MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 4    NO 44    MAYO DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Doctor José Ignacio Quevedo 1817-1891”
En memoria de un gran médico

Palabras del doctor Tomás Quevedo Gómez, con ocasión del homenaje a su bisabuelo, el médico José Ignacio Quevedo, en el Hospital Universitario San vicente de Paúl de Medellín.
Tomás Quevedo Gómez Médico gastroenterólogo, Medellín
Soy Tomás Quevedo Gómez, bisnieto de José Ignacio Quevedo, a quien se rinde hoy este homenaje. Me he tomado la vocería de la familia en este acto, pues soy el de más edad entre los 19 médicos aún vivos de los 28 descendientes de él.

Antes que todo quiero dar los agradecimientos a su también bisnieta, la señora Maruja Quevedo de Lucena y al nieto de ella Talbert Navia Lucena, quienes aportaron el valor de este busto; al doctor Juan Guillermo Londoño, Jefe del Servicio de Ginecobstetricia de la Universidad de Antioquia; al doctor Alberto Uribe Correa, Decano de la Facultad de Medicina de la misma Universidad y al doctor Julio Ernesto Toro, Jefe del Hospital San Vicente de Paúl, quienes autorizaron su colocación en el sitio más adecuado, obsequiaron el pedestal y organizaron esta reunión. Y naturalmente, a la escultora doña Luz María Piedrahita, quien logró esta magnífica efigie, basándose en un retrato del doctor Quevedo en su juventud.
Quiero hacer una sucinta relación de las vivencias del doctor José Ignacio para que se vean claras las razones para este homenaje. Nació en 1817 en Santa Fe de Bogotá del matrimonio de don Tomás Quevedo, artesano bogotano de origen español, y doña Aquilina Amaya. Don Tomás estuvo el 20 de julio de 1810 al frente del pueblo que proclamaba su soberanía y se enroló en las filas que con las armas en la mano defendían la independencia. En 1816, aún estando él fuera de la ley, salvó a muchos de caer víctimas de Morillo, Sámano y Enrile, pero tuvo que rescatar su vida a precio de oro de entre las garras españolas, ya que a ese precio quisieron dejársela. Fue amigo personal de la mayoría de los próceres de la Independencia, entre ellos del General Francisco de Paula Santander, a quien prestó unos predios que poseía en la sabana de Bogotá para que pastaran allí las bestias en que había llegado el ejército libertador después de la batalla de Boyacá. Santander costeó de su peculio la educación de José Ignacio en la Universidad Central del Estado donde se graduó como médico a los 21 años. En 1838 fue nombrado profesor en ella en reemplazo del doctor Jorge Vargas. Fue el médico de cabecera del General junto con el doctor José Félix Merizalde, su profesor, hasta su muerte en 1840. Existen dos cuadros, pintados, uno por José María Espinosa ("La agonía de Santander") que está en la Quinta de Bolívar, y otro por Luis García Hevia ("La muerte de Santander") que está en el Museo Nacional, en que se ve a José Ignacio, con Merizalde y otros personajes, al lado del General en su lecho de muerte. A raíz de esta muerte, su estadía en Santa Fe por sus ideas políticas se hizo difícil y emigró a Medellín en 1841, estuvo por un tiempo, y atendió entonces en una enfermedad a la señorita Rafaela Restrepo, nieta de don José Félix de Restrepo. Cuando el padre de ella, don Mariano, le pidió la cuenta le dijo: "Es muy alta señor, la mano de Rafaelita". En 1843 regresó y se instaló definitivamente aquí y el 25 de noviembre contrajeron matrimonio. Tuvieron 10 hijos, tres varones y 7 mujeres, de los cuales desciende toda la familia Quevedo de Antioquia, que hasta 1978 en que logré recopilar el árbol genealógico de José Ignacio constaba de 590 personas, pero por la descendencia femenina el apellido desapareció como primero. Su hijo Tomás operó por primera vez en Latinoamérica un tumor cerebral con diagnóstico y localización previos, y su hija Juana fue la primera mujer que ejerció en Colombia la medicina general, aprendida de su padre, pues entonces las mujeres no podían entrar a las universidades.

En 1844, cuando tenía sólo 27 años, antes del descubrimiento de la anestesia y de la antisepsia, practicó en Medellín y, por primera vez en Latinoamérica, la operación cesárea, con éxito para madre e hijo.

Médico sin sueldo
El doctor José Ignacio Quevedo ejerció en esta ciudad durante 48 años, hasta su muerte en 1891. Fue Miembro del Consejo de Examinadores que en 1851 concedía el título de médico, pues no existía entonces en Antioquia Escuela de Medicina. Cuando ésta comenzó a funcionar en 1872, fue profesor de Materia Médica, Farmacología y Terapéutica en varias ocasiones, sin cobrar remuneración ninguna. Fue por muchos años Director del Hospital de Medellín y se separó del servicio el día que le asignaron sueldo al empleo.

Fue Miembro Fundador, con su hijo Tomás, de la Academia de Medicina de Medellín y su Presidente Honorario Perpetuo. Perteneció a la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá y a la Academia Nacional de Medicina. Este busto ha sido colocado a la entrada del pabellón de Ginecobstetricia, porque un hecho importante de su labor es el haber practicado en 1844, cuando tenía sólo 27 años, antes del descubrimiento de la Anestesia y de la Antisepsia, por primera vez en Latinoamérica la operación cesárea, con completo éxito para madre e hijo. Esta operación la hizo en Medellín, en la fracción de la América, en la casa de la paciente doña Ana Joaquina Echavarría de T. Esto está consignado en la Tesis de Grado de la Universidad de Antioquia del doctor Dorancé Otálvaro y en el libro "Precursores de la Cirugía en Colombia" del doctor Alfonso Bonilla-Naar.Utilizó por primera vez en Colombia el cloroformo como anestésico en 1864, y practicó la resección subperióstica de la tibia con regeneración del hueso antes de que se conociera el poder osteogénico del periostio.

El General Santander costeó la educación de José Ignacio en la Universidad Central del Estado, donde se graduó como médico a los 21 años.

El doctor Manuel Uribe Ángel, su colega y contemporáneo, decía del doctor José Ignacio en el discurso que pronunció en su sepelio: "Alcanzó gran mérito en el campo moral como ciudadano, porque su trabajo en el alivio de la humanidad fue constante e infatigable y por donde quiera que anduvo iba dejando un reguero de beneficios a favor de la clase pobre y un montón de servicios oportunos en bien de los acaudalados y poderosos. Su amenísimo trato, la apostura de su persona, la riqueza de su pensamiento y el fino espíritu de sus agradables anécdotas, hacían que se deseara su presencia en toda ocasión en que la cultura y la cortesía debieran contribuir al aumento de los placeres legítimos, a la formación suave de nuestras costumbres y al solaz y entretenimiento de cuantos lo escuchaban. Provisto de profundos conocimientos acerca de la disposición de los órganos del cuerpo, su escalpelo andaba con absoluta seguridad al través de los tejidos que constituyen el ser humano, porque si daba con alguna de esas supremas dificultades que turban la seguridad de los operadores tímidos o ignorantes, él sabía evitar el peligro con destreza para obtener éxito brillante y salvador. Sus comprofesores de aquel tiempo acataban y respetaban la habilidad de nuestro amigo y aquello de manera tal, que más de una vez su maestría en el acto operatorio, arrancó exclamaciones de aplauso al doctor William Jervis, acostumbrado desde su juventud a presenciar trabajos de profesores eminentes en las escuelas de Londres, de Edimburgo y de París. En el oscuro campo de la Medicina Interna, el Doctor Quevedo, por experiencia consumada y por observación atenta, era verdaderamente eximio y sus innumerables curaciones hechas en ese terreno, garantizan bien la exactitud de mi aseveración. Ingente número de habitantes de nuestro territorio, deben a sus benévolos cuidados, y a su saber, la vida de que disfrutan ellos, sus mujeres, sus hijos y sus deudos. Pocas, tal vez ningunas, sean las familias antioqueñas que no tengan hoy deuda de gratitud con el notable compatriota. El arte de curar tiene en toda comarca de la tierra su padre legítimo; y el padre de él en Antioquia es el hombre cuya muerte deploramos".

Su hijo Tomás operó por primera vez en Latinoamérica un tumor cerebral con diagnóstico y localización previos, y su hija Juana fue la primera mujer que ejerció en Colombia la medicina general.

El doctor Francisco Antonio Uribe, también su colega y contemporáneo, decía en la Asamblea Legislativa del Estado Soberano de Antioquia el 22 de mayo de 1884: "El doctor José Ignacio Quevedo hizo prodigios como cirujano y curaciones maravillosas como médico, de modo que en poco tiempo no tuvo competidores, y hubiera hecho una gran fortuna si él hubiera pensado en sus honorarios; pero él, que no hacía distinción de pobres y ricos para servirles, tampoco lo hizo para cobrarles, y a todos sirvió gratuitamente. Para poder subsistir con su numerosa familia han bastado las mandas espontáneas de sus clientes, porque él ha sido sobrio, económico y modesto por temperamento y por educación. Nunca abrió libro el Doctor Quevedo para llevar cuenta de consultas y recetas, pero su puerta estuvo siempre abierta, de día y de noche, para los pacientes y los necesitados. Y hubo épocas, señores Diputados, en que pasaron semanas entregado a sus enfermos, sin que pudiera disponer de una hora en el día para su familia ni de un par de horas en la noche para su reposo. Comprendemos que aunque pobre, anciano y enfermo, nada le falta al lado de sus laboriosos hijos, pero es el caso que su habitación, perteneciente a sus 7 hijas, amenaza ruina y si sus techos que son antiguos y de mala madera no se cambian, no tardará mucho tiempo en que tengamos que lamentar una desgracia." Esto lo dijo el doctor Uribe para sustentar ante la Asamblea el Decreto # 177 de junio 14 de 1884 que fue aprobado, en el que se destinó la suma de $2.000 pagaderos por trimestres vencidos, para que el doctor Quevedo pudiera reconstruir el techo de su casa, y a la vez ordenó que se colocara en la Escuela de Medicina su retrato al óleo con la siguiente inscripción: JOSÉ IGNACIO QUEVEDO HONRA DE LA MEDICINA Y SACERDOTE DE LA CARIDAD: LA ASAMBLEA DE 1884. Pero esto no se cumplió. En cambio, el original del cuadro pintado por el maestro Grau que reproduce la cesárea y que el Gobierno Colombiano utilizó para lanzar la estampilla conmemorativa del hecho, el 7 de septiembre de 1967, está colocado en el Salón Colombiano del Colegio Internacional de Cirujanos de Chicago (Estados Unidos).
Y hoy, este busto revive merecidamente su memoria, como el paradigma del médico del siglo XIX, audaz, consagrado a su profesión, pues pensaba que el ejercicio de la medicina es algo más que cobrar honorarios y disfrutar de un lugar respetable en la sociedad. Para terminar deseo presentar un hecho histórico, entre los muchos, en la saga de los médicos Quevedo. Si José Ignacio practicó la primera cesárea con madre e hijo vivos en Latinoamérica, su tataranieto Elkin Lucena Quevedo logró 141 años después, en su Centro de Fertilidad y Esterilidad en Bogotá el 10 de enero de 1985, el primer bebé probeta en Latinoamérica, una niña que cumplió ya los 17 años, y posteriormente en agosto de 1995, obtuvo por primera vez en el mundo un hijo sano en una mujer con el gene de la hemofilia, por obtención y escogencia de un embrión sin ese gene.

PROGRAMAS EN BENEFICIO DE LA SALUD
“DAR DE SÍ ANTES DE PENSAR EN SÍ”

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