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Tengo la certeza de que si a la Colombia contemporánea
la hubiésemos relatado con temperatura de cronista
-sin renunciar jamás a postulados básicos
como el compromiso con la verdad y el equilibrio-, tendríamos
mucha más claridad sobre la dura realidad que nos
asedia. Ernesto MacCausland
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Su apellido es definición
exacta que describe la región Caribe, su identidad,
historias, costumbres, sus mitos y realidades: McCausland.
Cineasta, juniorista consumado y cantante vallenato frustrado,
Ernesto McCausland, cronista por definición, descubrió
con su perspicacia, pasión y mística, submundos
escondidos de la región Caribe, de Colombia y de algunas
partes del mundo. En sus crónicas conocimos personajes
inéditos con historias que parecían míticas,
y con la habilidad de buen conocedor del lenguaje y de la
creación literaria, plasmaba en un escrito sonidos,
imágenes, sensaciones de los personajes que tocaban
los sentidos. Labor propia del oficio periodístico.
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Ernesto
escribió historias que parecían sacadas de la
imaginación, pero que transcurrían en cualquier
pueblo perdido de la geografía colombiana. McCausland
exploró el ámbito de todos los personajes de sus
historias, conversó con ellos, con sus familiares y amigos,
obtuvo licencia para penetrar en su intimidad y se lanzó
sobre sus historias. Con herramientas de periodismo literario,
construyó centenares de relatos con una técnica
libre, fresca, hasta que al final parecían cuentos, pues
la realidad siempre superaba la ficción.
Fue uno de los cultores de la nueva crónica en Colombia;
tanto en lo audiovisual como en lo literario, sus trabajos se
caracterizaron por la búsqueda permanente de nuevas alternativas
de narración. Ese afán de innovación periodística
se enfocó casi siempre a personajes del común,
protagonistas de extraordinarias historias. Sus crónicas
tenían una virtud enorme: no le quedó región
sin escudriñar en el Caribe colombiano. A Ernesto lo
encontraban en un pueblo, en el mercado de Barranquilla, a la
orilla del río en el Cesar, en Magdalena, a los 3 días
en la plaza de mercado de Sincelejo; el Caribe era su ámbito
y lo descubrió a través de la crónica.
Y descubrió que el periodismo es la gente.
Ernesto todo lo hacía bien: en radio, en Caracol como
codirector del programa Seis AM, en televisión en el
canal regional Telecaribe y como presentador en el noticiero
QAP, en cine, y en prensa, medio que manejaba de manera fantástica.
Lecciones del cronista
Ernesto era muy cuidadoso en lo que hacía y decía,
siempre estaba pendiente de que todo saliera perfecto, desde
la elección de los personajes para sus historias, hasta
las preguntas en sus entrevistas para lograr lo que se deseaba.
Una de sus primeras lecciones para incursionar en el mundo de
la crónica era tener en cuenta que este género
no era un informe y que, por tanto, no se necesitaba grabar
una información en frío, es decir, datos neutros,
fechas, medidas, historia. Siempre me guiaba para encontrar
lo insólito, la expresión humana que siempre marcaba
la diferencia entre un individuo y otro. |
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No defiendo
la crónica por algún motivo
romántico, de poeta nostálgico. Lo hago porque
creo
que, a través del aprovechamiento pleno de los recursos
del lenguaje, del vuelo del espíritu que ella implica,
de las herramientas estilísticas que aporta, de la
honestidadque demanda, de su exploración real del
ser humano, nosaproximamos más a la verdad.
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Ernesto McCausland
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Uno
de los libros favoritos era Antología de grandes reportajes,
porque en él Gonzalo Arango contó cómo
era el feo Sagrado Corazón colgado en la pared de la
sala de Cochise Rodríguez. Por eso su recomendación
era estar siempre alerta a los detalles, al ambiente, olores,
sabores, por ser parte esencial de la historia. Para trabajar
con McCausland había que estar pilas, como
una avispa. Disfrutaba escuchando a un ecuatoriano,
un argentino, un cachaco, costeño, sólo por el
gusto de apreciar sus acentos, su forma particular de emplear
la lengua común, para luego recrearlos en una página.
Guía en periodismo y en la vida
Gracias a Ernesto McCausland escribí en El Heraldo
hace dos años, periódico donde entraba a las 7:00
de la mañana, pero no sabía a qué horas
salía. Hoy, tras su muerte, me fastidian los comentarios
sobre el gran periodista que fue, porque un ser humano no se
debe reducir a lo bueno en su oficio. Y como decimos en Barranquilla,
no se vale, no vale que se vaya una persona que
tuvo siempre la capacidad de soñar con la vida.
Ernesto y yo fuimos compañeros de trabajo, amigos. Compartíamos
desde leads de las crónicas, hasta un refresco en una
tienda en el centro de Barranquilla. Fuimos cercanos en la diferencia
constante. Donde estuviésemos, teníamos constante
comunicación, el uno siempre sabía dónde
estaba el otro. Hoy sigo pensando que uno no debe quedarse con
los te quiero en la boca, y que la muerte debe enseñarnos
a mirarnos más a los ojos, para que nos coja confesados,
no de los pecados sino de los amores.
La vida de Ernesto fue de un amor incansable por la vida, una
entrega incondicional al periodismo. En una conversación,
expresó con ese sentimiento reservado para nosotros los
caribes: Pocos saben con qué sed se bebe el trago
amargo de una quimioterapia.
Aún hay lágrimas en el corazón caribe por
la muerte de Ernesto McCausland, pero siempre será recordado
por su calidez humana, su sencillez, pulcritud, pasión
por el oficio, sus trabajos en El Heraldo de Barranquilla y
otros medios, porque siempre será un valioso ejemplo
de escritura periodística. Porque crónica y McCausland,
son la misma cosa. |
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Cine y premios
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Ernesto
McCausland Sojo nació en Barranquilla en 1961, se inició
en periodismo en 1982 como reportero de noticias judiciales
y redactor del periódico El Heraldo de Barranquilla.
Ganó 16 premios nacionales de periodismo, entre ellos
5 veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar
y el India Catalina a la Vida y Obra, en el Festival Internacional
de Cine de Cartagena. Y el pasado 23 de octubre fue galardonado
con la máxima distinción del Premio Nacional de
Periodismo Simón Bolívar, Vida y Obra.
McCausland también tuvo una faceta de cineasta. Realizó
3 largometrajes: dirigió El último carnaval (1998,
protagonizada por Jorge Cao); Siniestro (2000), premio Mincultura
a la mejor película colombiana; y Champeta Paradise (2003).
También desarrolló 14 cortometrajes y múltiples
documentales.
Al morir a sus 51 años por un cáncer de páncreas,
se desempeñaba como editor general de El Heraldo. Es
considerado uno de los grandes cronistas del periodismo colombiano,
en prensa escrita, radio y televisión. |
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| Juniorista de tiempo
completo |
| McCausland
no creía que los periodistas no pudieran ser hinchas
del equipo de sus amores; el día que Junior jugaba, se
ponía su camiseta rojiblanca desde temprano y se paseaba
por la redacción de El Heraldo para lucirla delante de
todos y hacer sentir esa pasión. La única forma
de que abandonara temprano la redacción, era cuando nos
íbamos al estadio Metropolitano a ver jugar al Junior;
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sentía que
el equipo necesitaba de su aliento y ánimo desde la tribuna
occidental alta, donde era fácil divisarlo por sus 1.90
metros de estatura. Y si el partido era de visitante, se sentaba
frente al televisor de 32 pulgadas que tenía en la redacción
y durante los 90 minutos era imposible sacarlo de allí,
salvo para comentar alguna jugada polémica, un gol o
una oportunidad desperdiciada.
El tema Junior de Barranquilla le apasionaba tanto o más
que el mismo periodismo. Si el partido no lo transmitían
por televisión, no era raro que pidiera auxilio por Twitter
pidiendo imágenes a través de un smartphone. Muchas
veces discutió por el equipo, casi nunca daba la razón
en opiniones sobre un jugador (ej.: ninguno de los goles que
le hicieron al arquero uruguayo Berbia fue culpa suya). Festejaba
cuando un jugador al que defendía, hacía un gol
o tenía una buena actuación; incluso, un día
antes del partido de ida de la final ante Once Caldas, fue a
la concentración del Junior y al regresar pidió
una página, porque entrevisté a Giovanni
Hernández. La crónica salió al día
siguiente: El niño feliz que sorteó los
goles de la pobreza 6 |
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