DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 174  MARZO DEL AÑO 2013    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Ernesto McCausland:
crónica del
Caribe en periodismo

Harvey Daniel Valdés V. Periodista elpulso@elhospital.org.co
“Tengo la certeza de que si a la Colombia contemporánea la hubiésemos relatado con temperatura de cronista -sin renunciar jamás a postulados básicos como el compromiso con la verdad y el equilibrio-, tendríamos mucha más claridad sobre la dura realidad que nos asedia”. Ernesto MacCausland
Su apellido es definición exacta que describe la región Caribe, su identidad, historias, costumbres, sus mitos y realidades: McCausland. Cineasta, juniorista consumado y cantante vallenato frustrado, Ernesto McCausland, cronista por definición, descubrió con su perspicacia, pasión y mística, submundos escondidos de la región Caribe, de Colombia y de algunas partes del mundo. En sus crónicas conocimos personajes inéditos con historias que parecían míticas, y con la habilidad de buen conocedor del lenguaje y de la creación literaria, plasmaba en un escrito sonidos, imágenes, sensaciones de los personajes que tocaban los sentidos. Labor propia del oficio periodístico.
Ernesto escribió historias que parecían sacadas de la imaginación, pero que transcurrían en cualquier pueblo perdido de la geografía colombiana. McCausland exploró el ámbito de todos los personajes de sus historias, conversó con ellos, con sus familiares y amigos, obtuvo licencia para penetrar en su intimidad y se lanzó sobre sus historias. Con herramientas de “periodismo literario”, construyó centenares de relatos con una técnica libre, fresca, hasta que al final parecían cuentos, pues la realidad siempre superaba la ficción.
Fue uno de los cultores de la nueva crónica en Colombia; tanto en lo audiovisual como en lo literario, sus trabajos se caracterizaron por la búsqueda permanente de nuevas alternativas de narración. Ese afán de innovación periodística se enfocó casi siempre a personajes del común, protagonistas de extraordinarias historias. Sus crónicas tenían una virtud enorme: no le quedó región sin escudriñar en el Caribe colombiano. A Ernesto lo encontraban en un pueblo, en el mercado de Barranquilla, a la orilla del río en el Cesar, en Magdalena, a los 3 días en la plaza de mercado de Sincelejo; el Caribe era su ámbito y lo descubrió a través de la crónica. Y descubrió que el periodismo es la gente.
Ernesto todo lo hacía bien: en radio, en Caracol como codirector del programa Seis AM, en televisión en el canal regional Telecaribe y como presentador en el noticiero QAP, en cine, y en prensa, medio que manejaba de manera fantástica.
Lecciones del cronista
Ernesto era muy cuidadoso en lo que hacía y decía, siempre estaba pendiente de que todo saliera perfecto, desde la elección de los personajes para sus historias, hasta las preguntas en sus entrevistas para lograr lo que se deseaba. Una de sus primeras lecciones para incursionar en el mundo de la crónica era tener en cuenta que este género no era un informe y que, por tanto, no se necesitaba grabar una información en frío, es decir, datos neutros, fechas, medidas, historia. Siempre me guiaba para encontrar lo insólito, la expresión humana que siempre marcaba la diferencia entre un individuo y otro.
“No defiendo la crónica por algún motivo
romántico, de poeta nostálgico. Lo hago porque creo
que, a través del aprovechamiento pleno de los recursos
del lenguaje, del vuelo del espíritu que ella implica,
de las herramientas estilísticas que aporta, de la
honestidadque demanda, de su exploración real del
ser humano, nosaproximamos más a la verdad”.
Ernesto McCausland
Uno de los libros favoritos era Antología de grandes reportajes, porque en él Gonzalo Arango contó cómo era el feo Sagrado Corazón colgado en la pared de la sala de “Cochise” Rodríguez. Por eso su recomendación era estar siempre alerta a los detalles, al ambiente, olores, sabores, por ser parte esencial de la historia. Para trabajar con McCausland había que “estar pilas”, como una “avispa”. Disfrutaba escuchando a un ecuatoriano, un argentino, un cachaco, costeño, sólo por el gusto de apreciar sus acentos, su forma particular de emplear la lengua común, para luego recrearlos en una página.
Guía en periodismo y en la vida
Gracias a Ernesto McCausland escribí en El Heraldo hace dos años, periódico donde entraba a las 7:00 de la mañana, pero no sabía a qué horas salía. Hoy, tras su muerte, me fastidian los comentarios sobre el gran periodista que fue, porque un ser humano no se debe reducir a lo bueno en su oficio. Y como decimos en Barranquilla, “no se vale”, no vale que se vaya una persona que tuvo siempre la capacidad de soñar con la vida.
Ernesto y yo fuimos compañeros de trabajo, amigos. Compartíamos desde leads de las crónicas, hasta un refresco en una tienda en el centro de Barranquilla. Fuimos cercanos en la diferencia constante. Donde estuviésemos, teníamos constante comunicación, el uno siempre sabía dónde estaba el otro. Hoy sigo pensando que uno no debe quedarse con los “te quiero” en la boca, y que la muerte debe enseñarnos a mirarnos más a los ojos, para que nos coja confesados, no de los pecados sino de los amores.
La vida de Ernesto fue de un amor incansable por la vida, una entrega incondicional al periodismo. En una conversación, expresó con ese sentimiento reservado para nosotros los caribes: “Pocos saben con qué sed se bebe el trago amargo de una quimioterapia”.
Aún hay lágrimas en el corazón caribe por la muerte de Ernesto McCausland, pero siempre será recordado por su calidez humana, su sencillez, pulcritud, pasión por el oficio, sus trabajos en El Heraldo de Barranquilla y otros medios, porque siempre será un valioso ejemplo de escritura periodística. Porque crónica y McCausland, son la misma cosa.
 
Cine y premios
Ernesto McCausland Sojo nació en Barranquilla en 1961, se inició en periodismo en 1982 como reportero de noticias judiciales y redactor del periódico El Heraldo de Barranquilla. Ganó 16 premios nacionales de periodismo, entre ellos 5 veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el India Catalina a la Vida y Obra, en el Festival Internacional de Cine de Cartagena. Y el pasado 23 de octubre fue galardonado con la máxima distinción del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, Vida y Obra.
McCausland también tuvo una faceta de cineasta. Realizó 3 largometrajes: dirigió El último carnaval (1998, protagonizada por Jorge Cao); Siniestro (2000), premio Mincultura a la mejor película colombiana; y Champeta Paradise (2003). También desarrolló 14 cortometrajes y múltiples documentales.
Al morir a sus 51 años por un cáncer de páncreas, se desempeñaba como editor general de El Heraldo. Es considerado uno de los grandes cronistas del periodismo colombiano, en prensa escrita, radio y televisión.
 
Juniorista de tiempo completo
McCausland no creía que los periodistas no pudieran ser hinchas del equipo de sus amores; el día que Junior jugaba, se ponía su camiseta rojiblanca desde temprano y se paseaba por la redacción de El Heraldo para lucirla delante de todos y hacer sentir esa pasión. La única forma de que abandonara temprano la redacción, era cuando nos íbamos al estadio Metropolitano a ver jugar al Junior;
sentía que el equipo necesitaba de su aliento y ánimo desde la tribuna occidental alta, donde era fácil divisarlo por sus 1.90 metros de estatura. Y si el partido era de visitante, se sentaba frente al televisor de 32 pulgadas que tenía en la redacción y durante los 90 minutos era imposible sacarlo de allí, salvo para comentar alguna jugada polémica, un gol o una oportunidad desperdiciada.
El tema Junior de Barranquilla le apasionaba tanto o más que el mismo periodismo. Si el partido no lo transmitían por televisión, no era raro que pidiera auxilio por Twitter pidiendo imágenes a través de un smartphone. Muchas veces discutió por el equipo, casi nunca daba la razón en opiniones sobre un jugador (ej.: ninguno de los goles que le hicieron al arquero uruguayo Berbia fue culpa suya). Festejaba cuando un jugador al que defendía, hacía un gol o tenía una buena actuación; incluso, un día antes del partido de ida de la final ante Once Caldas, fue a la concentración del Junior y al regresar pidió una página, “porque entrevisté a Giovanni Hernández”. La crónica salió al día siguiente: “El niño feliz que sorteó los goles de la pobreza” 6
 



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