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Reflexión del mes
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El más puro tesoro al que puede aspirar
un ser humano en estos tiempos es a una reputación
sin mancha, que le sobreviva.
Los hombres son como cerámica
dorada o barro pintado.

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William Shakespeare
(1564-1616). Poeta y autor teatral inglés de
talla universal. Sus obras comunican un profundo conocimiento
de la naturaleza humana, ejemplificado en la perfecta
caracterización de sus variadísimos personajes.
Su habilidad en el uso del lenguaje poético y
de recursos dramáticos, capaz de crear unidad
estética a partir de una multiplicidad de expresiones
y acciones, no tiene par en la literatura universal.
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En referentes clásicos
se convirtieron obras como Ricardo III; comedias como
La comedia de los equívocos, La fierecilla domada,
Trabajos de amor perdidos, Sueño de una noche
de verano, El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas
nueces, Como gustéis y Las alegres casadas de
Windsor. Dos grandes tragedias son Romeo y Julieta y
Julio César. Y entre sus mejores tragedias y
las llamadas comedias oscuras, están Hamlet,
Otelo, el moro de Venecia, El rey Lear, Antonio y Cleopatra,
Macbeth, A buen fin no hay mal principio y Medida por
medida. Entre sus tragicomedias románticas están:
Pericles, príncipe de Tiro, Cimbelino, El cuento
de invierno y La tempestad. Un drama histórico:
Enrique VIII.
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Lo que la gente quiere, no siempre es lo que la
gente necesita.
Ernesto Plata Rueda, Pediatra (RIP).
¿Cuántas urgencias verdaderas existen diariamente
en una ciudad (como Armenia) o hasta en un departamento como
Quindío? Podríamos iniciar el debate discutiendo
qué es exactamente una urgencia verdadera, o hasta
adentrándonos en el dilema que implica la definición
no oficial de urgencia vital versus urgencia no vital.
Pero no se trata de eso acá. No se trata de discutir
si un dolor de muela es o no es una urgencia para quien lo
padece, o si el llanto incontrolado de un bebé con
gripa justifica una atención en el Servicio de Urgencias
según criterio de una madre insomne y agobiada. Se
trata de definir, en la medida de lo posible, qué tipo
de elementos del paciente y de su entorno y hasta del propio
Servicio, nos permiten considerar si una determinada actividad
o procedimiento resulta no sólo pertinente sino recuperable,
desde el punto de vista de la inversión, sin dejar
de lado la rentabilidad social.
Esto nos lleva a tener en cuenta que, aparte del exceso de
conceptos y consideraciones sobre la definición de
Urgencia, hemos de priorizar nuestros recursos hacia la atención
y resolución de aquellas situaciones que amenazan la
vida y la integridad de la persona, y que generan riesgo importante
e inminente de discapacidad.
Visto de esta manera podríamos tener en consideración
entre otras, las siguientes situaciones: Trauma, eventos asociados
con inestabilidad de signos vitales (cardiovasculares, respiratorios,
etc.), intoxicaciones, hemorragias y riesgo materno-fetal...
Repito: entre otros. Lo que se pretende es aportar elementos
más técnicos a la discusión de lo que
sería una verdadera urgencia y no de lo que cada usuario
piensa sobre su estado de salud. Este criterio técnico
no sólo es útil e importante, también
es imprescindible. ¿Podríamos acaso imaginar
el caos en que derivaría la atención de urgencias
si primara la percepción que de su propio estado tiene
el paciente enfermo o su angustiada familia?
De todas formas y más allá de las discusiones,
existen algunos elementos que garantizan no sólo la
atención sanitaria para estas situaciones verdaderamente
críticas, sino también su financiamiento. Es
así como los accidentes de tránsito (grandes
generadores de trauma) están cubiertos por las pólizas
del SOAT (Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito)
o por su sucedáneo a cargo del mismo Estado (Fidusalud);
y el trauma mayor asociado a violencia (endémico en
nuestra tierra), las catástrofes naturales, las agudizaciones
de las patologías de alto costo y hasta la atención
de los desplazados, están garantizados con los recursos
del Fosyga.
El aceptable cubrimiento del POS-S al régimen subsidiado,
completa este panorama con el aseguramiento de patologías
que involucran atención ortopédica y quirúrgica
en muchos casos, y la atención inicial de urgencias
para todas ellas. En conclusión: no sólo está
garantizada la atención por Urgencias, también
está financiada en gran proporción. Incluso
para pacientes de otras regiones y sin distingo de régimen
o condición.
Siendo de esta manera, la cuestión más importante
a resolver es la verdadera pertinencia de la atención
por el Servicio de Urgencias de los usuarios que consultan
al mismo, cuando está claro que para decidirlo se requiere
atenderlos primero... Este dilema tiene una solución
clara y definitiva: el filtro o triaje, la ineludible valoración
del paciente y su caso clínico por personal idóneo,
que puede definir más allá de toda duda razonable,
si el paciente debe ser internado para continuar su atención
y tratamiento, o si debe tomar otro rumbo (cualquiera que
fuere determinado), sin ingresarlo oficialmente a la institución.
Este delicado pero trascendental ejercicio podría alivianar
en extremo la sobrecarga institucional por exceso de demanda
indiscriminada de los usuarios, más ansiosos que gravemente
enfermos.
Sólo un excelente y permanente Servicio de Filtro permitiría
garantizar que el paciente ingresado realmente lo ameritaba,
y que será objeto además de cuidadosa atención
y esmerado seguimiento, pues su delicado estado clínico
ameritó el ingreso al Servicio de Urgencias de un hospital
de alta complejidad. Hacerlo de otra manera significa tratar
de resolver por la vía equivocada problemas no relacionados
con la función del mismo servicio: por ejemplo, los
inconvenientes por demanda insatisfecha de consulta externa,
pobre acceso a los especialistas, deficiencias en oportunidad
de la consulta médica, dificultades para fácil
acceso geográfico, carencia de programas de consulta
prioritaria, falta de capacitación al usuario sobre
uso racional del recurso, etc.
Ahora, así como no resulta procedente negar el acceso
de los usuarios enfermos e insatisfechos al servicio, es conveniente
y hasta imprescindible la depuración cuidadosa, responsable,
técnica y amable de tal demanda de servicios. Tiene
el paciente todo el derecho a ser atendido y a expresar sus
dolencias e inquietudes, tanto como el derecho a ser orientado
sobre el camino más adecuado (preestablecido por su
asegurador), para la resolución de las mismas. No hay
que olvidar que deben existir mecanismos para modular y moderar
la incesante demanda de atención sanitaria de una población
habitualmente desprotegida y desprovista de otros beneficios
de la seguridad social.
En este orden de ideas, el filtro debería ser un servicio
permanente (de tiempo completo las 24 horas), a cargo de médicos
experimentados y eficientes, con alto nivel de desempeño
y nivel técnico-científico elevado, debidamente
sustentado, garantizado, actualizado y periódicamente
refrendado. Debería estar a cargo de personal de contrato
(no de planta), con enfoque clínico preeminente, que
cuente con instrumentos que faciliten su compleja y delicada
labor. No debería estar a cargo de médicos recién
egresados y mucho menos de estudiantes.
La prioridad del médico de filtro debería ser
la restricción del servicio para todo aquello que no
cumpla con los parámetros de una verdadera urgencia
y, además de contar con todo el respaldo institucional
para tal fin, debería cumplir su tarea sin ejercer
a la defensiva y sin temores infundados a riesgos jurídicos
por tomar conductas que deben estar adecuadamente sustentadas
y debidamente documentadas, para mayor seguridad. Evidentemente
debe contar con calidez y tolerancia, y desplegar gran habilidad
para persuadir a los usuarios renuentes y para disuadir los
más insatisfechos y/o beligerantes. Se sabe que estas
características se predican como idóneas entre
todo el personal de la salud... pero también se sabe
que no suelen abundar en la cruda realidad del mercado laboral
en salud.
El servicio de filtro también lograría poner
en marcha el trabajo en red que tanto se predica, pero tan
poco se realiza en nuestro medio. No sería poca cosa
el hecho de que un funcionario -con todo el respaldo institucional-,
remita o contra-remita al nivel al que verdaderamente corresponde,
un paciente que fue óptimamente atendido y clasificado.
Las implicaciones de una labor de filtro riguroso obligarían
a los demás actores del sistema a asumir su propia
responsabilidad en la resolución de la demanda de servicios
no verdaderamente urgentes de los usuarios, y de sus inquietudes
e insatisfacciones. Incluso podríamos presenciar el
resurgimiento del interés de los aseguradores por tratar
de llegar a acuerdos con nuestra institución, para
que les atendamos todo eso que hasta ahora glosan alegremente
con el argumento peregrino de que se trata de urgencias
no vitales o de No urgencia.
Seguramente los hospitales periféricos tendrían
que perfeccionar sus criterios de remisión, así
como tendrían que mejorar su capacidad de resolución
de asuntos que hoy se despachan por la vía rápida
de las remisiones al nivel superior, sin que a la fecha alguien
se ocupe de afinar conceptos o unificar criterios.
Incluso hasta los mismos usuarios terminarán agradeciendo
la claridad del alcance de nuestro servicio y responsabilizando
de su atención -y sobre todo de su educación
en salud- a los verdaderos responsables de las mismas: los
aseguradores, entiéndase EPS del régimen contributivo
y subsidiado, compañías de seguros y hasta el
mismo Estado en cabeza de los municipios descentralizados
y sisbenizados. El tema está sobre la mesa: ¡bienvenido
el debate!.
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Bioética
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Manos
libres
Ramón
Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
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Designamos
manos libres, en el lenguaje popular, al resultado
de servirse de cualquiera de los adminículos que permiten
a miles de personas usar su teléfono móvil sin
ocupar sus manos, bien por comodidad, o bien por temor a las
sanciones legales que han penalizado el hecho de conducir vehículos
conversando por el móvil. Es, sin duda, una
buena reglamentación que disminuye la posibilidad de
accidentes.
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Pero encontramos en la cultura actual una forma de actuar
que también podríamos denominar de manos
libres y que, al contrario de la restricción
anterior, entorpece el progreso verdaderamente humano de la
comunidad en general y hace que nuestras gentes vivan desorientadas,
que el horizonte de la Nación sea desolador, oscuro,
y que unos pocos, generalmente no bien intencionados y que
en buena proporción emplean modalidades reñidas
con el bien -verdades a medias, sospechas infundadas, maledicencia,
etc.-, impongan criterios mezquinos, inhumanos.
Estas manos libres traducen la innoble actitud,
la infortunada intención y la deshonesta conducta de
no comprometerse con nada y quedar, ante cualquier situación,
aparentemente libres de responsabilidad y poder acogerse así,
sin sonrojarse, al resultado que más convenga a su
egoísmo, a su calculada falta de entereza, ignorando
o pretendiendo ignorar que esa forma de comportamiento, además
de ser expresión de cobardía, crea igualmente
responsabilidad por actos de omisión.
Pero, tras de esta denominada cordial indiferencia en aras
de la tolerancia o el respeto al pluralismo ideológico,
se oculta el relativismo que hace de los valores humanos permanentes
y universales algo inane, el relativismo materialista que
confunde el sentido del valer con el de precio y le pone éste
a lo que sólo puede tener valor: al respeto absoluto
por la vida y especialmente la vida humana en todas las etapas
de su desarrollo -desde la concepción hasta su terminación
natural-; a la dignidad incondicional del ser humano cualquiera
sea la circunstancia de su momento vital embrión, feto,
padecimiento de malformaciones orgánicas, enfermedad
incurable, trastornos mentales, enfermedades en fase terminal,
sexo no deseado en el nascituro, etc.-; al respeto sumo y
honesto por las creencias y convicciones religiosas o políticas
del Otro.
Peor aún: ese relativismo se disfraza frecuentemente
con sentimientos de compasión, y conquista así
adeptos que sirven de idiotas útiles a criterios francamente
inhumanos, tales como: aborto, eutanasia, etc. Tal relativismo
ha difuminado tanto los valores que por siglos han sido los
pilares de la cultura occidental, que hoy vivimos a la deriva:
el Absoluto, Dios, no existen; sólo es importante lo
que satisfaga el deseo del momento, el placer, el dinero,
el poder, etc; la verdad tampoco existe, por lo tanto no compromete,
es algo que cambia al ritmo del capricho momentáneo;
las creencias religiosas cambian según el clima político
o económico; lo trascendente se desprecia y sólo
cuenta lo inmediato; la fidelidad se tilda de tontería
y la infidelidad, no únicamente la matrimonial, es
trasunto de inteligencia y de ingenio; el matrimonio y la
familia son conceptos desechables; la preñez y los
hijos son obstáculos para gozar a plenitud la vida.
Más aún, lo chabacano adquiere brillo de arte
exquisito; los actos más íntimos son del dominio
de un público ansioso de experiencias ajenas presentadas
por medios de comunicación que hacen de lo íntimo
-por vulgar que sea-, espectáculos falsamente maravillosos,
medios de comunicación que convierten lo soez en noble,
que hacen de lo indigno paradigmas de vida; y en el campo
de la justicia la fuerza pública encargada de guardar
el orden constitucional, pasa al banquillo de los acusados,
y en cambio los trasgresores de la ley reciben beneficios.
Por último, el título y la condición
de ser cristiano no es ya una forma de vivir sino algo que
puede explotarse con grandes prebendas honoríficas
y económicas.
Y, sin embargo, es obligatoria la enseñanza de ética
al menos en las universidades, es decir, en las instituciones
llamadas en primer lugar a mostrar caminos de progreso verdaderamente
humano a la sociedad. Entonces, cabe preguntarnos, ¿qué
modalidad de ética están enseñando? ¿Si
podremos llamar ética la que proclama o tolera la destrucción
de los valores humanos y eleva a esta categoría los
peores anti-valores, los más inhumanos?
Apliquemos las manos libres a las restricciones
en el empleo del teléfono móvil, pero corrijamos
con entereza las manos libres en el ineludible
deber de todo ser humano honesto de contribuir a encontrar
caminos de verdadero progreso y exaltación de la vida
y la dignidad del hombre.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de
Bioética -Cecolbe-.
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