MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 113 FEBRERO DEL AÑO 2008    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“El más puro tesoro al que puede aspirar un ser humano en estos tiempos es a una reputación sin mancha, que le sobreviva.

Los hombres son como cerámica
dorada o barro pintado”.
William Shakespeare (1564-1616). Poeta y autor teatral inglés de talla universal. Sus obras comunican un profundo conocimiento de la naturaleza humana, ejemplificado en la perfecta caracterización de sus variadísimos personajes. Su habilidad en el uso del lenguaje poético y de recursos dramáticos, capaz de crear unidad estética a partir de una multiplicidad de expresiones y acciones, no tiene par en la literatura universal.
En referentes clásicos se convirtieron obras como Ricardo III; comedias como La comedia de los equívocos, La fierecilla domada, Trabajos de amor perdidos, Sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis y Las alegres casadas de Windsor. Dos grandes tragedias son Romeo y Julieta y Julio César. Y entre sus mejores tragedias y las llamadas comedias oscuras, están Hamlet, Otelo, el moro de Venecia, El rey Lear, Antonio y Cleopatra, Macbeth, A buen fin no hay mal principio y Medida por medida. Entre sus tragicomedias románticas están: Pericles, príncipe de Tiro, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad. Un drama histórico: Enrique VIII.
Contención de costos (II)
A propósito del filtro
Jaime Hoyos, MDCorresponsal Armenia, Quindío - elpulso@elhospital.org.co

“Lo que la gente quiere, no siempre es lo que la gente necesita”.
Ernesto Plata Rueda, Pediatra (RIP).
¿Cuántas urgencias verdaderas existen diariamente en una ciudad (como Armenia) o hasta en un departamento como Quindío? Podríamos iniciar el debate discutiendo qué es exactamente una urgencia verdadera, o hasta adentrándonos en el dilema que implica la definición no oficial de urgencia vital versus urgencia no vital.
Pero no se trata de eso acá. No se trata de discutir si un dolor de muela es o no es una urgencia para quien lo padece, o si el llanto incontrolado de un bebé con gripa justifica una atención en el Servicio de Urgencias según criterio de una madre insomne y agobiada. Se trata de definir, en la medida de lo posible, qué tipo de elementos del paciente y de su entorno y hasta del propio Servicio, nos permiten considerar si una determinada actividad o procedimiento resulta no sólo pertinente sino recuperable, desde el punto de vista de la inversión, sin dejar de lado la rentabilidad social.
Esto nos lleva a tener en cuenta que, aparte del exceso de conceptos y consideraciones sobre la definición de Urgencia, hemos de priorizar nuestros recursos hacia la atención y resolución de aquellas situaciones que amenazan la vida y la integridad de la persona, y que generan riesgo importante e inminente de discapacidad.
Visto de esta manera podríamos tener en consideración entre otras, las siguientes situaciones: Trauma, eventos asociados con inestabilidad de signos vitales (cardiovasculares, respiratorios, etc.), intoxicaciones, hemorragias y riesgo materno-fetal... Repito: entre otros. Lo que se pretende es aportar elementos más técnicos a la discusión de lo que sería una verdadera urgencia y no de lo que cada usuario piensa sobre su estado de salud. Este criterio técnico no sólo es útil e importante, también es imprescindible. ¿Podríamos acaso imaginar el caos en que derivaría la atención de urgencias si primara la percepción que de su propio estado tiene el paciente enfermo o su angustiada familia?
De todas formas y más allá de las discusiones, existen algunos elementos que garantizan no sólo la atención sanitaria para estas situaciones verdaderamente críticas, sino también su financiamiento. Es así como los accidentes de tránsito (grandes generadores de trauma) están cubiertos por las pólizas del SOAT (Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito) o por su sucedáneo a cargo del mismo Estado (Fidusalud); y el trauma mayor asociado a violencia (endémico en nuestra tierra), las catástrofes naturales, las agudizaciones de las patologías de alto costo y hasta la atención de los desplazados, están garantizados con los recursos del Fosyga.
El aceptable cubrimiento del POS-S al régimen subsidiado, completa este panorama con el aseguramiento de patologías que involucran atención ortopédica y quirúrgica en muchos casos, y la atención inicial de urgencias para todas ellas. En conclusión: no sólo está garantizada la atención por Urgencias, también está financiada en gran proporción. Incluso para pacientes de otras regiones y sin distingo de régimen o condición.
Siendo de esta manera, la cuestión más importante a resolver es la verdadera pertinencia de la atención por el Servicio de Urgencias de los usuarios que consultan al mismo, cuando está claro que para decidirlo se requiere atenderlos primero... Este dilema tiene una solución clara y definitiva: el filtro o triaje, la ineludible valoración del paciente y su caso clínico por personal idóneo, que puede definir más allá de toda duda razonable, si el paciente debe ser internado para continuar su atención y tratamiento, o si debe tomar otro rumbo (cualquiera que fuere determinado), sin ingresarlo oficialmente a la institución. Este delicado pero trascendental ejercicio podría alivianar en extremo la sobrecarga institucional por exceso de demanda indiscriminada de los usuarios, más ansiosos que gravemente enfermos.
Sólo un excelente y permanente Servicio de Filtro permitiría garantizar que el paciente ingresado realmente lo ameritaba, y que será objeto además de cuidadosa atención y esmerado seguimiento, pues su delicado estado clínico ameritó el ingreso al Servicio de Urgencias de un hospital de alta complejidad. Hacerlo de otra manera significa tratar de resolver por la vía equivocada problemas no relacionados con la función del mismo servicio: por ejemplo, los inconvenientes por demanda insatisfecha de consulta externa, pobre acceso a los especialistas, deficiencias en oportunidad de la consulta médica, dificultades para fácil acceso geográfico, carencia de programas de consulta prioritaria, falta de capacitación al usuario sobre uso racional del recurso, etc.
Ahora, así como no resulta procedente negar el acceso de los usuarios enfermos e insatisfechos al servicio, es conveniente y hasta imprescindible la depuración cuidadosa, responsable, técnica y amable de tal demanda de servicios. Tiene el paciente todo el derecho a ser atendido y a expresar sus dolencias e inquietudes, tanto como el derecho a ser orientado sobre el camino más adecuado (preestablecido por su asegurador), para la resolución de las mismas. No hay que olvidar que deben existir mecanismos para modular y moderar la incesante demanda de atención sanitaria de una población habitualmente desprotegida y desprovista de otros beneficios de la seguridad social.
En este orden de ideas, el filtro debería ser un servicio permanente (de tiempo completo las 24 horas), a cargo de médicos experimentados y eficientes, con alto nivel de desempeño y nivel técnico-científico elevado, debidamente sustentado, garantizado, actualizado y periódicamente refrendado. Debería estar a cargo de personal de contrato (no de planta), con enfoque clínico preeminente, que cuente con instrumentos que faciliten su compleja y delicada labor. No debería estar a cargo de médicos recién egresados y mucho menos de estudiantes.
La prioridad del médico de filtro debería ser la restricción del servicio para todo aquello que no cumpla con los parámetros de una verdadera urgencia y, además de contar con todo el respaldo institucional para tal fin, debería cumplir su tarea sin ejercer a la defensiva y sin temores infundados a riesgos jurídicos por tomar conductas que deben estar adecuadamente sustentadas y debidamente documentadas, para mayor seguridad. Evidentemente debe contar con calidez y tolerancia, y desplegar gran habilidad para persuadir a los usuarios renuentes y para disuadir los más insatisfechos y/o beligerantes. Se sabe que estas características se predican como idóneas entre todo el personal de la salud... pero también se sabe que no suelen abundar en la cruda realidad del mercado laboral en salud.
El servicio de filtro también lograría poner en marcha el trabajo en red que tanto se predica, pero tan poco se realiza en nuestro medio. No sería poca cosa el hecho de que un funcionario -con todo el respaldo institucional-, remita o contra-remita al nivel al que verdaderamente corresponde, un paciente que fue óptimamente atendido y clasificado.
Las implicaciones de una labor de filtro riguroso obligarían a los demás actores del sistema a asumir su propia responsabilidad en la resolución de la demanda de servicios no verdaderamente urgentes de los usuarios, y de sus inquietudes e insatisfacciones. Incluso podríamos presenciar el resurgimiento del interés de los aseguradores por tratar de llegar a acuerdos con nuestra institución, para que les atendamos todo eso que hasta ahora glosan alegremente con el argumento peregrino de que se trata de “urgencias no vitales” o de “No urgencia”.
Seguramente los hospitales periféricos tendrían que perfeccionar sus criterios de remisión, así como tendrían que mejorar su capacidad de resolución de asuntos que hoy se despachan por la vía rápida de las remisiones al nivel superior, sin que a la fecha alguien se ocupe de afinar conceptos o unificar criterios.
Incluso hasta los mismos usuarios terminarán agradeciendo la claridad del alcance de nuestro servicio y responsabilizando de su atención -y sobre todo de su educación en salud- a los verdaderos responsables de las mismas: los aseguradores, entiéndase EPS del régimen contributivo y subsidiado, compañías de seguros y hasta el mismo Estado en cabeza de los municipios descentralizados y sisbenizados. El tema está sobre la mesa: ¡bienvenido el debate!.

 
  Bioética
“Manos libres”
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Designamos “manos libres”, en el lenguaje popular, al resultado de servirse de cualquiera de los adminículos que permiten a miles de personas usar su teléfono móvil sin ocupar sus manos, bien por comodidad, o bien por temor a las sanciones legales que han penalizado el hecho de conducir vehículos conversando por el “móvil”. Es, sin duda, una buena reglamentación que disminuye la posibilidad de accidentes.

Pero encontramos en la cultura actual una forma de actuar que también podríamos denominar de “manos libres” y que, al contrario de la restricción anterior, entorpece el progreso verdaderamente humano de la comunidad en general y hace que nuestras gentes vivan desorientadas, que el horizonte de la Nación sea desolador, oscuro, y que unos pocos, generalmente no bien intencionados y que en buena proporción emplean modalidades reñidas con el bien -verdades a medias, sospechas infundadas, maledicencia, etc.-, impongan criterios mezquinos, inhumanos.
Estas “manos libres” traducen la innoble actitud, la infortunada intención y la deshonesta conducta de no comprometerse con nada y quedar, ante cualquier situación, aparentemente libres de responsabilidad y poder acogerse así, sin sonrojarse, al resultado que más convenga a su egoísmo, a su calculada falta de entereza, ignorando o pretendiendo ignorar que esa forma de comportamiento, además de ser expresión de cobardía, crea igualmente responsabilidad por actos de omisión.
Pero, tras de esta denominada cordial indiferencia en aras de la tolerancia o el respeto al pluralismo ideológico, se oculta el relativismo que hace de los valores humanos permanentes y universales algo inane, el relativismo materialista que confunde el sentido del valer con el de precio y le pone éste a lo que sólo puede tener valor: al respeto absoluto por la vida y especialmente la vida humana en todas las etapas de su desarrollo -desde la concepción hasta su terminación natural-; a la dignidad incondicional del ser humano cualquiera sea la circunstancia de su momento vital embrión, feto, padecimiento de malformaciones orgánicas, enfermedad incurable, trastornos mentales, enfermedades en fase terminal, sexo no deseado en el nascituro, etc.-; al respeto sumo y honesto por las creencias y convicciones religiosas o políticas del “Otro”.
Peor aún: ese relativismo se disfraza frecuentemente con sentimientos de compasión, y conquista así adeptos que sirven de idiotas útiles a criterios francamente inhumanos, tales como: aborto, eutanasia, etc. Tal relativismo ha difuminado tanto los valores que por siglos han sido los pilares de la cultura occidental, que hoy vivimos a la deriva: el Absoluto, Dios, no existen; sólo es importante lo que satisfaga el deseo del momento, el placer, el dinero, el poder, etc; la verdad tampoco existe, por lo tanto no compromete, es algo que cambia al ritmo del capricho momentáneo; las creencias religiosas cambian según el clima político o económico; lo trascendente se desprecia y sólo cuenta lo inmediato; la fidelidad se tilda de tontería y la infidelidad, no únicamente la matrimonial, es trasunto de inteligencia y de ingenio; el matrimonio y la familia son conceptos desechables; la preñez y los hijos son obstáculos para gozar a plenitud la vida.
Más aún, lo chabacano adquiere brillo de arte exquisito; los actos más íntimos son del dominio de un público ansioso de experiencias ajenas presentadas por medios de comunicación que hacen de lo íntimo -por vulgar que sea-, espectáculos falsamente maravillosos, medios de comunicación que convierten lo soez en noble, que hacen de lo indigno paradigmas de vida; y en el campo de la justicia la fuerza pública encargada de guardar el orden constitucional, pasa al banquillo de los acusados, y en cambio los trasgresores de la ley reciben beneficios. Por último, el título y la condición de ser cristiano no es ya una forma de vivir sino algo que puede explotarse con grandes prebendas honoríficas y económicas.
Y, sin embargo, es obligatoria la enseñanza de ética al menos en las universidades, es decir, en las instituciones llamadas en primer lugar a mostrar caminos de progreso verdaderamente humano a la sociedad. Entonces, cabe preguntarnos, ¿qué modalidad de ética están enseñando? ¿Si podremos llamar ética la que proclama o tolera la destrucción de los valores humanos y eleva a esta categoría los peores anti-valores, los más inhumanos?
Apliquemos las “manos libres” a las restricciones en el empleo del teléfono móvil, pero corrijamos con entereza las “manos libres” en el ineludible deber de todo ser humano honesto de contribuir a encontrar caminos de verdadero progreso y exaltación de la vida y la dignidad del hombre.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 











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