MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 14    No. 169  OCTUBRE DEL AÑO 2012    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes

Calvin: -"¿No es extraño que la evolución nos haya dado un sentido del humor? Cuando piensas sobre esto, es un poco loco que tengamos una respuesta psicológica a lo absurdo. Nos reímos de lo que no tiene sentido. Nos gusta. Pensamos que es divertido. ¿No crees que es por eso que apreciamos lo absurdo? ¿Por qué desarrollaríamos esto? ¿En qué nos beneficia?
Hobbes: -"Supongo que si no nos reímos de lo que no tiene sentido, no podríamos reaccionar a un montón de cosas que tiene la vida.
Calvin: (Después de una larga pausa) -"No puedo decirte si eso es divertido o verdaderamente aterrador".

William "Bill" Watterson II (Washington, 1958). Dibujante conocido por ser el autor de la tira cómica Calvin y Hobbes así como de algunos dibujos de la revista norteamericana Target: The political cartoon quarterly magazine.
¿Y de la crisis de la “institucionalidad”
en el sistema de salud, quién habla?
Juan Darío García Londoño - Profesor Universidad de Antioquia Grupo de Economía de la Salud - elpulso@elhospital.org.co
Salvo el tema de la paz, en los últimos meses no hay tema que acapare tanto la atención como la situación preocupante por la cual atraviesa el sistema de salud. Pero la novedad no es tanto sobre sus diversas manifestaciones críticas, justificadas desde hace varios años por los distintos actores involucrados, sino sobre la divergencia de posiciones en torno de los factores causales de dicha situación y las alternativas de solución. Si bien son ampliamente conocidos y bien explicados los problemas de estructura, de funcionamiento y de operación que afectan el desempeño global de Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS), no pasa lo mismo cuando se trata de reflexionar sobre el origen y las consecuencias del deterioro paulatino de la “institucionalidad” dentro del sistema.
No pocos diagnósticos tratan de dar cuenta de los males del sistema de salud. Desde la introducción del mecanismo de “competencia regulada”, pasando por la concepción dominante de un modelo asistencialista curativo, hasta el diseño mismo de un sistema donde, frente a la desidia estatal, los intermediarios privados imponen su lógica. Sin juzgar la validez de esos estudios, no se puede olvidar la hipótesis que plantea que más allá de los problemas de estructura e implementación de la Ley 100/93, la falla esencial radicaría más bien en el debilitamiento progresivo de la institucionalidad del sistema de salud. Así, más que las fracturas y limitaciones del modelo de aseguramiento, lo que también entró en crisis fue el soporte “institucional” que toda sociedad en general -y sistema en particular- requiere para su eficaz funcionamiento (incluso las “economías de mercado” necesitan reglas institucionalmente convenidas por actores sociales y políticos).
El concepto de institucionalidad es relativamente nuevo en el campo de las ciencias sociales. Su aporte desde la teoría neo-institucional es bastante simple y útil, toda vez que trata de dar cuenta del conjunto de normas o convenciones que rigen y moldean el comportamiento humano en una sociedad.
Recientes investigaciones académicas en temas tan disímiles como el fracaso de las naciones, desarrollo económico, competitividad, desigualdad y pobreza, pretenden relacionar sus objetos de análisis con la calidad de las “instituciones”. Superando la visión convencional de organizaciones burocráticas o de marcos legales o administrativos, las “instituciones” son, en última instancia, las reglas de juego -explícitas o implícitas- que un conjunto de asociados deciden pactar y acatar en aras de disminuir la incertidumbre y fortalecer la confianza y la cooperación.
Secuelas de la crisis de institucionalidad en salud
Así las cosas, hablar de una buena institucionalidad implica un conjunto variado y simultáneo de condiciones: la transparencia de las acciones de todos los involucrados, el acatamiento a las normas convenidas, el respeto al marco regulatorio definido y, sobre todo, el ejercicio pleno y legítimo de la autoridad pública establecida. En este orden de ideas, difícilmente un sistema económico o uno tan específico como la salud, podría lograr con éxito sus metas sin un adecuado “marco institucional”.
Por oposición, la corrupción, el tráfico de influencias, la ineptitud, la captura de la autoridad pública central por poderosos intereses económicos, la falta de autonomía e independencia de los entes reguladores y de control, entre otras características, afectarían la institucionalidad al punto de generar incentivos perversos proclives a la fragmentación, la ineficiencia y la auto-destrucción. En sintonía con las variadas falencias institucionales que caracterizan la nación colombiana, el análisis al campo del SGSSS es igualmente pertinente. En efecto, hoy se reconoce que algunas dificultades del sector salud no son necesariamente por falta de recursos financieros, sino su flujo, su transparencia, su control y rápida ejecución; igualmente, es generalizada la idea de que no faltan más normas, sino que es necesario garantizar el cumplimiento cabal de las existentes (¿cómo entender que el 67% de tutelas de salud en 2011 hayan sido por negación de servicios POS?).
Asimismo, nadie refuta que exista formalmente un Estado Social de Derecho: lo que se requiere es que ejerza efectivamente su autoridad en defensa y protección del interés general. De igual forma, se sabe que hay avances en los entes de control y de regulación, pero urge que, además de seguir su proceso de perfeccionamiento, sean operados por personas técnicamente competentes, probas, diligentes… (¿Será razonable el argumento del gobierno de pretender eliminar la CRES?). Finalmente y de manera más comprehensiva, ¿cómo seguir pensado en un proceso de reconstrucción de una nueva institucionalidad al interior del SGSSS?
Independientemente de las
propuestas y contra-propuestas para mantener
a ultranzao cambiar radicalmente el SGSSS,
lo que debería estar en primer orden de
discusiónes el fortalecimiento de la
“institucionalidad en salud”.
En primer lugar y bajo la consigna de avanzar en la conquista del derecho a la salud, el ejercicio de la autoridad sanitaria debe recuperar su credibilidad y legitimidad. Ello significa pasar de un sistema que parte de la premisa “si te enfermas, te curo”, a otro donde la función rectora trate por todos los medios promocionales y preventivos de proteger, preservar, cuidar y mantener la salud integral de sus asociados. Este re-direccionamiento estratégico sobre un nuevo modo de pensar el proceso salud-enfermedad, sólo es posible si existen “reglas de juego” claras, aceptadas y acatadas por todos las partes involucradas en el sistema.
Es por esto que cobra relevancia la probidad técnica y el respeto a los entes de regulación y control, sin los cuales no podría existir la credibilidad y la cooperación necesarias para que el sistema cumpla sus propósitos esenciales. Empero, lo anterior no sería una realidad si dejamos de lado un soporte técnico clave aún precariamente consolidado en el SGSSS: la información bajo el control pleno de la autoridad sanitaria. Todo lo cual, con miras a garantizar la supervisión no sólo de la calidad de los servicios de salud, sino del control de costos y la transparencia de los cuantiosos recursos financieros que aún fluyen por las grises, congestionadas y porosas venas del actual sistema de salud.
En suma, independientemente de las interesantes propuestas y contra-propuestas de todo tipo que hoy abruman a la opinión pública para mantener a ultranza o cambiar radicalmente el SGSSS, lo que debería estar en primer orden de discusión es el fortalecimiento de la “institucionalidad en salud”. Aquí puede aplicar el caso de interesantes iniciativas defendidas por diversos movimientos sociales y un tipo de academia militante pro-derecho fundamental a la salud, los cuales abogan por la instauración de un sistema único estatal de salud. En realidad, la propuesta podría no ser tan descabellada si no fuera porque todavía, para desgracia de la Nación, no se cuenta con un Estado transparente, inteligente, efectivo, no propenso siempre a ser cooptado por poderosos grupos de intereses económicos nacionales e internacionales; y donde la corrupción, la estatal y la privada, pudiera ser recordada como una práctica funesta del pasado. Infortunadamente, en pleno siglo XXI Colombia tiene aún mucho por aprender sobre pactos sociales y cumplimiento de normas básicas.
 
Desconfianza se escribe con “s de salud”
Francisco De Paula Gómez Vélez, MD Presidente ejecutivo AFIDRO - elpulso@elhospital.org.co
Por primera vez un ministro de Salud señala que “hay una crisis de confianza, de orden y de legitimidad en el sistema de salud”. Dado que algunos de sus antecesores se dedicaron a enfrentar a los agentes entre sí y a señalar como culpables por los problemas de la salud, ora a unos ora a otros, pero nunca a su incapacidad para coordinarlos, el pronunciamiento del Ministro Gaviria es trascendental.
La pauta general de relacionamiento entre los agentes del sistema de salud colombiano es de desconfianza, desconfianza alimentada por una cartera monumental. ¿Qué sector sobrevive con carteras de 250 días como sucede en varios puntos del sistema, o con la inveterada práctica de deudores -públicos y privados- que desconocen sus obligaciones vencidas, exigiendo descuentos del 20% o 30% y nuevos plazos? En un sector donde ningún contrato o compromiso vale y donde no se respetan los acuerdos comerciales, la depredación se volvió norma. Este comportamiento se estableció dentro del sistema hace años y no ha habido quien promueva su solución.
La desconfianza no obedece sólo al desarreglo comercial, también la alimentan desacuerdos ideológicos sobre cuál debiera ser el modelo de salud: ¿Público? ¿De aseguramiento? ¿De oferta de servicios? Después de 18 años ese pulso pareciera perpetuo, siendo común que algunos representantes gremiales sólo vean viable al sistema acabando con su contraparte.
Diferentes agentes políticos o sociales cuya profesión es 'no estar de acuerdo' parecieran impulsar debates con el ánimo de mantener un ambiente crispado; y asoma también una pugna entre algunos entes de vigilancia y control, que aunque poco ayuda, parece que está de moda.
Sin duda, hay quienes buscan de forma genuina el mejoramiento de la atención del servicio y un más humano y eficiente modelo de salud, pero terminan atrapados en esta maraña de dimes y diretes. Así que al final del día, tanto los problemas de la salud como los actores mismos permanecen flotando en la 'crónica roja' y los problemas siguen sin solucionarse. En esas condiciones no es de extrañar que amplios sectores de la vida nacional no crean en el sistema de salud.
Finalmente, no se olvide que este desorden en buena medida lo promovió el no haber actualizado el POS durante 17 años y no haber aclarado a tiempo los puntos de conflicto en la prestación de servicios, lo que promovió la actitud generalizada de 'haga lo que pueda'.
“No importa si el modelo de salud
se mantieneo si se lo cambia en razón de
cualquiera de los tantos proyectos de ley.
Si no se trabaja en construir confianza, en arreglar
este desordeny en ganar legitimidad,
la crisis se mantendrá”.
Dr. Francisco de Paula Gómez
Es hora de hacer un Pacto Social por la Salud, pues mantener esta crisis de desconfianza lo que sí logra con eficiencia es afectar a los pacientes, a quienes necesitan de verdad los servicios. Y para comenzar la construcción de este Pacto Social por la Salud, se requiere que de forma consensuada tanto el gobierno como los diferentes agentes del Sistema se reúnan y acuerden reglas claras de debate, de comportamiento comercial, de respeto por la imagen, honra y existencia de los otros, de manera que prevengan y solucionen sus controversias. Independientemente de los rumbos que tome el modelo de salud, esto servirá para que las cosas funcionen eficientemente, y sobre todo, dentro de un marco de colaboración y competencia leal.
No importa si el modelo de salud se mantiene o si se lo cambia en razón de cualquiera de los tantos proyectos de ley que ya se anuncian otra vez. Mi impresión es que si no se trabaja en construir confianza, en arreglar este desorden y en ganar legitimidad, la crisis se mantendrá.
¿Por qué sacaron a Betty
si era tan buena ministra?
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista - hernandoguzmanpaniagua@gmail.com - elpulso@elhospital.org.co
La salida de la ministra de Salud y Protección Social, Beatriz Londoño Soto, es algo más que otro movimiento del ajedrez político nacional. La tolerancia del país político y la indiferencia del país nacional ante estas maniobras son síntomas de la postración espiritual de una nación donde sus ciudadanos viven de espaldas a la realidad.
El común de las personas renuncia al pensamiento con estereotipos mentales como “Cada matador torea con su cuadrilla”, “El puesto le quedó grande”, “Así es la política”, refrendados por expresiones manidas del argot oficial: “Cambios administrativos de rutina”, “Ejercicio legítimo del poder discrecional del Presidente”, “Oxigenación del gabinete”, etc.
La doctora Beatriz Londoño pagó con su cabeza el precio de la lealtad al Presidente Santos y a su partido, no siempre bien reconocida (“así paga el diablo…”), pero también de la honestidad y de las sanas ideas que profesa en materia de salud pública. La cabuya revienta por el lado más delgado y Beatriz no fue la excepción a la regla que imponen con impúdico poder los empresarios que, con razón o sin ella, vieron amenazadas sus pingües ganancias: los consorcios transnacionales farmacéuticos y sus áulicos y prebendados locales, ya sean poderosos trusts del aseguramiento (“cartel de las EPS”, los llama un ente de control), el gremio farmacéutico local que defiende sus intereses, congresistas y funcionarios venales, y hasta modestos médicos que reciben la coima de los agentes de laboratorios gringos o europeos. Al imperio se sirve apoyando regulaciones anti-nacionales que vuelven inaccesibles los medicamentos, propiciando la compra masiva de esos productos a precios irracionales, recobrándolos al Estado y aumentando así la espiral especulativa, o prescribiendo fármacos que no admiten “peligrosas” bio-equivalencias colombianas.
Como lo planteó César Rodríguez Garavito en El Espectador, ningún ministro antes de la doctora Londoño había tenido el coraje para poner coto a los precios astronómicos de los medicamentos multinacionales, para fijar precios máximos de recobro, incorporar al POS algunos de los medicamentos más demandados, ni para intentar regulaciones que controlasen la infame corruptela de varias ricas EPS. Por talante político, Beatriz Londoño no fue la mejor ministra ni tampoco la peor. Brillar como “estrella del gabinete” nunca fue su objetivo, y en esto marcó diferencia con muchos colegas y antecesores, su bagaje científico y humanístico acrisolado en la Universidad de Antioquia la distinguieron.
El gobierno parece no comprender
la oportunidad de cambio institucional que
dilapidó saliendo de la doctora Beatriz
y al resto del país no le importa.
Las presiones que soportó fueron muchas y tratando de armonizar tantos intereses, sucumbió. Prefirió perder el piso político antes que renunciar al sustento ideológico, y así se cumplió la sentencia de Catón el Censor: “Ninguna ley es bastante cómoda para todos”. En el maremágnum de papel en que naufraga el sistema de salud, la Ministra sostuvo su credo, expresado así, por ejemplo, para el Plan de Salud Mental: “Nos hemos propuesto no seguir con documentos llenos de diagnósticos, sino orientados a la acción”. Crítica y a la vez conciliadora frente a todos los actores del sistema y auto-crítica como funcionaria, clamó por un lenguaje común; recientemente expresó en Medellín: “En general, los ministerios son soberbios y muchas veces creen que todo lo que se diga es la última verdad, la última Coca Cola del desierto; todo lo contrario: los ministerios tenemos que estar abiertos a oír a la academia, yo celebro que sea ella la que genere esa interlocución y nos muestre dónde nos estamos equivocando”.
El cambio de la ministra Beatriz Londoño es un episodio lamentable, precedido por los grotescos ataques inferidos, en reciente debate congresional, por el ministro de Hacienda, su compañero de equipo, falto de pudor, de elemental solidaridad gubernamental y hasta de elegancia y caballerosidad ante una dama que sólo trató de hacer las cosas bien y en buena medida lo estaba logrando. A un sistema sanitario desvertebrado y errático, se suma un gobierno incapaz de afinar su rectoría y que imitando al Deportivo Cali que nombra 4 entrenadores en un mismo torneo, tiene 4 ministros del ramo en apenas dos años. Se incluye uno que suma los entuertos que prohijó en el Ministerio (como el desacato de una tutela) a sus propios líos jurídicos. El gobierno parece no comprender la oportunidad de cambio institucional que dilapidó saliendo de la doctora Beatriz y al resto del país no le importa. Por mera higiene mental, considero inútil engrosar el coro de críticas que acompañó el nombramiento del doctor Alejandro Gaviria Uribe. Méritos para una buena gestión le sobran: inteligencia, notable trayectoria profesional y honestidad hasta ahora no cuestionada. Prefiero decir con Antonio Gramsci: “Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad” .
  Bioética
Enderezar lo intrínsecamente torcido
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Pocos días antes del sensacional aviso de las conversaciones de paz -Dios quiera que sean inspiradas en la verdad y en la justicia- se escucharon voces de algunos legisladores que defendían el fracasado sistema actual de atención médica. Parece no bastarles a estos ilusos las continuas quejas comprobadas de la pésima atención de las instituciones creadas por la Ley 100, de cómo lo que interesa a éstas es el negocio y no la salud, así sus lemas propagandísticos digan lo contario, pues EPS, IPS y similares fueron creadas legalmente
para hacer negocio, para explotar un comercio, así sea el tenebroso de vidas humanas, y en general han tenido mucho éxito en este campo del tráfico de la salud.
Si queremos devolver al paciente -sano o enfermo- la dignidad intrínseca que le corresponde como persona desde la concepción hasta su muerte, si queremos cumplir con esta obligación ética y además legal, según la constitución vigente en Colombia, la de 1991 -artículo 17-, las instituciones creadas por la Ley 100 deben desaparecer y retornar al sistema de atención médica personal, liberal, inspirado en la doctrina de Hipócrates y bajo la estricta vigilancia del Estado, para evitar y para sancionar ejemplarmente todo abuso, toda injusticia, sea ésta cometida por los profesionales de la salud o por los mismos pacientes que pretenden que disfrutar de un servicio público puede convertirse en libertinaje, con perjuicio de terceros.
Cuando en una de las universidades en la que tuve el honor de ser profesor, llamé la atención del vehemente ministro expositor que trataba de vender la idea de la magnificencia de la nueva susodicha Ley acerca de los errores y horrores éticos que tenía en relación con la ética hipocrática, me respondió que esa ética era muy vieja y debía cambiarse, y agregó que los médicos habíamos tenido en las manos un gran negocio que no habíamos sabido explotar y que ahora la nueva Ley 100 nos daría la oportunidad de hacerlo. ¡Su predicción se ha cumplido pero no en lo atinente al honorable cuerpo médico que cada vez se ve más empobrecido y explotado, sino a las EPS e IPS que se quedan con la totalidad de los profetizados gananciales!
Ya es tiempo de que nuestros legisladores sensatamente analicen la situación de gran número de nuestros pacientes, el cúmulo de quejas de éstos y de profesionales que sólo tienen interés en el servicio a quien necesita consejo honesto respecto de su salud y decidan con justicia el futuro de las instituciones comerciales creadas por la Ley 100. No se puede negar que algunos han recibido beneficios de parte de dichas instituciones pero no constituyen una mayoría, y un buen número sólo se obtuvo mediante tutelas interpuestas reclamando lo que les pertenecía, a lo que tenían derecho.
La intrínseca deshonestidad de dicha Ley que convierte en negocio, en comercio, un derecho de toda persona y una obligación irrenunciable del Estado, debe corregirse con su abolición.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
 

Maestro, ¿qué es eterno?

Los procesos de paz en Colombia. Vivimos la misma guerra desde que llegaron los españoles hasta hoy, y miles de procesos de paz para acabarla: entre indios y conquistadores, Patria Boba, Independencia (por cada diálogo surgían tres guerras más), República con guerras civiles en todo el siglo 19 (cada paz preparaba un nuevo conflicto), Guerra de los Mil Días, ¡casi nada!, Paz de Neerlandia, Violencia Política de los años 50´s con tantos intentos de paz como muertos, los pactos de Benidorm y Sitges dan paso a la guerra actual, “pacecitas” con M-19, EPL, Quintín Lame y Corriente de Renovación Socialista e hijuemil intentos frustrados con las FARC. ¿Cuándo será, pequeño saltamontes, cuándo será…?

 
 











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