MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 49   OCTUBRE DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

LLos años de historia de nuestras universidades y hospitales universitarios están llenos de gloria y de un sinnúmero de grandes personajes que han dado renombre a nuestra región y al país, y han logrado un reconocimiento colectivo.
¿Quién ignora la capacitación que nos dio la universidad pública a los profesionales egresados, y a qué costo para nuestras familias? Nos graduamos y nos dio la oportunidad de ser y de ocupar un lugar en la sociedad y sentirnos orgullosos, de ser egresados de la "universidad".
En el área de la salud, las fundaciones hospitalarias nos abrieron sus puertas sin contraprestaciones y con el único interés de prestar un servicio humanizado a quien lo solicitaba.
Hoy vemos con gran pesar como los hijos de estas beneméritas instituciones, voltean su cara y olvidan la deuda y el compromiso, por los intereses individuales pecuniarios y por las causas de grupos de poder.
Las deudas se pagan y más aún las de conciencia, con retribuciones en el servicio y con la defensa y afecto por su engrandecimiento.
Esperamos más de los egresados y más aún de los que usufructúan las entidades.
No olviden que muchos han crecido y son reconocidos gracias a estas instituciones

La Universidad hoy día

P. Adolfo Galeano ofm. Rector Seccional Medellín Universidad San Buenaventura

En esta era nuestra, a la que se dan muchos nombres, postmodernidad o de la globalización, de la electrónica y la cibernética, o de la revolución informática, porque no logramos fácilmente caracterizarla, estamos dando un nuevo paso en el proceso evolutivo del ser humano, donde todos los modelos sociales están quedando obsoletos.
El siglo XX no nos legó solamente algunas ideologías, sino también una gran desilusión y una gran desesperanza. El hombre del siglo XX acumuló demasiados fracasos para poder creer en sí mismo, en su valor y en sus posibilidades. Su dignidad ha sido demasiado pisoteada por el mismo hombre para que podamos creer que esa dignidad sea algo real.

Todo esto contradice completamente el progresismo ingenuo del liberalismo norteamericano y el utópico del comunismo soviético.
¿Todo es entonces negativo, en lo que nos legó el siglo XX y en lo que hoy vivimos? Indudablemente que no. Está naciendo un nuevo modelo de ser humano, una nueva etapa de la evolución. El hombre nuevo que soñó la utopía marxista está naciendo, pero no gracias a la revolución proletaria sino a la fuerza de la evolución cósmica.
Es aquí donde aparece con claridad la importancia inmensa que tiene la Universidad en esta era nueva, puesto que es, por esencia, el cerebro de la sociedad. Ella existe para estimular y desarrollar la reflexión y el pensamiento, la investigación, la creatividad y el diálogo. Ella es el espacio natural del conocimiento, esa realidad que se está convirtiendo en la verdadera riqueza de las naciones y el motor de la economía y la política mundial.
La Universidad puede ayudar a asumir retos y nuevas formas de cultura. Esto exige que sea más ágil, pluralista, dinámica y con mayores recursos tecnológicos, porque también le llegó la era de la competitividad: se cuestiona la calidad de su investigación y de su enseñanza. En cuanto a la clase de cultura, no puede servir a la vieja cultura, estática y provinciana, que respondía a un hombre más limitado o menos evolucionado. No puede estar vuelta a una visión romántica del pasado y ser mera transmisora de la cultura de ayer, sino dinamizarla e integrarla con nueva cultura, debe volverse al futuro por conquistar.
La Universidad no puede ser un museo sino un laboratorio, no es un mero lugar de erudición muerta sino un centro de creatividad. Los museos tienen su importancia, como el pasado, pero en cuanto se transformen en laboratorios, porque el pasado debe servir de base para transformar el presente. La Universidad no puede ser consumidora de información sino centro de su elaboración y transformación.
Además, la Universidad tiene un papel frente al sistema económico: no debe formar simples profesionales que se acomoden y sirvan a un sistema económico obsoleto, sino formar profesionales del conocimiento y la información. Está llamada a cambiar la sociedad contribuyendo a la movilidad social, no puede servir a los privilegiados de un sistema, que capacita para conservar los privilegios de clase. La revolución mundial está haciendo añicos la antigua estructura social de clases basadas en el poder económico y está creando nuevas estructuras basadas en el poder de la información y el conocimiento.
Para hacer progresar una sociedad e integrarla en el proceso mundial, la Universidad ha de ser un centro destructor de tabúes: el racismo, la desigualdad social, el machismo, los fanatismos, en fin, de todas esas barreras que pueden sofocar y extinguir una sociedad ante el incontenible proceso de la cultura mundial.
Es el anhelo cósmico de ser-más, que se hace deseo y pensamiento en nuestros cerebros y corazones, el que da origen a la investigación, al estudio y a la ciencia. Así, la Universidad surge como una exigencia de conocer y orientar la evolución del hombre, la sociedad y el cosmos. El sentido del "trabajo" universitario no puede ser para crear hombres productivos que hacen algo útil, como producir dinero, ganar-más, con el objeto de tener-más. El trabajo universitario tiene sentido si responde al dinamismo evolutivo creador hacia el ser-más.
Inspirándose en Adam Smith, David S. Landes escribió el libro "La riqueza y la pobreza de las Naciones", donde afirma: "Aquellos españoles que fueron al Nuevo Mundo no lo hicieron para romper un modelo, sino para hacerse ricos, y hasta sobornaban para obtener rangos y cargos. El camino hacia la riqueza no pasaba por el trabajo, sino por el dinero mal habido y el (des)gobierno" (p. 400).
Destaca así dos maneras de buscar la riqueza que aún pugnan: la que busca el progreso mediante el trabajo y la que lo busca utilizando cargos y prebendas, con la consiguiente corrupción administrativa o dinero mal habido. Muchos se enriquecieron con el chantaje, el pillaje, el robo, la estafa, el saqueo a los bienes públicos. Y muchos de los que saquean creen merecer el dinero, no como producto de su trabajo, sino como recompensa al cargo, aunque no trabajen, pues piensan que el dinero representa méritos por dignidad y no es fruto del trabajo realizado. El dinero para ellos no significa trabajo sino galardón y abolengo.
Dice luego el autor, que después de la independencia, "en las altas esferas, un pequeño grupo de pillos, que habían aprendido de maravillas las enseñanzas de antiguos jefes coloniales, saqueaban con total libertad. Abajo, las masas agachaban la cabeza y trabajaban". Lo que dice se refiere al siglo XIX, pero: ¿Ha cambiado esto, tenemos una nueva ética, la ética del trabajo predomina en nuestra visión latinoamericana de la vida? Presenciamos en Colombia que la corrupción administrativa incide en una violencia endémica y frena el verdadero crecimiento humano, lo cual demuestra que el trabajo en cuanto valor en sí y medio más honesto de progresar dentro del proceso evolutivo, no es un valor predominante en nuestra cultura.
Estamos viviendo un mundo nuevo y una nueva forma de sociedad, donde los antiguos esquemas de vida social cambian aceleradamente, el modelo de gobierno, Iglesia, relaciones humanas, matrimonio, educación y universidad, son reemplazados por unos nuevos, no definidos claramente. Entramos en la sociedad del conocimiento, determinada por la información, la ciencia y la técnica. Bajo esta perspectiva, la importancia de la Universidad es evidente, porque para el hombre y la universidad de hoy es tan ineludible la ética como para el hombre de todos los tiempos, aunque la ética nueva no responda a los anteriores esquemas sociales.
Sin embargo, la falta de ética en la administración pública y privada es un mal tan grande, que ha influido en el subdesarrollo. Hay relación entre corrupción y violencia, y parece innegable el dominio de una anticultura de la corrupción. Hablo aquí de ética, porque también es parte de la cultura, en el sentido amplio de la palabra. Y la universidad tiene una responsabilidad también en la cultura ética, tanto en cuanto que la debe cultivar como que la debe irradiar.
Son muchas las plagas que amenazan a la universidad, algunas ya experimentadas en el país: La politización, la burocratización, el elitismo y el convertirla en instrumento de la revolución o al servicio de una ideología. La universidad es un termómetro de la sociedad, allí resuena y se siente su hálito de vida. Por eso, debe estar vigilante frente a las plagas que azotan nuestra sociedad colombiana: la corrupción administrativa, el clientelismo, el burocratismo, o simplemente convertirse en un inmenso y acicalado elefante blanco, con magníficos edificios, laboratorios, bibliotecas, canchas, computadores y un enjambre de burócratas que se tragan el presupuesto, mientras pululan unos estudiantes mediocres a los que sólo interesa tener un título para afirmarse socialmente. Se trataría, en este caso, de una universidad estéril, ineficaz, aunque sea muy grande el número de graduados que cada año vierte en la sociedad.
Bioética
El deber de Disentir Carlos Alberto Gómez Fajardo
Han sido pocas las voces que se han levantado, de modo enérgico y oportuno, a manifestar su objeción a los desafortunados cambios que sufrió la política de la salud en Colombia: fue negativa la acción de inspiración estrictamente materialista que motivó a los gestores y legisladores de la reforma de la seguridad social. Este fue quizás uno de los más importantes y complejos aspectos jurídicos que tuvieron lugar con posterioridad a la reforma constitucional de 1991. Sabemos también de profundas y muy bien fundamentadas críticas a la propia Constitución de 1991 y al modo equívoco como esta se llevó a cabo. Ingenuamente, cayó de nuevo la Nación, en la trampa de creer que los problemas se arreglan con leyes. El resultado fatal se hizo evidente con el paso de unos pocos años, a pesar de los sofismas que se atrevió a anunciar una publicación orientada entonces por uno de los más directos responsables del maremágnum: en aquel entonces, se afirmaba que la situación de salud en Colombia estaba por encima de los indicadores de algunos países más desarrollados. Pero, el sol no se oculta con las manos.
Ahora, la situación se agrava. El Estado legisla abundantemente, la enmarañada trama de reglamentaciones se orienta hacia la salvaguardia de los intereses monetarios del intermediario financiero, convertido por injusta ley, en el controlador inmisericorde de las acciones relacionadas con el acto médico.
El médico se ha tratado de reducir a la condición de operario de una determinada técnica, sobre un acúmulo de huesos, tendones, articulaciones y diversas vísceras: el usuario-cliente. El acto médico se reduce a un acto de facturación. En este ambiente, teñido de maloliente mercantilismo, prima la desconfianza entre las partes; el usuario-cliente, tiene que acudir, desconfiado y alerta, ante la práctica de un también desconfiado y atemorizado médico. Esta relación se convierte en escenario pleno en litigios y acusaciones por toda clase de responsabilidades: éticas, penales, administrativas y civiles. Se congestionan tribunales y juzgados.
Mientras los pobres hacen colas, se llenan de expedientes, de formularios, de tutelas y de toda clase de trámites burocráticos, los escritorios de los funcionarios que detentan el poder de autorizar o de "direccionar" a los clientes-usuarios. Proceden a hacerlo, con la natural intención de proteger los intereses económicos de su empleador, quien, sin ningún miramiento, está pendiente de sustituir a la pieza que no marche ajustadamente en el engranaje. A fin de cuentas, hay miles de egresados de las facultades y politécnicos de medicina, dispuestos a sudar la camiseta del banquero que los coloque. No tienen otra opción a la vista.
Los hospitales y clínicas, reducidos por condiciones financieras apremiantes, se convirtieron en objeto de la manipulación comercial y en víctimas de la asfixia de los pagadores, quienes ponen las condiciones que se les vayan ocurriendo, haciendo diestro uso de la legislación vigente, i.e. del mecanismo de las "glosas". La complejidad del "sistema reglamentario" de la ley original es superior, en volumen y contradicciones, a la misma ley. Aunque tenemos uno de los sistemas sanitarios más reglamentados del mundo, todavía se oyen voces de "autoridades" que alegan que el problema es de reglamentación.
Muchos se empeñan en no verlo así, pero el problema filosófico, es de la mayor envergadura: vivimos las consecuencias de una inspiración política deficiente en cuanto a lo que constituye el sentido último del Estado y a lo que se entiende por servicio de éste hacia el individuo, en aspectos como lo relacionado con su salud, su protección y su promoción humana. En el marco imperante, el individuo es meramente, un "homo económicus", la criatura solitaria que trata de sobrevivir en medio de una enrarecida atmósfera de materialismo brutal, que a lo mejor llenaría de pesimismo y terror, a desalmados como Carlos Marx y Jean Paul Sartre, sujetos que tampoco quisieron comprender el significado del concepto de la solidaridad y la responsabilidad comunitaria. Paradójicamente, están ellos dos en el trasfondo filosófico de quienes inspiraron la reforma. Estas son las consecuencias para la patria, de unos ejecutivos jóvenes y "brillantes", que armados de sus estudios de postgrado en algún sitio sajón, fotocopiaron indiscriminadamente lo que allí aplican los políticos de ésas latitudes, sin ninguna clase de perspectiva histórica, sin importarles que el nuestro es un país diferente a lo que muestran las pantallas de computador de las universidades norteamericanas o europeas. Por supuesto que lo ignoran: han renegado de su propia nacionalidad y se han limitado a vivir en una especie de presente interminable, con el esguince argumental de la "globalización". Ignoran y desprecian sistemáticamente lo que es la historia de Colombia. Cualquier referencia de orden humanístico para aquellos sujetos, es objeto simplemente de burla y de desprecio. Imperan las preocupaciones por los resultados a corto plazo, tal como lo dictamine la última moda de la administración de empresas: reingeniería, empowerment, calidad total, cuantificación de desempeño, lo que sea. Basta con que sea lo último.
El paciente, el compromiso hipocrático, se ha dejado de lado. Esto es lo que se les ha enseñado en los centros de adiestramiento a los operarios del sistema. Han olvidado muchas de las autoridades académicas de la medicina en Colombia (y en el mundo), que cuando se sustituye el ideal hipocrático, los móviles diferentes del médico hacia el paciente, se confunden con las más brutales formas de opresión que la humanidad haya conocido. Ya lo advertían los investigadores de los crímenes cometidos durante la segunda guerra mundial por los médicos puestos al servicio de la "Nueva Alemania", con la implementación de sus programas de eugenesia, eutanasia, higiene racial y otras fatales medidas, denominadas "de salud pública". La misma historia de aquellos comités de la revolución francesa, encargados de exterminar a los acusados de pertenecer al "ancién regimen". Hay que ver los exhaustivos estudios de Robert Jay Lifton y de James M. Glass.
Grave responsabilidad la de estos "educadores" de la nuevas concepciones. Porque han permitido horadar los fundamentos hipocráticos del acto médico, sabiendo cuáles son las aterradoras consecuencias de tal acción. El médico auténticamente comprometido con el bien de su paciente, conoce cuán cercanos son los límites de la fragilidad humana.
Aunque la opinión pública colombiana ha permanecido en un sorprendente marginamiento, se debe registrar que las voces de médicos dignos se han hecho sentir: Academia de Medicina de Medellín, Academia Nacional de Medicina, Colegio Médico de Antioquia. Es menester destacar nombres valerosos: Ramón Córdoba Palacio, Alfredo Naranjo Villegas, Carlos Santiago Uribe, Alberto Betancourt Arango, Luis Fernando Gómez Uribe, J. Mario Castrillón. Nadie puede decir que la sociedad no ha sido advertida. Se ha cumplido con el deber democrático de disentir 6
* Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética, CECOLBE.

 











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