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¿Adiós
a las armas? Salomón
Castañeda Ceballos Profesor de Idiomas, Medellín
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La guerra, esa palabra y esa vivencia ante la cual casi
todos los seres humanos manifestamos repulsa, es el motor
que mueve nuestros destinos desde hace miles de años.
El siglo XX fue testigo de las dos guerras que marcaron
una huella profunda en la vida de muchos individuos; a
partir de ellas, investigadores de diversas áreas
han dedicado su tiempo y su sapiencia a tratar de encontrar
respuestas claras al carnaval del horror en que se han
convertido todos los conflictos armados. Antes se enfrentaban
dos ejércitos con equipos y tecnologías
de guerra más o menos equiparables, pero el siglo
pasado dio a luz a un arsenal inusitado de nuevas armas,
que solamente unos cuantos países podían
poseer.
Desde Sigmund Freud hasta Albert
Einstein, pasando por Thomas Mann, Marguerite Duras,
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Albert Schweitzer, Gandhi,
Errico Fermi, Louis-Ferdinand Céline y Albert Camus,
mucho se ha escrito sobre ellas, además de padecer
las amarguras e irracionalidad de una confrontación
bélica. El propósito es hacer esta vez una
reflexión sobre aquellos que siendo médicos
escribieron sobre la guerra y/o los que sin serlo, dejaron
escritas obras en las cuales podemos encontrar médicos
en situaciones de guerra. .
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I
Voy a tomar tres autores que sufrieron
en carne propia las penurias de una guerra: Thomas Mann, Louis-Ferdinad
Céline y Albert Camus; sus obras más representativas
tratan de recrear desde el punto de vista literario, aunque
no lo manifiesten sus autores, su visión de la guerra,
bien con un lenguaje furioso, altamente poético y revolucionario,
que no atiende a la rigidez sintáctica ni gramática
de la lengua francesa, ni a ninguna otra imposición
que no provenga desde la misma obra, como en el caso de Voyage
au bout de la nuit; o de una obra irónica, llena
de poesía y reflexiones en torno de la situación
del ser humano contemporáneo, que sin mencionar la
guerra directamente nos habla de la gran debacle o de un período
de oscuridad como en La montaña mágica;
o de una peste que representa la segunda gran guerra como
en La peste.
También haré referencia al Diario
del doctor Michihiko Hachiya,
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testimonio cruel sobre
los días y noches que vive Hiroshima después
del 6 de agosto de 1944; allí encontramos otra visión
de la guerra, no la de los combatientes, no la de los estrategas
que se esfuerzan por encontrar la manera de destruir de manera
total al enemigo, sino la vida que le fue cegada de tajo a
miles de personas, muertas en condiciones de crueldad pocas
veces descritas.
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II
Thomas Mann empieza La montaña mágica
advirtiéndonos que no se trata de una reflexión
sobre la Gran Guerra (él se refiere a la primera
guerra mundial 1914-1918); sin embargo uno de sus personajes,
el doctor Behrens, dice que 'es preciso, ante todo, que
los ojos vayan acostumbrándose a la oscuridad'. Aquí
el doctor nos da un indicio de su posición frente
a la guerra, y su posición es la misma que la del
autor, ayudado por unos personajes que sienten la proximidad
de la guerra, su presencia constante, su intromisión
en la vida cotidiana suya y en la de sus pacientes.
La montaña mágica es la historia
de una enfermedad, más que recuento de la vida de
unos pacientes de un sanatorio; vidas llenas de designios
complejos: Hans Castorp que llega a Davos-Platz, en plan
de visita a un primo suyo, Joachim, y tiene que permanecer
buscando una cura para él mismo por espacio de siete
años, situación ridícula esta como
las de otros enfermos que comparten sus vidas en un sanatorio,
donde podemos escuchar gentes que hablan unos en francés,
otros en alemán, italiano e inglés. Hombres
y mujeres de toda Europa, comunicándose en los idiomas
del gran enfrentamiento bélico, y esto no quiere
decir que la novela sea un premio de consolación
que nos da la literatura par olvidarnos un poco de la guerra,
al contrario, a lo largo de la novela nos vamos encontrando
caracteres que van desnudando su alma, que muestran toda
la crueldad, todo el cinismo con que pueden apostarle a
la vida, toda la manipulación a que someten a sus
compañeros de enfermedad; porque se trata de eso,
del mal de la época, de una situación caótica.
III
Desde el 6 de agosto hasta el 30 de septiembre de 1945,
el doctor Michihiko Hachiya estuvo escribiendo un Diario
que describe, de manera pormenorizada, todo lo vivido en
Hiroshima después del lanzamiento de la bomba atómica;
Elías Canetti se atreve a decir que está escrito
como una obra de la literatura japonesa. Lo más destacable
de este libro, sin embargo, es su fidelidad en la narración
de los acontecimientos, la relación pormenorizada
del sufrimiento de cientos de miles de individuos que no
alcanzaban a imaginar la tragedia que les había ocurrido.
Son 56 días donde conocemos de las miserias, las
humillaciones, las mutilaciones en sus cuerpos, en sus espíritus,
en sus casas, calles y ciudades. En uno de los párrafos
del Diario, el narrador nos dice que anda en
la oscuridad más absoluta, la ciudad misma está
completamente a oscuras; en este punto se emparienta con
lo expuesto por el doctor Behrens, en el sentido de llamar
a la guerra período de oscuridad, donde hay que moverse
a ciegas y hay que aprender a moverse así. Siendo
él mismo médico y paciente, no sabe como tratar
a sus pacientes; sabe que padece síntomas similares
a los demás, con la misma ignorancia de cualquier
lego acerca de cual puede ser el mejor tratamiento, y con
la certeza de que las cosas pueden empeorar día tras
día. No le queda tiempo para lamentarse, es parte
de una guerra que Japón perdió, como si fuera
posible hablar de vencedores y vencidos. Él, como
el resto de los japoneses, siente la humillación,
no la derrota.
Hay una parte en la que habla de lo que le escucha describir
a alguien, del colorido fastuoso y brillante de la nube
mortífera, de su belleza, de cómo ascendía
al cielo, tapándolo todo: hay tiempo para la contemplación
estética cuando se desconoce el desenlace trágico.
A cualquiera de nosotros le hubiera ocurrido. Las descripciones
de los cuerpos quemados, calcinados, feos, a diferencia
de esa hermosa nube que los mata, llenan de tristeza, de
rabia y desazón al espíritu más frío.
Tenemos hasta ahora dos relatos: uno que no nos habla directamente
de la guerra, que solamente hace alusiones, como si estuviera
hablando en clave, y otro que es relato sin más de
la puesta en marcha de un plan para aniquilar. Hablan de
dos guerras distintas, sin embargo lo único que las
diferencia es la tecnología. En el segundo relato
no es necesario enfrentar al enemigo para destruirlo, y
sólo se necesitan unos segundos para desencadenar
una ira que podríamos llamar divina. El doctor Behrens,
el doctor Krokowski y el doctor Hachiya hubieran tenido
mucho de que hablar, aquellos como médicos, este
último como médico y paciente, teniendo la
guerra y la preocupación por sus semejantes como
telón de fondo.
IV
En una entrevista que le hacen a Louis-Ferdinand Céline
sobre que representaba en su infancia un médico para
él, dice que era un señor que venía
al pasaje Choiseul, sitio donde vivía, de pobreza
extrema, para ver a su padre y madre cuando estaban enfermos;
lo consideraba un tipo milagroso, 'que curaba, que hacía
cosas sorprendentes a un cuerpo que no tenía ganas
de funcionar. Eso me resultaba maravilloso. El tipo parecía
muy sabio. A mi me resultaba absolutamente mágico'.
Así se expresa alguien que vivió las dos guerras
mundiales muy de cerca: la primera como combatiente, herido
en el frente de batalla en 1914, que empieza a enfrentar
el odio de sus adversarios desde muy temprano; la segunda
como perseguido por sus «ideas antisemitas»
y por collabo
(collaborateur, así llamaban los franceses a aquellos
de sus compatriotas que durante la segunda gran guerra aceptaron
y colaboraron con los nazis en la invasión a Francia),
por lo que desde siempre fue considerado un enemigo público.
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¿No ha sido suficiente el horror?
Parece que no. Hay que desconfiar de los que dicen que la
guerra se acabó, y como el doctor Behrens, pensar
que es mejor aprender a caminar en la oscuridad
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Al terminar la primera
guerra estudia medicina y recibe su licenciatura como médico;
en 1932 publica su primera y quizá su obra más
conocida, Viaje al fondo de la noche. En ella,
su personaje principal nos describe sus experiencias más
íntimas, su miedo a la guerra y a todas las formas
de violencia que pesan sobre el individuo; odia la muerte,
pero también odia todo lo humano y lo que de ello provenga:
el amor, la ternura, la ciencia y la literatura. Paradójicamente,
uno puede adivinar en él a un ser absolutamente solitario
y lleno de solidaridad con el sufrimiento de los demás.
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En sus otras obras, uno ve al médico y escritor
Céline pleno de compasión con sus pacientes, con
aquellas personas que vienen a su consulta; él quisiera
retorcerle el cuello a la niña que va a visitar porque
está escupiendo sangre y termina acariciándole
la cabeza, consciente de que no se puede hacer nada y que esa
caricia la hará feliz. 'Nuestra vida es un viaje', dice
Céline, y él trata de hacerlo menos difícil
a los enfermos que lo rodean. Sabe que la guerra no se acaba,
que siempre la tendremos a la vuelta, quizá al frente
o conviviendo con nosotros.
Esto mismo lo sabe el doctor Bernard Rieux, personaje de La
peste, insistiendo ambos en que no hay que dejarse confundir.
Cuando hacia el final de la novela las ratas han sido derrotadas
en la ciudad de Orán, la gente estalla de júbilo,
pero él tiene la convicción de que esta alegría
estará siempre amenazada. 'Él sabía que
esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los
libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás...'.
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Toda la novela es una descripción de
la lucha de una ciudad, encabezada por un médico, contra
una peste de ratas, y deben inventar algo para contrarrestar
el poder de esta enfermedad causada por las ratas, aunque
si en el transcurso de la novela hacemos el ejercicio de cambiar
peste por guerra, estaríamos leyendo lo mismo. Esa
es la forma que tomó en Camus. Este participó
en la segunda guerra como periodista y como combatiente al
lado de la resistencia. También luchó contra
el colonialismo y contra todas las formas de violencia y opresión
a otros países, especialmente esta de la que hemos
estado hablando.
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El único médico
que encontramos en sus obras es el doctor Bernard Rieux, serio
y humanista, que conoce la situación de sus pacientes,
amigos o no, en una situación como la guerra. Camus,
al contrario de Céline y del doctor Hachiya, nunca quiso
ser médico, de pronto arquero de un equipo de fútbol,
para cuidar su arco de los disparos o del arsenal que en ataque
pudiera tener el equipo contrario. Este fue uno de sus grandes
méritos. A propósito de su actividad como futbolista
en un equipo universitario de Argel, escribió, muchos
años después de retirarse un artículo titulado
Lo que le debo al fútbol, que puede leerse como un acercamiento
a la ética.
V
Después de leer alguno de estos libros, lo primero que
se nos ocurre es si tiene alguna justificación toda esa
violencia a que estamos expuestos. ¿Hay que desarmar
los espíritus? No creo que esto signifique 'todo el mundo
se desarme de todo aquello que pueda cegar una vida'. Ojalá
fuera así. En cuanto a los espíritus armados...
Pero la pregunta es: ¿se justifica el inmenso despliegue
representado en armas, municiones y tropas, táctica y
estrategia como el que se dió en Afganistán, para
atrapar sólo a 100 o 200 presuntos terroristas, dejando
a su paso únicamente destrucción y muerte entre
la gente más indefensa? ¿O como en el caso colombiano,
sin ese despliegue de armas y tropas en la cantidad que se hace
en otras partes, pero si con la frialdad y la violencia propias
de cualquier enfrentamiento bélico, dejando nada más
que desolación y rabia, rencor y deseos de venganza entre
(otra vez) los más indefensos? La guerra habla un lenguaje
que no acabamos de descifrar, o que han entendido muy bien -demasiado
bien- aquellos que a toda costa -de la razón, de la inteligencia,
del bienestar de la mayoría, de la humillación-
la promueven y la defienden. ¿No ha sido suficiente el
horror? Parece que no. Hay que desconfiar de los que dicen que
la guerra se acabó, y como el doctor Behrens, pensar
que es mejor aprender a caminar en la oscuridad. |
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