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Lo
que nos faltaba:
un Estado neoliberal
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Parece que el mundo entero ha sentido todos estos años
un gran deleite con las ofertas que promete la globalización
de la economía y la corriente neoliberal, con su fortaleza
centrada en los mercados, en la oferta y la demanda -por supuesto-
y en los altos volúmenes de producción. La preeminencia
de las instituciones sobre los individuos nos desplaza a todos,
como personas, a un plano secundario, precisamente por el enfoque
de mercado con que se aprecia y trata a la comunidad, hasta tal
punto que se llega a pensar firmemente que ella, la comunidad,
existe exclusivamente para constituir un mercado que está
lleno de posibilidades y de riquezas que pueden ser explotadas.
En este ambiente, el individuo pasa a ser solo una unidad de ese
mercado, mientras al mundo, es decir a la gente, parece gustarle
esa visión, tal vez sin percatarse de lo que entraña,
de lo que está en juego y de lo que está en peligro:
la pérdida de la individualidad y del asentamiento de la
consideración de ser simplemente un consumidor. Es decir,
bajo esta fórmula, el individuo es interesante mientras
pertenezca a un mercado objetivo y represente una opción
de negocio.
La producción y el consumo del mismo lado y la consonancia
entre estos dos elementos, no pretende acumular capital ni trabajo,
sin que sean despreciados claro está; lo que se desea en
primera instancia es el manejo de los hilos para gobernar y tener
bajo su poder estos dos frentes como fuente de control y a la
vez, santo y seña del dominio que se tiene del mercado
y el anuncio de haberse adueñado de él.
Con la salud sucede exactamente lo mismo como en cualquier mercado
que ha caído en la trampa de la globalización. El
servicio de carácter público en manos privatizadoras;
los recursos y las herramientas (clínicas y tecnología)
para los servicios y también los clientes (pacientes) de
esos servicios, en manos del mismo dueño; la producción
de servicios y el consumo controlados desde la misma consola;
el trabajo profesional y especializado en una contingencia; el
conocimiento y la pericia tratados y subyugados por la fuerza
que impera del otro lado de la mesa, desde donde se habla con
la frescura que da el ser dueño de la demanda y de los
medios de trabajo y producción; la remuneración
al menudeo y al destajo, y acorde con las fluctuaciones de la
producción, constituyen rasgos inequívocos de la
ola neoliberal que sin miramientos ni reparos toma posesión
y se apodera de los conglomerados humanos mientras ve en ellos
una interesante oportunidad de negocios.
Hoy como siempre, el trabajador de la salud tiene su destino atado
al de los hospitales y las clínicas, y hoy como nunca,
lo tiene atado al de las entidades privadas (intermediarios, subcapitadores,
EPS, ARS y similares), tanto en sus avances como en sus contradicciones.
Ellas ya son dueñas, a través de la afiliación,
de los pacientes, y poseen de ellos toda su identificación
y sus características y le ofrecen como valor agregado
la prestación de los servicios con sus propios recursos,
juntando así en una misma mano el control de la producción
y el control del consumo.
Ese deleite de lo que promete la ola neoliberal, se vislumbra
ya, con algún ímpetu, en el mismo gobierno y el
campo de la salud. Éste, particularmente en la Dirección
Seccional de Salud de Antioquia, esgrimiendo eficiencia, está
conduciendo los recursos públicos destinados para el servicio
público de la salud, a entidades privadas con ánimo
de lucro donde los réditos que se pueden generar no revertirán
necesariamente al sistema de salud ni se convertirán obligatoriamente
en más servicios para la gente de escasos recursos, sino
que irán a mejorar la posición financiera de cada
uno de los socios; o entregando sumas fijas, que no corresponden
en nada a los hospitales públicos, para que ellos, sin
embargo, se responsabilicen en un todo y por todo de la totalidad
de la demanda, poniéndolos desde un principio en aprietos,
ya que no les queda alternativa, pues, ¿cómo no
aceptar?, pero, ¿cómo hacerlo?.
Por supuesto que no estamos en contra de la eficiencia, ni de
la libre empresa, ni de las sociedades, ni de la repartición
de utilidades en ellas. Abogamos sí para que desde el gobierno
y con dineros del Estado, no se haga el juego de poner la salud
en las manos privadas de manera excluyente, facilitando así
el cierre y la desaparición de los hospitales públicos
o de las entidades de utilidad común que siempre han luchado
por permanecer y que le han servido enormemente a la región
y al país, y que prometen y garantizan seguir haciéndolo,
tanto en el campo de la asistencia como en el de la formación
de personal.
La Dirección Seccional de Salud de Antioquia no puede mirar
con desparpajo a los hospitales públicos y a las entidades
de beneficio común. Por el contrario, tiene que apoyarlas
con políticas transparentes, claras y justas. No hacerlo,
es además, convertir una apreciación sesgada de
gobierno en una posición de Estado, perder la masa de beneficios
que al final del ciclo se revierten sobre la misma comunidad y
patrocinar el desarrollo de todo el andamiaje neoliberal, que
por lo expuesto y mucho más, hoy aterra al mundo entero,
pues se empiezan a ver sus nefastos y lamentables efectos.
Lo que nos faltaba: un Estado neoliberal.