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Mario Vargas Llosa
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Mario Vargas Llosa y su ilustre
colega colombiano Gabriel García Márquez,
laureados con el Premio Nobel de Literatura, son dos vidas
paralelas tan similares como distintas; al fin y al cabo,
las líneas paralelas sólo se encuentren en
el infinito, según la geometría euclidiana.
Se conocieron en 1967 en Venezuela, donde Mario recibió
el premio literario más importante de América
Latina, el Rómulo Gallegos, el mismo año en
que se publicó Cien años de soledad. Cuenta
Vargas Llosa: Nos conocimos la noche de su llegada
al aeropuerto de Caracas; yo venía de Londres y él
de Méjico y nuestros aviones aterrizaron casi al
mismo tiempo. Antes habíamos cambiado algunas cartas,
y hasta habíamos planeado escribir, alguna vez, una
novela a cuatro manos -sobre la guerra tragicómica
entre Colombia y Perú en 1931-. Recuerda la
cara de Gabo, desencajada por el espanto reciente
del avión -al que tiene un miedo cerval (...) Nos
hicimos amigos y estuvimos juntos las dos semanas que duró
el Congreso, en esa Caracas que, con dignidad, enterraba
a sus muertos y removía los escombros del terremoto.
En el turbulento vuelo de Mérida a Caracas, Mario
aterrado, conjuraba la tormenta recitando a gritos
poemas de Darío, y le decía al colombiano:
Ahora que vamos a morir, dime sinceramente qué
piensas de Zona Sagrada, de Carlos Fuentes.
Así comenzó este amor fatal entre dos enemigos
íntimos, como alguien dijera a propósito
de la pelea a un solo round en que terminó una guerra
no declarada. García Márquez fue padrino del
segundo hijo de Vargas Llosa. La estancia en Barcelona dejó
en ambos una impronta literaria, más visible en Vargas
Llosa, como una dosis de la identidad cultural y lingüística:
allí nació en su segunda patria. García
Márquez, en cambio, cuenta: Yo me vine a Barcelona
porque creía que nadie me conocía. María
Pilar Serrano, esposa del fallecido escritor chileno José
Donoso, testificó: Verdadera amistad, con profundo
cariño, reconocimiento y admiración era la
que unía entonces a Mario Vargas Llosa y a Gabriel
García Márquez. Vivían a una cuadra
de distancia, a la vuelta de la esquina literalmente, en
el barrio barcelonés de Sarriá. Se admiraban,
disfrutando de su mutua compañía, de sus interminables
conversaciones, de los paseos que juntos hacían por
las calles de la ciudad. En 1976 se hablaron por última
vez. Todo el mundo creía que Mario Vargas Llosa jamás
ganaría el Nobel porque García Márquez
lo obtuvo en 1982, como una especie de galardón colectivo
a los escritores de su generación, a un boom
literario que ya era historia. Al ganarlo Mario en 2010,
cae el prejuicio y se vuelven más paralelas dos vidas
que marchando con ritmos acompasados, una por la izquierda
y otra por la derecha, se habían desencontrado en
Méjico.
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ESCRIBIR
novelas es un acto de rebelión
contra la realidad, contra Dios, contra la
creación de Dios que es la realidad;
el novelista es un disidente que crea mundos
verbales porque no acepta la vida y el mundo
tal como son (o como cree que son); (...)
cada novela es un deicidio secreto, un
asesinato simbólico de la realidad.
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¿Cómo
fue la pelea?
¿Cómo y por qué golpeó
Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez
en Méjico? Quizá nunca lo sepamos, la lejanía
del suceso destruye evidencias, las versiones son disímiles
y ambos escritores decidieron no hablar del asunto. Freddy
Molina Casusol narra que días después del nock
out, Gabo le contó al periodista Oscar Alarcón
del diario Correo de Bogotá: Cuando
me vi con Mario, me pareció verlo sonreír y
que trataba de abrazarme. A esto se debió que cuando
me pegó estaba completamente indefenso y con los brazos
abiertos, de lo contrario me hubiera protegido por lo menos
la cara. Caí sin conocimiento. Además, Mario
tenía un anillo con el que me rompió la nariz.
Y agregó: La verdad es que ignoro completamente
los motivos y sigo sin saber cuál fue la razón
que tuvo Mario para pegarme.
El periodista peruano Francisco Igartua, años después
le dijo a Juan José Armas, biógrafo español
de Vargas Llosa: Yo estaba presente. Fue terrible. Cuando
nos dimos cuenta, Gabriel estaba en el suelo y Mario se había
ido. Fui yo quien trajo el bistec para bajarle la hinchazón
al ojo de Gabo, pero luego se desmintió en sus
memorias, diciendo que fueron otras personas quienes lo curaron
con la carne como compota.
Para el diario "La República" de Lima ("Vargas
Llosa y García Márquez. Memoria y ruptura",
agosto 16/09), hay tres versiones de la reyerta. Primera,
García Márquez le quería robar la mujer
a Vargas Llosa, como dijo la agencia EFE, el 13 de febrero
de 1976: El móvil de la pelea, no podía
ser para menos: las faldas. Un asunto de faldas que, al parecer,
provocó García Márquez cuando, en Barcelona,
intentó una aproximación a la mujer de Vargas
Llosa, para La República, pura especulación
de los periodistas. Segunda, Vargas Llosa, ofuscado por las
posiciones políticas de izquierda de García
Márquez, disimuló su enojo con el pretexto de
lo que supuestamente Gabo le hizo a Patricia en Barcelona.
Pero el propio Vargas Llosa, en entrevista con Beto Ortiz,
dijo enfáticamente: Lo que ha dicho Igartua es
falso (...) el distanciamiento con él se debió
a una cuestión personal, fundamentalmente, que no tiene
nada que ver con su posición ideológica, de
la cual discrepo también profundamente, porque creo
que, políticamente, García Márquez no
es de ninguna manera el buen escritor que es de literatura.
Según la tercera hipótesis, Vargas Llosa montó
en cólera al enterarse de que García Márquez
y su mujer aconsejaron a su esposa Patricia separarse, porque
él sostenía un romance con una modelo norteamericana
en Finlandia, y según otra versión, con una
joven sueca. Esta versión la expuso Juan Gossaín
en El Heraldo de Barranquilla y la Associated
Press la reprodujo en parte. A juicio de La República,
lo que conjeturó, es lo que más se acerca
a la verdad, y Mario tramó el encuentro para
vengarse. Jaime Bayly, en su columna del Correo
de Lima, dijo que el escritor, molesto por la deserción
de su hijo mayor Álvaro de la afamada universidad de
Princeton para trabajar como periodista, lo citó al
parque de Miraflores, donde le dejó un ojo morado de
un puñetazo. Por algo, Vargas Llosa dijo en la recepción
del Nobel que su esposa y prima Patricia todavía
soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan
a escribir.
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En la foto, Vargas Llosa y García
Márquez, en los extremos, junto a sus esposas.
En el centro, el también escritor José Donoso,
con la suya.
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La brecha
se ensanchó cuando Vargas Llosa llamó a García
Márquez cortesano de Fidel Castro -en la
polémica con el novelista alemán Günter Grass-,
rompió unilateralmente la amistad y pidió a su
editor Carlos Barral no reeditar más García
Márquez: Historia de un Deicidio. El periodista
Fernando Araújo Vélez, de El Magazín
online, dijo que un colega se puso feliz cuando Vargas Llosa
le firmó en un ejemplar del libro esta dedicatoria: Por
una amistad que nunca más será. La mostró
a García Márquez, él la leyó, tomó
una pluma y escribió debajo algo así como totalmente
de acuerdo. Por fortuna, el peruano tendió un puente
hacia la reconciliación, al autorizar la publicación
de un extracto del libro, como prólogo de la nueva edición
de Cien años de soledad, editada por Alfaguara y la Real
Academia Española.
El escritor como deicida
Para muchos, el ensayo crítico García
Márquez: Historia de un Deicidio, tesis doctoral
de Llosa en la Universidad Complutense de Madrid, 1971, es el
mejor análisis de la obra del Nobel colombiano. Según
El Universal de Cartagena, quien tenga la paciencia
de leer el patito feo de Vargas Llosa, le sacará
más jugo a cualquier lectura de ficción. Gabo
dijo no haberlo leído, debido a la enemistad con su autor
y al fastidio por los críticos que señalaban influencias
de otros autores en su obra.
El ensayo muestra cómo el creador literario intenta sustituir
la realidad por una realidad ficticia que él fabrica,
suplantando el poder divino. Y postula: ESCRIBIR novelas
es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios,
contra la creación de Dios que es la realidad;
el novelista es un disidente que crea mundos verbales
porque no acepta la vida , y el mundo tal como son (o como cree
que son); (...) cada novela es un deicidio secreto, un
asesinato simbólico de la realidad. (...) No escribe
para vivir, vive para escribir. Ambos escritores coincidirán
en 1968, al año de conocerse, en que el que tiene
la vocación de escritor tiene que escribir pues sólo
así logra quitarse sus dolores de cabeza y su mala digestión
-otro signo de su paralelismo-, y en que se es mejor escritor
con la situación económica resuelta, que en la
miseria: muchos escritores latinoamericanos fracasaron por escribir
solo los domingos. (García Márquez y Vargas Llosa,
La novela en América Latina: Diálogo).
El enlace García-Llosa no es caso insular
en la literatura universal y menos en el boom, pero
sí intenso y peculiar. Los relatos de infancia y la lectura
de aventuras juveniles fueron caldo de cultivo para ambos creadores.
Al recibir la medalla de oro en Estocolmo el pasado 7 de diciembre,
Mario evocó al Capitán Nemo de Veinte mil
leguas de viaje submarino; a D'Artagnan, Athos, Portos
y Aramís; y se arrastró por las entrañas
de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte
de Marius a cuestas.
Los extremos se tocan, y estos dos antípodas ideológicos
lo hacen en el carácter deicida de la escritura, signo
de su mutua admiración. Como prueba de ello, esta idea
ocupa parte considerable del discurso del Nobel 2010. Allí
dijo: Quien busca en la ficción lo que no tiene,
dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la
vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto,
fundamento de la condición humana, y que debería
ser mejor. (...) Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores,
al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando
que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía
es más rica que la de la rutina cotidiana. Con
el mismo principio, termina Vargas Llosa su discurso: Por
eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo,
la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar
nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma
del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Cordialmente enemigos, con su amistad a puñetazos y diatribas,
Gabo y Vargas Llosa, como todos los buenos escritores, por cuenta
del jeroglífico que suele ser la existencia para
la gran mayoría de los seres humanos, arrastran
el destino común de deicidas; el signo infamante de ángeles
caídos que llevan en la frente, está impreso en
la edición Monte Ávila de Historia de un
Deicidio, cuyo paginaje termina en el satánico
número 666 |
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