Muy frecuentemente oímos hablar
sobre la problemática ambiental y el deterioro del
medio ambiente nacional.
En Colombia tenemos una gran riqueza de recursos naturales:
10% de la flora y fauna mundial, 19% de las especies de
aves del planeta, más de 45.000 especies de plantas
fanerógamas (plantas que producen flores y tienen
semillas encerradas en su ovario), un millón de corrientes
de agua de las cuales mil son ríos permanentes; sin
embargo, el uso irracional de estos recursos ha conducido
a su creciente deterioro, al aniquilamiento de su biodiversidad,
la deforestación, la degradación del suelo,
la destrucción de manglares, la contaminación
del agua y del aire, todo lo cual ha producido un deterioro
ambiental que afecta a la población en general. Algunas
causas son:
-
El libre acceso
de los colonos y la industria a los recursos renovables
y no renovables.
-
Los hábitos
de consumo en forma desordenada de recursos no renovables.
-
La demanda internacional
de la flora y la fauna silvestre y la producción
de drogas ilícitas, que contribuyen a las destrucciones
de los bosques primarios, importantísimos para
la producción de H2O, oxígeno y otros.
-
Los daños
ocasionados a los recursos globales que repercuten en
el agotamiento de la capa de ozono y por ende, en los
calentamientos globales de la atmósfera, que afectan
a todas las especies.
En el libro "La
letra con risa entra", de Gustavo Wilchas, se toma la
justificación elaborada por la Subcomisión preparatoria
de derechos colectivos y de medio ambiente de la Asamblea
Nacional Constituyente, cuya presentación es más
o menos la siguiente:
"Los bosques tropicales que constituyen sólo el
7% de la superficie del planeta, son los proveedores de más
de la mitad de las especies vegetales y animales existentes
en el mundo.
El 70% de esa diversidad se encuentra principalmente concentrada
en seis países, como son: Méjico, Brasil. Colombia,
Zaire, Madagascar e Indonesia. De todos estos, Colombia es
el que tiene más especie por unidad de área,
ningún otro país tiene tantas especies por kilómetro
cuadrado y así como ve Usted estas aseveraciones de
sencillas, en este documento así de sencillo puede
decir que Colombia tiene un poco más del 10% de todas
las especies del mundo, en su gran mayoría desconocidas
por los colombianos, y amenazadas por la deforestación
y contaminación, con todos sus derivados (ejemplo:
la Amazonía, Piedemonte llanero, Chocó y demás
selvas explotadas irracionalmente).
Colombia posee, identificadas a la fecha, 2.902 especies animales,
entre aves, reptiles, mamíferos y anfibios, de las
cuales 316 son endémicas de Colombia (exclusivas de
este territorio), y de éstos, 278 están en peligro
de desaparecer.
Y también posee 114 millones de hectáreas, de
las cuales 56 millones eran originalmente bosques tropicales,
cifra que ha caído drásticamente con la destrucción
anual de 700.000 hectáreas, y que en los últimos
30 años evidencia el arrasamiento de 15 millones de
bosque, o sea el 30% de los existentes inicialmente
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Por supuesto que yo no veía a la mamá
viejita, la veía mamá: para ponerle ese calificativo
tenía que recurrir a su cédula, entonces si
atravesaba por mi cabeza algún pensamiento de cercanía
al fin de un ciclo. Yo, furibunda enamorada de la Biología,
bien sabía que cada cuerpo se crea una disculpa diferente
para finiquitar el paso por la vida; en unos se llama cáncer,
en otras infarto fulminante, aneurisma, neumonía...
en fin, distintos nombres para un mismo fin: la muerte.
La frialdad del pensamiento biológico, no significa
que no me hicieran falta sus exquisitas tortas, sus naranjitas
de zanahoria, su lógica culinaria y su reinado en la
cocina, ¡no! Significa que cuando se presentó
su disculpa, en forma de un cáncer con agravante de
metástasis, mis razonamientos lo admitían sin
resistencia sentimentaloide, pero si con la NECESIDAD, escrita
con mayúscula, de que sufriera lo menos posible. Por
ello, recurrimos al mal llamado sistema de salud, pero no
buscábamos para ella la salud, buscábamos un
final digno, repito, un final digno, sólo eso.
Con esa convicción y con sumo cuidado, salimos con
la mamá para uno de esos ligares donde se congregan
las personas que se han preparado para tratar los problemas
que le acaecen al cuerpo, incluida la ya mencionada disculpa
o enfermedad última. Con la serenidad que proporciona
la comprensión de los sucesos biológicos, entregamos
la persona llamada mamá, a estas otras personas que
hacen parte del servicio de salud, y fuimos testigos de excepción
de cómo se acercan al mecanismo, es decir, a la persona,
paciente o cliente, como se ha dado en llamarle últimamente,
con todo el boato (circunspección, bata blanca, fonendoscopio
por galardón...), a presenciar las manifestaciones
clínicas de la susodicha culpa; hablo de mecanismo,
porque desconocen que ese ser que tienen enfrente, está
asustado, que aún conserva ilusiones, que no ha ajustado
sus pensamientos a los cambios que traerá consigo el
haber arribado al fin; todo eso lo desconocen, porque en sus
pensamientos, sería más justo decir en su formación,
pesa más la ciencia y el status que la humanidad. ¿Cómo
esperar entonces, con este tipo de profesionales, que exista
un hospital con alma? Sin misericordia ni preámbulos
vomitan, óigase bien, vomitan a la víctima (para
este momento víctima es la palabra adecuada) el diagnóstico,
muy científico, pero cuidándose bien de que
el mito esté presente, en las palabras que en la jerga
popular han calado hasta el espanto; queda una psique vuelta
un guiñapo en la habitación, y el personal de
salud, pasa a la siguiente... Mi mamá preguntó,
con razón, si ya se habían ido esos gallinazos.
Empecé a elaborar la presente tragedia humana, compartiendo
con amigos y amigas mis sensaciones, ya en vía de llamarse
reflexiones, y me fui topando con la situación de que
cada familia ha vivido el mismo drama, con dolor, entre sumiso
e ignorante, y por lo mismo, no ha habido quién cuestione
o encare el sistema de salud que unos se han inventado y al
que otros nos hemos dejado atar. Si esta generación,
la que hoy escribe, no ha podido ofrecer a sus seres queridos
el ejercicio del derecho a una muerte digna, la vivencia de
la culminación de Esther, nos dejó la evidencia
de ese derecho y la claridad, en hijas e hijos, por la lucha
argumentada, para reivindicar para todos los seres vivos,
el derecho a la muerte con dignidad.
Pero, el actuar inhumano ha de tener algún origen,
pues no es natural que el personal de la salud, adscrito igual
que cualquier mortal a un entramado de ADN y afectos, actúe
con sus semejantes con el calificativo antes mencionado; esculcando,
esculcando, va uno encontrando asunticos que le posibilitan
armarse conceptos al respecto, y no porque con ello se reduzca
la culpa o se aminore el dolor, no. Es porque encontrando
salidas, quizá la esperanza de una sociedad más
hecha para seres humanos, enclavada en un medio exuberante
y frágil, deje de ser un sueño, una utopía.
La formación médica, a juzgar por las vivencias,
pone al galeno o galena frente a un oído, un estomago,
un corazón, un hueso... es decir, frente a una fracción
de un cuerpo aquejado de alguna dolencia; el resto del cuerpo
importa en la mediada en que provea información para
la fracción en cuestión, pero la psique por
ejemplo, aquel intangible que alberga los conceptos, las ilusiones,
las dudas, los miedos, las alegrías, las decisiones...
no es percibido por quién, armado de ciencia, se dispone
a actuar para un mecanismo. ¡Qué poco científico
no ser objetivo! ¡Qué aplastante responsabilidad
ser humano!
Sin embargo, y a pesar del dolor que causan, no hay que juzgarlos
o juzgarlas, no haya que armarse en su contra, porque fueron
engendrados, gestados y paridos en este sistema; si hubiera
que acusarlos de algo, habría de ser por silenciar
con soberbia la humana manifestación de la duda. Alguien
podría expresar también que de ello tendríamos
que exonerarlos y exonerarlas, porque tal recurso humano les
fue amputado durante su proceso de formación. Aún
así, insisto, no hay que atacarlos, requieren ser reeducados,
para lo cual necesitamos, nosotras y nosotros, las y los necesitados
de ellos, conocer y ejercer los derechos que nos son propios,
no lo que por caridad nos "otorga" el sistema de
salud. La salud, incluida la muerte con dignidad, es un derecho
connatural a los seres vivos, no es una dádiva del
Estado, reclamarlo no es mala educación ni subversión;
reclamarlo es reconquistar para la humanidad ese grupo humano
y poner los fundamentos para la sociedad del futuro, que será
más amplia en oportunidades de realización per-sonal,
inscritas en el ámbito de la solidaridad como especie
y como engranaje en el ecosistema.
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