MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 47    AGOSTO DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

“Compré El Tiempo
por cinco mil pesos”
Eduardo Santos
"Yo vivía en la misma casa donde editaba el periódico y no me iba a acostar sino cuando me llevaba el primer número", contaba el doctor Eduardo Santos al recordar la historia de EL TIEMPO, del cual era director, redactor y corrector único, cuando lo compró el 1° de julio de 1913 a Alfonso Villegas Restrepo, el joven que a los 27 años lo había fundado en la casona de "La Esquina del Puente de Latas" (Cra. 6 con Avenida Jiménez), en 1911. Apartes de una entrevista concedida a EL TIEMPO en 1948 por el doctor Santos, hombre de prensa y presidente de Colombia (1938-1942).
Jaime Posada
EL TIEMPO fue fundado por Alfonso Villegas Restrepo el 30 de enero de 1911. Si se parte de la fecha de fundación, no es EL TIEMPO el decano de la prensa nacional. Lo sería EL ESPECTADOR, fundado en Medellín en 1887 por ese modelo de periodistas y de ciudadanos que fue don Fidel Cano, perenne orgullo de nuestra profesión.
Pero EL ESPECTADOR, nacido en las épocas heroicas del periodismo colombiano, tuvo muchas suspensiones. Y si lo que se tiene en cuenta es el número de ediciones publicadas, EL TIEMPO sí es, con mucho, el decano de los periódicos que se han publicado en Colombia.
Y cuánto derecho tienen los periodistas, los verdaderos periodistas profesionales, para ponerse en primera fila cuando se habla de hombres de trabajo. Quizás ninguna profesión requiere una labor tan asidua, tan constante, tan tenaz, tan inacabable. Y no sólo el trabajo intelectual que representa el escribir todos los días, sino el trabajo material exigido por las múltiples tareas del diario. Yo, por ejemplo, recuerdo que durante más de quince años no me acosté nunca antes de ver los primeros números de la edición. Otro tanto hacían diariamente Calibán (Enrique Santos Montejo) y muchos de mis colaboradores. A medida que los periódicos crecen, se complica y extiende el trabajo que ellos exigen. Quienes por la mañana o por la tarde leen apaciblemente su diario, no sospechan la inmensa cantidad de esfuerzo, de sacrificio, que representa la frágil hoja que tienen en las manos.
EL TIEMPO como empresa es bastante anterior a casi todas las grandes empresas del país. Sólo los bancos de Colombia y de Bogotá, la Compañía Colombiana de Seguros, Bavaria y muy pocas otras, existían cuando él apareció. Llevaba ya muchos años de esfuerzos cuando se fundaron la Colombiana de Tabaco y las grandes empresas textiles, el Banco de la República, las grandes explotaciones petroleras en Colombia y todas las empresas de taxis, de buses y de aviación.
Cuando algunos se admiran del buen éxito y de la solidez económica de EL TIEMPO, me provocaría decirles: ¿No aprecian ustedes lo que representan años de trabajo, de todos los días y de todas las horas?
Recuerdo del fundador
En EL TIEMPO no se podrá olvidar jamás lo que representó Alfonso Villegas Restrepo, su fundador. Bajo su dirección se publicaron seiscientas setenta y siete ediciones, del 30 de enero de 1911 al 30 de junio de 1913. Apenas se retiró de la dirección durante un mes, en mayo de 1912, con motivo de la muerte de su santa madre, y en ese mes lo reemplazó Tomás Rueda Vargas. Villegas Restrepo creó este periódico con su espíritu, con abnegación y austeridad infinitas, con un sacrificio de todas las horas. Disponía de escasísimos medios materiales, que reemplazaba con energía indomable y entusiasmo sin límites. Pasó momentos amarguísimos que logró superar a fuerza de valor; procedió a todas horas con un idealismo espléndido y con el más arrogante desinterés, y libró campañas magníficas que no se olvidarán. Cuando se retiró, físicamente agotado por la más tremenda de las luchas, dejaba este periódico anclado en el vasto prestigio que había logrado y saturado para siempre de su enseñanza y de su ejemplo.
¿Y usted cuándo entró a EL TIEMPO doctor Santos?
EL TIEMPO se confunde con mi vida entera. Me unía con Alfonso Villegas una amistad fraternal desde los claustros universitarios y desde cuando él fundó el periódico quiso que yo lo acompañara. Estaba yo entonces en Europa, y en el segundo número apareció como editorial una extensa carta política que yo le dirigía desde Madrid. Cuando regresé al país, en julio de 1911, él se empeñó en que yo entrase a EL TIEMPO como su compañero en la dirección y en la redacción. Las ganancias de EL TIEMPO entonces eran poco menos que nulas y mi familia y yo atravesábamos circunstancias muy precarias, que me obligaban a trabajar en algo que nos asegurase la subsistencia. Por esa misma razón no pude aceptar la dirección de Gaceta Republicana, que me ofreció Olaya Herrera, mi amigo de toda la vida, porque tampoco allí podía entonces ganarse nada. Entonces el doctor Olaya que era Ministro de Relaciones Exteriores, me nombró oficial mayor del Ministerio, primero, y luego, jefe del archivo diplomático y consular. Cerca de dos años serví ese empleo y adquirí entonces la afición a las cuestiones internacionales que siempre me ha obsesionado. Pero en todos esos dos años, al lado de Alfonso Villegas, trabajé constantemente todas las noches en EL TIEMPO.
16 pesos de utilidad
¿Y cómo adquirió usted EL TIEMPO?
Lo compré por cinco mil pesos. Creo que apenas si alcanzaron a Alfonso Villegas para pagar sus deudas y para marchar a Nueva York, en donde había de ganarse la vida trabajando heroicamente. Yo no tenía esos cinco mil pesos. La herencia de mi padre, único patrimonio mío, consistía en una pequeña casa situada en la calle séptima, abajo de la carrera décima, que valía unos tres mil pesos. Pensé en conseguir un socio e inmediatamente propuse esa combinación a Tomás Rueda, quien de la manera más enfática me convenció de que era un error funesto el entrar así a la vida del periodismo que, como ninguna otra, requiere plena independencia. Un socio, cualquier socio, así sea el mejor de todos, implica, a la corta o a la larga, grandes complicaciones. Resolví entonces, de acuerdo con él, lanzarme solo a la aventura. Los bienes que poseíamos mi mamá, mi hermano Gustavo y yo, valían, en total, unos nueve mil pesos, en fincas raíces, y aunque entonces los bancos exigían que la garantía hipotecaria que se diera excediera en el doble a la suma solicitada, don Carlos Camacho, gerente del Banco de Bogotá, accedió a prestarnos esos cinco mil pesos sobre esas hipotecas. Así se hizo, en octubre de 1913. Ni siquiera para pagar EL TIEMPO tuve necesidad de solicitar la firma o la fianza de nadie.
Por cierto que en 1918, al terminar la primera guerra universal, hubo una considerable alza de precios en Bogotá, y entonces pude vender mi casita de la calle séptima, exactamente por cinco mil pesos, y con ellos pagué la deuda que había contraído para comprar EL TIEMPO.
El doctor Santos guarda silencio unos instantes y exclama:
Quiero declararle, de una manera muy enfática y categórica, que la verdadera característica de EL TIEMPO, lo que constituye su ejecutoria de nobleza, lo que ya en los principios de la vejez me llena de satisfacción y orgullo, es que jamás, jamás, jamás, he tenido un socio capitalista en EL TIEMPO.
Calibán (Enrique Santos Montejo), el famoso columnista de EL TIEMPO, con el doctor Eduardo Santos, Ex Presidente de Colombia (1938-1942), quien adquirió el periódico en 1913. Foto "EL TIEMPO, 70 años de historia".
La verdad es que yo nunca he perdido en EL TIEMPO. El primer mes, julio de 1913, me produjo 16 pesos de utilidad; desde el segundo mes me dio lo necesario para vivir. Cuando ya empezó a ser negocio próspero, con el sobrante que quedaba entre los gastos de mi vida modesta y las entradas cada vez mayores, empezamos a comprar, primero un linotipo, después otro, después la primera Duplex plana, y así hasta llegar a los espléndidos talleres de hoy. Y quiero decir algo más, porque es la verdad, y una verdad de la que estoy muy orgulloso. No sólo me ha animado en la vida periodística esa convicción de que una empresa como EL TIEMPO tiene que estar desligada de entidades capitalistas que pudieran ejercer presión sobre ella en cualquier sentido, sino que he creído también que era mi deber abstenerme por completo y con escrupulosidad perfecta, de participar en ninguna clase de negocios distintos de los lícitos y correctos que implica la vida misma de un diario.
¿Cómo crece un periódico?
¿Y a qué se debe el extraordinario progreso económico de EL TIEMPO? Se debe al ejercicio limpio, impecablemente honrado, de la industria periodística concebida dentro de las más claras normas. Los periódicos independientes que quieran serlo tendrán que vivir de la publicidad noblemente entendida. Ni, jamás, de la publicidad de artículos encaminados a favorecer o a amparar determinados negocios.
EL TIEMPO no lo ha hecho nunca, y nadie ha osado pretenderlo. Los avisos son cosa muy distinta. A ellos apelan quienes quieren favorecer sus intereses, haciendo conocer sus productos y pagando el servicio correspondiente. Entre los avisos de EL TIEMPO y las orientaciones de la dirección y redacción, ha habido y habrá siempre una valla infranqueable. Son cosas totalmente independientes, y es ese el más honrado y claro de los negocios. Yo, personalmente, no he sabido casi nunca, quiénes son los anunciadores de EL TIEMPO. Y estoy seguro de que, en infinidad de casos, muchos de ellos han estado en desacuerdo con la política que EL TIEMPO adelanta. Pero ni ellos tienen que ver con esa política, ni EL TIEMPO tiene intervención ni injerencia ninguna en lo que sus avisadores hagan. Claro está que tampoco EL TIEMPO, ni ningún periódico de la tierra que se respete, publica todos los avisos que se le lleven. En esto las fronteras entre lo lícito y lo ilícito están claramente trazadas.
“Como dijo Martí, uno de los derechos fundamentales del periodista, es el de equivocarse de buena fe."
Pero basta ya de esas reminiscencias personales. Me creo obligado a decir todo lo que he dicho, porque considero que la misión del periodista es esencial y sustancialmente pública. Sin duda, hay actos de mi vida de los que tenga que arrepentirme. Pero como dijo Martí, uno de los derechos fundamentales del periodista, es el de equivocarse de buena fe. Sin duda me he equivocado muchas veces, pero jamás el vil interés ha tenido parte en ello. Si la fortuna ha sido pródiga conmigo, puedo terminar mi existencia mostrando mis manos limpias de toda mancha de dinero, presentando a mi país la imagen sin sombra de un periodista y de un gobernante que no tiene ni un centavo que no haya sido adquirido con la más escrupulosa probidad. Que no ha especulado nunca, ni con su profesión ni con sus puestos; que no tiene miedo de que haya nadie sobre la faz de la tierra que pueda decir que no es cierto cuanto estoy diciendo aquí.
Con voz ligeramente velada por la emoción me dice el doctor Santos:
La vida ha sido muy generosa conmigo y me ha permitido realizar algunas de mis más grandes ilusiones, como la paz entre Colombia y el Perú, como la eliminación de todas las diferencias existentes con Venezuela y la consolidación de íntimas relaciones fraternales entre los dos países. Quise también fundar un gran periódico independiente, libre de todo compromiso económico, fuerte por su propia vitalidad y que con un pasado y unos orígenes intachables, tenga bases económicas vigorosas que le permitan luchar por su país y por sus ideas, sin estar sujeto a imposiciones ningunas, sin depender de nadie, y lo he logrado plenamente.
Cuán emocionado recuerdo tengo de cuantos me han acompañado en las tareas de EL TIEMPO. En todos estos años no he tenido jamás un conflicto de trabajo. He querido ser amigo y compañero de quienes han trabajado conmigo. En las épocas iniciales conviví con ellos todos los días y todas las noches en la más íntima fraternidad, y los recuerdo a todos, los desaparecidos y los presentes, con intenso afecto y agradecimiento constante. Y a quienes ahora lo dirigen y redactan, y a cuantos en él trabajan, han de acompañarlos siempre mi afecto y mi gratitud.
Yo deseo que EL TIEMPO siga siendo una tribuna plenamente independiente, sin interés ninguno en campañas electorales. EL TIEMPO no será nunca incubadora para candidatos de ninguna naturaleza, ni vehículo para negocios ningunos. Tendrá que ser independientemente de los directorios políticos, pero sus orientaciones tendrán que ser francamente liberales. Yo aspiro a que EL TIEMPO sea un periódico profundamente colombiano, que sin caer en los errores funestos del nacionalismo excesivo, defienda siempre las cosas de la patria, acentúe nuestras buenas características y nuestra necesaria personalidad. Que sus suplementos literarios sean típicamente colombianos y reflejen nuestra manera de ser, nuestro pasado y nuestros anhelos. Que trabaje siempre por la paz y la solidaridad colombiana. Que sea una tribuna de concordia y de justicia, alejada de personalismos y de violencia, y que cada uno de sus días represente un esfuerzo por la cultura nacional y por el bienestar de nuestra tierra.
El doctor Santos se levanta, y extendiéndome la mano, dice.
Me parece que como reportaje esto basta y sobra. Si usted ha querido oírme, creo que le he quitado las ganas por mucho tiempo.
Fuente: EL TIEMPO, enero 30 de 1951. "Presente, pasado y porvenir de EL TIEMPO. Un reportaje con el doctor Eduardo Santos". Jaime Posada.
Periodistas, colaboradores, protegidos y más

El periódico siempre ha tenido grandes periodistas y colaboradores: Germán Arciniegas, Tomás Rueda Vargas, Eduardo Carranza, Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo, Enrique Santos Montejo (Calibán), León de Greiff, Fernando Charry Lara, Eduardo Caballero Calderón, Lucas Caballero Calderón (Klim), Baldomero Sanín Cano, Juan Lozano, Hernando Téllez, Luis Eduardo Nieto Caballero, Agustín Nieto Caballero, Próspero Morales, Pedro Gómez Valderrama... y no era raro encontrar en su suplemento literario textos de Vicente Aleixandre, Ortega y Gasset, Pedro Salinas, Pablo Neruda...en reciente libro antológico del doctor Otto Morales sobre Gabriela Mistral se revela que la escritora, premio Nobel de literatura, fue protegida por el doctor Eduardo Santos en épocas de enorme dificultad. En una carta contaba ella: "Si Ibáñez llega al poder me echará y suprimirá mi jubilación de maestra porque así lo hizo antes...me dejó en Europa sin un centavo y Dios sabe mi vida de sesos exprimidos por el periodismo para comer y vivir con decoro. El actual presidente de Colombia (doctor Eduardo Santos) me salvó siete años con un sueldo en su diario, que pagó siete años mi casa".

El Doctor Santos
“Es uno de los hombres de mayor experiencia de la vida intelectual y de la vida real que existan en el mundo circunstante; y esa vasta experiencia conduce al benévolo pesimismo, a la racional misericordia, en que viene a dar lo mismo una cosa que otra, con tal de que se la considere con ojos de intensa solidaridad humana. Santos, que lo ha leído todo, sabe la relatividad de las ideas; sabe cómo los más altos cerebros de la humanidad han profesado las tesis más opuestas; sabe cómo los hombres se han hecho infelices según las más diversas pesquisas de la felicidad; sabe que no vale la pena aumentar el lote de miseria de los humanos con la exigencia de nuevas contribuciones de sacrificio por cosas que no valen la pena. Y se ha refugiado, de tiempo muy lejano en su vida, en aquellas expresiones vagas y abstractas y conocidas y consabidas que, significando en sí mismas sentimientos inobjetables, no provoquen odios ni resentimientos, ni pugnas, ni conmociones, ni dolores". Juan Lozano y Lozano. "Eduardo Santos”
Director, redactor, corrector...
“El doctor Santos hacía casi todas las funciones del periódico", recuerda Germán Arciniegas: "Ahí estaba el escritorio de Eduardo Santos en donde él escribía los editoriales y la vida social, traducía los cables, inflaba los telegramas y completaba con las tijeras lo que su pluma y la de dos o tres amigos -entre ellos don Tomás Rueda Vargas, el inolvidable-, no alcanzaban a suplir. Finalmente, corregía las pruebas.”
Un futuro imprevisto
Jamás imaginaría el doctor Santos el crecimiento del periódico EL TIEMPO y, menos, su participación en otros negocios como el de la televisión o las revistas, pues ello iba en contravía de su pensamiento. Hoy, curiosamente, esa política empresarial de la Casa Editorial de EL TIEMPO de participar en otros sectores ha arrojado algunas pérdidas, por razones muy diversas, claro está, y que comprometen también la situación del país.
Decía el doctor Santos: "Me he abstenido escrupulosamente de cuanto pudiera significar monopolio. A mí se me presentaron, en mi ya larga vida periodística, muchas oportunidades de establecer, bajo mi control político y económico, cadenas de periódicos en Colombia, como existen en tantos países, y las rechacé todas. Por la misma razón me he abstenido de tomar parte en empresas de radiodifusión... No he querido nunca salir del radio exclusivo de mi periódico, de mi empresa sin accionistas y acreedores, de la plena independencia de EL TIEMPO, en todo sentido. Por eso mismo no ha sido nunca EL TIEMPO una casa editorial, ni lo será." Y...hoy es.

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“DAR DE SÍ ANTES DE PENSAR EN SÍ”

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