MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 3    NO 40  ENERO DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co
Medio ambiente en Colombia

Muy frecuentemente oímos hablar sobre la problemática ambiental y el deterioro del medio ambiente nacional.
En Colombia tenemos una gran riqueza de recursos naturales: 10% de la flora y fauna mundial, 19% de las especies de aves del planeta, más de 45.000 especies de plantas fanerógamas (plantas que producen flores y tienen semillas encerradas en su ovario), un millón de corrientes de agua de las cuales mil son ríos permanentes; sin embargo, el uso irracional de estos recursos ha conducido a su creciente deterioro, al aniquilamiento de su biodiversidad, la deforestación, la degradación del suelo, la destrucción de manglares, la contaminación del agua y del aire, todo lo cual ha producido un deterioro ambiental que afecta a la población en general. Algunas causas son:

  • El libre acceso de los colonos y la industria a los recursos renovables y no renovables.
  • Los hábitos de consumo en forma desordenada de recursos no renovables.
  • La demanda internacional de la flora y la fauna silvestre y la producción de drogas ilícitas, que contribuyen a las destrucciones de los bosques primarios, importantísimos para la producción de H2O, oxígeno y otros.
  • Los daños ocasionados a los recursos globales que repercuten en el agotamiento de la capa de ozono y por ende, en los calentamientos globales de la atmósfera, que afectan a todas las especies.
En el libro "La letra con risa entra", de Gustavo Wilchas, se toma la justificación elaborada por la Subcomisión preparatoria de derechos colectivos y de medio ambiente de la Asamblea Nacional Constituyente, cuya presentación es más o menos la siguiente:
"Los bosques tropicales que constituyen sólo el 7% de la superficie del planeta, son los proveedores de más de la mitad de las especies vegetales y animales existentes en el mundo.
El 70% de esa diversidad se encuentra principalmente concentrada en seis países, como son: Méjico, Brasil. Colombia, Zaire, Madagascar e Indonesia. De todos estos, Colombia es el que tiene más especie por unidad de área, ningún otro país tiene tantas especies por kilómetro cuadrado y así como ve Usted estas aseveraciones de sencillas, en este documento así de sencillo puede decir que Colombia tiene un poco más del 10% de todas las especies del mundo, en su gran mayoría desconocidas por los colombianos, y amenazadas por la deforestación y contaminación, con todos sus derivados (ejemplo: la Amazonía, Piedemonte llanero, Chocó y demás selvas explotadas irracionalmente).
Colombia posee, identificadas a la fecha, 2.902 especies animales, entre aves, reptiles, mamíferos y anfibios, de las cuales 316 son endémicas de Colombia (exclusivas de este territorio), y de éstos, 278 están en peligro de desaparecer.
Y también posee 114 millones de hectáreas, de las cuales 56 millones eran originalmente bosques tropicales, cifra que ha caído drásticamente con la destrucción anual de 700.000 hectáreas, y que en los últimos 30 años evidencia el arrasamiento de 15 millones de bosque, o sea el 30% de los existentes inicialmente”

El alma, ¿otra desplazada del sector salud? Lía Isabel Alvear Ramirez

Por supuesto que yo no veía a la mamá viejita, la veía mamá: para ponerle ese calificativo tenía que recurrir a su cédula, entonces si atravesaba por mi cabeza algún pensamiento de cercanía al fin de un ciclo. Yo, furibunda enamorada de la Biología, bien sabía que cada cuerpo se crea una disculpa diferente para finiquitar el paso por la vida; en unos se llama cáncer, en otras infarto fulminante, aneurisma, neumonía... en fin, distintos nombres para un mismo fin: la muerte.
La frialdad del pensamiento biológico, no significa que no me hicieran falta sus exquisitas tortas, sus naranjitas de zanahoria, su lógica culinaria y su reinado en la cocina, ¡no! Significa que cuando se presentó su disculpa, en forma de un cáncer con agravante de metástasis, mis razonamientos lo admitían sin resistencia sentimentaloide, pero si con la NECESIDAD, escrita con mayúscula, de que sufriera lo menos posible. Por ello, recurrimos al mal llamado sistema de salud, pero no buscábamos para ella la salud, buscábamos un final digno, repito, un final digno, sólo eso.
Con esa convicción y con sumo cuidado, salimos con la mamá para uno de esos ligares donde se congregan las personas que se han preparado para tratar los problemas que le acaecen al cuerpo, incluida la ya mencionada disculpa o enfermedad última. Con la serenidad que proporciona la comprensión de los sucesos biológicos, entregamos la persona llamada mamá, a estas otras personas que hacen parte del servicio de salud, y fuimos testigos de excepción de cómo se acercan al mecanismo, es decir, a la persona, paciente o cliente, como se ha dado en llamarle últimamente, con todo el boato (circunspección, bata blanca, fonendoscopio por galardón...), a presenciar las manifestaciones clínicas de la susodicha culpa; hablo de mecanismo, porque desconocen que ese ser que tienen enfrente, está asustado, que aún conserva ilusiones, que no ha ajustado sus pensamientos a los cambios que traerá consigo el haber arribado al fin; todo eso lo desconocen, porque en sus pensamientos, sería más justo decir en su formación, pesa más la ciencia y el status que la humanidad. ¿Cómo esperar entonces, con este tipo de profesionales, que exista un hospital con alma? Sin misericordia ni preámbulos vomitan, óigase bien, vomitan a la víctima (para este momento víctima es la palabra adecuada) el diagnóstico, muy científico, pero cuidándose bien de que el mito esté presente, en las palabras que en la jerga popular han calado hasta el espanto; queda una psique vuelta un guiñapo en la habitación, y el personal de salud, pasa a la siguiente... Mi mamá preguntó, con razón, si ya se habían ido esos gallinazos.
Empecé a elaborar la presente tragedia humana, compartiendo con amigos y amigas mis sensaciones, ya en vía de llamarse reflexiones, y me fui topando con la situación de que cada familia ha vivido el mismo drama, con dolor, entre sumiso e ignorante, y por lo mismo, no ha habido quién cuestione o encare el sistema de salud que unos se han inventado y al que otros nos hemos dejado atar. Si esta generación, la que hoy escribe, no ha podido ofrecer a sus seres queridos el ejercicio del derecho a una muerte digna, la vivencia de la culminación de Esther, nos dejó la evidencia de ese derecho y la claridad, en hijas e hijos, por la lucha argumentada, para reivindicar para todos los seres vivos, el derecho a la muerte con dignidad.
Pero, el actuar inhumano ha de tener algún origen, pues no es natural que el personal de la salud, adscrito igual que cualquier mortal a un entramado de ADN y afectos, actúe con sus semejantes con el calificativo antes mencionado; esculcando, esculcando, va uno encontrando asunticos que le posibilitan armarse conceptos al respecto, y no porque con ello se reduzca la culpa o se aminore el dolor, no. Es porque encontrando salidas, quizá la esperanza de una sociedad más hecha para seres humanos, enclavada en un medio exuberante y frágil, deje de ser un sueño, una utopía.
La formación médica, a juzgar por las vivencias, pone al galeno o galena frente a un oído, un estomago, un corazón, un hueso... es decir, frente a una fracción de un cuerpo aquejado de alguna dolencia; el resto del cuerpo importa en la mediada en que provea información para la fracción en cuestión, pero la psique por ejemplo, aquel intangible que alberga los conceptos, las ilusiones, las dudas, los miedos, las alegrías, las decisiones... no es percibido por quién, armado de ciencia, se dispone a actuar para un mecanismo. ¡Qué poco científico no ser objetivo! ¡Qué aplastante responsabilidad ser humano!
Sin embargo, y a pesar del dolor que causan, no hay que juzgarlos o juzgarlas, no haya que armarse en su contra, porque fueron engendrados, gestados y paridos en este sistema; si hubiera que acusarlos de algo, habría de ser por silenciar con soberbia la humana manifestación de la duda. Alguien podría expresar también que de ello tendríamos que exonerarlos y exonerarlas, porque tal recurso humano les fue amputado durante su proceso de formación. Aún así, insisto, no hay que atacarlos, requieren ser reeducados, para lo cual necesitamos, nosotras y nosotros, las y los necesitados de ellos, conocer y ejercer los derechos que nos son propios, no lo que por caridad nos "otorga" el sistema de salud. La salud, incluida la muerte con dignidad, es un derecho connatural a los seres vivos, no es una dádiva del Estado, reclamarlo no es mala educación ni subversión; reclamarlo es reconquistar para la humanidad ese grupo humano y poner los fundamentos para la sociedad del futuro, que será más amplia en oportunidades de realización per-sonal, inscritas en el ámbito de la solidaridad como especie y como engranaje en el ecosistema.

 











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