MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 7    NO 83  AGOSTO DEL AÑO 2005    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes

"En el mundo de Terramar hay dragones y espectros, talismanes y poderes, y las leyes de la magia son tan inevitables y exactas como las leyes naturales. Un principio fundamental rige en ese mundo: el delicado equilibrio entre la muerte y la vida, que muy pocos hombres pueden alterar, o restaurar. Pues la restauración del orden cósmico corresponde naturalmente al individuo que se gobierna a sí mismo, el héroe completo capaz de dar el paso último, enfrentarse a su propia sombra, que es miedo, odio, inhumanidad".

“Un mago de Terramar” (fragmento)
Ursula K[roeber] Le Guin (EU, 1929), autora de literatura fantástica y ciencia ficción. En 1964 publicó El mundo de Rocannon, la primera del ciclo basado en el mito nórdico de Odín. En su producción cabe citar Planeta de exilio (1966), La ciudad de las ilusiones (1967), La mano izquierda de la oscuridad (1969), La palabra para mundo es bosque (1972) y Los desposeídos (1974). Recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil con La orilla más lejana (1972), el tercer libro de la trilogía “Terramar”, archipiélago en el que cohabitan distintas culturas, idiomas y hasta concepciones sobre la vida y la muerte. Su narrativa roza en momentos, la poesía.

 

¡A qué nos hemos acostumbrado!
Norman Harry H., MD
Es llamativo de la atención que los funcionarios del Estado cuando tienen la posibilidad de encarar a un periodista, reportero o comunicador de sucesos, hacen gala de un empeño, digno de más creíble causa, por presentar la indeclinable decisión de protección social del régimen que representa; se hace lenguas dando a conocer las cifras que oficialmente se propalan como la mejor demostración de la preocupación por el pueblo y sus angustias, sin parar mientes en que aparte de ellos, los del gobierno, los demás ciudadanos también piensan y hacen las cuentas sobre lo que les dicen. Veamos:
Presentan el cubrimiento en consulta médica y hospitalaria, como idéntico a seguridad social en salud. Pero resulta que la seguridad social en salud se logra con el cubrimiento de muchas otras facetas del diario vivir del individuo, a saber: la vivienda, pues si no se dispone de ella con características que favorezcan una vida digna, con respecto a la intimidad de cada uno de los convivientes, su libertad, etc., esas viviendas no son más que tugurios institucionalizados, favorecedores de las mismas miserias y aberraciones que lamentablemente se dan con tanta frecuencia en la vida familiar tugurial.
Otra faceta de no menor importancia es la que presenta la educación, la cual no ha sido suficientemente ponderada, pues el énfasis menor ha sido en la calidad (digámoslo, si no, los que hacemos docencia a nivel superior y tenemos que recibir a unos muchachos que los han engañado, con el aval del Estado, diciéndoles que son suficientemente aptos para ingresar a los estudios profesionales). Se han abierto cupos, pero a veces tan distantes del sitio de vivienda del estudiante que, sobre todo para los más pequeños es un riesgo que no es ético dejarlos correr. Le educación aporta o quita y mucho, a la salud de las personas.
Ni hablar de la inseguridad social en servicios públicos, que le aportan agua de baja potabilidad a las comunidades, o energía de altísimo costo que hacen que los responsables de las familias, en no pocas veces, tengan que entrar a decidir entre pagar servicios o alimentar, vestir y educar a los hijos. Eso también es seguridad social, y de la que brilla por su ausencia en grandes conglomerados del país.
Hay algo más: se presentan con enorme satisfacción los logros en seguridad para el transporte por las grandes carreteras y por sobre todo, en las que propician el turismo. Pero qué de los caminos por donde deben sacar sus cosechas los campesinos, que muy contadas veces y de milagro logran una atención médica de “primer nivel”, que en puridad de verdad lo ubica como ciudadano de tercera, pues en ese nivel el recurso es el mínimo, por mandato de las normas que rigen en desarrollo de la lamentable Ley 100. Poder hacer el mercadeo de lo que se produce, también es seguridad social. Hemos oído al primer mandatario, en forma repetida, responder a la solicitud de ayuda para esas vías menores, diciendo que el Estado no está en capacidad de resolver esa problemática e invita a que los quejosos mismos ideen soluciones, aporten recursos. Esas vías también determinan seguridad social.
Pero démosle una miradita a las cifras de la salud: No es del caso volver sobre las penurias de los hospitales, de las cuales, con gran desfachatez, el señor Ministro de la Protección Social, hace con frecuencia responsables a los médicos. Y la pregunta lógica es: ¿por qué antes de la funesta Ley 100 no se presentaban tantos desastres en la finazas hospitalarias, si los manejadores en esas calendas eran médicos, en ejercicio de la profesión y no alejados de su práctica, para irse afanosamente a los quehaceres de la administración, lo cual está pasando ahora, ejecutando su actividad como si los entes de atención en salud fueran empresas de producción o de mercadeo, sin detenerse a pensar que la salud no es una mercancía que se manipula, vende y se le saca ganancias, sino un valor que se cuida, se respeta y promueve para dignificar la vida de los seres humanos, fin último de la medicina, al revés de lo que propicia la malhadada Ley propiciadora de la manipulación de la atención de los pacientes para el enriquecimiento de empresas que nada arriesgan mientras hinchan sus arcas por cuenta de la salud? ¿Que lo anterior es una diatriba sin fundamentos? Veamos que no. Se alega por parte de los funcionaros, que hay cerca de 15 a 16 millones de inscritos en la seguridad social en salud y que llegarán a la mitad de todos los colombianos en un plazo relativamente corto. También afirman que el gasto en salud es de $19 billones en el año (¡10% del PIB!). Si lo que nos enseñaron hace ya muchos años en aritmética sigue teniendo vigencia, podemos decir que, en teoría se están gastando unos $400.000 por colombiano por año; pero como en la misma vigencia no todos necesariamente gastan en salud, la cifra sube a casi el doble. Más aún: si el gasto registrado por el gobierno es el que se hace en los que figuran afiliados, todavía es mayor la cifra. Pero lo que vemos cada día del año es mayor desprotección real y más baja calidad en la atención por parte de las empresas nacidas al amparo de la Ley para explotación de la salud (“la salud es una mercancía que los médicos no han sabido explotar”, les dijo un ministro de salud -q.e.p.d.- a los estudiantes de medicina de una universidad de Medellín, y con la Ley 100 ya verán que no tendrán pacientes sino clientes a los cuales vendérsela), tal como lo constatamos cada vez con mayor dolor, los que conocemos de las faltas en los Tribunales Médicos Disciplinarios, las cuales muy frecuentemente, casi siempre, son inducidas por la normatividad que se expide al amparo de la tan traída y llevada Ley; y el encartado es el médico.
Pero sigamos adelante preguntando: si la cifra informada es tan formidable y la atención es cada vez de menor calidad, ¿qué está pasando? Los dineros los aporta el gobierno y no llegan a las arcas de los hospitales; tampoco están en los bolsillos de los que directamente atienden a los pacientes, a los cuales les reconocen honorarios de miseria -recuérdese las afirmaciones del senador Bernardo Alejandro Guerra Hoyos sobre los estrafalarios sueldos de los altos funcionaros de las EPS y los sueldos irrisorios de los médicos de las mismas-. ¿Qué se hicieron entonces esos dineros? ¿Qué cuentas inflaron? Si se hiciera un arqueo muy serio de las instituciones que medran al amparo de la Ley 100 (otra vez la misma Ley), ¿cuáles serían los resultados?
¿No será que los médicos tenemos la obligación de promover, en actitud monolítica, una seria revisión de la normatividad que rige la prestación de servicios de salud, actitud que sobrepase la intensidad del “lobby” que se conoce que hacen las empresas para no perder tamaña canonjía, como lo ha denunciado un parlamentario?
Encaremos el reto por lealtad a los pacientes y respeto a nuestra profesión.
 
Bioética
El Hombre y la Ética

Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co

La necesidad de una fundamentación antropológica de la ética se hace evidente al someter a un escrutinio lógico las conclusiones opuestas a las que se puede llegar desde diversas posturas teóricas en la disciplina. No resulta asombroso encontrar que autores comprometidos con causas ecologistas extremas, debido a un vehemente entusiasmo por lo que denominan “derechos” de los animales, sustenten (por “respeto”) un hábito gastronómico estrictamente vegetariano, al mismo tiempo que proponen la aniquilación de aquellos humanos enfermos terminales con imposibilidad de expresar su autonomía ante los demás, pues están padeciendo (o haciendo “padecer” a los demás) sufrimientos entendidos por ellos como innecesarios. Es la lógica beenthamista del summun bonum: máximo placer, mínimo dolor.
Se contraponen hoy elementos del positivismo (de la imperante tradición utilitarista sajona), de materialismo, de racionalismo neo-marxista, de personalismo. En fin. Muchas corrientes filosóficas se encuentran en el sustrato conceptual sobre el cual se elaboran los diversos juicios éticos, tan aparentemente desconcertantes y tan superficialmente tratados en diversos campos de la opinión y de la educación. No son extrañas, incluso en los más encumbrados medios académicos que se ocupan del tema, las discusiones sobre lo que propiamente constituye la disciplina de la ética.
Aquí viene la necesidad del apoyo filosófico y documental: desde un punto de vista didáctico, vale la pena la consideración expuesta por Aranguren. Este autor español contemporáneo, respetando la solidez de la tradición aristotélica y realista de occidente, entiende la disciplina de la ética como “ciencia directiva del obrar humano, en cuanto a principios generales”. La ética se ocupa del acto humano, libre y deliberado. Tiene que ver con aquella cualidad particularísima del hombre, su condición de ser constitutivamente, radicalmente, libre. Un ser capaz de tomar decisiones, y de valorar las consecuencias de sus actos, a la luz de escalas de valor. En este sentido, haciendo referencia al ejemplo histórico, dice Aranguren: “El destino de Sócrates ha sido, sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la vida filosófica, de la historia de la filosofía como existencia”. Sócrates encarna en su testimonio biográfico la coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace. Él mismo, es un ejemplo de conocimiento de sí mismo, como hombre y como pensador (el “ethos” del filósofo es la práctica de un método filosófico de vida).
La pregunta por el hombre está permanentemente en el escenario. El sistema realista personalista entiende al hombre como un proyecto inacabado e inabarcable, como un viajero por su propia existencia -homo viator- que en cierto modo construye su parábola existencial, siempre con disposición a la apertura solidaria hacia los otros hombres y hacia el Absoluto, siempre capaz de mejorar, con el ejercicio de la prudencia a su alcance -si así lo decide- qué es la aplicación concreta y correcta de la razón, orientada hacia el bien y la verdad.
El hombre, un problema inacabado para sí mismo, nunca reducido a esquemas que lo constriñan o lo desdibujen. Siempre, algo más que un cuerpo particular, dado en su momento histórico. No es sólo metafórico que al pen- sar en temas de la ética -discernimiento sobre lo que está bien y lo que está mal- aceptemos en la conversación y el diálogo esta afirmación cierta: “Sócrates vive”.
No es suficiente ni exhaustiva la descripción que nos hacen la anatomía, la fisiología, la biología molecular, las teorías económicas o psicológicas, o la teoría evolutiva, sobre lo que es el ser del hombre. No se agota la complejidad de esta pregunta -última y radical- en lo biológico o material, o en lo que atañe a algunas “partes” de la realidad.
Ninguno puede dejar de asombrarse por su propia y personal condición “misteriosa”, por la propia inquietud y angustia ante las tensiones que nos ofrece el futuro; no podemos permanecer indiferentes y amorfos ante los asombrosos ejemplos de dominio personal que nos regalan unos pocos privilegiados -Sócrates entre los primeros- sobre lo que es la capacidad humana de acometer grandes empresas orientadas hacia el bien, la verdad, la justicia y lo bello.
El compromiso por el bien, comporta ciertamente sacrificio y dominio de sí, en clarísima contraposición a los sistemas éticos dominantes y mayoritarios en la época contemporánea, que obedecen a una visión fatalista e insuficiente de lo que es el hombre, limitándose a meras descripciones económicas, biológicas, o sociológicas, los reduccionismos políticos, organicistas, psicologistas o sociologistas.

Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 











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