MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 242 NOVIEMBRE DEL AÑO 2018 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com

El autógrafo

Por: Julián H. Ramírez Urrea. Médico internista, Hospital Universitario San Vicente Fundación. Jefe del Departamento de Medicina Interna, Universidad de Antioquia.
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E ntre risas y aplausos, salieron los payasos de una escuela municipal, coreados por un nutrido grupo de niños que no querían desprenderse ni un segundo de ellos, incluso después de su acto final. Todavía recuerdo sus narices rojas, sus estrambóticos vestuarios y su voz nasal y vibrante como una corneta. Estaba maravillado con aquello, pensando que quizá estos personajes, venían de otro planeta o cuando menos, de otro país.

Poco tiempo después de terminar el acto, con la candidez que difícilmente he conservado, me acerqué a uno de ellos a pedirle un “autógrafo” - ignoro si en esta época de redes sociales y virtualidad, esta costumbre se mantenga -. Pronto me daría cuenta que debajo del disfraz, aparecía un ser ajeno que provenía de un barrio aledaño a la escuelita y cuya característica más importante fue, la de ser de un adulto de carne y hueso – uno los reconoce fácilmente porque expresan frecuentemente sus necesidades y ambiciones de forma inequívoca -. Sí: el adulto, disfrazado de payaso, estaba molesto porque el director de la escuela no había cancelado sus honorarios y por tanto, en un acto de “justicia y madurez adulta”, me negó mi autógrafo.

No sé por qué se me ocurrió este ejemplo para ilustrar una situación que las personas profesionales, especialmente aquellas relacionadas con el área de la salud, deberíamos cuidar con esmero: el arte de principio a fin. Es decir, terminar bien, lo que iniciamos bien. A veces, los malos finales terminan “vinagrando”, las buenas películas, por ejemplo. Es tener en cuenta que mientras se tenga el rol, deberíamos mantenerlo hasta el final.

Mucho se ha deliberado acerca de sí la medicina es ciencia o arte. No tendríamos que plantear esta disyuntiva, sino avanzar hacia una reveladora síntesis: el médico es un científico-artista que ha de mantenerse fiel a su arte, hasta el final del acto. Esto es, no acabar con las ilusiones - sin fingimientos - de nuestros pacientes, cuando crean que el profesional que cortésmente busca ayudar, siempre es un prestador de servicios más. En eso también consiste el arte: en ofrecer cosas que no se compren con dinero.

Así también, en la vida, el arte ha de ser consistente. Del artista se espera mucho más que sus obras. Se busca una ética y una integridad, más allá del escenario y detrás de bambalinas. No es solo interpretar un personaje en el escenario. Es, como aquella película “Birdman”, en la que el personaje lo es, dentro y fuera de la escenografía... cuando no se sabe a ciencia cierta, cuáles son los límites entre la actuación esporádica y el carácter cotidiano del artista.

El último párrafo de esta columna, siempre busca dar cuenta de una justificación: la espiritualidad es también, consistencia en el acto, entendida como acto duradero, como atmósfera envolvente, como filosofía no explicitada, íntima, que trasciende los actos, se argumenta a sí misma y no necesita mayores aclaraciones. Así, como el arte genuino que firma autógrafos en la memoria - que para los griegos está en el corazón - de los pacientes.


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