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El
carrusel de la muerte
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El "carrusel de
la muerte" es un tenebroso subproducto de la desorganización
actual de la Ley 100. Consiste básicamente en montar
un paciente con una condición grave en una ambulancia,
para hacer un recorrido angustioso por diferentes instituciones
de salud, buscando la atención especializada que
requiere o en casos extremos, la mínima atención
básica
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La primera vez que oí hablar de
un "carrusel de la muerte" fue en 1996, cuando mi
esposa estaba finalizando su segundo embarazo. La bebé
se había adelantado unas dos semanas y el obstetra,
muy precavido, nos recomendó acudir a una clínica
donde tuvieran un servicio de recién nacidos con incubadoras
adecuadas.
Llamé a la Cínica donde tengo el consultorio
particular y solicité ese servicio; el anestesiólogo
de turno me explicó muy amablemente, que por ser una
entidad con escasa vocación obstétrica, sólo
disponían de una incubadora que se encontraba ocupada
por un recién nacido que padecía una infección
severa.
Llamé entonces a otra clínica regentada por
religiosas, en donde trabajé como médico de
planta por cuatro años, y que cuenta con un servicio
importante de neonatología; me comunicaron con la pediatra
de turno, que también con suavidad me informó
que todas las incubadoras estaban ocupadas, y que sólo
tenían disponibles algunos modelos viejos que sirven
para calentar al bebé, pero que no garantizan el suministro
de oxígeno y otros requerimientos vitales de los prematuros.
Por tratarse de una persona conocida, me ofreció compartir
una incubadora, pero me advirtió claramente que esta
no sería una situación ideal.
Mientras me recorría un frío por la espalda
y las contracciones de mi mujer aumentaban, llamé a
una tercera clínica donde el obstetra que nos atendía
es socio; de entrada y sin mucha diplomacia, me notificaron
que por desgracia no tenían cupo de incubadoras.
Al borde del pánico, llamé a la última
de las instituciones privadas donde podrían atenderme
y de manera providencial encontré que tenían
una incubadora desocupada, reservada para una colega hospitalizada
por amenaza de parto prematuro, pero que dadas las circunstancias
y ante mi evidente desesperación, me la iban a facilitar.
Aliviados corrimos para esa clínica mi esposa y yo,
el obstetra realizó una cesárea y por suerte
la niña nació a término y sin problemas
de salud; la incubadora y el servicio de neonatología
que la respaldaban fueron apenas una precaución necesaria,
igual que tener sangre reservada cuando se va a realizar una
cirugía. No siempre se utiliza, pero cuando se requiere
es urgente tenerla garantizada.
Cuando pocos días después hice comentarios sobre
el caso con otros colegas, especialmente con ginecólogos,
me enteré que la angustiosa situación que vivimos
mi familia y yo es algo frecuente en la ciudad. Señoras
en trabajo de parto, con embarazos inferiores a 37 semanas,
pero tan prematuros como de 30 o menos, con riesgo de una
depresión respiratoria de sus bebés, eran transportadas
en ambulancias que recorrían la ciudad en una carrera
desesperada y frenética por encontrar un lugar donde
sus recién nacidos gozaran de todas las garantías.
No siempre el objetivo era alcanzado y aparte del riesgo de
un parto apresurado en la ambulancia, los bebés llegaban
al mundo en hospitales de recursos limitados, sin unidades
de neonatología que garantizaran una atención
óptima. A este albur, los obstetras lo bautizaron "el
carrusel de la muerte". Algunos pensarán "bueno,
en el campo y en las ciudades pequeñas los bebés
siempre han nacido así, sin recursos", pero no
se justifica que en una ciudad como Medellín o Bogotá
se arriesgue el futuro completo de un recién nacido
por no darle una atención integral.
Ahora sabemos que el carrusel de los recién nacidos
prematuros no es el único. Existen otras situaciones
tan graves, como la de pacientes con lesiones neurológicas
traumáticas que a bordo de una ambulancia buscan por
clínicas y hospitales un neurocirujano disponible;
o la situación de pacientes terminales, como la publicitada
tragedia de una señora en Cartagena, en la cual especialmente
los pacientes que sufren de sida, son consumidores voraces
de recursos médicos, con responsables de astronómicas
facturas no siempre bien definidos. Con razón alguien
dijo: "Nada es definitivo hasta que lo ves en televisión;
sin la oportuna grabación del video presentado al país
sobre el caso de Cartagena, este no habría sido un
tema de interés nacional.
El "carrusel de la muerte" es uno de los pecados
capitales de nuestro sistema actual de salud, pero no es el
único; existen al menos otros seis bien notables:
- La eutanasia pasiva: El enfermo terminal o costoso es eliminado
por el sistema en forma pasiva, mediante la negación
sistemática de órdenes; el cambio, supresión
o suministro incompleto de tratamientos ordenados, y/o el
retardo sutil en autorizaciones o citas.
- La sequía artificial: Los hospitales y clínicas
ven con sorpresa, como complejas y costosas infraestructuras
se ven subempleadas o incluso desocupadas. Los médicos
generales, especialistas y subespecialistas cuentan con citas
disponibles, y los pacientes que las demandan no logran acceder
a ellas; las instituciones y los pacientes sienten como si
los pacientes se hubieran "agotado", como si por
arte de magia los enfermos hubieran sanado todos a la vez.
- La invasión de langostas: Cuando ciertas EPS utilizan
esta técnica, inundan un hospital o clínica
con órdenes de servicios, citas y cirugías,
y le extraen a la institución los insumos y el trabajo
físico de sus empleados; una vez agotado el ciclo,
los pagos comienzan a retardarse y los pacientes "vuelan",
remitidos en bandadas a otra institución para cumplir
el mismo ritual.
- La selección perversa: Los más desprotegidos,
los de mayor riesgo de enfermedad o simple y llanamente los
más enfermos, no son admitidos en los seguros de salud,
quedan signados con preexistencias o períodos de carencia.
El sistema prefiere a los sanos, es decir, a los que posiblemente
no se gastarán el presupuesto en costosas atenciones
de salud.
- Administración con modelo "laissez faire":
Dejar hacer y dejar pasar. No resolver los problemas de fondo.
El funcionario raso espera que el de mayor rango resuelva,
el administrador espera hasta que llegue el nuevo administrador.
Es finalmente no legislar, no corregir las causas o esperar
hasta que desaparezcan o se resuelvan en forma mágica.
- La glosa inducida: Los trámites de facturación
son tan engorrosos y los castigos por pequeñeces tan
severos, que la caída, léase glosa, está
asegurada.
La lógica de los negocios es aplastante: El "mejor
hospital", con tecnología y grupo humano superiores
al promedio, pero con servicios más costosos, es el
"peor hospital" para el sistema. Y el paciente más
enfermo, el que necesita mayor atención y genera mayores
gastos, es el "peor paciente". Ese es el riesgo
de comercializar una actividad como la salud, cuya rentabilidad
no es económica sino social.
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La tragedia de la
salud
Jorge Enrique Robledo Castillo - Presidente de la Unidad Cafetera
- Manizales |
No hay palabras suficientes para describir
la indignación que sentimos los colombianos cuando
vimos en la televisión a una mujer dolorida y moribunda
-una madre, una esposa, una hermana, una hija- que fue literalmente
tirada al piso para que falleciera en la puerta de un hospital,
luego de que ningún centro hospitalario de Cartagena
quiso recibirla porque no había quién respondiera
por los costos de su atención. Y el cuadro del tipo
de país al que estamos siendo sometidos se completó
cuando se supo que la consabida "investigación
exhaustiva" oficial, se pronunció en contra del
chofer de la ambulancia que se encartó con la enferma
y no contra un sistema de salud que genera con frecuencia,
así no lo registren las cámaras, monstruosidades
como ésta.
Hay otros hechos que también muestran que entre todos
los enfermos de Colombia lo más enfermo es su sistema
de salud. Cerca de 60 de cada 100 colombianos, todos entre
los más pobres, no posee ningún derecho en médicos,
medicamentos y hospitalizaciones. En un país donde
hacen falta millares de camas hospitalarias, se cierran hospitales
y se volvió corriente que en los otros no haya sábanas
ni medicamentos ni los más elementales instrumentos
quirúrgicos. Es sabido que a los médicos les
imponen, bajo pena de no contratarlos, condiciones de trabajo
y pagos proletarios, tiempos de consulta insuficientes, y
diagnósticos y recetas que sacrifican la debida atención
de sus pacientes. Y se volvieron normales los despidos masivos
y las deudas de seis y mas meses de salarios a los trabajadores
del sector, así como la sobrecarga de trabajo y el
recorte de sueldos y las garantías laborales de los
que no pierden sus puestos, o su sometimiento a formas de
contratación inicuas, todo lo cual además, también
atenta contra las condiciones de atención de los enfermos.
Esta realidad dantesca tiene causa conocida: la Ley 100 de
1993, que le entregó la salud al capital financiero,
en un negocio de cifras astronómicas: según
datos de Fasecolda, por este concepto las compañías
de seguros pasarán sus ingresos de 3.2 a 9.0 billones
de pesos, en términos reales, entre el 200 y el 2010.
Y eso que no han logrado acabar con el Instituto de Seguros
Sociales, aunque sí golpearon las condiciones laborales
de sus trabajadores. De otro lado, los neoliberales entregaron
la salud graciosamente, porque los intermediarios favorecidos
se montaron al negocio -como se dice- con la cédula,
pues el Estado les entregó para su explotación,
sin contraprestación alguna, la red pública
hospitalaria, los encarecidos pagos que obligatoriamente debemos
hacer millones de colombianos y los multimillonarios aportes
oficiales.
Para entender mejor la gravedad de lo que significa el paso
del servicio al negocio como criterio de operación
del sistema de salud, sirve bien la opinión del Premio
Nobel de economía, Milton Friedman: "hay una,
y sólo una, responsabilidad social de las empresas
(privadas), cual es la de utilizar sus recursos y comprometerse
en actividades diseñadas para incrementar sus utilidades".
De ahí que no sea sorprendente ver a los administradores
del negocio de la salud convertidos en algo parecido a los
capataces del siglo XIX a la hora de contratar y de dirigir
a sus empleados, mando con el que también imponen prácticas
en contra de las necesidades de los pacientes, y todo tipo
de maniobras para escamotearles o retrasarle el pago a los
hospitales, especialmente a los públicos. Y, como era
obvio, la búsqueda de la máxima ganancia como
razón de ser de la atención de la salud, se
trasladó a la administración de los hospitales
de propiedad del Estado, los cuales fueron condenados a ser
"eficientes", el eufemismo con el que intentan ocultar
prácticas como la que puso al desnudo el caso de la
señora de Cartagena, y que ni siquiera con ellas salen
de la crisis.
A tanto han llegado y pueden llegar las cosas, que no sería
extraño que terminara por aparecer una "prima
por muerto" a favor de sus administradores, dado que
es bastante más barato pagar un entierro que la atención
de una enfermedad complicada.
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