MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 60   SEPTIEMBRE DEL AÑO 2003    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

En esta edición...

20 años de su desaparición - Y aquel día se murió Marta Traba

El General Reyes y la escuela de baile

El Remolino

20 años de su desaparición
Y aquel día se murió
Portada de la nueva biografía de Marta Traba,
escrita por Victoria Verlichak.
Marta Traba
Luego del matrimonio con Alberto Zalamea, Marta Traba estuvo casada con el escritor Angel Rama, quien también falleció en el accidente aéreo en 1983. Apartes de su diario publicado por Planeta:
(18 de enero de 1978): "Difícil pensar mi vida sin Marta. Me acostumbraría, como a tantos estados ásperos, pero sólo externamente. Estoy hecho con ella y sólo con ella me entiendo. En la pieza helada del hostal, metidos en la cama, conversando, haciendo el amor, leyendo juntos, es nuestra mutua presencia la que nos completa. A veces puede incomodarnos y podemos disputar, pero como una variante dentro de una necesidad constante de comunicación".
El lunes 24 de marzo de 1980 Marta Traba lo llama desde Bogotá para decirle que le encontraron un quiste en un seno y que dos días después la van a operar. Angel Rama toma un avión en Miami para reunirse con ella; "el viernes la operaron, extrayéndole el seno izquierdo y los ganglios del mismo brazo (...) para drásticamente combatir la irradiación del cáncer". "Vivirá, sí, conseguiremos restaurar nuestra vida, con amor, con paciencia; algo puedo ayudarla en todo eso. Pero tiene que vivir, tiene que querer vivir, sin ser destruida por las sevicias y disminuciones de la enfermedad. ¡A quién invocar, con verdad y creencia! No sé, me siento tan humilde, tan sin respuestas, tan puesto en punto cero, tan al margen de lo que ocurre donde sólo puedo poner ternura, este amor que ella cultivó y desarrolló en mí, porque fue su obra, y la hizo pacientemente, hasta este momento en que no puedo imaginar un minuto de mi vida sin ella, para ella, por ella. ¡Dios!”
Autora de 22 libros de crítica e historia del arte, de 7 novelas y un volumen de poesía, de más de 1.000 textos periodísticos y ensayos, reconocida con premios como el Casa de las Américas en 1966, fundadora de revistas y de museos como el de Arte Moderno de Bogotá y, sobre todo, autora de autores, impulsora de famas consagratorias o ardorosos resentimientos que hicieron padecer de incurables odios a veneradas vanidades. Marta Traba, la escritora del Boom, fue inteligencia y riesgo, lucidez temida, diálogo fulgurante, militancias, contradicciones, persecusiones y pasión. Ahora, cuando se cumplen 20 años de su trágica muerte en un accidente aéreo, se editan interesantes biografías como la de Victoria Verlichak, pero uno de los mejores textos lo escribió hace unos años, luego de la muerte de Marta Traba, el autor colombiano R.H. Moreno Durán (“Como el halcón peregrino”, editado por Aguilar). Presentamos algunos fragmentos de este texto escrito por su amigo, así como del diario del esposo de Marta Traba, el escritor Angel Rama.
“Las controversias cardinales”
Cuenta R.H Moreno Durán: “Nada bueno significa una llamada telefónica un día domingo a las siete de la mañana, pensé mientras descolgaba la bocina. Al otro lado, la voz del periodista catalán Francesc Arroyo, de la redacción del diario El País, en Barcelona, sonaba cauta y comedida, como si tanteara mi ánimo. En todo caso, y tal como lo sospeché, su llamada me dejó tan aterido como esa fría mañana de otoño. ¿Qué sucedía? ¿Por qué, a hora tan despiadada, me despertaba? Después de intercambiar unas cuantas frases de ocasión, con cierto aire sibilino mi interlocutor me formuló la más extraña de las preguntas. ¿Qué opinaba yo de Marta Traba, Angel Rama, Manuel Scorza y Alfredo Bryce Echenique? Y antes de que pudiera reaccionar me fulminó con una terrible noticia en forma de pregunta. ¿Qué pensaba yo del accidente de esa madrugada en Madrid? Mientras me despabilaba le dije que no tenía la menor idea de lo que hablaba hasta que, compadecido, se dejó de circunloquios y asumió por fin una explicación sumaria. A las dos de la madrugada -dijo- un Boeing de Avianca, procedente de París, se estrelló en las inmediaciones del aeropuerto de Barajas. El avión debería haber hecho escala en Madrid antes de dirigirse a Bogotá con una buena nómina de escritores y artistas a bordo, invitados a participar en un encuentro iberoamericano, próximo a inaugurarse en la capital colombiana. Los nombres de Marta Traba, Manuel Scorza y Angel Rama no ofrecieron la menor duda a la hora de establecer la identificación inicial de las víctimas, aunque más confusas eran las circunstancias en torno a otros escritores, a quienes al comienzo se suponía componentes de la delegación. La confusión era total y el propio Arroyo me confesó, semanas después, que su llamada tan temprana obedecía a una sospecha trágica: confirmar o desmentir personalmente si también yo iba a bordo. En cualquier caso, y ya irrevocablemente despierto y deprimido por lo que acababa de oír, Arroyo me impuso la más dolorosa de las tareas: escribir para antes de las dos de la tarde la necrológica de los escritores mencionados.
Con infinita dificultad comencé mi crónica pero a las once el redactor me llamó de nuevo para que eliminara del obituario a Bryce Echenique, quien a pesar de las noticias propagadas por la radio gozaba de buena salud en el sur de Francia. También me aclaró un mal entendido en torno a Fernando Savater, a quien inicialmente se confundió en la lista de pasajeros con la pianista Rosa Sabater. A las seis de la tarde, horas después de haber entregado mi texto, Arroyo volvió a llamarme para que le dictara por teléfono una addenda sobre Jorge Ibargüengoitia, pues el escritor mexicano acababa de ser identificado entre los cadáveres. Su caso fue de los más dramáticos, pues a causa del apócope de su difícil apellido en la lista sólo se leía Ibars, - lo que despistó a la prensa- no fue contabilizado entre las víctimas.

“Imposible olvidar algunas indiscretas peregrinaciones a espiar con devoción rayana en la salacidad a ese hermoso monstruo que conmovía todas nuestras inquietudes, desde aquellas estimuladas por las neuronas hasta las que afectaban los pliegues más escondidos de la piel. Nadie llevaba una minifalda más inquietante que Marta Traba, ni había otras piernas que pudieran lucir con tan perturbador estilo las medias magenta o limón que le daban color y vida a la Década Prodigiosa”

R.H Moreno Durán

Ningún matutino había alcanzado a publicar la noticia del accidente ese domingo y, habida cuenta que la tragedia había ocurrido en las proximidades de Madrid, el diario El País preparó una edición especial para el día siguiente. Aparte de que la desgracia tenía un triste acento colombiano, por esas fechas yo colaboraba habitualmente en las páginas editoriales y en la sección bibliográfica de ese periódico, por lo cual la petición de Arroyo se convertía en un compromiso irrechazable. A esto se agregaba mi amistad con algunos de los difuntos, en especial Marta Traba y Angel Rama.
(...) Pero se impone un regressus. A pesar de su estrecha relación con las artes plásticas, Marta Traba se consideró escritora desde su infancia en Buenos Aires, donde nació en 1930. Decía que llevaba el virus de la literatura en la sangre y evocaba a su padre, un periodista bohemio que durante algún tiempo ejerció como secretario de redacción de Caras y Caretas. Muchos fueron los cambios de domicilio en su infancia a lo largo y ancho de Buenos Aires -“como en las novelas rusas”, decía- y tal vez de ahí provenga una de las mayores constantes de su narrativa: la errancia y la obsesión viajera. Al tiempo que cursaba sus estudios primarios descubrió la literatura en las revistas Billiken y Leoplán. En esta última “a dos columnas y en cuerpo de seis”, se reía- leyó buena parte de la novela decimonónica: Dostoyevski y Dickens, Gontcharov y Víctor Hugo, Gorki y Tolstoi(...) Pero su vida dio un vuelco importantísimo cuando a sus dieciseis años el profesor y crítico de arte Jorge Romero Brest le concedió una beca para que participara en un curso de verano en la Universidad de Chile. Ya por esa época sus inclinaciones por la literatura eran evidentes, tal como lo recuerda su antiguo maestro: “Advertí que poseía una inteligencia lúcida, fuera de lo común, y le otorgué la beca. Entonces parecía obsesionada con la literatura, a la que por cierto cultivaba con sorprendente agilidad”. No es de extrañar, en consecuencia, que a pesar de cursar cursos de estética e historia del arte que complementó con postgrados en París y en Roma, -bajo la dirección de René Huyge, Pierre Francastel y Giulio Carlo Argan-, practicara abiertamente su vocación literaria, fruto de la cual es su primer libro, el volumen de poemas “Historia natural de la alegría”, publicado por Rafael Alberti en la co-lección que dirigía en la Editorial Losada, en Buenos Aires. Marta Traba tenía entonces 22 años.
A lo largo de las tres décadas siguientes, la escritora alternó sus preocupaciones estéticas -fundación de museos, organización de exposiciones, ejercicio irreconciliable de la crítica- con su devoción por la literatura, aunque hay que admitir que el primer oficio fue el que le granjeó una inmediata recepción internacional. Sin embargo tuvo dos períodos de gran fecundidad literaria: el segundo lustro de los años sesenta -los grandes días del Boom- y el último de su vida, cuando su obra comenzó a difundirse en Europa. En esta época mi trato con Marta Traba y Angel Rama fue estrecho no sólo por las comunes colaboraciones en revistas, sino también por algunos proyectos editoriales y académicos.
(...) Además mi presencia comenzó a ser habitual en la casa que Marta Traba había adquirido en la Diagonal barcelonesa, muy cerca de la Sagrada Familia. Se trataba de un apartamento de dos pisos, con las paredes cubiertas con cuadros de diversos pintores y anaqueles repletos de libros. Y aunque la pareja había decidido fijar su residencia en París tras la bochornosa negativa de Ronald Reagan para renovarles la visa de residencia en los Estados Unidos, ambos pasaban largos meses en su refugio catalán y allí coincidimos con frecuencia con otros colombianos de la diáspora, entre quienes recuerdo a Rafael Gutiérrez Girardot, Carmen Rada y Edgar Bustmante, para mencionar sólo algunos.

“Advertí que poseía una inteligencia lúcida, fuera de lo común, y le otorgué la beca”

Jorge Romero Brest

(...) Para muchos, Marta Traba es una infinita sucesión de recuerdos. En lo que a mí respecta, todo comenzó en 1965, cuando ingresé a la Universidad Nacional y la entonces temida crítica fue nombrada directora de extensión cultural por el rector José Félix Patiño. Eran los años jubilosos de Camilo Torres Restrepo y su Frente Unido. Es también el año en que aparece un libro que deslumbró a muchos jóvenes de nuestra generación: “Los cuatro monstruos cardinales”. Contra el provincianismo de la crítica, este ensayo nos sugería caminos más radicales y cosmopolitas, ni más ni menos que la decisión de asumir una actitud universal a la hora de abordar las diversas manifestaciones de la cultura(…)
Por esos días Marta Traba organizó la primera semana cultural y toda la Universidad se convirtió en un foro abierto(...) Comenzábamos a ser contemporáneos del mundo y a no dejarnos sorprender por las trampas de la historia. Imposible olvidar algunas indiscretas peregrinaciones al segundo piso del edificio de la Rectoría donde funcionaba Extensión Cultural, a espiar con devoción rayana en la salacidad a ese hermoso monstruo que conmovía todas nuestras inquietudes, desde aquellas estimuladas por las neuronas hasta las que afectaban los pliegues más escondidos de la piel. Nadie llevaba una minifalda más inquietante que Marta Traba, ni había otras piernas que pudieran lucir con tan perturbador estilo las medias magenta o limón que le daban color y vida a la Década Prodigiosa. Era la época en que a través de la televisión y las fotografías de prensa se popularizaba ese oscuro flequillo bajo el cual ardían como ascuas sus bellos ojos, pero también eran los tiempos en los que, sin medir consecuencias, ella se atrevía a comparar el campus cobardemente invadido por el Ejército con los tanques de Moshe Dayán en la Guerra de los Seis Días. La decisión del irascible Carlos Lleras Restrepo no se hizo esperar y, sin más, expulsó a Marta Traba de Colombia(...) Felizmente, la reacción de los intelectuales, artistas y estudiantes fue contundente y unánime y el cascarrabias presidente tuvo que dar marcha atrás a sus medidas(...) A partir de entonces la voz de Marta Traba se multiplicó tanto como su audiencia.
Pronto celebramos el triunfo obtenido con “Las ceremonias del verano” y poco después leímos también “Los laberintos insolados” y “La jugada del sexto día”(...) Y fue precisamente con su vuelta a la ficción, casi diez años después de “La jugada del sexto día”, cuando tuve oportunidad de tratarla personalmente. Fue en Barcelona, en el “Hogar el libro” (...) y es entonces cuando mis recuerdos se reconcilian con la simetría trágica de los hechos.
El texto que me solicitó El País se publicó efectivamente al día siguiente de la tragedia (...) La premonición es la poesía de la tragedia. Por eso, siempre pensé que la vida nómada pero fecunda de Marta Traba cumplió su cita suprema en el punto cardinal de su elección más sincera: ese país que ella contribuyó a transformar gracias a sus polémicas, tan ruidosas como fértiles, y al que el domingo 27 de noviembre de 1983 -treinta años después de su primer desembarco- quiso volver sólo para que en torno a sus cenizas se cumplieran las escrituras:
'El regreso para morir es grande
(lo dijo con su aventura el rey de Itaca')”
Ocioso lector
El General Reyes y la escuela de baile
“Otros tiempos eran aquellos, cuando el profesor de baile Alirio Caycedo Alvarez, hacia 1905, emprendió su aventura, un poco osada, y determinó crear una nueva modalidad de la enseñanza. El ambiente era entonces conventual y, con algunas excepciones, la danza era una diversión pecaminosa, fuertemente condenada por la moral cristiana (…)
Pero el General Reyes había fundado la Escuela Militar y quería que los oficiales adquiriesen sentimientos modernos de su misión, para modificar así la orientación que seguía la carrera de las armas, que se aprendía directamente en los campos de batalla de la guerra civil, en donde no quedaba tiempo sino para dar órdenes concisas y para cumplir proezas heróicas. Y consideró que el baile habría de contribuir a esas reformas del espíritu militar, que eran parte de su plan de pacificación nacional. Hubo en la escuela un profesor de danzas, y fue este mismo Caycedo Alvarez (…) Los primeros días la academia de baile encontró pomposa resistencia (…) Tenía entonces el profesor su pequeña orquesta de tiple, bandola y guitarra. Pero después vino el gramófono de corneta y eliminó la fantasía melódica de los encordados instrumentos, en cuyas cajas de madera residía todo el sabor autóctono que adquiría la academia. Y el autopiano suplantó al gramófono…y luego la moderna victrola de mueble decorado(…)
El profesor Caycedo tenía que evolucionar proporcionalmente. Por ejemplo tuvo que introducir esa monstruosidad coreográfica que fue el tango en sus tiempos iniciales, cuando se levantaba contra él toda la tradición de las costumbres sociales, acuñadas en el valse, de suyo bastante atrevido(…)
Ahí está él en su Academia…El pavimento cuidadosamente encerado para que los pies se deslicen con suavidad y sin esfuerzo. Los discípulos se sientan en torno(…) Desde la pared fronteriza una imagen de San Antonio preside la coreografía y moraliza notablemente el ambiente.
(…) Cuando me saqué tres loterías, por ahí en 1924, estuve en Europa -contaba Caycedo-. Y nunca vi en ninguna parte que se bailara tan bien como en Bogotá. !Palabra!”.
J.A Lizarazo. “Apartes”. El Tiempo en 1940

Es increíble que la imagen del genial Franz Kafka, con su maltrecho aire de tuberculoso, sea el ícono publicitario más socorrido para promover toda clase de productos en Praga, justamente donde sus obras tardaron más de 50 años en ser publicadas. Su figura es explotada sin pudor para vender, por ejemplo, no sólo un hotel llamado “La metamorfosis”, o un café llamado “Milena” (amor del escritor), sino, cosa curiosa, la Maratón de Praga, anunciada con todo el bombo con la poco atlética imagen del genio.

Sus ideas obsesivas, su casa mexicana, su perra recogida de la calle, su piano… “La desazón suprema”, el gran documental patrocinado por el gobierno mexicano sobre el escritor colombiano Fernando Vallejo, se convierte en el más celebrado trabajo que, en su género, se ha presentado este año en el país. Descorre velos no sólo frente al escritor, sino frente al estudioso de la gramática, la música, la ciencia y la política. Su autor, el caleño Luis Ospina, es reconocido por sus ficciones y sus más de 30 documentales, entre ellos el de Andrés Caicedo y el del artista Lorenzo Jaramillo.

Otros documentales también remueven a los censuradores, como el de Alfonso Arau sobre el caudillo mexicano Emiliano Zapata, cuyo hijo Mateo ha amenazado con impedir el rodaje debido a las escenas que, según él, “pondrían en duda la sexualidad de su padre”. En México también se filma una cinta sobre el conocido muralista José Clemente Orozco, patrocinado por los Fondos Nacionales para las Artes y Humanidades del gobierno norteamericano. Igualmente se filma en Chile un documental sobre la poeta Gabriela Mistral que promete ser un revelador y sensible documento.

100 años se cumplen del nacimiento del escritor Eduardo Mallea, interesante autor y compañero de aventura intelectual de Borges, y 100 años también se cumplen del nacimiento del controvertido Alejo Carpentier. En Cuba, la Casa de las Américas organiza el Congreso Internacional “El siglo de Alejo Carpentier”, que se celebrará en La Habana del 8 al 12 de noviembre para revisar, desde el presente, las contribuciones que en el pasado hizo a la literatura el autor de textos hoy clásicos como “El siglo de las luces”.



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