenta: cuenta el rendimiento económico,
el sonido de la registradora cada cuarto de hora.
Por paradójico que parezca, las mascotas entre nosotros
están mejor atendidas, con más respeto, que
sus dueños sometidos por ley a un absurdo y perverso
sistema de atención en salud, que desconoce la esencia
de la medicina, la dignidad del ser humano y que todo lo enfoca
al rendimiento económico de unos cuantos mercaderes
que negocian, como los antiguos vendedores de esclavos -los
llamados negreros-, con seres humanos.
También es paradójico que el cuerpo médico,
las Academias de Medicina y demás asociaciones de estos
profesionales, que las Facultades de Medicina y nuestros legisladores,
sigan tolerando estos atropellos legales pero reñidos
con la más elemental ética.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-
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