MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 275 AGOSTO DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter

Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo

Por: Francisco Rossi. Fundación IFARMA.
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Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo. Dijo el secretario general de las Naciones Unidas, y después lo repitió el director general de la OMS y después UNICEF y hasta el papa Francisco. Es una afirmación basada en la solidaridad, la compasión, la preocupación por el otro. Las características que nos hacen humanos, que nos distinguen de lo inhumano, que nos redimen y nos salvan. Igualdad, fraternidad, libertad; los cimientos de los derechos humanos que hoy sustentan el acuerdo social global más generalizado y, ciertamente, el multilateralismo de las naciones unidas.

Es además una afirmación basada en la ciencia, pues ya no hace falta insistir en que, mientras queden reductos de poblaciones no protegidas, los virus que saben sobrevivir por saber adaptarse y mutar, puede ser que venzan a todas las vacunas y que esta pandemia nunca termine.

Pero el mundo no se mueve hoy por los principios de las constituciones políticas, ni por los principios del multilateralismo, ni por principios éticos, religiosos o morales. Un número insignificante de reyes midas, que ya no necesitan tocar las cosas para convertirlas en oro, han acumulado tanto poder, como para que los gobiernos de los países poderosos se esfuercen en seguir sus deseos con impresionante genuflexión y reverencia. Eso grita Oxfam, año tras año, en sus informes sobre la concentración global de la riqueza, cuando se reúnen los gobernantes y los filántropos en Davos, Suiza, para definir el futuro de la humanidad.

Miremos los hechos. Llegó un virus, desde China, capaz de diezmar a la humanidad. Hoy, quienes preferimos entender que buscar culpables, entendemos que habría podido llegar de cualquier parte, lo que significa que otro virus llegará pronto de cualquier otra parte. Todos fuimos obligados o convencidos a encerrarnos, las maquinarias industriales fueron apagadas, los aviones se quedaron en tierra. La economía del mundo se detuvo.

Muchos murieron por la pandemia, y sus deudos ni siquiera pudieron despedirlos como era su costumbre. Muchos más no han podido verse desde hace años. A veces uno siente que eso de saludarse a la distancia, no poder abrazar a los amigos y las amigas, andar con tapabocas y reunirse en una pantalla, es una película de ciencia ficción.

Para las mayorías, se acabó el trabajo, se acabaron los ingresos, se acabó el mercado y la desesperación nos lanzó a las calles. Unos más, otros menos, pero todos hemos debido hacer sacrificios en pos de un interés público, de un interés mayor.

Pero algunos vieron una oportunidad en donde todos veíamos una tragedia. En toda guerra, en toda catástrofe, en toda calamidad, escasearán la comida, el techo, la seguridad. Y quien tenga en su poder bienes escasos, busca acapararlos para que sus precios suban hasta el infinito, para después hacer una fortuna.

Acaparar bienes esenciales es un delito en prácticamente todo el mundo. Tiene sentido; eso no se hace.

¿Cómo ha sido posible que los vendedores de vacunas, (no los desarrolladores, no los investigadores, no los productores; los vendedores) estén acaparando las vacunas, el bien más preciado en tiempos de pandemia? ¿Como es posible que los gobiernos del mundo entero no nos salven? ¿No los elegimos nosotros, los ciudadanos?

Hace como 30 años, nos pasó lo mismo, con la pandemia del VIH. El mundo entero entró en pánico por un virus sexualmente transmitido, para el que no había cura. Hoy todavía no existe, pero aparecieron los antiretrovirales que, literalmente, significaban la diferencia entre la vida y la muerte. Y aparecieron los acaparadores y los tratamientos se volvieron escasos y, aún hoy, no llegan a todos los que los necesitan. El VIH se quedó concentrado en unas poblaciones eufemísticamente denominadas como “vulnerables”, y en medio mundo, sigue ahí.

La pandemia hoy se concentra en los países de ingreso medio y en América del Sur. Perú, con la mayor tasa de mortalidad, lidera el campeonato. India está poniendo la mayor cantidad de muertes y contagios, pero sus tasas son menores a las de Colombia. La pandemia está repitiendo la historia de lo que pasó con el VIH, a pesar de que ya lo sabíamos y lo habíamos anticipado. Así lo dijo, lamentándose, el Director de la OMS.

Hay que reconocer que tiene mérito haber conseguido acaparar las vacunas cuando todo el mundo quería evitarlo. ¿Como pudo ser eso posible? La respuesta está en el orden económico internacional, en la distribución global de la riqueza, en el culto a la acumulación del neoliberalismo, y finalmente, al modelo de innovación basado en propiedad intelectual. Las generaciones futuras estudiarán el fenómeno con incredulidad.

Las patentes y otras formas de protección a la propiedad intelectual han convertido lo ilegal en legal, lo moralmente condenable en deseable. La razón es simple; solo aquello que es escaso se puede vender a un precio muy superior a su costo de producción, para de esa manera, recuperar la inversión en innovación. Eso enseñan los economistas. Que toda la humanidad necesite vacunas con urgencia es aún mejor, porque ofrece un poder de mercado que permite que se puedan imponer condiciones a los gobiernos, como la confidencialidad de los detalles de los contratos o la garantía de los estados sobre los eventos secundarios no previstos.

Uno entiende muy bien, en este panorama, que países como la India y África del Sur, hayan propuesto una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual para enfrentar la tragedia de la pandemia. Se entiende que una veintena de países en desarrollo se hayan sumado a la iniciativa y que más de 100 la estén apoyando.

Lo que cuesta mucho trabajo entender, es que la propuesta haya sido presentada hace ocho meses, y que hoy estemos ante el espectáculo del apartheid de las vacunas, con más del 80 % en los países ricos mientras hay países que no han recibido ni una sola (Haití, por ejemplo) y que las negociaciones estén empantanadas.

Los Estados Unidos de Baiden (felizmente Trump ya se fue), han ofrecido un apoyo parcial, mientras los europeos, con Alemania a la cabeza, se niegan. Todo parece indicar que entraremos en un largo proceso de negociación, sin límites, que no se compadece con las consecuencias que a diario pagan los países del sur, no solamente en muertes y en contagios, sino en una crisis económica sin precedentes.

Mientras tanto, las acciones de Pfizer y Astra Zeneca han subido de manera impresionante, y sus ejecutivos han hecho fortunas personales en horas, en historias que cuentan los noticieros sin que uno termine de saber si son notas judiciales (a un grupo de premios nóbel, intelectuales, a los parlamentarios europeos les pareció obsceno) o se trata de historias de vida para poner como ejemplo digno de imitación.

No hay razones para augurar un buen final para este debate. Ya en la OMS han pasado más de 10 años discutiendo si las patentes y la propiedad intelectual se contradicen con los derechos humanos o no. Es un debate de poder político, y hasta los países ricos han terminado por ceder al poder corruptor del dinero que estas empresas son capaces de mover. Como dice Oxfam, todos los años, antes de que se reúnan los poderosos del mundo a resolver el destino de la humanidad. La historia del rey Midas termina en que muere de hambre pues lo que come, también se transforma en oro. A juicio del director de la OMS, estamos enfrentando un fracaso moral de la humanidad, que es un paso hacia la extinción de la especie humana, como el cambio climático o la proliferación de los plásticos. Mientras tanto, los billonarios, viajan al espacio para disfrutar el privilegio de la vista.


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