MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 53   FEBRERO DEL AÑO 2003    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

En esta edición...

"Yo, el incomparable

Truman Capote"
Ana C. Ochoa, Periodista, Medellín - elpulso@elhospital.org.co .
Todos pensábamos que aquel muchacho llamado Truman Capote era un genio" contaba la escritora Marguerite Young. Con solo 21 años el aniñado pueblerino pasaba de ser un ignorado corrector de pruebas de la revista The New Yorker a ser "un escritor dotado, peligrosamente dotado" como anunciaba The New York Times luego de que apareciera, en 1945, su primer relato llamado Miriam. Era una historia con raros giros psicológicos y misteriosa belleza. No hay verdadera belleza si ella no tiene un extraño rasgo, repetía el precoz Capote..

"Truman podía pasar por un chico de doce", según el editor de la revista The New Yorker, William Shaw. "No tenía ni rastro de barba. Era anormalmente bajito y seguía siendo anormalmente guapo, con grandes ojos azules y un flequillo rubio como de paja. Y aunque su aspecto no hubiera llamado la atención, sí la llamaba su voz aniñada (era tan aguda, decían maliciosos bromistas, que sólo un perro podía soportarla)". "¿Pero por el amor de Dios, qué es eso?" dijo al verlo el director de la revista Harold Ross. "Eso" era, nada más ni nada menos, el muchacho que llegaría a ser uno de los escritores más fascinantes y leídos, "uno de los brillantes ángeles exterminadores del siglo" como se complacían en llamarlo.

“Ese niño extraño era
un escritor dotado, peligrosamente dotado”

Norman Mailer, su gran rival, admitía que ese hombre con talante de "solterona", era el más perfecto escritor de su generación. Era el que escribía las mejores frases, palabra por palabra, ritmo a ritmo. Además "tenía todos los estigmas del genio. Estoy convencido de que el genio debe tener estigmas. Tiene que sentirse herido", afirmaba el director de la editorial Random House, luego de repasar la historia de Truman, el hijo de la trágica alcohólica, Nina Capote, y de su embaucador esposo, Arch. Norman Mailer predecía que una obra como Desayuno en Tiffany's se convertiría en un pequeño clásico. Pero entonces faltaba mucho para que el joven Capote escribiera estas obras, entre ellas la más elogiada, A sangre fría (1966), intensa pieza maestra que tardaría seis años en componer.

"Un Merlín de bolsillo”
A mediados de los años 40, "aquella cosita, aquel duendecillo" estaba apenas iniciando su vida pública de escritor. Y lo hacía publicando en revistas distintas a la que, desdeñosa, lo había acogido como simple ayudante de corrector, pues en ese olimpo de los dioses intelectuales que era la revista The New Yorker, sus primeros textos fueron siempre rechazados. Décadas más tarde, cuando Capote estaba en el centro de la atención, Brendan Gill, el historiador de esta publicación, se lamentaba: "Es escandaloso que no admitiéramos los relatos de Truman... Pero también es escandaloso que no publicásemos nada de Hemingway o de Faulkner, y solamente un relato de Fitzgerald".
"Existía la tendencia a no tomar en serio a los chicos de la redacción", decía el periodista E.J Kahan. Y Capote llegaría a comprender que estaba buscando en el lugar equivocado. Por aquel entonces las revistas más audaces ya no eran las de encumbrado estilo como The New Yorker, sino las revistas de moda que, cosa insólita, se daban el lujo de publicar a Ray Bradbury y también a Virginia Woolf, Colette, W.H Auden, Christopher Isherwood, Carson Mc Cullers... Allí dejaban hacer, había más libertad que en cualquier otra revista considerada "seria".
Así fue como, en medio de anuncios de cosméticos, aparecieron esos pequeños diamantes literarios que atraerían miles de lectores más libres y menos condicionados que los de las revistas de puntillosa tradición. Se ha dicho que Harper's Bazaar y Mademoiselle, apadrinadas por el magnate de los medios William Randolph Hearst, publicaron los textos más originales que podían leerse en los Estados Unidos, gracias a editores como George Davis, un escritor talentoso que sabía separar el oro de la arena, anotándose éxitos como el de publicar Miriam, en 1945. Era el primer relato de Capote, un desconocido de Nueva Orleans que no tenía más recomendación que, tal vez, la de aquellas tías iletradas que lo criaron en un recodo rural llamado Monroeville, en Alabama.

Cuando en 1945 esa rareza que era Capote llegó a Mademoiselle buscando que admitieran su relato, entregó el sobre a la recepcionista y ella le preguntó: "Muy bien muchachito, ¿escribió su nombre y dirección?". La respuesta la dejó fría: "No, esperaré mientras lo leen". De las oficinas salieron a ver quién era "el chiflado" que había afuera. Contaba la editora Mary Louise Aswell, que bastó aquel relato llamado Miriam para situar a Capote donde siempre había querido estar: en la órbita del reconocimiento, aprobado y admirado.
"Proclamado genio"
Con el reconocimiento soñaba desde que empezó a escribir descripciones de sus vecinos en el pueblo y a enviarlas a los periódicos escolares. A los 11 años era un exótico estudiante, no sólo por su figura afeminada sino porque prefería leer y escribir a cualquier otra actividad. Era mal jugador, odiaba hacer gimnasia y sacaba notas tan malas que en la escuela dijeron a su familia que era subnormal. Decididas a demostrar que eso era falso, sus tías, a quien su madre les había confiado el cuidado del niño, lo enviaron a un centro de estudios psicoanalíticos en una universidad del este.

"Allí me examinaron el cociente de inteligencia. El examen me divirtió enormemente y...regresé a casa proclamado genio por la ciencia. No sé quién se sintió más abrumado, si mis antiguos maestros, que se negaron a creerlo, o mis parientes, que no quisieron admitirlo: todo lo que querían era que les dijeran que yo era un simpático muchacho normal. !Ja, ja! Me la pasaba mirándome en los espejos, chupándome los carrillos y diciéndome: "Pues sí, jovencito, tú y Flaubert, o Maupassant, o Mansfield, o Proust".
Tecleaba en la cocina desde las cuatro de la mañana cuando, luego de un copioso desayuno, comenzaban labores sus parientes del campo. Después invirtió los horarios, trabajaba de noche y se despertaba al medio día. Empezaba a las 10 y trasnochaba llenando libretas en su cama, con un puñado de lápices afilados que escribían dictados alucinantes. Y siempre leyendo. Su favorito era Flaubert. Ya adulto comentaba: "Leo cualquier cosa. Incluidas etiquetas, anuncios y recetas de cocina. Soy un apasionado de los periódicos. Leo todos los diarios de Nueva York y varias revistas extranjeras. Leo un promedio de cinco libros a la semana. Una novela de extensión normal me lleva unas dos horas."
En su casa de infancia también se adiestró en otra de sus pasiones: las jornadas secretas de bebida. Había llenado una maleta de botellas deBourbon, licor de zarzamora y de todo lo que lograba birlarle a su tía más díscola, Jennie, la hombruna y quisquillosa jefe de la casa que se entonaba, también secretamente, bebiendo grandes tragos que hacía pasar por té. "Escribía y brindaba como un condenado en mi lugar favorito: la cama".
En la cama
"Soy un escritor horizontal, no puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama, o en un diván y con un cigarrillo y café a la mano. Tengo que estar chupando y sorbiendo. A medida que avanza la tarde, cambio de café a té de menta y de jerez a martinis. No uso máquina de escribir al comienzo. Escribo mi primera versión con lápiz. Después hago una revisión, también a mano. Esencialmente me considero un estilista, y los estilistas son notoriamente proclives a dejarse obsesionar por la colocación de una coma...las obsesiones de este tipo, y el tiempo que me quitan, me irritan hasta lo indecible. Sí, sí, existen los no estilistas. Sólo que no son escritores; son mecanógrafos. Bueno, después del segundo borrador, mecanografío un tercero en papel amarillo. No salgo de la cama. Mantengo la máquina sobre mis rodillas. Lo hago muy bien. Escribo cien palabras por minuto. Cuando este borrador está listo, lo guardo una semana, un mes. Cuando vuelvo a sacarlo, lo leo tan fríamente como sea posible. Mecanografío la versión definitiva en papel blanco y ahí acaba todo."

Después vendría la publicación. Pocos escritores fueron tan considerados y bien pagados como Capote con su principal editorial, la Random House. Ella le editó su primer libro en 1948, llamado Otras voces, otros ámbitos, una novela demasiado sólida para ser el debut de un principiante. Tuvo muy buenas críticas. "Es uno de los fenómenos más sorprendentes de la literatura", señaló el Chicago Tribune. "Esta es la más apasionante primera novela de un escritor norteamericano joven que hayamos leído en muchos años", según el Times. -
Frente a las críticas malas que reseñaban su obra como "un lóbrego pozo de símbolos freudianos", él empezaba a practicar ese endurecimiento contra la opinión ajena que consideraba imprescindible. "Todo lo que deseo escuchar son elogios", decía la vocecilla desde su nuevo reino. Esta primera novela cautivó por una fuerza poética singular. "La escribí para exorcizar demonios". Y es que su personaje, un ambiguo muchacho de 13 años, Joel Harrison Knox, se parecía demasiado a él. En todo caso la novela tuvo la acogida suficiente para hacerle pensar, a los 21 años, que empezaba a tener aquella riesgosa condición que jamás lo abandonó: la fama. -
Pero de todas sus obras, la que mayor reconocimiento obtuvo y la por la que, según la prensa, empezó a recibir dinero a "chorros", sería publicada mucho después, en enero de1966. La tituló A sangre fría. Una fusión de periodismo y literatura, basada en la historia de dos condenados a muerte por asesinar una familia entera en Holocomb, Kansas. La desgarradora construcción del libro empezó el 16 de noviembre de 1959 cuando Capote leyó la noticia en The New York Times. Seis años después terminaría este esfuerzo descomunal. Una obra "que sólo un escritor como yo, que dominaba las técnicas narrativas, podía transformar de simple texto periodístico en verdadero arte".
"Conversar, leer, viajar y escribir"
Ya era un escritor rico y dotado de la espectacularidad de un provocador. Los medios registraban sus poses, su figura flotante con enormes pañolones amarrados al cuello, sus entrevistas llenas de infidencias, sus fiestas y cruceros en compañía de millonarios... Sus mejores amigas eran sus "cisnes", mujeres como Jackeline Kennedy y su hermana Lee, que lo introdujeron en ese mundo de poder que, finalmente, le aportaría extraños materiales para sus libros, historias de "monstruos perfectos" que el impredecible Capote publicaría luego para escándalo de sus lectores y, sobre todo, de sus protagonistas. "Podría haber tenido a cualquier mujer: la Garbo, la Dietrich, pero siempre me interesaron como amigas, jamás como amantes. " "Llegan al punto de desvestirse en mi presencia porque yo soy sólo su amigo, su confidente." "Lo que más me gusta en la vida es, en su orden: conversar, leer, viajar y escribir".
E
sa vida social, disparada en sus furores con drogas y alcohol, arrastraba turbias corrientes emocionales que, finalmente, propiciaron el declive del escritor. Ahí estaba esa oscuridad recurrente acentuada, sin duda, por el suicidio de su madre alcohólica. Estaban también sus altibajos emocionales, intensificados por la dramática escritura de A sangre fría. "Quedé desolado", decía. Pero la peor "lluvia negra" estaba por venir, según Gerald Clarke. Era el resentimiento de sus protectores, sus amigos magnates que se sintieron traicionados y, aún más, delatados en esa novela que, veladamente, los tenía por protagonistas: Plegarias atendidas. "Y no conté ni la mitad de lo que vi", le gustaba decir a Capote citando a Marco Polo.

"Los estilistas somos proclives a obsesionarnos por una coma...las obsesiones de este tipo me irritan hasta lo indecible. Sí, sí, existen los no estilistas. Sólo que no son escritores; son mecanógrafos.”
Plegarias atendidas (1977) y Música para Camaleones (1979) fueron la "última contribución en mis cincuenta años de servicio como proveedor del altar del arte." El rutilante paraíso se desmoronó. "Bebo, porque sólo así puedo soportar" confesaba una noche resbalado en su propia orina, totalmente borracho. Truman Capote murió a los 59 años, a las 12 y 20 minutos del medio día del 25 de agosto de 1984. Estaba en la casa de su amiga Joan Carson en Los Angeles. Hepatitis, flebitis y una intoxicación múltiple de fármacos derrotaron al cóndor, como se describió alguna vez. "Mi presa es la inmortalidad. 'Es un loco y un soñador', decís vosotros. Pero yo me río y dejo que mi risa, como un brillante y terrible filo, desgarre vuestros corazones." En su agonía, Capote aseguraba irse hacia un lugar sin correos ni teléfonos. Era el final. Y ya lo había anunciado alguna vez. "Aquí está el incomparable Truman Capote. Nunca hubo nadie como yo, y no habrá nadie como yo cuando me vaya."
Ocioso lector
Dulzuras de la mujer pequeña
Ana C. Ochoa, Periodista, Medellín elpulso@elhospital.org.co

Las mujeres pequeñas tienen sus defensores. En una vieja columna de prensa leemos al popular Argos citando las palabras de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, nacido a fines del siglo XIII. "Hace la bobadita de 700 años. Por eso no extrañen algunas palabritas raras."

"Quiero vos abreviar la predicación,
ca siempre me pagué de pequeño sermón,
e de dueña pequeña e breve razón,
ca lo poco e bien dicho finca en el corazón.
....................................................
En pequeña girgonza yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace mucho dulzor,
en la dueña pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras cumplen al buen entendedor.

Es pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la nuez conforta e calienta;
así dueña pequeña, si todo amor consienta,
non hay placer del mundo que en ella non sienta.

Como en chica rosa está mucho color,
en oro muy poco gran precio e valor,
como en poco bálsamo yace gran buen olor,
así en dueña chica yace muy gran sabor.

Como rubí pequeño tiene mucha bondat,
color, virtud e precio e noble claridat,
así dueña pequeña tiene mucha beldat,
fermosura, donaire, amor e lealtat.

Chica es la calandria e chico el ruiseñor,
pero más dulce canta que otra ave mayor,
la mujer que es chica, por eso es mejor,
con doñeo es más dulce que azúcar nin flor.
..................................................
De la mujer pequeña non hay comparación,
terrenal paraíso es e consolación,
solaz et alegría, placer e bendición,
mejor es en la prueba que en la salutación.

Siempre quis' mujer chica más que grand' nin mayor,
non es desaguisado del gran mal ser fuidor;
del mal, tomar lo menos, dícelo el sabidor;
por ende, de las mujeres la mejor es la menor."

(Y ustedes, las grandes, no lloren, que también son muy queridas. Y las medianas también. Un día de estos les hago unos versos para que no se crean tanto chuzo las linditas dueñas chicas. Argos)

 

La escritora española Rosa Montero y el mexicano Antonio Serrano, reconocido director de la película Sexo, pudor y lágrimas, son los protagonistas del éxito cinematográfico del momento: La hija del caníbal, cinta basada en la novela de Montero, cuya popularidad como escritora ha desatado tan sorprendente fenómeno de taquilla que la distribuidora Fox Search Light adquirió los derechos para Norteamérica, América Latina, Francia y varios países asiáticos. La protagonista es otro atractivo: Cecilia Roth, esposa del músico argentino Fito Páez y actriz de Almodóvar en Todo sobre mi madre.

Una de las reinas de belleza más atractivas y atípicas que tuvo Colombia en los años 60, es la actual directora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, María Victoria Uribe. Este es un dato curioso sobre la prestigiosa investigadora, que ha promovido desarrollos importantes en áreas como la arqueología, la historia sobre el patrimonio cultural y la antropología. 262 títulos pueden adquirirse en los fondos editoriales de este Instituto. Se destacan publicaciones como la Revista Colombiana de Arqueología, fundada en 1953; la Revista Fronteras de la Historia, especializada en historia colonial y la Revista Arqueología-Area Intermedia, que cubre también Ecuador, Costa Rica, regiones del Caribe y de la Cuenca Amazónica.
Por qué Freud estaba equivocado es un libro que arremete incluso contra Albert Einstein y Thomas Mann, por el respeto "reverencial" y las "adhesiones acríticas" de muchos intelectuales, frente al psicoanálisis. El autor de esta obra de Editorial Destino, Richard Webster, recuerda complacido la leyenda de que Freud, cuando viajaba por primera vez a Los Estados Unidos, comentó a sus compañeros en el avión: "Lo que no saben los norteamericanos es que les traemos la peste".
A sus 80 años Don Fernando Lázaro Carreter, director por muchos años de la Academia de la Lengua Española, presenta una recopilación de sus artículos de prensa de los últimos tres años. El nuevo dardo en la palabra, editado por Aguilar, echa sal a los medios de comunicación que tantas veces se convierten en focos de perturbación del lenguaje.



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