MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 267 DICIEMBRE DEL AÑO 2020 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter

El año que nunca deberemos olvidar

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Es muy probable que sea del solsticio de invierno de donde nace la tradición de hacer balances en épocas decembrinas. Los antiguos europeos se sentaban alrededor de fogatas cuando el invierno del hemisferio norte atravesaba por los momentos de mayor intensidad. Eran instantes de recogimiento, la cosecha estaba lejana, y solo quedaba pensar en lo que se había hecho durante el último giro de la tierra al sol, planear las siguientes siembras o cual sería el próximo pueblo a conquistar.

Este, el año del Covid-19, los balances alcanzan una especial importancia en la medida que nos ha mostrado que a pesar de los avances, el desarrollo, y las fortalezas que como humanos hemos alcanzado, la realidad es que aún somos frágiles. Demasiado frágiles.

Economías golpeadas, miles de negocios desaparecidos, millones de empleos perdidos, son algunos elementos de un listado de consecuencias nefastas de lo que en principio fue una pandemia que evolucionó hacia una completa sindemia sanitaria y social.

Y precisamente esa condición de sindemia es la que nos debe guiar al hacer el balance de las lecciones aprendidas no solo para estar mejor preparados ante situaciones similares que con seguridad se presentarán en el futuro, sino para replantear conceptos de lo que considerábamos era la normalidad y que es en esencia lo que ha quedado seriamente cuestionado.

En un obvio primer plano, el de la salud, se debe considerar la necesidad de fortalecer con un carácter permanente los sistemas de control epidemiológico, con alertas tempranas, con medidas que sin paralizar el turismo y los viajes internacionales, si permitan disminuir las posibilidades en un mundo globalizado que agentes patógenos crucen libremente las fronteras, puede sonar difícil, más no es imposible.

Es también importante reforzar el trabajo en salud pública desde el interior de las comunidades, generando conciencia de autocuidado y de protección colectiva de la salud. Las cadenas de solidaridad que surgieron durante el aislamiento son una demostración de que es posible que nos cuidemos entre nosotros mismos, sin embargo es fundamental la participación del estado con medidas contundentes y estrategias de largo plazo que permitan superar la pobreza multidimensional. La renta básica es una opción que debe ser estudiada, pero también, las acciones para impulsar un verdadero fortalecimiento de las clases medias y de las medianas y pequeñas empresas, para que ante las contingencias como la vivida con la pandemia no colapsen en pocas semanas, hecho del cual hemos sido testigos.

Para el país sería también importante plantear una política de impulso industrial que incluya al sector farmacéutico nacional y la producción local de insumos y tecnologías en salud. Si bien nadie estaba preparado para lo sucedido, ya se ha dicho bastante, tampoco tiene sentido que el país se viera gravemente afectado por falta de insumos tan sencillos como cubre bocas o implementos de protección personal que no requieren de altísima tecnología en su producción. Pero el asunto va más allá, a finales de noviembre hemos visto que se comienzan a levantar alertas sobre potenciales desabastecimientos en medicamentos, lo que evidencia de nuevo nuestra dependencia sanitaria de los vaivenes internacionales. El tema es de una trascendencia tal que merece estar en los primeros lugares de la agenda pública.

Finalmente, pero no menos importante, es el momento de retomar con mayor ahínco los esfuerzos para crear conciencia sobre la necesidad, y ya casi urgencia, de salvaguardar el medio ambiente porque es muy probable que la próxima pandemia tenga su origen profundo en la sobreexplotación de la naturaleza. Aquel pequeño murciélago culpado por transmitir la enfermedad, tema aún por demostrar fuera de toda duda, probablemente volaba en los mercados de Wuhan porque su hábitat natural había sido transformado e invadido por la producción humana. Existen miles de virus, y millones de otros agentes patógenos, y mientras más cercana sea la coexistencia con el ser humano, más fácil es su transmisión y que terminen afectándonos. La sola familia de los coronavirus ya ha ocasionado epidemias como el MERS (Síndrome Respiratorio del Oriente Medio) y el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave), y ahora la Covid-19, y sería por lo menos absurdo atribuirles algún grado de malignidad, por lo tanto está en nuestras manos aprender a convivir, y así como hacían las antiguas culturas, sentarnos alrededor del fuego navideño para balancear en este caso nuestra existencia.


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