DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 148  ENERO DEL AÑO 2011    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Mario Vargas Llosa
Vargas Llosa
y García Márquez, historia de
una cordial enemistad
Hernando Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co

Mario Vargas Llosa y su ilustre colega colombiano Gabriel García Márquez, laureados con el Premio Nobel de Literatura, son dos vidas paralelas tan similares como distintas; al fin y al cabo, las líneas paralelas sólo se encuentren en el infinito, según la geometría euclidiana.
Se conocieron en 1967 en Venezuela, donde Mario recibió el premio literario más importante de América Latina, el Rómulo Gallegos, el mismo año en que se publicó Cien años de soledad. Cuenta Vargas Llosa: “Nos conocimos la noche de su llegada al aeropuerto de Caracas; yo venía de Londres y él de Méjico y nuestros aviones aterrizaron casi al mismo tiempo. Antes habíamos cambiado algunas cartas, y hasta habíamos planeado escribir, alguna vez, una novela a cuatro manos -sobre la guerra tragicómica entre Colombia y Perú en 1931-”. Recuerda la cara de Gabo, “desencajada por el espanto reciente del avión -al que tiene un miedo cerval (...) Nos hicimos amigos y estuvimos juntos las dos semanas que duró el Congreso, en esa Caracas que, con dignidad, enterraba a sus muertos y removía los escombros del terremoto”. En el turbulento vuelo de Mérida a Caracas, Mario “aterrado, conjuraba la tormenta recitando a gritos poemas de Darío”, y le decía al colombiano: “Ahora que vamos a morir, dime sinceramente qué piensas de “Zona Sagrada”, de Carlos Fuentes.
Así comenzó este amor fatal entre dos “enemigos íntimos”, como alguien dijera a propósito de la pelea a un solo round en que terminó una guerra no declarada. García Márquez fue padrino del segundo hijo de Vargas Llosa. La estancia en Barcelona dejó en ambos una impronta literaria, más visible en Vargas Llosa, como una dosis de la identidad cultural y lingüística: allí nació en su segunda patria. García Márquez, en cambio, cuenta: “Yo me vine a Barcelona porque creía que nadie me conocía”. María Pilar Serrano, esposa del fallecido escritor chileno José Donoso, testificó: “Verdadera amistad, con profundo cariño, reconocimiento y admiración era la que unía entonces a Mario Vargas Llosa y a Gabriel García Márquez. Vivían a una cuadra de distancia, a la vuelta de la esquina literalmente, en el barrio barcelonés de Sarriá. Se admiraban, disfrutando de su mutua compañía, de sus interminables conversaciones, de los paseos que juntos hacían por las calles de la ciudad”. En 1976 se hablaron por última vez. Todo el mundo creía que Mario Vargas Llosa jamás ganaría el Nobel porque García Márquez lo obtuvo en 1982, como una especie de galardón colectivo a los escritores de su generación, a un “boom” literario que ya era historia. Al ganarlo Mario en 2010, cae el prejuicio y se vuelven más paralelas dos vidas que marchando con ritmos acompasados, una por la izquierda y otra por la derecha, se habían desencontrado en Méjico.

“ESCRIBIR novelas es un acto de rebelión
contra la realidad, contra Dios, contra la
creación de Dios que es la realidad”;
el novelista es un disidente que “crea mundos
verbales porque no acepta la vida y el mundo
tal como son (o como cree que son)”; (...)
cada novela es un deicidio secreto, un
asesinato simbólico de la realidad”.
¿Cómo fue la pelea?
¿Cómo y por qué golpeó Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez en Méjico? Quizá nunca lo sepamos, la lejanía del suceso destruye evidencias, las versiones son disímiles y ambos escritores decidieron no hablar del asunto. Freddy Molina Casusol narra que días después del “nock out”, Gabo le contó al periodista Oscar Alarcón del diario “Correo” de Bogotá: “Cuando me vi con Mario, me pareció verlo sonreír y que trataba de abrazarme. A esto se debió que cuando me pegó estaba completamente indefenso y con los brazos abiertos, de lo contrario me hubiera protegido por lo menos la cara. Caí sin conocimiento. Además, Mario tenía un anillo con el que me rompió la nariz”. Y agregó: “La verdad es que ignoro completamente los motivos y sigo sin saber cuál fue la razón que tuvo Mario para pegarme”.
El periodista peruano Francisco Igartua, años después le dijo a Juan José Armas, biógrafo español de Vargas Llosa: “Yo estaba presente. Fue terrible. Cuando nos dimos cuenta, Gabriel estaba en el suelo y Mario se había ido. Fui yo quien trajo el bistec para bajarle la hinchazón al ojo de Gabo”, pero luego se desmintió en sus memorias, diciendo que fueron otras personas quienes lo curaron con la carne como compota.
Para el diario "La República" de Lima ("Vargas Llosa y García Márquez. Memoria y ruptura", agosto 16/09), hay tres versiones de la reyerta. Primera, García Márquez le quería robar la mujer a Vargas Llosa, como dijo la agencia EFE, el 13 de febrero de 1976: “El móvil de la pelea, no podía ser para menos: las faldas. Un asunto de faldas que, al parecer, provocó García Márquez cuando, en Barcelona, intentó una aproximación a la mujer de Vargas Llosa”, para “La República”, pura especulación de los periodistas. Segunda, Vargas Llosa, ofuscado por las posiciones políticas de izquierda de García Márquez, disimuló su enojo con el pretexto de lo que supuestamente Gabo le hizo a Patricia en Barcelona. Pero el propio Vargas Llosa, en entrevista con Beto Ortiz, dijo enfáticamente: “Lo que ha dicho Igartua es falso (...) el distanciamiento con él se debió a una cuestión personal, fundamentalmente, que no tiene nada que ver con su posición ideológica, de la cual discrepo también profundamente, porque creo que, políticamente, García Márquez no es de ninguna manera el buen escritor que es de literatura”.
Según la tercera hipótesis, Vargas Llosa montó en cólera al enterarse de que García Márquez y su mujer aconsejaron a su esposa Patricia separarse, porque él sostenía un romance con una modelo norteamericana en Finlandia, y según otra versión, con una joven sueca. Esta versión la expuso Juan Gossaín en “El Heraldo” de Barranquilla y la Associated Press la reprodujo en parte. A juicio de “La República”, “lo que conjeturó, es lo que más se acerca a la verdad”, y Mario tramó el encuentro para vengarse. Jaime Bayly, en su columna del “Correo” de Lima, dijo que el escritor, molesto por la deserción de su hijo mayor Álvaro de la afamada universidad de Princeton para trabajar como periodista, lo citó al parque de Miraflores, donde le dejó un ojo morado de un puñetazo. Por algo, Vargas Llosa dijo en la recepción del Nobel que su esposa y prima Patricia “todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir”.
En la foto, Vargas Llosa y García Márquez, en los extremos, junto a sus esposas.
En el centro, el también escritor José Donoso, con la suya.
La brecha se ensanchó cuando Vargas Llosa llamó a García Márquez “cortesano de Fidel Castro” -en la polémica con el novelista alemán Günter Grass-, rompió unilateralmente la amistad y pidió a su editor Carlos Barral no reeditar más “García Márquez: Historia de un Deicidio”. El periodista Fernando Araújo Vélez, de “El Magazín” online, dijo que un colega se puso feliz cuando Vargas Llosa le firmó en un ejemplar del libro esta dedicatoria: “Por una amistad que nunca más será”. La mostró a García Márquez, él la leyó, tomó una pluma y escribió debajo algo así como “totalmente de acuerdo”. Por fortuna, el peruano tendió un puente hacia la reconciliación, al autorizar la publicación de un extracto del libro, como prólogo de la nueva edición de Cien años de soledad, editada por Alfaguara y la Real Academia Española.
El escritor como deicida
Para muchos, el ensayo crítico “García Márquez: Historia de un Deicidio”, tesis doctoral de Llosa en la Universidad Complutense de Madrid, 1971, es el mejor análisis de la obra del Nobel colombiano. Según “El Universal” de Cartagena, quien tenga la paciencia de leer “el patito feo de Vargas Llosa”, le sacará más jugo a cualquier lectura de ficción. Gabo dijo no haberlo leído, debido a la enemistad con su autor y al fastidio por los críticos que señalaban influencias de otros autores en su obra.
El ensayo muestra cómo el creador literario intenta sustituir la realidad por una realidad ficticia que él fabrica, suplantando el poder divino. Y postula: “ESCRIBIR novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad”; el novelista es un disidente que “crea mundos verbales porque no acepta la vida , y el mundo tal como son (o como cree que son)”; (...) cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad”. (...) No escribe para vivir, vive para escribir”. Ambos escritores coincidirán en 1968, al año de conocerse, en que “el que tiene la vocación de escritor tiene que escribir pues sólo así logra quitarse sus dolores de cabeza y su mala digestión” -otro signo de su paralelismo-, y en que se es mejor escritor con la situación económica resuelta, que en la miseria: muchos escritores latinoamericanos fracasaron por escribir solo los domingos. (García Márquez y Vargas Llosa, “La novela en América Latina: Diálogo”).
El enlace “García-Llosa” no es caso insular en la literatura universal y menos en el “boom”, pero sí intenso y peculiar. Los relatos de infancia y la lectura de aventuras juveniles fueron caldo de cultivo para ambos creadores. Al recibir la medalla de oro en Estocolmo el pasado 7 de diciembre, Mario evocó al Capitán Nemo de “Veinte mil leguas de viaje submarino”; a D'Artagnan, Athos, Portos y Aramís; y se arrastró “por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas”.
Los extremos se tocan, y estos dos antípodas ideológicos lo hacen en el carácter deicida de la escritura, signo de su mutua admiración. Como prueba de ello, esta idea ocupa parte considerable del discurso del Nobel 2010. Allí dijo: “Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. (...) Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana”. Con el mismo principio, termina Vargas Llosa su discurso: “Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.
Cordialmente enemigos, con su amistad a puñetazos y diatribas, Gabo y Vargas Llosa, como todos los buenos escritores, por cuenta del “jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos”, arrastran el destino común de deicidas; el signo infamante de ángeles caídos que llevan en la frente, está impreso en la edición Monte Ávila de “Historia de un Deicidio”, cuyo paginaje termina en el satánico número 666
 



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