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Afiche conferencia Parque Explora -Medellín
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Breve historia de los
sueños
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Texto de una conferencia del
ciclo Ciencia en bicicleta, organizada por el Proyecto
Parque Explora Medellín. Conferencista: el neurólogo
Diego Rosselli. |
¿Qué
es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida?
Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor
bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y
los sueños, sueños son'.
Monólogo de Segismundo,en La vida es sueño
de Pedro Calderón de la Barca
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A pesar de la convicción
racional que nos confiere el conocimiento científico,
el mundo de los sueños con sus paradojas fantásticas
sigue fascinándonos. En todas las edades de la humanidad
se ha vivido la influencia sobre la conducta de esas experiencias
con visos mágicos que ocurren al dormir. Aunque hoy
no creamos en espíritus errantes que se comunican con
nosotros a través del lenguaje onírico, no hemos
logrado dejar atrás muchas creencias atávicas
cuyos orígenes muy seguramente se remontan a etapas
lejanas en la prehistoria. El revivir de las creencias esotéricas,
como es el caso de la oniromancia, es una característica
más del renacer del pensamiento místico de este
segundo cambio de milenio en la era cristiana. El análisis
de los fenómenos relacionados con el contenido de los
sueños a lo largo de la historia puede permitirnos
entender no sólo el proceso mismo del dormir y del
soñar, sino que incluso puede ayudarnos a comprender
esa necesidad humana de explicar por mecanismos mágicos
todo aquello que se escapa de nuestra comprensión racional.
Los sueños en la historia
antigua
El interés en los sueños
es sin duda más antiguo que la historia misma. Las
excavaciones en la vieja Nínive recuperaron en la Biblioteca
Real de Asurbanipal (668-627 a. de C.) una gran colección
de libros de sueños en tabletas de arcilla con inscripciones
cuneiformes, algunas de ellas de hasta el año 5000
a. de C. Para babilonios y asirios, los espíritus de
los muertos eran responsables de los sueños, cuya influencia
podía conjurarse con la ayuda de Mamu, la diosa de
los sueños.
Los egipcios, por el contrario, veían en sus sueños
la acción de los dioses que, a través de ellos,
solicitaban penitencia, advertían al durmiente de peligros
inminentes o respondían a sus interrogantes. A lo largo
de todo el antiguo Egipto se construyeron serapeums, el más
famoso de ellos en Menfis hacia el año 3000 a. de C.;
estas edificaciones eran templos dedicados a Serapis, su dios
de los sueños, y en ellos trabajaban profesionales
de la interpretación onírica. La incubación
de sueños, inducidos en estos templos, era una práctica
común. El papiro Chester Beatty, que data de la XII
Dinastía (1991-1786 a. de C.), documenta el simbolismo
egipcio para diferentes sueños.
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En la vieja China los sueños
se atribuían a reflejos del alma del soñador,
quien se separaba temporalmente de su cuerpo para comunicarse
con las almas de los muertos. Durante los sueños el sujeto
era particularmente vulnerable, ya que si algo impedía
la reunión de cuerpo y alma podría tener consecuencias
fatales. La separación de cuerpo y espíritu durante
los sueños se describe también entre los patanis
de Tailandia, los bantúes de África central o
los esquimales de Quebec. |
El sueño.
Dalí, 1937. De acuerdo con Dalí, el acto de
dormir es una especie de monstruo sostenido por las muletas
de la realidad: "El sueño es una monstruosidad
porque cuando duerme, el hombre es capaz de los crímenes
más horribles".
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ELos libros vedas
de la historia temprana de la India (1500 a 1000 a. de C.)
contienen listas de sueños favorables y sueños
desfavorables. Estos últimos podían contrarrestarse
con diferentes rituales y baños de purificación.
El Atharvaveda, del siglo V a. de C., contiene un capítulo
sobre los sueños proféticos.
Los templos de Asclepio o Esculapio, dios de la sanación,
la verdad y la profecía, abundaban en Grecia y el Imperio
romano, y llegaron a ser más de 600. En ellos se practicaba
la incubación de sueños, con la convicción
de que un sueño en lugar sagrado tendría particular
potencial profético o terapéutico. Los griegos
facilitaban los sueños mediante aislamiento, oración,
ayuno o automutilación. También ayudaba dormir
sobre la piel de un animal sacrificado o cerca de las tumbas
de los héroes. Sobreviven aún muchas inscripciones
griegas que registran detalles sobre las curas de sueños.
En sus escritos, Hipócrates (460c.-375 a. de C.) resaltó
la relación entre la posición de los astros
y la condición corporal en el momento de un sueño.
En los Diálogos, Platón (c. 428c.-348 a. de
C.) narra cómo Sócrates (c. 470-399 a. de C.)
desde su prisión le refiere a Crito el que habría
de ser uno de sus últimos sueños y que el venerable
filósofo interpretó como la llegada de su muerte
al tercer día, como de hecho habría de ocurrir.
Platón, en el noveno libro de La república asegura:
'En todos nosotros, inclusive en los hombres más buenos,
existe una naturaleza de animal salvaje que se asoma en los
sueños'. Aristóteles (384-322 a. de C.) le dedicó
al tema de los sueños tres de sus libros y esgrimió,
en De divinatione per somnum, lo que habría de ser
una de las primeras críticas a la tan difundida práctica
de la oniromancia. 'La mayoría de los sueños
llamados proféticos pueden clasificarse como meras
coincidencias' afirmó, y el hecho de que ciertos animales
inferiores sueñen descarta su supuesto origen divino.
Para Aristóteles, los sueños podrían
servir de indicadores del estado somático, ya que al
perderse la influencia exterior sobre la conciencia cuando
se duerme, la atención se enfoca en las sensaciones
internas.
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'Yo no creo estar soñando
ahora,
sin embargo, no puedo probar que no sea así'.
Bertrand Russell
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Según Herodoto
(c. 484c.-420 a. de C.) en su Tratado de Historia, Creso (?546
a. de C.), rey de Lidia, benefactor del oráculo de
Delfos y conocido por su proverbial riqueza, fue incapaz de
impedir la muerte de su hijo, a pesar de un explícito
sueño premonitorio. Los sueños de entonces cambiaron
sin duda el curso de la historia. Relata Herodoto que Astíages
(siglo VI a. de C.), último rey de los medas, casó
a su hija con un persa para escaparse del oráculo funesto
que le trajo un sueño. Mas luego, cuando ella estaba
encinta, el Rey soñó que su primer nieto dominaría
toda Asia, por lo que mandó matarle cuando éste
apenas era un recién nacido. Buscaba así evitar
que su reino quedara en manos persas, pero el muchacho, que
habría de pasar a la historia como Ciro el Grande (c.
580c.-529 a. de C.), sobrevivió gracias al cuidado
de un pastor y luego dirigió el levantamiento persa
que relegó a los medas al pasado. Más tarde,
Ciro soñó con Darío (550-486 a. de C.),
que entonces era apenas un adolescente, y a quien en sueños
vio en forma de un ser alado, con una de sus alas sobre Europa
y la otra sobre Asia; por ello, tuvo certeza 'más allá
de cualquier posible duda' de que él, que no estaba
en la línea directa de sucesión, habría
de heredar su reino.
Pero la historia sucesiva de sueños proféticos
persas habría de fallarle a Jerjes (c. 519-464 a. de
C.), hijo de Darío, a quien tres sueños consecutivos
enviaron a la conquista de Grecia, un hecho que se convertiría
en el comienzo del declinar de este poderoso imperio. Artabano
(?464 a. de C.), asesor de Jerjes, trató de disuadirle
denotando la inconveniencia de confiar en sueños, hasta
que la misma imagen que acosaba al rey se le apareció
en sus sueños y le hizo cambiar de parecer. Esta historia
tiene un final trágico, ya que Artabano habría
de asesinar a Jerjes y, a su vez, morir a manos de Artajerjes,
el hijo de éste.
Otro presagio ineluctable narrado por Herodoto fue el de Polícrates
(565-522 a. de C.), el tirano de Samos que llegó al
poder tras asesinar a sus dos hermanos; su hija soñó
en la víspera de su último y nefasto viaje con
el cuerpo de su padre expuesto al sol y la lluvia. Polícrates
moriría crucificado a manos de Oroetes.
En De divinatione del orador, estadista, poeta y hombre de
leyes Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de C.), se encuentra
una fuerte crítica a la difundida práctica de
la adivinación de sueños, que parece no haber
tenido eco incluso hoy, dos milenios más tarde. La
Oneirocritica de Artemidoro, constituida por cinco libros
escritos en el siglo II, habría de convertirse en el
verdadero precursor de una larga lista, que aún no
ha concluido, de manuales para la interpretación onírica.
El mérito de Artemidoro radica en la detallada taxonomía
de los sueños, clasificada por él en cinco categorías:
los oráculos con mensajes divinos (oraculum), los sueños
simbólicos (visio), las fantasías (somnium),
las pesadillas (visum) y la ensoñación diurna
(insomnium).
En Vidas paralelas, el libro de relatos biográficos
de la nobleza griega y romana de Plutarco (c. 46c. 120), abundan
los relatos de sueños. Así, Mitrídates
VI el Grande (120-63 a. de C.), rey de Ponto, tras oponerse
al dominio romano sobre la península de Anatolia, soñó
una noche a orillas del Éufrates que era víctima
de un naufragio. Pero no fue de mucha utilidad el augurio,
ya que al despertar de su pesadilla se encontró con
las tropas de Pompeyo en el umbral de su campamento. Tampoco,
según Plutarco, logró Calpurnia evitar el asesinato
de su esposo Julio César (c. 100-44 a. de C.), a pesar
de soñarse sosteniendo su cadáver la víspera
misma de su muerte, ese fatídico idus de marzo del
44 a. de C.
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El sueño. Picasso
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Se ocupan también
de los sueños los romanos Lucrecio (siglo I a. de C.),
en su largo poema De rerum natura, y Suetonio Tranquilo (c.
69-c. 122), quien detalla dos sueños premonitorios
de César Augusto en De vita Caesarum, libro biográfico
de los primeros 11 césares. Y, según Edward
Gibbon (1737-1794), en su extenso tratado histórico
Auge y caída del Imperio romano, el emperador Constantino
el Grande poco después de su conversión al cristianismo
recibió en sueños la instrucción de inscribir
en los escudos de sus soldados el símbolo cristiano
de la cruz, el cual habría de acompañarle en
innumerables victorias.
La jerarquía onírica de Artemidoro se mantendría
en el medioevo en el Somnium Scipionis del filósofo
y gramático latino Macrobio (c. 375-c. 425) y de su
contemporáneo Calcidio. Para este último, los
sueños podían provenir bien de la divinidad
y constituir auténticas revelaciones o bien de procesos
interiores, como los sueños 'racionales' o 'pasionales',
que clasificaba como experiencias oníricas mundanas.
Los preceptos aristotélicos y neoplatónicos
de Macrobio y de Calcidio se mantendrán incólumes
durante más de 10 siglos.
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Sueños
y religión
En el Antiguo Testamento se
describe, entre otros, el sueño de la escalera al cielo
de Jacob que, se presume, ocurrió en lo que hoy es
Bethel, al norte de Jerusalén, y en el cual Jehová
prometió a sus descendientes la tierra palestina. Encontramos,
asimismo, los sueños proféticos del faraón,
descritos también en el Corán, cuyo contenido
de vacas gordas y vacas flacas fue interpretado por José.
Y el de Nabucodonosor, opresor del pueblo judío durante
el cautiverio en Babilonia, detalladamente descrito en el
libro de Daniel. En contraste, los evangelios no mencionan
sueño alguno de Jesucristo, pero sí, en el Evangelio
de Mateo, los de San José, quien recibió en
sueños la visita de un ángel que le anunció
primero el nacimiento de Jesús, luego la necesidad
de huir a Egipto y, más tarde, la conveniencia de regresar
a su tierra natal.
La tradición de sueños cristianos fue continuada
por San Agustín (354-430), quien se refiere a los sueños
en su Carta IX y, en particular, en el Libro III de sus Confesiones,
relata el sueño de su madre, Santa Mónica, la
cual recibió un claro mensaje divino que le indicaba
que su hijo, por entonces de conducta disipada, encontraría
el sendero de la fe. Para el Santo de Hipona, tanto las revelaciones
como los sueños 'inferiores', en los dos extremos del
espectro onírico, eran poco ambiguos, mientras que
los sueños intermedios eran no sólo más
comunes sino también más enigmáticos
en su interpretación.
La vida de Gregorio Magno (c. 540-604), el Papa que dio nombre
a los cantos gregorianos, está matizada de sueños,
demoníacos unos y divinos los otros. En el Libro IV
de sus Diálogos, obra traducida durante el medioevo
a las principales lenguas vernáculas europeas, incluido
el castellano del siglo XIV, abundan las anécdotas
oníricas y las discusiones teóricas sobre los
sueños.
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The dream. Picasso
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Santo Tomás de Aquino
(c. 1225-1274), siguiendo la tradición dicotómica
medieval, atribuía la causa de los sueños a factores
internos como los humores corporales o las preocupaciones, o
a factores externos como la temperatura, la posición
de los astros, los demonios o Dios. Con esta lógica tomista,
inobjetable, afirma en su Summa Theologica que conocer algunos
aspectos del futuro es una propiedad del intelecto, y al verse
éste, durante el sueño, privado de las distracciones
del sensorio, mejora su capacidad predictiva.
En la época de la Reforma, la dificultad para diferenciar
mensajes demoníacos y divinos llevó a Martín
Lutero (1483-1546) a rogar a Dios que no se comunicara con él
en los sueños.
El Talmud, texto sagrado judío escrito entre los años
600 y 200 a. de C., dice que un sueño sin interpretar
es como una carta sin leer. El Corán, libro sagrado de
los musulmanes, es producto de los sueños, pues a través
de ellos se reveló al profeta Mahoma (c. 570632), quien
a partir de los 40 años fue visitado en numerosas veces
por Gabriel, en ocasiones durante el sueño y a veces
mientras se encontraba en trance. La interpretación de
los sueños era práctica común en el mundo
islámico y preislámico. |
El
propio Mahoma interpretaba los sueños de sus discípulos
a quienes interrogaba cada mañana. El Profeta se oponía,
sin embargo, a la utilización de los sueños con
fines adivinatorios. El Tabaqat alMu'abbirin, del siglo XI,
es el libro árabe de los sueños. |
Los sueños
en la última mitad del milenio
Para Descartes (1596-1650),
la diferencia entre la vigilia y los sueños consiste
en que la memoria no puede unir los sueños entre sí
ni ellos con las otras experiencias de nuestra vida, mientras
que sí lo logra con los eventos ocurridos cuando estamos
despiertos, de manera que da coherencia a nuestras vidas.
La glándula pineal desempeñaba para Descartes
un papel esencial en los sueños, junto con las impresiones
almacenadas en la memoria. Precisamente a través del
simbolismo onírico, en una noche de noviembre de 1619,
Descartes percibió el universo como racional, constituido
todo él por eventos simultáneos y sucesivos
enlazados por sus causas y sus efectos.
Para Thomas Hobbes (1588-1679), en el Leviatán, los
sueños se debían a la 'intemperancia de las
partes internas'. Los sueños afirma, no son otra cosa
que el trabajo de la imaginación; la ignorancia para
reconocerlos como tales fue la principal razón de que
los antiguos adoraran sátiros, ninfas y faunos. Si
lográramos quitarles a los seres humanos el temor supersticioso
a los espíritus y la creencia en sueños premonitorios
y en falsas profecías, les haríamos más
aptos para la obediencia civil, dice el filósofo.
El prolífico pensador inglés Bertrand Russell
(1872-1970) escribió: 'Es obviamente posible que lo
que nosotros denominamos vida consciente sea tan sólo
una inusual pesadilla persistente'. También afirmó:
'Yo no creo estar soñando ahora, sin embargo, no puedo
probar que no sea así'. Siguiendo las reflexiones cartesianas,
Russell observó que los hechos de la vigilia presentan
ciertas uniformidades, mientras que los de los sueños
son erráticos.
Un ejemplo de cómo en un sueño puede encontrarse
la solución a un problema es el narrado por August
Kekule (1829-1896), químico alemán que investigaba
la estructura del benceno. En sus sueños vio una serpiente
que se comía su propia cola y pudo así deducir
la estructura anular de esta molécula orgánica.
Otto Loewi (1873-1961), el fisiólogo alemán
que descubrió la función neurotransmisora de
la acetilcolina y, por ende, demostró que la comunicación
interneuronal se realiza mediante mensajeros químicos
(premio Nóbel en 1936), también refiere haber
tenido la inspiración de alguno de sus experimentos
cruciales en un sueño.
Asimismo, una inspiración onírica originó
Kublai Khan, poema del inglés Samuel Coleridge (1772-1834),
y la historia del Doctor Jekyll y Mister Hyde, escrita por
el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894). El violinista
Giuseppe Tartini (1692-1770) aseguró haber recibido
la inspiración de su Sonata del trino del diablo en
un sueño en el que el mismo Satanás interpretaba
la melodía.
Sueños y literatura
Escritores de todos los tiempos
han utilizado el tema de los sueños como instrumento
de expresión literaria. En La Ilíada, Homero
(siglo IX a. de C.) refiere cómo Agamenón recibió
en sueños la visita de un mensajero de Zeus, que le
indicó el camino que debía seguir. En La Odisea,
una mensajera de Palas Atenea se aparece en sueños
a Penélope para augurarle el sano retorno de su hijo
Telémaco, pero rehúsa contarle la suerte de
Ulises, su esposo. Ya al final de la obra, el propio Odiseo
(Ulises) interpreta para Penélope el sueño de
victoria sobre los numerosos pretendientes que la acechan,
pues suponen éstos que su marido ausente ya no regresará.
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El prisionero. Odilon Redon
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Encontramos
presagios derivados de los sueños en los dramas de Esquilo
(c. 525-456 a. de C.), Aristófanes (c. 445c. -386 a.
de C.) y Eurípides (480-406 a. de C.). En el monólogo
inicial de Ifigenia in Tauris, escrito por Eurípides,
la protagonista relata un sueño desfavorable que presagia
la muerte de su hermano Orestes. En Electra de Sófocles
(c. 495-406 a. de C.), Crisotemis, hija del difunto Agamenón,
cuenta a su hermana Electra los sueños terroríficos
de su madre, Clitemnestra, agobiada por la culpa de haberse
casado con Egisto, quien ahora usurpa tanto el trono de Micenas
como el lecho conyugal.
En el Libro IV de la Eneida de Virgilio (c. 7019 a. de C.),
el protagonista sueña con Mercurio, quien le insta a
levar anclas en medio de la noche; así, Eneas despierta
a sus marinos y remeros para emprender la huida de Troya en
la oscuridad. Y es otro sueño el que lleva a Eneas a
escoger el sitio para fundar a Lavinium, cuna de la cultura
latina. |
Los sueños
son un elemento esencial en la literatura heroica de la Edad
Media, en particular, en La saga del Santo Grial, La novela
de la rosa, El sueño del viejo peregrino, El sueño
del pastor o en el poema épico La canción de Rolando.
En el Canto IX de El Purgatorio de Dante (1265-1321), se otorga
especial valor al hecho de soñar con un águila
de plumas doradas por ocurrir al amanecer, 'cuando la mente
es peregrina de la carne, menos cautiva de sus pensamientos
y sus visiones son casi divinas'.
Troilo y Criseida, obra del siglo XIV escrita por el inglés
Geoffrey Chaucer (c. 1340-1400), autor de los albores de la
lengua inglesa y enterrado en una cripta del 'rincón
de los poetas' de la Abadía de Westminster, contiene
una larga y elocuente discusión sobre el tema de la interpretación
de los sueños. Chaucer concluye dicha discusión
con la frase: 'O that a creature with a noble mind / Like man,
should trust in garbage of the kind'. Otra de sus obras, The
House of Fame, comienza con una profunda discusión sobre
los interrogantes comunes entre los tratadistas de sueños
de la antigüedad.
En Julio César de Shakespeare (1564-1616), tal como está
narrado en la obra de Plutarco, un sueño premonitorio
de Calpurnia, esposa de César, no logra cambiar los designios
del destino fatal. El mismo autor nos ofrece otros ejemplos
de presagios funestos en las pesadillas de Enrique IV y Ricardo
III, así como en los sueños que acosan a Romeo
en la víspera de la fiesta de máscaras, donde
debe enfrentarse por vez primera con esa, su última aventura
amorosa. En complicidad con el destino, su amigo Mercutio se
niega a escuchar el sueño de Romeo, pues dice que los
sueños no son más que el producto de un cerebro
desocupado sin otras opciones que recurrir a la fantasía
vana.
Para John Milton (16081674), en su extenso poema El paraíso
perdido, Eva recibió la primera tentación de Satanás
en sueños.
En la literatura castellana de esos tiempos conviene mencionar
Los sueños, de Francisco Gómez de Quevedo y Villegas,
y La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca.
En esta última obra, el engañado Segismundo cuyos
versos abren este ensayo, reflexiona constantemente sobre las
relaciones entre la realidad consciente y el mundo de los sueños:
'¿que quizá soñando estoy, / aunque despierto
me veo? / No sueño pues toco y creo / lo que he sido
y lo que soy'.
Pasando a otras lenguas y latitudes, los sueños ocupan
un lugar destacado en la obra del místico Tolstoi (1828-1910);
baste recordar las descripciones detalladas de las enigmáticas
ensoñaciones de Pierre y de su sobrino Nicolás
en Guerra y paz. Al final de este libro, el príncipe
Andrés, convaleciente de las heridas de una batalla,
forcejea en sueños con la muerte, la cual pocos días
más tarde ha de salir victoriosa.
El tema de los sueños aparece como una obsesión
compulsiva en la obra de García Márquez (1927).
Las vivencias fantasiosas que se gozan o se sufren al soñar
aparecen en sus libros como un puente de límites confusos
entre la abrumadora realidad cotidiana, tantas veces tediosa,
y la otra existencia paralela, de premoniciones ineluctables
y de superstición triunfante. Ya en sus primeros pasos
en el mundo de la ficción, recopilados en el libro Todos
los cuentos, García Márquez deja ver su interés
onírico en el título Amargura para tres sonámbulos
y en las pesadillas que preocupan a los personajes de La otra
costilla de la muerte y La tercera resignación. En Ojos
de perro azul, también cargado de alusiones a los sueños,
el autor destaca a alguien que no parece soñar: 'Eres
el único hombre que al despertar no recuerda nada de
lo que ha soñado'.
A la aún joven Úrsula Iguarán en Cien años
de soledad, 'el alba la sorprendía en el patio sin atreverse
a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces
perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio
y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al
rojo vivo'.
Las pesadillas atormentan a los hermanos Vicario en Crónica
de una muerte anunciada. Tres días después de
acuchillar a Santiago Nasar, los gemelos no han tenido un momento
de descanso reparador, porque 'tan pronto como empezaban a dormirse
volvían a cometer el crimen'. Los sueños recurrentes
aparecen en El Coronel no tiene quién le escriba en forma
de envolventes telarañas, mientras que para el padre
Delaura, en Del amor y otros demonios, el sueño repetitivo
consistía en un paisaje invernal español con una
hilera de álamos que bordeaban el río.
El valor de los sueños como presagio del futuro y como
mecanismo de adivinación se observa en El rastro de tu
sangre en la nieve: '...Desde que aprendió a hablar instauró
en la casa la buena costumbre de contar los sueños en
ayunas, que es la hora en que conservan más puras sus
virtudes premonitorias', que nos recuerda la ya citada alusión
al mismo tema en La divina comedia. Eréndira, la cándida,
soñaba 'que estaba esperando una carta', la cual nunca
supimos si llegó. Y en las primeras páginas de
Crónica de una muerte anunciada, los presagios de tragedia
se intuyen ya en los sueños de las que serían
últimas noches de Santiago Nasar. En esta misma obra
se afirma también que los sueños son susceptibles
de interpretación certera 'siempre que se los contaran
en ayunas'.
Es posible ver en esta recopilación de temas oníricos
en la historia y la literatura el interés que los seres
humanos hemos mostrado siempre hacia esas vivencias que denominamos
sueños. Incluso los sujetos cuya forma de actuar es más
rígida, de libertad más constreñida y de
oportunidades más limitadas, para salirse de sus esquemas
cotidianos de callada desesperación, pueden enfrentar
en los sueños un mundo lleno de colorido, sin las ataduras
de la monotonía o las limitaciones que nos imponen la
temporalidad, la lógica o la cinética. Hasta qué
punto estas experiencias tienen un significado más profundo
que el simple resultado de los juegos aleatorios de nuestros
circuitos neuronales, es un interrogante que seguirá
inquietando a los estudioso. |
El médico Diego Rosselli,
|
con postgrado en neurología experimental
en el Instituto de Psiquiatría de Londres, y maestrías
en educación de la Universidad de Harvard y en políticas
de salud del London School of Economics, se ha desempeñado
en el sector público y privado en relevantes cargos.
Escribe para revistas de ciencia internacionales y es columnista
del diario Portafolio.
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