MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 3    NO 42    MARZO DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

¿Adiós a las armas? Salomón Castañeda Ceballos Profesor de Idiomas, Medellín

La guerra, esa palabra y esa vivencia ante la cual casi todos los seres humanos manifestamos repulsa, es el motor que mueve nuestros destinos desde hace miles de años. El siglo XX fue testigo de las dos guerras que marcaron una huella profunda en la vida de muchos individuos; a partir de ellas, investigadores de diversas áreas han dedicado su tiempo y su sapiencia a tratar de encontrar respuestas claras al carnaval del horror en que se han convertido todos los conflictos armados. Antes se enfrentaban dos ejércitos con equipos y tecnologías de guerra más o menos equiparables, pero el siglo pasado dio a luz a un arsenal inusitado de nuevas armas, que solamente unos cuantos países podían poseer.
Desde Sigmund Freud hasta Albert Einstein, pasando por Thomas Mann, Marguerite Duras,

Albert Schweitzer, Gandhi, Errico Fermi, Louis-Ferdinand Céline y Albert Camus, mucho se ha escrito sobre ellas, además de padecer las amarguras e irracionalidad de una confrontación bélica. El propósito es hacer esta vez una reflexión sobre aquellos que siendo médicos escribieron sobre la guerra y/o los que sin serlo, dejaron escritas obras en las cuales podemos encontrar médicos en situaciones de guerra. .

I

Voy a tomar tres autores que sufrieron en carne propia las penurias de una guerra: Thomas Mann, Louis-Ferdinad Céline y Albert Camus; sus obras más representativas tratan de recrear desde el punto de vista literario, aunque no lo manifiesten sus autores, su visión de la guerra, bien con un lenguaje furioso, altamente poético y revolucionario, que no atiende a la rigidez sintáctica ni gramática de la lengua francesa, ni a ninguna otra imposición que no provenga desde la misma obra, como en el caso de “Voyage au bout de la nuit”; o de una obra irónica, llena de poesía y reflexiones en torno de la situación del ser humano contemporáneo, que sin mencionar la guerra directamente nos habla de la gran debacle o de un período de oscuridad como en “La montaña mágica”; o de una peste que representa la segunda gran guerra como en “La peste”.
También haré referencia al “Diario” del doctor Michihiko Hachiya,
testimonio cruel sobre los días y noches que vive Hiroshima después del 6 de agosto de 1944; allí encontramos otra visión de la guerra, no la de los combatientes, no la de los estrategas que se esfuerzan por encontrar la manera de destruir de manera total al enemigo, sino la vida que le fue cegada de tajo a miles de personas, muertas en condiciones de crueldad pocas veces descritas.

II
Thomas Mann empieza “La montaña mágica” advirtiéndonos que no se trata de una reflexión sobre la Gran Guerra (él se refiere a la primera guerra mundial 1914-1918); sin embargo uno de sus personajes, el doctor Behrens, dice que 'es preciso, ante todo, que los ojos vayan acostumbrándose a la oscuridad'. Aquí el doctor nos da un indicio de su posición frente a la guerra, y su posición es la misma que la del autor, ayudado por unos personajes que sienten la proximidad de la guerra, su presencia constante, su intromisión en la vida cotidiana suya y en la de sus pacientes.
“La montaña mágica” es la historia de una enfermedad, más que recuento de la vida de unos pacientes de un sanatorio; vidas llenas de designios complejos: Hans Castorp que llega a Davos-Platz, en plan de visita a un primo suyo, Joachim, y tiene que permanecer buscando una cura para él mismo por espacio de siete años, situación ridícula esta como las de otros enfermos que comparten sus vidas en un sanatorio, donde podemos escuchar gentes que hablan unos en francés, otros en alemán, italiano e inglés. Hombres y mujeres de toda Europa, comunicándose en los idiomas del gran enfrentamiento bélico, y esto no quiere decir que la novela sea un premio de consolación que nos da la literatura par olvidarnos un poco de la guerra, al contrario, a lo largo de la novela nos vamos encontrando caracteres que van desnudando su alma, que muestran toda la crueldad, todo el cinismo con que pueden apostarle a la vida, toda la manipulación a que someten a sus compañeros de enfermedad; porque se trata de eso, del mal de la época, de una situación caótica.
III
Desde el 6 de agosto hasta el 30 de septiembre de 1945, el doctor Michihiko Hachiya estuvo escribiendo un “Diario” que describe, de manera pormenorizada, todo lo vivido en Hiroshima después del lanzamiento de la bomba atómica; Elías Canetti se atreve a decir que está escrito como una obra de la literatura japonesa. Lo más destacable de este libro, sin embargo, es su fidelidad en la narración de los acontecimientos, la relación pormenorizada del sufrimiento de cientos de miles de individuos que no alcanzaban a imaginar la tragedia que les había ocurrido. Son 56 días donde conocemos de las miserias, las humillaciones, las mutilaciones en sus cuerpos, en sus espíritus, en sus casas, calles y ciudades. En uno de los párrafos del “Diario”, el narrador nos dice que anda en la oscuridad más absoluta, la ciudad misma está completamente a oscuras; en este punto se emparienta con lo expuesto por el doctor Behrens, en el sentido de llamar a la guerra período de oscuridad, donde hay que moverse a ciegas y hay que aprender a moverse así. Siendo él mismo médico y paciente, no sabe como tratar a sus pacientes; sabe que padece síntomas similares a los demás, con la misma ignorancia de cualquier lego acerca de cual puede ser el mejor tratamiento, y con la certeza de que las cosas pueden empeorar día tras día. No le queda tiempo para lamentarse, es parte de una guerra que Japón perdió, como si fuera posible hablar de vencedores y vencidos. Él, como el resto de los japoneses, siente la humillación, no la derrota.
Hay una parte en la que habla de lo que le escucha describir a alguien, del colorido fastuoso y brillante de la nube mortífera, de su belleza, de cómo ascendía al cielo, tapándolo todo: hay tiempo para la contemplación estética cuando se desconoce el desenlace trágico. A cualquiera de nosotros le hubiera ocurrido. Las descripciones de los cuerpos quemados, calcinados, feos, a diferencia de esa hermosa nube que los mata, llenan de tristeza, de rabia y desazón al espíritu más frío.
Tenemos hasta ahora dos relatos: uno que no nos habla directamente de la guerra, que solamente hace alusiones, como si estuviera hablando en clave, y otro que es relato sin más de la puesta en marcha de un plan para aniquilar. Hablan de dos guerras distintas, sin embargo lo único que las diferencia es la tecnología. En el segundo relato no es necesario enfrentar al enemigo para destruirlo, y sólo se necesitan unos segundos para desencadenar una ira que podríamos llamar divina. El doctor Behrens, el doctor Krokowski y el doctor Hachiya hubieran tenido mucho de que hablar, aquellos como médicos, este último como médico y paciente, teniendo la guerra y la preocupación por sus semejantes como telón de fondo.
IV
En una entrevista que le hacen a Louis-Ferdinand Céline sobre que representaba en su infancia un médico para él, dice que era un señor que venía al pasaje Choiseul, sitio donde vivía, de pobreza extrema, para ver a su padre y madre cuando estaban enfermos; lo consideraba un tipo milagroso, 'que curaba, que hacía cosas sorprendentes a un cuerpo que no tenía ganas de funcionar. Eso me resultaba maravilloso. El tipo parecía muy sabio. A mi me resultaba absolutamente mágico'. Así se expresa alguien que vivió las dos guerras mundiales muy de cerca: la primera como combatiente, herido en el frente de batalla en 1914, que empieza a enfrentar el odio de sus adversarios desde muy temprano; la segunda como perseguido por sus «ideas antisemitas» y por collabo
(collaborateur, así llamaban los franceses a aquellos de sus compatriotas que durante la segunda gran guerra aceptaron y colaboraron con los nazis en la invasión a Francia), por lo que desde siempre fue considerado un enemigo público.

¿No ha sido suficiente el horror? Parece que no. Hay que desconfiar de los que dicen que la guerra se acabó, y como el doctor Behrens, pensar que es mejor aprender a caminar en la oscuridad
Al terminar la primera guerra estudia medicina y recibe su licenciatura como médico; en 1932 publica su primera y quizá su obra más conocida, “Viaje al fondo de la noche”. En ella, su personaje principal nos describe sus experiencias más íntimas, su miedo a la guerra y a todas las formas de violencia que pesan sobre el individuo; odia la muerte, pero también odia todo lo humano y lo que de ello provenga: el amor, la ternura, la ciencia y la literatura. Paradójicamente, uno puede adivinar en él a un ser absolutamente solitario y lleno de solidaridad con el sufrimiento de los demás.

En sus otras obras, uno ve al médico y escritor Céline pleno de compasión con sus pacientes, con aquellas personas que vienen a su consulta; él quisiera retorcerle el cuello a la niña que va a visitar porque está escupiendo sangre y termina acariciándole la cabeza, consciente de que no se puede hacer nada y que esa caricia la hará feliz. 'Nuestra vida es un viaje', dice Céline, y él trata de hacerlo menos difícil a los enfermos que lo rodean. Sabe que la guerra no se acaba, que siempre la tendremos a la vuelta, quizá al frente o conviviendo con nosotros.
Esto mismo lo sabe el doctor Bernard Rieux, personaje de “La peste”, insistiendo ambos en que no hay que dejarse confundir. Cuando hacia el final de la novela las ratas han sido derrotadas en la ciudad de Orán, la gente estalla de júbilo, pero él tiene la convicción de que esta alegría estará siempre amenazada. 'Él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás...'.
Toda la novela es una descripción de la lucha de una ciudad, encabezada por un médico, contra una peste de ratas, y deben inventar algo para contrarrestar el poder de esta enfermedad causada por las ratas, aunque si en el transcurso de la novela hacemos el ejercicio de cambiar peste por guerra, estaríamos leyendo lo mismo. Esa es la forma que tomó en Camus. Este participó en la segunda guerra como periodista y como combatiente al lado de la resistencia. También luchó contra el colonialismo y contra todas las formas de violencia y opresión a otros países, especialmente esta de la que hemos estado hablando.
El único médico que encontramos en sus obras es el doctor Bernard Rieux, serio y humanista, que conoce la situación de sus pacientes, amigos o no, en una situación como la guerra. Camus, al contrario de Céline y del doctor Hachiya, nunca quiso ser médico, de pronto arquero de un equipo de fútbol, para cuidar su arco de los disparos o del arsenal que en ataque pudiera tener el equipo contrario. Este fue uno de sus grandes méritos. A propósito de su actividad como futbolista en un equipo universitario de Argel, escribió, muchos años después de retirarse un artículo titulado Lo que le debo al fútbol, que puede leerse como un acercamiento a la ética.
V
Después de leer alguno de estos libros, lo primero que se nos ocurre es si tiene alguna justificación toda esa violencia a que estamos expuestos. ¿Hay que desarmar los espíritus? No creo que esto signifique 'todo el mundo se desarme de todo aquello que pueda cegar una vida'. Ojalá fuera así. En cuanto a los espíritus armados...
Pero la pregunta es: ¿se justifica el inmenso despliegue representado en armas, municiones y tropas, táctica y estrategia como el que se dió en Afganistán, para atrapar sólo a 100 o 200 presuntos terroristas, dejando a su paso únicamente destrucción y muerte entre la gente más indefensa? ¿O como en el caso colombiano, sin ese despliegue de armas y tropas en la cantidad que se hace en otras partes, pero si con la frialdad y la violencia propias de cualquier enfrentamiento bélico, dejando nada más que desolación y rabia, rencor y deseos de venganza entre (otra vez) los más indefensos? La guerra habla un lenguaje que no acabamos de descifrar, o que han entendido muy bien -demasiado bien- aquellos que a toda costa -de la razón, de la inteligencia, del bienestar de la mayoría, de la humillación- la promueven y la defienden. ¿No ha sido suficiente el horror? Parece que no. Hay que desconfiar de los que dicen que la guerra se acabó, y como el doctor Behrens, pensar que es mejor aprender a caminar en la oscuridad.

 



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