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LLos años de historia
de nuestras universidades y hospitales universitarios están
llenos de gloria y de un sinnúmero de grandes personajes
que han dado renombre a nuestra región y al país,
y han logrado un reconocimiento colectivo.
¿Quién ignora la capacitación que nos
dio la universidad pública a los profesionales egresados,
y a qué costo para nuestras familias? Nos graduamos
y nos dio la oportunidad de ser y de ocupar un lugar en
la sociedad y sentirnos orgullosos, de ser egresados de
la "universidad".
En el área de la salud, las fundaciones hospitalarias
nos abrieron sus puertas sin contraprestaciones y con el
único interés de prestar un servicio humanizado
a quien lo solicitaba.
Hoy vemos con gran pesar como los hijos de estas beneméritas
instituciones, voltean su cara y olvidan la deuda y el compromiso,
por los intereses individuales pecuniarios y por las causas
de grupos de poder.
Las deudas se pagan y más aún las de conciencia,
con retribuciones en el servicio y con la defensa y afecto
por su engrandecimiento.
Esperamos más de los egresados y más aún
de los que usufructúan las entidades.
No olviden que muchos han crecido y son reconocidos gracias
a estas instituciones
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La
Universidad hoy día
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P.
Adolfo Galeano ofm. Rector Seccional Medellín Universidad
San Buenaventura
En esta era nuestra, a la que se dan muchos nombres, postmodernidad
o de la globalización, de la electrónica y la
cibernética, o de la revolución informática,
porque no logramos fácilmente caracterizarla, estamos
dando un nuevo paso en el proceso evolutivo del ser humano,
donde todos los modelos sociales están quedando obsoletos.
El siglo XX no nos legó solamente algunas ideologías,
sino también una gran desilusión y una gran
desesperanza. El hombre del siglo XX acumuló demasiados
fracasos para poder creer en sí mismo, en su valor
y en sus posibilidades. Su dignidad ha sido demasiado pisoteada
por el mismo hombre para que podamos creer que esa dignidad
sea algo real.
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Todo esto contradice
completamente el progresismo ingenuo del liberalismo norteamericano
y el utópico del comunismo soviético.
¿Todo es entonces negativo, en lo que nos legó
el siglo XX y en lo que hoy vivimos? Indudablemente que no.
Está naciendo un nuevo modelo de ser humano, una nueva
etapa de la evolución. El hombre nuevo que soñó
la utopía marxista está naciendo, pero no gracias
a la revolución proletaria sino a la fuerza de la evolución
cósmica.
Es aquí donde aparece con claridad la importancia inmensa
que tiene la Universidad en esta era nueva, puesto que es, por
esencia, el cerebro de la sociedad. Ella existe para estimular
y desarrollar la reflexión y el pensamiento, la investigación,
la creatividad y el diálogo. Ella es el espacio natural
del conocimiento, esa realidad que se está convirtiendo
en la verdadera riqueza de las naciones y el motor de la economía
y la política mundial.
La Universidad puede ayudar a asumir retos y nuevas formas de
cultura. Esto exige que sea más ágil, pluralista,
dinámica y con mayores recursos tecnológicos,
porque también le llegó la era de la competitividad:
se cuestiona la calidad de su investigación y de su enseñanza.
En cuanto a la clase de cultura, no puede servir a la vieja
cultura, estática y provinciana, que respondía
a un hombre más limitado o menos evolucionado. No puede
estar vuelta a una visión romántica del pasado
y ser mera transmisora de la cultura de ayer, sino dinamizarla
e integrarla con nueva cultura, debe volverse al futuro por
conquistar.
La Universidad no puede ser un museo sino un laboratorio, no
es un mero lugar de erudición muerta sino un centro de
creatividad. Los museos tienen su importancia, como el pasado,
pero en cuanto se transformen en laboratorios, porque el pasado
debe servir de base para transformar el presente. La Universidad
no puede ser consumidora de información sino centro de
su elaboración y transformación.
Además, la Universidad tiene un papel frente al sistema
económico: no debe formar simples profesionales que se
acomoden y sirvan a un sistema económico obsoleto, sino
formar profesionales del conocimiento y la información.
Está llamada a cambiar la sociedad contribuyendo a la
movilidad social, no puede servir a los privilegiados de un
sistema, que capacita para conservar los privilegios de clase.
La revolución mundial está haciendo añicos
la antigua estructura social de clases basadas en el poder económico
y está creando nuevas estructuras basadas en el poder
de la información y el conocimiento.
Para hacer progresar una sociedad e integrarla en el proceso
mundial, la Universidad ha de ser un centro destructor de tabúes:
el racismo, la desigualdad social, el machismo, los fanatismos,
en fin, de todas esas barreras que pueden sofocar y extinguir
una sociedad ante el incontenible proceso de la cultura mundial.
Es el anhelo cósmico de ser-más, que se hace deseo
y pensamiento en nuestros cerebros y corazones, el que da origen
a la investigación, al estudio y a la ciencia. Así,
la Universidad surge como una exigencia de conocer y orientar
la evolución del hombre, la sociedad y el cosmos. El
sentido del "trabajo" universitario no puede ser para
crear hombres productivos que hacen algo útil, como producir
dinero, ganar-más, con el objeto de tener-más.
El trabajo universitario tiene sentido si responde al dinamismo
evolutivo creador hacia el ser-más.
Inspirándose en Adam Smith, David S. Landes escribió
el libro "La riqueza y la pobreza de las Naciones",
donde afirma: "Aquellos españoles que fueron al
Nuevo Mundo no lo hicieron para romper un modelo, sino para
hacerse ricos, y hasta sobornaban para obtener rangos y cargos.
El camino hacia la riqueza no pasaba por el trabajo, sino por
el dinero mal habido y el (des)gobierno" (p. 400).
Destaca así dos maneras de buscar la riqueza que aún
pugnan: la que busca el progreso mediante el trabajo y la que
lo busca utilizando cargos y prebendas, con la consiguiente
corrupción administrativa o dinero mal habido. Muchos
se enriquecieron con el chantaje, el pillaje, el robo, la estafa,
el saqueo a los bienes públicos. Y muchos de los que
saquean creen merecer el dinero, no como producto de su trabajo,
sino como recompensa al cargo, aunque no trabajen, pues piensan
que el dinero representa méritos por dignidad y no es
fruto del trabajo realizado. El dinero para ellos no significa
trabajo sino galardón y abolengo.
Dice luego el autor, que después de la independencia,
"en las altas esferas, un pequeño grupo de pillos,
que habían aprendido de maravillas las enseñanzas
de antiguos jefes coloniales, saqueaban con total libertad.
Abajo, las masas agachaban la cabeza y trabajaban". Lo
que dice se refiere al siglo XIX, pero: ¿Ha cambiado
esto, tenemos una nueva ética, la ética del trabajo
predomina en nuestra visión latinoamericana de la vida?
Presenciamos en Colombia que la corrupción administrativa
incide en una violencia endémica y frena el verdadero
crecimiento humano, lo cual demuestra que el trabajo en cuanto
valor en sí y medio más honesto de progresar dentro
del proceso evolutivo, no es un valor predominante en nuestra
cultura.
Estamos viviendo un mundo nuevo y una nueva forma de sociedad,
donde los antiguos esquemas de vida social cambian aceleradamente,
el modelo de gobierno, Iglesia, relaciones humanas, matrimonio,
educación y universidad, son reemplazados por unos nuevos,
no definidos claramente. Entramos en la sociedad del conocimiento,
determinada por la información, la ciencia y la técnica.
Bajo esta perspectiva, la importancia de la Universidad es evidente,
porque para el hombre y la universidad de hoy es tan ineludible
la ética como para el hombre de todos los tiempos, aunque
la ética nueva no responda a los anteriores esquemas
sociales.
Sin embargo, la falta de ética en la administración
pública y privada es un mal tan grande, que ha influido
en el subdesarrollo. Hay relación entre corrupción
y violencia, y parece innegable el dominio de una anticultura
de la corrupción. Hablo aquí de ética,
porque también es parte de la cultura, en el sentido
amplio de la palabra. Y la universidad tiene una responsabilidad
también en la cultura ética, tanto en cuanto que
la debe cultivar como que la debe irradiar.
Son muchas las plagas que amenazan a la universidad, algunas
ya experimentadas en el país: La politización,
la burocratización, el elitismo y el convertirla en instrumento
de la revolución o al servicio de una ideología.
La universidad es un termómetro de la sociedad, allí
resuena y se siente su hálito de vida. Por eso, debe
estar vigilante frente a las plagas que azotan nuestra sociedad
colombiana: la corrupción administrativa, el clientelismo,
el burocratismo, o simplemente convertirse en un inmenso y acicalado
elefante blanco, con magníficos edificios, laboratorios,
bibliotecas, canchas, computadores y un enjambre de burócratas
que se tragan el presupuesto, mientras pululan unos estudiantes
mediocres a los que sólo interesa tener un título
para afirmarse socialmente. Se trataría, en este caso,
de una universidad estéril, ineficaz, aunque sea muy
grande el número de graduados que cada año vierte
en la sociedad. |
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Bioética
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Han
sido pocas las voces que se han levantado, de modo enérgico
y oportuno, a manifestar su objeción a los desafortunados
cambios que sufrió la política de la salud en
Colombia: fue negativa la acción de inspiración
estrictamente materialista que motivó a los gestores
y legisladores de la reforma de la seguridad social. Este fue
quizás uno de los más importantes y complejos
aspectos jurídicos que tuvieron lugar con posterioridad
a la reforma constitucional de 1991. Sabemos también
de profundas y muy bien fundamentadas críticas a la propia
Constitución de 1991 y al modo equívoco como esta
se llevó a cabo. Ingenuamente, cayó de nuevo la
Nación, en la trampa de creer que los problemas se arreglan
con leyes. El resultado fatal se hizo evidente con el paso de
unos pocos años, a pesar de los sofismas que se atrevió
a anunciar una publicación orientada entonces por uno
de los más directos responsables del maremágnum:
en aquel entonces, se afirmaba que la situación de salud
en Colombia estaba por encima de los indicadores de algunos
países más desarrollados. Pero, el sol no se oculta
con las manos.
Ahora, la situación se agrava. El Estado legisla abundantemente,
la enmarañada trama de reglamentaciones se orienta hacia
la salvaguardia de los intereses monetarios del intermediario
financiero, convertido por injusta ley, en el controlador inmisericorde
de las acciones relacionadas con el acto médico.
El médico se ha tratado de reducir a la condición
de operario de una determinada técnica, sobre un acúmulo
de huesos, tendones, articulaciones y diversas vísceras:
el usuario-cliente. El acto médico se reduce a un acto
de facturación. En este ambiente, teñido de maloliente
mercantilismo, prima la desconfianza entre las partes; el usuario-cliente,
tiene que acudir, desconfiado y alerta, ante la práctica
de un también desconfiado y atemorizado médico.
Esta relación se convierte en escenario pleno en litigios
y acusaciones por toda clase de responsabilidades: éticas,
penales, administrativas y civiles. Se congestionan tribunales
y juzgados.
Mientras los pobres hacen colas, se llenan de expedientes, de
formularios, de tutelas y de toda clase de trámites burocráticos,
los escritorios de los funcionarios que detentan el poder de
autorizar o de "direccionar" a los clientes-usuarios.
Proceden a hacerlo, con la natural intención de proteger
los intereses económicos de su empleador, quien, sin
ningún miramiento, está pendiente de sustituir
a la pieza que no marche ajustadamente en el engranaje. A fin
de cuentas, hay miles de egresados de las facultades y politécnicos
de medicina, dispuestos a sudar la camiseta del banquero que
los coloque. No tienen otra opción a la vista.
Los hospitales y clínicas, reducidos por condiciones
financieras apremiantes, se convirtieron en objeto de la manipulación
comercial y en víctimas de la asfixia de los pagadores,
quienes ponen las condiciones que se les vayan ocurriendo, haciendo
diestro uso de la legislación vigente, i.e. del mecanismo
de las "glosas". La complejidad del "sistema
reglamentario" de la ley original es superior, en volumen
y contradicciones, a la misma ley. Aunque tenemos uno de los
sistemas sanitarios más reglamentados del mundo, todavía
se oyen voces de "autoridades" que alegan que el problema
es de reglamentación.
Muchos se empeñan en no verlo así, pero el problema
filosófico, es de la mayor envergadura: vivimos las consecuencias
de una inspiración política deficiente en cuanto
a lo que constituye el sentido último del Estado y a
lo que se entiende por servicio de éste hacia el individuo,
en aspectos como lo relacionado con su salud, su protección
y su promoción humana. En el marco imperante, el individuo
es meramente, un "homo económicus", la criatura
solitaria que trata de sobrevivir en medio de una enrarecida
atmósfera de materialismo brutal, que a lo mejor llenaría
de pesimismo y terror, a desalmados como Carlos Marx y Jean
Paul Sartre, sujetos que tampoco quisieron comprender el significado
del concepto de la solidaridad y la responsabilidad comunitaria.
Paradójicamente, están ellos dos en el trasfondo
filosófico de quienes inspiraron la reforma. Estas son
las consecuencias para la patria, de unos ejecutivos jóvenes
y "brillantes", que armados de sus estudios de postgrado
en algún sitio sajón, fotocopiaron indiscriminadamente
lo que allí aplican los políticos de ésas
latitudes, sin ninguna clase de perspectiva histórica,
sin importarles que el nuestro es un país diferente a
lo que muestran las pantallas de computador de las universidades
norteamericanas o europeas. Por supuesto que lo ignoran: han
renegado de su propia nacionalidad y se han limitado a vivir
en una especie de presente interminable, con el esguince argumental
de la "globalización". Ignoran y desprecian
sistemáticamente lo que es la historia de Colombia. Cualquier
referencia de orden humanístico para aquellos sujetos,
es objeto simplemente de burla y de desprecio. Imperan las preocupaciones
por los resultados a corto plazo, tal como lo dictamine la última
moda de la administración de empresas: reingeniería,
empowerment, calidad total, cuantificación de desempeño,
lo que sea. Basta con que sea lo último.
El paciente, el compromiso hipocrático, se ha dejado
de lado. Esto es lo que se les ha enseñado en los centros
de adiestramiento a los operarios del sistema. Han olvidado
muchas de las autoridades académicas de la medicina en
Colombia (y en el mundo), que cuando se sustituye el ideal hipocrático,
los móviles diferentes del médico hacia el paciente,
se confunden con las más brutales formas de opresión
que la humanidad haya conocido. Ya lo advertían los investigadores
de los crímenes cometidos durante la segunda guerra mundial
por los médicos puestos al servicio de la "Nueva
Alemania", con la implementación de sus programas
de eugenesia, eutanasia, higiene racial y otras fatales medidas,
denominadas "de salud pública". La misma historia
de aquellos comités de la revolución francesa,
encargados de exterminar a los acusados de pertenecer al "ancién
regimen". Hay que ver los exhaustivos estudios de Robert
Jay Lifton y de James M. Glass.
Grave responsabilidad la de estos "educadores" de
la nuevas concepciones. Porque han permitido horadar los fundamentos
hipocráticos del acto médico, sabiendo cuáles
son las aterradoras consecuencias de tal acción. El médico
auténticamente comprometido con el bien de su paciente,
conoce cuán cercanos son los límites de la fragilidad
humana.
Aunque la opinión pública colombiana ha permanecido
en un sorprendente marginamiento, se debe registrar que las
voces de médicos dignos se han hecho sentir: Academia
de Medicina de Medellín, Academia Nacional de Medicina,
Colegio Médico de Antioquia. Es menester destacar nombres
valerosos: Ramón Córdoba Palacio, Alfredo Naranjo
Villegas, Carlos Santiago Uribe, Alberto Betancourt Arango,
Luis Fernando Gómez Uribe, J. Mario Castrillón.
Nadie puede decir que la sociedad no ha sido advertida. Se ha
cumplido con el deber democrático de disentir 6
* Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de
Bioética, CECOLBE. |
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