DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 16    No. 227 AGOSTO   AÑO 2017    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Una breve mirada a La Peste

Cindy Paternina - elpulso@sanvicentefundacion.com

Son muchos los intentos que se han dado para encontrarle justificación a las artes, objetivar los actos humanos es una costumbre tan inveterada como cada hecho ejecutado, pretender aplicar una razón de ser a cada acto, parece ser así el inicio de la crítica, o del debate enriquecedor, pero a veces, este deseo nos hace perder del encanto del deleite puro, de la riqueza de las creaciones del hombre por el simple acto de ser sus creaciones. La literatura no ha escapado de esta pretensión y a pesar de las múltiples explicaciones eruditas que puedan encontrase, una en la que todos coinciden es aquella que indica que un escritor refleja en sus obras, mediado por la imaginación, y a veces por la fantasía, el mundo que lo rodea, y siendo la salud, o por lo menos su conservación, el motor de la vida, no es raro encontrar obras donde es la enfermedad las que cautivaron la atención de los poetas.

El cierre de 79 camas hospitalarias en el Hospital Pablo Tobón Uribe ocasionado por las deudas que dejan entidades liquidadas, y otras aun en operación como Cafesalud, SaludCoop y Caprecom, más la situación crónica de pagos insuficientes por parte de EPS como Savia Salud y Coomeva, es una situación que prende todas las alarmas del sector salud porque evidencia una crisis generalizada en la prestación de servicios de salud en Antioquia.

Es alarmante y agrava la situación, el hecho de que las deudas acumuladas de la EPS Savia Salud obligaran al Hospital General de Medellín a tomar la decisión de restringir solo a urgencias vitales la prestación de servicios a los afiliados de dicha EPS, aunque después la medida se revirtiera, pero es una muestra más del riesgo que afrontan los pacientes de quedarse sin lugares que les presten los servicios adecuados ante la incapacidad de atención en las salas de urgencias de la ciudad de Medellín.

Albert Camus publicó en 1947, tan solo dos años después del final de la catastrófica segunda guerra mundial, una novela pequeña en extensión, pero grande en sentidos. Es posible pensar que el impacto de la barbarie de la guerra influenció el universo descrito por el autor en La peste: el destino de los seres humanos está inevitablemente ligado a los sucesos nefastos, a la imposibilidad de decidir el desenlace de sus vidas, a los exilios obligados y a la pérdida de la sensibilidad ante la muerte.

En una estructura de cinco capítulos Camus presenta la cotidianidad de Orán, un pequeño pueblo en la costa argelina que, como muchos otros, vive sumido en sus labores, sin que nada de extraordinario ocurra, pero que luego vera interrumpida su cotidianidad por las consecuencias que tiene para la ciudad aquel momento en el que la podredumbre de las ratas los invade anunciando la fatídica llegada de la peste. La obra termina abriendo una posibilidad a la esperanza, esa que no se agota nunca, y termina por recompensar la paciencia de Rieux, Tarrou, Grand, Castel y tantos otros personajes que creyeron.

En La peste el autor presenta una serie de situaciones que comienzan a determinar la vida de los habitantes de Orán, posiblemente basadas en la epidemia de cólera que sufrió la ciudad en 1849 tras la colonización francesa, aunque la novela se ambienta en el siglo XX, demostrando que nunca el ser humano está preparado para enfrentar la muerte en grandes proporciones. Dichas situaciones están determinadas por la capacidad de respuesta de las autoridades civiles y sanitarias, las cuales son las únicas que con sus decisiones tienen el poder de intervenir en el desarrollo de los acontecimientos. En un primer momento, todo gira en torno al desconocimiento de lo que acontecía cuando las primeras muertes asombraban a unos y otros sin lograr dar un diagnóstico definitivo. La fiebre alta, la hinchazón de las ingles y los episodios de delirios eran algunos de los síntomas que comenzaron a escucharse por toda la ciudad. Cada vez era mayor el número de habitantes que los padecían. Pese a eso, parecían casos aislados y nadie se atrevía a prender la alarma y llamar a la epidemia por su nombre.

Ante la incapacidad de reacción, aparece un personaje que se vuelve determinante en los giros que toma la historia. El doctor Rieux, un médico entregado a su trabajo, con un carácter sereno, una vida personal reservada y con una toque de paradoja por la enfermedad que padece su mujer y que termina separándolos definitivamente. Él, se convierte en el símbolo de la lucha en contra del escepticismo de algunos de sus colegas y el temor de las autoridades civiles por no alarmar a sus ciudadanos.

La obra plantea de manera acertada un cuestionamiento a la ética de los profesionales de la medicina en situaciones tan extremas como la propagación de una peste. ¿Qué medidas se deben tomar? ¿Cuánto tiempo es necesario esperar para tomar medidas? ¿Es la ciencia capaz de responder a los designios de la naturaleza? Así mismo logra, a través del personaje de Rieux, poner una perspectiva humanizadora del personal médico. Esos seres que mantienen una lucha constante entre la vida y la muerte. Para algunos, serán seres insensibles y fríos, pero Rieux logra demostrar que posee un alto grado de sensibilidad, pues ante la magnitud de la peste su esperanza no desvanece, aún cuando la gente deja de creer en una solución, él continúa luchando por cumplir con su deber de salvar vidas. La Peste también expone una mirada a la constante dicotomía entre la ciencia y la religión. En momentos en que parece que las medidas sanitarias no son suficientes, los ciudadanos de Orán recurren a la fe y a la oración como última esperanza. Afianzado en la figura de Paneloux, el discurso religioso cala en las mentes de los creyentes esperando que Dios se apiade y decida terminar con su sufrimiento.

A pesar de esto, parece que ni Dios ni la ciencia tienen las respuestas. Aunque las medidas higiénicas se extreman, aunque se forman comisiones de voluntarios para atender al número de enfermos, pese a los esfuerzos del doctor Castel por fabricar un suero que se convierta en la cur, y sobre todo a que los propósitos de la ciencia y la religión terminan trabajando juntos, cuando el sacerdote Paneloux decide unirse al trabajo liderado por Rieux.

La peste termina siendo una interesante lectura acerca a lo que pueden llegar a ser los sentimientos humanos puestos a prueba en situaciones extremas. La capacidad de resistir y persistir, el sentimiento de solidaridad que invade a unos y otros capaz de darlo todo por encontrar una solución. Un relato agradable, narrado en forma de crónica por uno de los personajes que fue testigo de la epidemia, es la voz de Camus, quien nació en Argelia, quien da las campanadas que anuncian la muerte sobre Orán.



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