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Al elegir al doctor Álvaro
Uribe Vélez como primer presidente de Colombia electo
en la primera vuelta, los colombianos escogimos una propuesta
donde se ofrecen permanentes esfuerzos por mayor seguridad,
un ataque frontal a la corrupción y una inversión
social más equitativa.
Si bien son extremadamente pobres los 100 puntos del Manifiesto
"Primero Colombia" en lo correspondiente al sector
salud (continuando con la costumbre de que la salud no ha
sido importante para los gobernantes y quizá hasta
pueden tener razón), la propuesta de fusionar los
Ministerios de Trabajo y Salud fuera de interesante si parece
oportuna por las siguientes razones:
Integra el concepto de seguridad social al de trabajo, que
si bien era así concebido, no siempre así
se practicaba y como consecuencia, la evasión y la
elusión han caracterizado la seguridad social en
nuestro país.
Concreta el concepto de aseguramiento como modelo sustantivo
de la seguridad social, generando una buena oportunidad
para evitar intermediarios que hoy disfrutan la desarticulación
del gasto en salud y sus rendimientos financieros gracias
a la práctica de "glosas", evitando los
pagos de las atenciones ya recibidas.
Permite y obliga a dimensionar los alcances del asistencialismo
que ha imperado en nuestro país. Como concepto de
salud, éste no puede darse sin límites, con
costos crecientes y sin políticas contenedoras del
gasto; aquí hay una necesidad de fortalecer el concepto
primordial de la prevención, DEL AUTOCUIDADO como
responsabilidad individual, de no aumentar factores de riesgo,
y bajo el concepto solidario de que quién no demanda
asistencia, beneficia a quien si lo necesita.
Al focalizar poblaciones sin ingresos y con altos índices
de pobreza y necesidades insatisfechas, se permite acabar
con la absurda aplicación del SISBEN por los municipios,
y por ende, entregar el subsidio estatal a quien realmente
lo necesita; así se construye una información
básica para cualquier modelo sanitario, la IDENTIFICACIÓN
ÚNICA, tanto del asegurado como del subsidiado por
su condición de pobreza, constituyéndose entonces
en herramienta contra la creciente corrupción del
sector salud y descubriendo los oscuros intereses de quienes
identifican al afiliado, lo interpretan y lo regulan a su
antojo.
Garantiza la clasificación del riesgo cuando es laboral
y con ello la obligatoriedad de las administradoras de riesgos
profesionales de asumir el asistencialismo de importantes
demandas de servicios que hoy poco cubren.
Puede permitir el inicio de otra importante propuesta para
el sector salud y es la definición de un PAGADOR
ÚNICO de las atenciones, que corregiría del
todo la crisis hospitalaria, hoy sustentada por una exorbitante
deuda con los prestadores, que amenaza la estabilidad social.
Muchas son entonces las razones para ser optimistas y apostarle
a una nueva propuesta organizativa del sector salud y del
concepto del bienestar de los colombianos, pero es sólo
aún una buena intencionalidad que se debe operativizar
y que todavía requiere los componentes más
importantes como son seguridad, empleo, educación
y crecimiento económico.
El Presidente electo y el Ministro designado para Trabajo
y Salud, ponentes y creadores de la Ley 100 de 1993, garantizaban
en ese entonces cobertura universal, recursos crecientes
y suficientes para los subsidios a la población más
desfavorecida, mejores condiciones de vida, en una frase,
oportunidad de salud para todos, y hoy sólo encontramos:
caos técnico-administrativo, sin acciones en el Ministerio
que en buena hora se fusiona. En las Direcciones Seccionales
o Secretarías Departamentales de Salud: gran deterioro
en los indicadores, ausencia de control por parte de la
Superintendencia Nacional de Salud, corrupción en
los entes territoriales que desvían recursos y abandono
de la promoción y prevención, con hospitales
burocratizados gracias a la empleomanía de nuestros
políticos, y con corruptos de cuello blanco que se
quedaron con los dineros públicos de la seguridad
social para mostrar balances en superávit y negar
servicios a los que tienen derecho y los necesitan.
No es pues un análisis de si es o no conveniente
la decisión política; se convierte en una
manera de hacer lo que ya se debió haber hecho, porque
da igual no tener un Ministerio de
Salud que tenerlo para no hacer nada.
Para concluir, sólo una petición doctor Alvaro
Uribe Vélez Presidente, doctor Juan Luis Londoño
Ministro: tienen Ustedes la oportunidad única de
corregir, actuar y garantizar lo que ofrecieron a los colombianos
ya hace 9 años y que aún no tenemos: BIENESTAR
SOCIAL.
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Del Juramento Hipocrático
a la Bioética
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Hoy
se considera de buen tono hablar de ética, mejor aún,
de bioética, en encuentros familiares, en los medios
de comunicación de masa, en revistas dedicadas a temas
intranscendentes, también en reuniones académicas,
en foros de profesionales, etc., pero cuando leemos o escuchamos
con atención y, con mayor razón, si podemos interpelar
sobre el tema, tenemos que aceptar la dura crítica con
que inicia el prólogo de su obra «¿Qué
es la bioética?», Manuel Trevijano E. (1): «Hace
25 años nadie usaba la palabra "bioética".
Hoy se apela continuamente a ella en múltiples contextos.
Pero se desconoce su verdadero sentido y significado».
Y esta crítica puede aplicarse a los juicios éticos
que tan frecuentemente se emiten sobre diversos temas y, especialmente,
sobre cuestiones médicas cuando se involucran el origen
o el final de la vida humana, la clonación, otros medios
artificiales de reproducción, etc.
Con más frecuencia de la deseada, el único fundamento
de los argumentos expresados es "a mí me parece",
"yo creo", "en otras partes lo hacen" y
agregan como criterio de autoridad el nombre de países
más "desarrollados", más "civilizados"-.
Argumentos intrascendentes y generalmente errados, pues tanto
la ética como la bioética fundamentan sus evaluaciones,
sus juicios, no sobre opiniones cambiantes sino sobre valores
y principios permanentes de respeto a la persona humana. Si
no fuera así, ambas serían meros caprichos, imposiciones
de la moda de turno. El respeto a la dignidad propia y a la
del "otro" impregna toda concepción verdaderamente
ética y bioética, no obstante a veces se equivoquen
los caminos para alcanzar la meta; mas, dicho error no crea
relatividad en los valores sino que hace patente la relatividad
histórica de la cultura.
Ese principio de máximo respeto a la dignidad de la persona
humana inspiró el llamado «Juramento Hipocrático»,
documento del siglo V antes de Cristo, y cuyos votos tienen
aún, veintiséis siglos después, plena vigencia
y son proclamados -con lenguaje actual- en los juramentos, promesas,
declaraciones o códigos que regulan el ejercicio de la
medicina. Todos sus votos, vale la pena insistir, enseñan
y exigen por parte del médico un sumo respeto a la vida
y a la dignidad del paciente. Es, por así decirlo, la
primera y paradigmática expresión del verdadero
compromiso ético de un gremio profesional, pues códigos
anteriores como el de Ur-Nammu, el de Hammurabi, etc., son legislaciones
que regulan penalmente el ejercicio de la medicina, pero no
son votos éticos autoimpuestos que obliguen por juramento,
como lo es el documento hipocrático.
¿ En qué se diferencian, entonces, la ética
y la bioética, de esas opiniones cambiantes y de esas
legislaciones impositivas?
La ética o filosofía práctica es la ciencia
axiológica que juzga las actitudes y los actos humanos,
no los actos del hombre según los valores del "Bien"
y del "Mal". Y, ¿qué es el Bien? y,
¿qué es el Mal? Entendemos por "Bien"
todo aquello que permite el desarrollo pleno, total, incluyendo
la dimensión trascendente a un Absoluto, de la persona
humana desde la concepción hasta su extinción
biológica y, por "Mal", todo lo que impida
o entorpezca dicho desarrollo pleno del ser humano. Desde el
punto de vista ético, como lo enseña Julián
Marías (2): «Lo que se hace se interpreta a la
luz de lo que se debe hacer, y los fines implican una referencia
al bien».
Es importante no confundir la ética con la religión,
el derecho, la psicología o la sociología, aunque
tengan relación entre sí ya que tratan, desde
sus respectivas áreas, de orientar al hombre. Podemos
afirmar, sin ninguna duda, que: no todo juicio ético
es un mandamiento religioso, no todo lo legal ni todo lo socialmente
aceptado y frecuente es ético, y que la psicología
evalúa la capacidad de decisión pero no hace,
o no debe hacer, juicios de valor. Pero, para alcanzar el cometido
de orientar al hombre, tanto la ética como las disciplinas
mencionadas anteriormente, deben asumir una concepción
fundamental acerca de éste, es decir, cómo interpretan
a la persona humana en sí misma, en relación con
sus semejantes y con el ambiente en el cual coexisten, y, en
su dimensión trascendente con el Absoluto. Esta concepción
fundamental, como es obvio, influye decisivamente en la teoría
proclamada y en la praxis llevada a cabo para lograr sus metas.
La bioética, que surge sólo en la década
del 70, evalúa también los actos humanos frente
a los valores del "Bien" y del "Mal", con
los criterios explicados antes en relación con éstos
valores, pero tiene diferencias de procedimiento con la ética
médica tradicional. Su horizonte es muchísimo
más amplio y, como lo afirma Masiá (3): «[...]
los nuevos datos y nuevas situaciones, han provocado unos planteamientos
nuevos que obligan a revisar la misma ética, más
que a limitarse a pedirle respuestas viejas para problemas nuevos»,
aunque muchos de los interrogantes vengan desde la antigüedad.
Su fundamento primordial es el respeto sumo a la dignidad incondicional
de la persona humana, según la concepción ética
personalista. Considero que más importante que su definición
se dan muchas en las diferentes publicaciones es tener presente
sus características.
La bioética, afirma Durand, es por una parte, un
análisis riguroso, lógico, que se desarrolla según
un plan ordenado, y comporta una serie de etapas, ligadas las
unas a las otras.
Sus características principales son: a) el enfoque interdisciplinario,
que sobrepasa el tradicional diálogo interpersonal paciente
y médico -a veces éste y la familia de aquél-
y que obliga a tener en cuenta los aportes de otros "saberes"
o "intereses" como los de la comunidad, la enfermería,
el derecho, la antropología, la teología, etc.;
b) el sentido de personalización que implica el reconocimiento
de qué es la persona humana, con todas sus peculiaridades,
la que enferma, sana, se rehabilita o muere y que es a ésta,
a la persona humana y no a la enfermedad, a la que debe primordialmente
su atención el médico; c) el sentido prospectivo
que, como lo vimos antes, busca encontrar elementos de solución
de acuerdo con conocimientos nuevos y con miras a un futuro,
dado el progreso de la tecnociencia; d) un enfoque secular o
de «desconfesionalización» que hace que los
análisis y conclusiones se apoyen más en la racionalidad
humana, secular, filosófica, lo que no significa que
«los creyentes no tengan voz ni voto en el asunto, ni
que deban arrinconar su fe -al igual que no se pide al resto
de ciudadanos que mantengan sus postulados ideológicos
al margen-, pero se les exige que no vayan con sus creencias
por delante, que no argumenten a partir de su fe. El diálogo
se sitúa en el plano racional y humano». Es importante
insistir en que la bioética sobrepasa el área
de la medicina y se constituye en la ética de la vida
-toda verdadera ética es ética de la vida-, donde
quiera que ésta se manifieste y que el hombre intervenga
en su mantenimiento, en su trasformación o la ponga en
peligro.
*Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de
Bioética, CECOLBE
Referencias bibliográficas
1-. Trevijano E., M. ¿Qué es la bioética?
Salamanca. Sígueme. 1998. p. 9.
2-. Marías, J. Tratado de lo mejor. Lo moral y las
formas de la vida. Segunda reimpresión. Madrid. Alianza
Editorial. 1995
3-. Masiá C., J. Bioética y Antropología.
Madrid. Universidad Pontificia Comillas. 1998. p. 31.
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