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En
esta edición... |
"Yo,
el incomparable
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Truman Capote"
Ana
C. Ochoa, Periodista, Medellín - elpulso@elhospital.org.co
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Todos pensábamos que aquel
muchacho llamado Truman Capote era un genio" contaba
la escritora Marguerite Young. Con solo 21 años el
aniñado pueblerino pasaba de ser un ignorado corrector
de pruebas de la revista The New Yorker a ser "un escritor
dotado, peligrosamente dotado" como anunciaba The New
York Times luego de que apareciera, en 1945, su primer relato
llamado Miriam. Era una historia con raros giros psicológicos
y misteriosa belleza. No hay verdadera belleza si ella no
tiene un extraño rasgo, repetía el precoz Capote..

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"Truman podía pasar por un chico de doce",
según el editor de la revista The New Yorker, William
Shaw. "No tenía ni rastro de barba. Era anormalmente
bajito y seguía siendo anormalmente guapo, con grandes
ojos azules y un flequillo rubio como de paja. Y aunque su
aspecto no hubiera llamado la atención, sí la
llamaba su voz aniñada (era tan aguda, decían
maliciosos bromistas, que sólo un perro podía
soportarla)". "¿Pero por el amor de Dios,
qué es eso?" dijo al verlo el director de la revista
Harold Ross. "Eso" era, nada más ni nada
menos, el muchacho que llegaría a ser uno de los escritores
más fascinantes y leídos, "uno de los brillantes
ángeles exterminadores del siglo" como se complacían
en llamarlo.
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Ese niño
extraño era
un escritor dotado, peligrosamente dotado
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Norman Mailer, su gran rival, admitía
que ese hombre con talante de "solterona", era
el más perfecto escritor de su generación.
Era el que escribía las mejores frases, palabra por
palabra, ritmo a ritmo. Además "tenía
todos los estigmas del genio. Estoy convencido de que el
genio debe tener estigmas. Tiene que sentirse herido",
afirmaba el director de la editorial Random House, luego
de repasar la historia de Truman, el hijo de la trágica
alcohólica, Nina Capote, y de su embaucador esposo,
Arch. Norman Mailer predecía que una obra como Desayuno
en Tiffany's se convertiría en un pequeño
clásico. Pero entonces faltaba mucho para que el
joven Capote escribiera estas obras, entre ellas la más
elogiada, A sangre fría (1966), intensa pieza maestra
que tardaría seis años en componer.

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"Un Merlín de bolsillo
A mediados de los años 40, "aquella cosita, aquel
duendecillo" estaba apenas iniciando su vida pública
de escritor. Y lo hacía publicando en revistas distintas
a la que, desdeñosa, lo había acogido como simple
ayudante de corrector, pues en ese olimpo de los dioses intelectuales
que era la revista The New Yorker, sus primeros textos fueron
siempre rechazados. Décadas más tarde, cuando
Capote estaba en el centro de la atención, Brendan
Gill, el historiador de esta publicación, se lamentaba:
"Es escandaloso que no admitiéramos los relatos
de Truman... Pero también es escandaloso que no publicásemos
nada de Hemingway o de Faulkner, y solamente un relato de
Fitzgerald".
"Existía la tendencia a no tomar
en serio a los chicos de la redacción", decía
el periodista E.J Kahan. Y Capote llegaría a comprender
que estaba buscando en el lugar equivocado. Por aquel entonces
las revistas más audaces ya no eran las de encumbrado
estilo como The New Yorker, sino las revistas de moda que,
cosa insólita, se daban el lujo de publicar a Ray Bradbury
y también a Virginia Woolf, Colette, W.H Auden, Christopher
Isherwood, Carson Mc Cullers... Allí dejaban hacer,
había más libertad que en cualquier otra revista
considerada "seria".
Así fue como, en medio de anuncios de cosméticos,
aparecieron esos pequeños diamantes literarios que
atraerían miles de lectores más libres y menos
condicionados que los de las revistas de puntillosa tradición.
Se ha dicho que Harper's Bazaar y Mademoiselle, apadrinadas
por el magnate de los medios William Randolph Hearst, publicaron
los textos más originales que podían leerse
en los Estados Unidos, gracias a editores como George Davis,
un escritor talentoso que sabía separar el oro de la
arena, anotándose éxitos como el de publicar
Miriam, en 1945. Era el primer relato de Capote, un desconocido
de Nueva Orleans que no tenía más recomendación
que, tal vez, la de aquellas tías iletradas que lo
criaron en un recodo rural llamado Monroeville, en Alabama.
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Cuando
en 1945 esa rareza que era Capote llegó a Mademoiselle
buscando que admitieran su relato, entregó el sobre
a la recepcionista y ella le preguntó: "Muy
bien muchachito, ¿escribió su nombre y dirección?".
La respuesta la dejó fría: "No, esperaré
mientras lo leen". De las oficinas salieron a ver
quién era "el chiflado" que había
afuera. Contaba la editora Mary Louise Aswell, que bastó
aquel relato llamado Miriam para situar a Capote donde
siempre había querido estar: en la órbita
del reconocimiento, aprobado y admirado.
"Proclamado
genio"
Con el reconocimiento soñaba desde que empezó
a escribir descripciones de sus vecinos en el pueblo y
a enviarlas a los periódicos escolares. A los 11
años era un exótico estudiante, no sólo
por su figura afeminada sino porque prefería leer
y escribir a cualquier otra actividad. Era mal jugador,
odiaba hacer gimnasia y sacaba notas tan malas que en
la escuela dijeron a su familia que era subnormal. Decididas
a demostrar que eso era falso, sus tías, a quien
su madre les había confiado el cuidado del niño,
lo enviaron a un centro de estudios psicoanalíticos
en una universidad del este.
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"Allí me examinaron el cociente de inteligencia.
El examen me divirtió enormemente y...regresé
a casa proclamado genio por la ciencia. No sé quién
se sintió más abrumado, si mis antiguos maestros,
que se negaron a creerlo, o mis parientes, que no quisieron
admitirlo: todo lo que querían era que les dijeran
que yo era un simpático muchacho normal. !Ja, ja! Me
la pasaba mirándome en los espejos, chupándome
los carrillos y diciéndome: "Pues sí, jovencito,
tú y Flaubert, o Maupassant, o Mansfield, o Proust".
Tecleaba en la cocina desde las cuatro de la mañana
cuando, luego de un copioso desayuno, comenzaban labores sus
parientes del campo. Después invirtió los horarios,
trabajaba de noche y se despertaba al medio día. Empezaba
a las 10 y trasnochaba llenando libretas en su cama, con un
puñado de lápices afilados que escribían
dictados alucinantes. Y siempre leyendo. Su favorito era Flaubert.
Ya adulto comentaba: "Leo cualquier cosa. Incluidas etiquetas,
anuncios y recetas de cocina. Soy un apasionado de los periódicos.
Leo todos los diarios de Nueva York y varias revistas extranjeras.
Leo un promedio de cinco libros a la semana. Una novela de
extensión normal me lleva unas dos horas."
En su casa de infancia también se adiestró en
otra de sus pasiones: las jornadas secretas de bebida. Había
llenado una maleta de botellas deBourbon, licor de zarzamora
y de todo lo que lograba birlarle a su tía más
díscola, Jennie, la hombruna y quisquillosa jefe de
la casa que se entonaba, también secretamente, bebiendo
grandes tragos que hacía pasar por té. "Escribía
y brindaba como un condenado en mi lugar favorito: la cama".
En la cama
"Soy un escritor horizontal, no puedo pensar a menos
que esté acostado, ya sea en la cama, o en un diván
y con un cigarrillo y café a la mano. Tengo que estar
chupando y sorbiendo. A medida que avanza la tarde, cambio
de café a té de menta y de jerez a martinis.
No uso máquina de escribir al comienzo. Escribo mi
primera versión con lápiz. Después hago
una revisión, también a mano. Esencialmente
me considero un estilista, y los estilistas son notoriamente
proclives a dejarse obsesionar por la colocación de
una coma...las obsesiones de este tipo, y el tiempo que me
quitan, me irritan hasta lo indecible. Sí, sí,
existen los no estilistas. Sólo que no son escritores;
son mecanógrafos. Bueno, después del segundo
borrador, mecanografío un tercero en papel amarillo.
No salgo de la cama. Mantengo la máquina sobre mis
rodillas. Lo hago muy bien. Escribo cien palabras por minuto.
Cuando este borrador está listo, lo guardo una semana,
un mes. Cuando vuelvo a sacarlo, lo leo tan fríamente
como sea posible. Mecanografío la versión definitiva
en papel blanco y ahí acaba todo."
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Después vendría la publicación. Pocos
escritores fueron tan considerados y bien pagados como Capote
con su principal editorial, la Random House. Ella le editó
su primer libro en 1948, llamado Otras voces, otros ámbitos,
una novela demasiado sólida para ser el debut de un
principiante. Tuvo muy buenas críticas. "Es uno
de los fenómenos más sorprendentes de la literatura",
señaló el Chicago Tribune. "Esta es la
más apasionante primera novela de un escritor norteamericano
joven que hayamos leído en muchos años",
según el Times. -
Frente a las críticas malas que reseñaban
su obra como "un lóbrego pozo de símbolos
freudianos", él empezaba a practicar ese endurecimiento
contra la opinión ajena que consideraba imprescindible.
"Todo lo que deseo escuchar son elogios", decía
la vocecilla desde su nuevo reino. Esta primera novela cautivó
por una fuerza poética singular. "La escribí
para exorcizar demonios". Y es que su personaje, un ambiguo
muchacho de 13 años, Joel Harrison Knox, se parecía
demasiado a él. En todo caso la novela tuvo la acogida
suficiente para hacerle pensar, a los 21 años, que
empezaba a tener aquella riesgosa condición que jamás
lo abandonó: la fama. -
Pero de todas sus obras, la que mayor reconocimiento
obtuvo y la por la que, según la prensa, empezó
a recibir dinero a "chorros", sería publicada
mucho después, en enero de1966. La tituló A
sangre fría. Una fusión de periodismo y literatura,
basada en la historia de dos condenados a muerte por asesinar
una familia entera en Holocomb, Kansas. La desgarradora construcción
del libro empezó el 16 de noviembre de 1959 cuando
Capote leyó la noticia en The New York Times. Seis
años después terminaría este esfuerzo
descomunal. Una obra "que sólo un escritor como
yo, que dominaba las técnicas narrativas, podía
transformar de simple texto periodístico en verdadero
arte".
"Conversar, leer, viajar
y escribir"
Ya era un escritor rico y dotado de la espectacularidad de
un provocador. Los medios registraban sus poses, su figura
flotante con enormes pañolones amarrados al cuello,
sus entrevistas llenas de infidencias, sus fiestas y cruceros
en compañía de millonarios... Sus mejores amigas
eran sus "cisnes", mujeres como Jackeline Kennedy
y su hermana Lee, que lo introdujeron en ese mundo de poder
que, finalmente, le aportaría extraños materiales
para sus libros, historias de "monstruos perfectos"
que el impredecible Capote publicaría luego para escándalo
de sus lectores y, sobre todo, de sus protagonistas. "Podría
haber tenido a cualquier mujer: la Garbo, la Dietrich, pero
siempre me interesaron como amigas, jamás como amantes.
" "Llegan al punto de desvestirse en mi presencia
porque yo soy sólo su amigo, su confidente." "Lo
que más me gusta en la vida es, en su orden: conversar,
leer, viajar y escribir".
Esa vida social, disparada en sus furores con drogas
y alcohol, arrastraba turbias corrientes emocionales que,
finalmente, propiciaron el declive del escritor. Ahí
estaba esa oscuridad recurrente acentuada, sin duda, por el
suicidio de su madre alcohólica. Estaban también
sus altibajos emocionales, intensificados por la dramática
escritura de A sangre fría. "Quedé desolado",
decía. Pero la peor "lluvia negra" estaba
por venir, según Gerald Clarke. Era el resentimiento
de sus protectores, sus amigos magnates que se sintieron traicionados
y, aún más, delatados en esa novela que, veladamente,
los tenía por protagonistas: Plegarias atendidas. "Y
no conté ni la mitad de lo que vi", le gustaba
decir a Capote citando a Marco Polo.
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"Los estilistas
somos proclives a obsesionarnos por una coma...las obsesiones
de este tipo me irritan hasta lo indecible. Sí, sí,
existen los no estilistas. Sólo que no son escritores;
son mecanógrafos.
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Plegarias atendidas (1977) y Música
para Camaleones (1979) fueron la "última contribución
en mis cincuenta años de servicio como proveedor del
altar del arte." El rutilante paraíso se desmoronó.
"Bebo, porque sólo así puedo soportar"
confesaba una noche resbalado en su propia orina, totalmente
borracho. Truman Capote murió a los 59 años,
a las 12 y 20 minutos del medio día del 25 de agosto
de 1984. Estaba en la casa de su amiga Joan Carson en Los
Angeles. Hepatitis, flebitis y una intoxicación múltiple
de fármacos derrotaron al cóndor, como se describió
alguna vez. "Mi presa es la inmortalidad. 'Es un loco
y un soñador', decís vosotros. Pero yo me río
y dejo que mi risa, como un brillante y terrible filo, desgarre
vuestros corazones." En su agonía, Capote aseguraba
irse hacia un lugar sin correos ni teléfonos. Era el
final. Y ya lo había anunciado alguna vez. "Aquí
está el incomparable Truman Capote. Nunca hubo nadie
como yo, y no habrá nadie como yo cuando me vaya."
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Dulzuras de la mujer pequeña
Ana
C. Ochoa, Periodista, Medellín elpulso@elhospital.org.co |
Las
mujeres pequeñas tienen sus defensores. En una vieja
columna de prensa leemos al popular Argos citando las palabras
de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, nacido a fines del siglo
XIII. "Hace la bobadita de 700 años. Por eso no
extrañen algunas palabritas raras."
"Quiero vos abreviar la predicación,
ca siempre me pagué de pequeño sermón,
e de dueña pequeña e breve razón,
ca lo poco e bien dicho finca en el corazón.
....................................................
En pequeña girgonza yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace mucho dulzor,
en la dueña pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras cumplen al buen entendedor.
Es pequeño el grano de la
buena pimienta,
pero más que la nuez conforta e calienta;
así dueña pequeña, si todo amor consienta,
non hay placer del mundo que en ella non sienta.
Como en chica rosa está
mucho color,
en oro muy poco gran precio e valor,
como en poco bálsamo yace gran buen olor,
así en dueña chica yace muy gran sabor.
Como rubí pequeño
tiene mucha bondat,
color, virtud e precio e noble claridat,
así dueña pequeña tiene mucha beldat,
fermosura, donaire, amor e lealtat.
Chica es la calandria e chico el
ruiseñor,
pero más dulce canta que otra ave mayor,
la mujer que es chica, por eso es mejor,
con doñeo es más dulce que azúcar
nin flor.
..................................................
De la mujer pequeña non hay comparación,
terrenal paraíso es e consolación,
solaz et alegría, placer e bendición,
mejor es en la prueba que en la salutación.
Siempre quis' mujer chica más
que grand' nin mayor,
non es desaguisado del gran mal ser fuidor;
del mal, tomar lo menos, dícelo el sabidor;
por ende, de las mujeres la mejor es la menor."
(Y ustedes, las
grandes, no lloren, que también son muy queridas. Y
las medianas también. Un día de estos les hago
unos versos para que no se crean tanto chuzo las linditas
dueñas chicas. Argos)
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La escritora española
Rosa Montero y el mexicano Antonio Serrano, reconocido director
de la película Sexo, pudor y lágrimas, son los
protagonistas del éxito cinematográfico del
momento: La hija del caníbal, cinta basada en la novela
de Montero, cuya popularidad como escritora ha desatado tan
sorprendente fenómeno de taquilla que la distribuidora
Fox Search Light adquirió los derechos para Norteamérica,
América Latina, Francia y varios países asiáticos.
La protagonista es otro atractivo: Cecilia Roth, esposa del
músico argentino Fito Páez y actriz de Almodóvar
en Todo sobre mi madre.
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Una de las
reinas de belleza más atractivas y atípicas
que tuvo Colombia en los años 60, es la actual directora
del Instituto Colombiano de Antropología e Historia,
María Victoria Uribe. Este es un dato curioso sobre
la prestigiosa investigadora, que ha promovido desarrollos
importantes en áreas como la arqueología,
la historia sobre el patrimonio cultural y la antropología.
262 títulos pueden adquirirse en los fondos editoriales
de este Instituto. Se destacan publicaciones como la Revista
Colombiana de Arqueología, fundada en 1953; la Revista
Fronteras de la Historia, especializada en historia colonial
y la Revista Arqueología-Area Intermedia, que cubre
también Ecuador, Costa Rica, regiones del Caribe
y de la Cuenca Amazónica.
Por qué Freud estaba
equivocado es un libro que arremete incluso contra Albert
Einstein y Thomas Mann, por el respeto "reverencial"
y las "adhesiones acríticas" de muchos
intelectuales, frente al psicoanálisis. El autor
de esta obra de Editorial Destino, Richard Webster, recuerda
complacido la leyenda de que Freud, cuando viajaba por primera
vez a Los Estados Unidos, comentó a sus compañeros
en el avión: "Lo que no saben los norteamericanos
es que les traemos la peste".
A sus 80 años Don Fernando
Lázaro Carreter, director por muchos años
de la Academia de la Lengua Española, presenta una
recopilación de sus artículos de prensa de
los últimos tres años. El nuevo dardo en la
palabra, editado por Aguilar, echa sal a los medios de comunicación
que tantas veces se convierten en focos de perturbación
del lenguaje.
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