DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 181  OCTUBRE DEL AÑO 2013    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 

Pasajes históricos entre la pobreza,
la exclusión y la enfermedad mental (I)
La pobreza y la locura como “enfermedades sociales”
Jairo Gutiérrez Avendaño Filósofo, Magíster en educación - Estudiante de Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales - elpulso@elhospital.org.co
La concepción de la modernidad en Colombia, en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, promovió los ideales del progreso en términos del perfeccionamiento de la especie humana por la vía biológica, para impedir una supuesta degeneración creciente de la raza. Es así como en el orden de ese discurso eugenista que instauró una higiene física, mental y moral, el desvío, la pobreza y la anormalidad se asumieron como causas de degeneración, asociadas al alcoholismo, la sífilis, la “mala educación” y a la propensión hereditaria, factores que produjeron una clasificación de las llamadas “enfermedades sociales”.
Esta tipología era frecuente desde el siglo XVIII y a lo largo del XIX, como lo señalan los sociólogos David Rothman y Roger Bastide, en tanto la utilización del término “pobre” abarcaba diversas condiciones sociales: “Los debates y legislación sobre los pobres incluían a viudas, huérfanos, enfermos, ancianos, inválidos y locos, sin que se observara entre ellos una clara diferenciación.
La característica identificatoria era la necesidad, moralmente definida, más que las especiales circunstancias que la producían” (1983).
Por ejemplo, en el caso de Antioquia, según Juan C. Jurado, en el censo de 1851 fueron clasificados como “desocupados, indigentes e inhábiles”, los “…limosneros, mendigos, valetudinarios, enfermos ancianos y pordioseros, entre otras categorías como ciego, demente, idiota, loco, retirado y tullido, sin que sea clara la diferenciación entre muchas de ellas y los criterios que se tuvieron en cuenta para hacer tal clasificación. Estas cifras son apenas un indicio del fenómeno, pues no incluye a los pobres con trabajo, que fueron la mayor parte de la población durante todo el siglo XIX” (2010).
En Colombia, de acuerdo con Carlos E. Noguera, a finales del siglo XIX y primera mitad del XX, se referían con el término de “enfermedades sociales”, a la sífilis, la lepra, la tuberculosis, así como la prostitución, el chichismo, la criminalidad, la mendicidad, la epilepsia, la locura (entre otras como el idiotismo, cretinismo), etc. Así refiere un artículo del médico bumangués
Martín Carvajal, publicado en la Revista Médica de Bogotá, una de las publicaciones científicas más prestigiosas de la época, en el que manifestaba su preocupación por el alcoholismo, “tósigo maldito” causante de degeneración física, mental y moral: “…a grandes rasgos, la descripción del terreno en donde germinará la simiente fecunda de las grandes enfermedades: locura, con su tornasolada gama de formas; la degeneración hereditaria, con su cortejo de epilépticos, imbéciles, idiotas; la tuberculosis, la criminalidad, el suicidio, la mendicidad, la prostitución, la despoblación, la ruina moral y material de las personas, las familias, las sociedades, las naciones y las razas, todo por este tósigo maldito que en mala hora apareció en las retortas de los alquimistas de la Edad Media (Carvajal, 1919, p. 176).
En Colombia, de acuerdo con Carlos E. Noguera,
a finales del siglo XIX y primera mitad del XX,
se referían con el término de “enfermedades sociales”,
a la sífilis, la lepra, la tuberculosis, así como a la prostitución,
el chichismo, la criminalidad, la mendicidad, la epilepsia,
la locura (entre otras como el idiotismo, cretinismo), etc.
La recepción de la teoría de la degeneración del psiquiatra austro-francés Bénédict Morel, publicada en 1857, fue difundida por el médico Miguel Jiménez López en su cátedra inaugural de psiquiatría en Bogotá, impartida en agosto de 1916, cuyo tema fue “La locura en Colombia y sus causas”, según la cual se debía a una “viciosa” educación de la juventud, al alcoholismo y la sífilis. De esta manera, consideraba como causas ocasionales “la miseria nacional, violencia en la lucha por la vida, desproporción entre necesidades y medios de satisfacerlas, inconformidad de las clases sociales inferiores, importación de costumbres en decadencia, literatura foránea sensual y decadente, y la labor escandalosa de la prensa” (1916, pp. 216-233).
Por otra parte, según la sociología norteamericana, la locura era tratada como un mal físico, pero se consideraba que sus causas eran producidas por circunstancias sociales: “El control de la conducta era, por supuesto, un medio principal para producir las supuestas curas. Muchos de los primeros psiquiatras vinculaban los orígenes etiológicos de la enfermedad mental a factores sociales, entre los que se incluía la misma civilización” (Giddens, 2000, p. 203).
En el caso de Colombia, en 1924, Maximiliano Rueda Galvis, precursor de la psiquiatría en el país, atribuyó el “avance de las fuentes etiológicas de las 'enfermedades de la mente', fuera del chichismo, a la civilización y la sifilización” (sic) (p. 116). Así también lo señala Julio Manrique el mismo año, respecto del determinismo que pesaba sobre Cundinamarca y Boyacá (denominadas “zona de la chicha” o “zona de la miseria”), donde se producía el mayor número de enfermedades mentales (1924, p. 128). Estos factores coinciden con las mismas etiologías reportadas por Lázaro Uribe Cálad, médico alienista del Manicomio Departamental de Antioquia (1923, pp. 188-198).
 
La locura: reflejo de la
cultura intelectual y moral de los pueblos
El médico Juan Bautista Londoño ¯director del Manicomio Departamental de Antioquia, primero en dictar la cátedra de psiquiatría en este asilo¯, en 1897 insistía en que “partimos del principio de que el loco es, entre todos los desheredados, el ser a quienes las sociedades… deben ver con más consideraciones, y de que una Casa de Locos es algo así como el reflejo de la cultura intelectual y moral de los pueblos”.
Conocer el trato que se procura a los otros, los excluidos, por fuera de la norma social, jurídica y moral, es una forma de develar la concepción de humanidad que tiene una sociedad.
En ese sentido, seis décadas más tarde, Foucault afirmaría que “una historia de la locura sería una historia del Otro -de lo que para una cultura es, a la vez, interior y extraño- y debe por ello excluirse (para conjurar un peligro interior), pero encerrándolo (para reducir la alteridad)”. De ahí que conocer el trato que se procura a los otros, los excluidos, por fuera de la norma social, jurídica y moral, es una forma de develar la concepción de humanidad que tiene una sociedad.
 
Referencias
- Archivo Beneficencia de Cundinamarca. Informe del Síndico de la Colonia de Mendigos, 1924.
- Archivo de historias clínicas del Hospital Mental de Antioquia. Laboratorio de Fuentes Documentales, U. Nacional, Medellín. Consulta mayo-julio de 2011.
- Archivo Histórico de Antioquia. Tomos 2.698-2.702. En: Jurado, Juan C. Pobreza y nación en Colombia, siglo XIX. En: Revista de Historia Iberoamericana, Vol. 3, No. 2, 2010.
- Carvajal, Martín (1919). Contribución a la lucha antialcohólica: alcohol, alcoholismo y locura. Revista Médica (Bogotá), No. 37. En: Noguera, Carlos E. Medicina y política. Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del siglo XX en Colombia. Medellín: Eafit, 2003.
- Giddens, Anthony (2000). Modernidad e identidad del yo. Barcelona: Península.
- Hollingshead, August y Redlich, Frederick (1958). Social class and mental illness, a community study. New York. En: Bastide, Roger (1983). Sociología de las enfermedades mentales. México: Siglo XXI.
- Jiménez L, Miguel. La locura en Colombia y sus causas. Revista Cultura, Vol. III, No. 16, 1916.
- Manrique, Julio (1924-1928). Informe del Médico Síndico del Asilo de Locas. Bogotá: Archivo de la Beneficencia de Cundinamarca.
- Posada, José A. y Torres, Yolanda (1994). Estudio nacional de salud mental y consumo de sustancias psicoactivas- Colombia, 1993. Bogotá: Ministerio de Salud.
- Rothman, David J (1971). The Discovery of the asylum. Boston, Little Brown, p. 4. En: Bastide, Roger (1983). Sociología de las enfermedades mentales. México: Siglo XXI.
- Rueda, Maximiliano (1924). Informe del Médico Síndico del Asilo de Locos. Bogotá: Archivo de la Beneficencia de Cundinamarca.
- Silva, José A (2012). Espacio, Cuerpo y Subjetividad en el Manicomio Departamental de Antioquia: 1875-1930 (Tesis de Maestría en Historia). Medellín: U. Nacional de Colombia.
- Tilly, Charles (1991). Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes. Madrid: Alianza.
- Uribe, Lázaro (1923). Principales factores etiológicos de la locura en Antioquia y Caldas. En: Revista Clínica: órgano de la Sociedad clínica del Hospital de Medellín, Vol. 03, No. 25-28, nvbre.
 

Pasajes históricos entre la pobreza,
la exclusión y la enfermedad mental (II)
La doble “desposesión”:
tanto de sustento como de subjetividad
Jairo Gutiérrez Avendaño Filósofo, Magíster en educación - Estudiante de Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales - elpulso@elhospital.org.co
La medicalización de la pobreza y su asociación con la enfermedad mental, hacia 1920 en Colombia, se evidencia en que la administración y asistencia médica de los asilos de pobres, así como de locos, funcionaban conjuntamente. Cada asilo fue requiriendo de un establecimiento médico para la atención de los pacientes internos, al punto que se habían convertido en “colonias-hospitales”; incluso, los habitantes vecinos acudían a la caridad para pedir consultas médicas gratuitas, como en el caso del Asilo de Mujeres Indigentes y la Colonia de Mendigos. Allí también enviaban a los enfermos incurables, epilépticos y “degenerados” de varios municipios del país. No en vano, en esta doble condición, los pobres y mendigos también eran clasificados en sanos, enfermos, curables e incurables.
La pobreza, y la locura se constituyeron como objetos de saber y de poder a partir de la modernidad, en tanto “desposesión de la subjetividad” en términos de Foucault (2009), y de una “secuestración de la experiencia” según Giddens (2000), puesto que de forma paralela al funcionamiento de las instituciones de exclusión, la locura se separó de la pobreza y así se deshizo esta asociación característica de la época clásica.
La miseria entró en el dominio de la economía, al margen de la internación pública, y de esta manera, dejó de ser considerada una enfermedad social.
En este mismo momento surge la idea de la “corrección”, por cuanto “el secuestro del loco y del criminal se aceleró cuando estas categorías se disociaron de la pobreza en general y cuando se llegó a creer que todo individuo era intrínsecamente capaz de cambiar” (Giddens, 2000, p. 202). Al respecto, conviene destacar la investigación de José Silva (2012) sobre la incidencia del espacio positivado, la objetivación del cuerpo y la desposesión de subjetividad en el caso del Manicomio Departamental de Antioquia.
Respecto de la “miseria” como uno de los factores etiológicos de la locura en Antioquia y Caldas, Lázaro Uribe Cálad afirmaba: “A estas conclusiones hemos llegado al seguir la observación de esos enfermos que se presentan hemaciados, famélicos, esqueléticos, que no tienen otras causas que justifiquen suficientemente la aparición de la psicosis… hay regiones señaladamente prolíficas en estos alienados, lo que nos parece un dato que puede corroborar la tesis que estamos exponiendo; por otra parte, parece que en esas regiones las épocas de escasez y de falta de trabajo retribuido son las más propicias al brote de las locuras por miseria” (1923, p. 196).
En Bogotá, en el caso del Asilo de Locas, el médico Julio Manrique señalaba en 1928: “La mayor parte de las enfermas que llegan a nuestro Asilo pertenecen a la clase más pobre de nuestra sociedad. Casi todas son labradoras o sirvientas, lo que quiere decir que han vivido en las peores condiciones higiénicas, mal alojadas, mal comidas y pobre alimentadas”.
Un caso que coincide con lo anterior es el estudiado en New-Haven (Connecticut, 1958) en el que a partir de estadísticas etiológicas se concluyó que la posición social ocupada en una estructura de clases determinaba el número de enfermos mentales así como el tipo de trastorno mental, neurosis o psicosis, en tanto “el género de vida de la clase baja aparece como un estimulante del desarrollo de los desórdenes psicopáticos. Inferi-mos (de nuestros datos) que el gran número de psicosis en las áreas desheredadas es el efecto de las condiciones de vida de los estratos socioeconómicos inferio-res de la sociedad” (Hollin-gshead, et al, p. 242).
La locura por miseria obraba unas veces debido a las grandes penas morales que ocasionaba la pobreza, y otras, por la desnutrición avanzada. En un trabajo realizado con una muestra de 77 historias clínicas del antiguo Manicomio de Bermejal en Medellín, entre 1920 y 1959, se encontraron tres diagnósticos que aluden a la pobreza como causa de la perturbación mental: un agricultor de 50 años en 1927 “lanza gritos e insultos a consecuencia de la pobreza en que se encuentra. Se ha impresionado debido a la escasez de pan para sus hijos”; mujer de 50 años ocupada en oficios domésticos en 1930 “…está afectada por enajenación mental, enfermedad que está caracterizada por gritos, insomnio, amenazas e insultos; ha comenzado hace ya 15 días a consecuencia de la suma pobreza en que hoy se encuentra con su esposo e hijos…”; mujer de 18 años ocupada en oficios domésticos en 1936, “opina el médico que debe trasladarse al manicomio departamental por su alienación y ser extremadamente pobre”. Asimismo, por las ocupaciones que tenían -en su mayoría hombres agricultores y mujeres en oficios domésticos-, es probable que muchos de los asilados tuvieran dificultades económicas, situación que reducía los medios y capacidad de las familias para facilitar la recuperación y retiro de sus parientes, puesto que algunos eran abandonados en el establecimiento.
En el ámbito nacional, estudios oficiales señalan tres principales determinantes de la salud mental en las últimas décadas del siglo XX: el primero se relaciona con la velocidad de los cambios actuales en la vida de las personas en la dimensión cultural, laboral y tecnológica, así como en el desarrollo global expresado en la urbanización, en el crecimiento rápido de la economía, y en la degradación ambiental, “aspectos que han forzado a millones de personas a asumir dichos cambios y a mirar el futuro sin todavía haber desarrollado destrezas para mirar el presente” (Posada, et al, 1994). Sin embargo, de acuerdo con Charles Tilly, lo anterior vendría a ser parte de lo que él definió como postulados perniciosos del pensamiento social del siglo XX, cuando se asume que “el estado de orden social depende del balance entre procesos de diferenciación y procesos de integración o control; la diferenciación demasiado rápida o excesiva genera desorden”.
Asimismo, considerar que “una amplia variedad de comportamientos reprobables -incluyendo la locura, el asesinato, la bebida, el crimen, el suicidio y la rebelión- resulta de la tensión producida por un cambio social excesivamente rápido” (Tilly, 1991, p. 17). Esta tensión entre las fuerzas del desorden y del orden, ha sido revaluada por la investigación social contemporánea enfocada en estructuras, procesos y comparaciones, frente al reduccionismo de una tipificación bipolar que produjo desde el siglo XIX dogmatismos de clasificación y posturas totalitarias sobre el cambio y el control, en este caso sobre las causas y consecuencias de la pobreza y la locura como fenómenos intervenidos por indicadores de diferenciación e integración social que, mal que bien, en la década de los años 90 del siglo XX, dieron lugar a los índices de desarrollo y de sufrimiento humano .
 
Día Mundial de la Salud Mental 2013: Atención al adulto mayor
El Día Mundial de la Salud Mental, que desde 1992 se conmemora el 10 de octubre, este año dirige su atención a mejorar la situación de los adultos mayores que sufren de trastornos mentales. Según el Informe sobre Salud Mental en el Mundo, publicado en 2001 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de los factores determinantes de estas enfermedades es la edad, junto con la pobreza, el género, los conflictos y desastres, las enfermedades físicas graves, y los factores ambientales y familiares. El aumento de las esperanzas de vida y el crecimiento de la población adulta mayor plantean uno de los mayores retos para las próximas décadas, en cuanto al bienestar de la tercera edad, que hacia el año 2025 representará más del 20% de la población mundial.
 



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