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Reflexión del mes
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"En el mundo de Terramar hay dragones
y espectros, talismanes y poderes, y las leyes de la magia
son tan inevitables y exactas como las leyes naturales. Un
principio fundamental rige en ese mundo: el delicado equilibrio
entre la muerte y la vida, que muy pocos hombres pueden alterar,
o restaurar. Pues la restauración del orden cósmico
corresponde naturalmente al individuo que se gobierna a sí
mismo, el héroe completo capaz de dar el paso último,
enfrentarse a su propia sombra, que es miedo, odio, inhumanidad".
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Un
mago de Terramar (fragmento)
Ursula K[roeber] Le Guin (EU, 1929), autora de literatura
fantástica y ciencia ficción. En 1964 publicó
El mundo de Rocannon, la primera del ciclo basado en el mito
nórdico de Odín. En su producción cabe
citar Planeta de exilio (1966), La ciudad de las ilusiones
(1967), La mano izquierda de la oscuridad (1969), La palabra
para mundo es bosque (1972) y Los desposeídos (1974).
Recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil con
La orilla más lejana (1972), el tercer libro de la
trilogía Terramar, archipiélago
en el que cohabitan distintas culturas, idiomas y hasta concepciones
sobre la vida y la muerte. Su narrativa roza en momentos,
la poesía.
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Es llamativo
de la atención que los funcionarios del Estado cuando
tienen la posibilidad de encarar a un periodista, reportero
o comunicador de sucesos, hacen gala de un empeño, digno
de más creíble causa, por presentar la indeclinable
decisión de protección social del régimen
que representa; se hace lenguas dando a conocer las cifras que
oficialmente se propalan como la mejor demostración de
la preocupación por el pueblo y sus angustias, sin parar
mientes en que aparte de ellos, los del gobierno, los demás
ciudadanos también piensan y hacen las cuentas sobre
lo que les dicen. Veamos:
Presentan el cubrimiento en consulta médica y hospitalaria,
como idéntico a seguridad social en salud. Pero resulta
que la seguridad social en salud se logra con el cubrimiento
de muchas otras facetas del diario vivir del individuo, a saber:
la vivienda, pues si no se dispone de ella con características
que favorezcan una vida digna, con respecto a la intimidad de
cada uno de los convivientes, su libertad, etc., esas viviendas
no son más que tugurios institucionalizados, favorecedores
de las mismas miserias y aberraciones que lamentablemente se
dan con tanta frecuencia en la vida familiar tugurial.
Otra faceta de no menor importancia es la que presenta la educación,
la cual no ha sido suficientemente ponderada, pues el énfasis
menor ha sido en la calidad (digámoslo, si no, los que
hacemos docencia a nivel superior y tenemos que recibir a unos
muchachos que los han engañado, con el aval del Estado,
diciéndoles que son suficientemente aptos para ingresar
a los estudios profesionales). Se han abierto cupos, pero a
veces tan distantes del sitio de vivienda del estudiante que,
sobre todo para los más pequeños es un riesgo
que no es ético dejarlos correr. Le educación
aporta o quita y mucho, a la salud de las personas.
Ni hablar de la inseguridad social en servicios públicos,
que le aportan agua de baja potabilidad a las comunidades, o
energía de altísimo costo que hacen que los responsables
de las familias, en no pocas veces, tengan que entrar a decidir
entre pagar servicios o alimentar, vestir y educar a los hijos.
Eso también es seguridad social, y de la que brilla por
su ausencia en grandes conglomerados del país.
Hay algo más: se presentan con enorme satisfacción
los logros en seguridad para el transporte por las grandes carreteras
y por sobre todo, en las que propician el turismo. Pero qué
de los caminos por donde deben sacar sus cosechas los campesinos,
que muy contadas veces y de milagro logran una atención
médica de primer nivel, que en puridad de
verdad lo ubica como ciudadano de tercera, pues en ese nivel
el recurso es el mínimo, por mandato de las normas que
rigen en desarrollo de la lamentable Ley 100. Poder hacer el
mercadeo de lo que se produce, también es seguridad social.
Hemos oído al primer mandatario, en forma repetida, responder
a la solicitud de ayuda para esas vías menores, diciendo
que el Estado no está en capacidad de resolver esa problemática
e invita a que los quejosos mismos ideen soluciones, aporten
recursos. Esas vías también determinan seguridad
social.
Pero démosle una miradita a las cifras de la salud: No
es del caso volver sobre las penurias de los hospitales, de
las cuales, con gran desfachatez, el señor Ministro de
la Protección Social, hace con frecuencia responsables
a los médicos. Y la pregunta lógica es: ¿por
qué antes de la funesta Ley 100 no se presentaban tantos
desastres en la finazas hospitalarias, si los manejadores en
esas calendas eran médicos, en ejercicio de la profesión
y no alejados de su práctica, para irse afanosamente
a los quehaceres de la administración, lo cual está
pasando ahora, ejecutando su actividad como si los entes de
atención en salud fueran empresas de producción
o de mercadeo, sin detenerse a pensar que la salud no es una
mercancía que se manipula, vende y se le saca ganancias,
sino un valor que se cuida, se respeta y promueve para dignificar
la vida de los seres humanos, fin último de la medicina,
al revés de lo que propicia la malhadada Ley propiciadora
de la manipulación de la atención de los pacientes
para el enriquecimiento de empresas que nada arriesgan mientras
hinchan sus arcas por cuenta de la salud? ¿Que lo anterior
es una diatriba sin fundamentos? Veamos que no. Se alega por
parte de los funcionaros, que hay cerca de 15 a 16 millones
de inscritos en la seguridad social en salud y que llegarán
a la mitad de todos los colombianos en un plazo relativamente
corto. También afirman que el gasto en salud es de $19
billones en el año (¡10% del PIB!). Si lo que nos
enseñaron hace ya muchos años en aritmética
sigue teniendo vigencia, podemos decir que, en teoría
se están gastando unos $400.000 por colombiano por año;
pero como en la misma vigencia no todos necesariamente gastan
en salud, la cifra sube a casi el doble. Más aún:
si el gasto registrado por el gobierno es el que se hace en
los que figuran afiliados, todavía es mayor la cifra.
Pero lo que vemos cada día del año es mayor desprotección
real y más baja calidad en la atención por parte
de las empresas nacidas al amparo de la Ley para explotación
de la salud (la salud es una mercancía que los
médicos no han sabido explotar, les dijo un ministro
de salud -q.e.p.d.- a los estudiantes de medicina de una universidad
de Medellín, y con la Ley 100 ya verán que no
tendrán pacientes sino clientes a los cuales vendérsela),
tal como lo constatamos cada vez con mayor dolor, los que conocemos
de las faltas en los Tribunales Médicos Disciplinarios,
las cuales muy frecuentemente, casi siempre, son inducidas por
la normatividad que se expide al amparo de la tan traída
y llevada Ley; y el encartado es el médico.
Pero sigamos adelante preguntando: si la cifra informada es
tan formidable y la atención es cada vez de menor calidad,
¿qué está pasando? Los dineros los aporta
el gobierno y no llegan a las arcas de los hospitales; tampoco
están en los bolsillos de los que directamente atienden
a los pacientes, a los cuales les reconocen honorarios de miseria
-recuérdese las afirmaciones del senador Bernardo Alejandro
Guerra Hoyos sobre los estrafalarios sueldos de los altos funcionaros
de las EPS y los sueldos irrisorios de los médicos de
las mismas-. ¿Qué se hicieron entonces esos dineros?
¿Qué cuentas inflaron? Si se hiciera un arqueo
muy serio de las instituciones que medran al amparo de la Ley
100 (otra vez la misma Ley), ¿cuáles serían
los resultados?
¿No será que los médicos tenemos la obligación
de promover, en actitud monolítica, una seria revisión
de la normatividad que rige la prestación de servicios
de salud, actitud que sobrepase la intensidad del lobby
que se conoce que hacen las empresas para no perder tamaña
canonjía, como lo ha denunciado un parlamentario?
Encaremos el reto por lealtad a los pacientes y respeto a nuestra
profesión. |
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Bioética
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El Hombre y la Ética
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Carlos
Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co
La necesidad de una fundamentación antropológica
de la ética se hace evidente al someter a un escrutinio
lógico las conclusiones opuestas a las que se puede
llegar desde diversas posturas teóricas en la disciplina.
No resulta asombroso encontrar que autores comprometidos con
causas ecologistas extremas, debido a un vehemente entusiasmo
por lo que denominan derechos de los animales,
sustenten (por respeto) un hábito gastronómico
estrictamente vegetariano, al mismo tiempo que proponen la
aniquilación de aquellos humanos enfermos terminales
con imposibilidad de expresar su autonomía ante los
demás, pues están padeciendo (o haciendo padecer
a los demás) sufrimientos entendidos por ellos como
innecesarios. Es la lógica beenthamista del summun
bonum: máximo placer, mínimo dolor.
Se contraponen hoy elementos del positivismo (de la imperante
tradición utilitarista sajona), de materialismo, de
racionalismo neo-marxista, de personalismo. En fin. Muchas
corrientes filosóficas se encuentran en el sustrato
conceptual sobre el cual se elaboran los diversos juicios
éticos, tan aparentemente desconcertantes y tan superficialmente
tratados en diversos campos de la opinión y de la educación.
No son extrañas, incluso en los más encumbrados
medios académicos que se ocupan del tema, las discusiones
sobre lo que propiamente constituye la disciplina de la ética.
Aquí viene la necesidad del apoyo filosófico
y documental: desde un punto de vista didáctico, vale
la pena la consideración expuesta por Aranguren. Este
autor español contemporáneo, respetando la solidez
de la tradición aristotélica y realista de occidente,
entiende la disciplina de la ética como ciencia
directiva del obrar humano, en cuanto a principios generales.
La ética se ocupa del acto humano, libre y deliberado.
Tiene que ver con aquella cualidad particularísima
del hombre, su condición de ser constitutivamente,
radicalmente, libre. Un ser capaz de tomar decisiones, y de
valorar las consecuencias de sus actos, a la luz de escalas
de valor. En este sentido, haciendo referencia al ejemplo
histórico, dice Aranguren: El destino de Sócrates
ha sido, sin duda, el acontecimiento más importante
de la historia de la vida filosófica, de la historia
de la filosofía como existencia. Sócrates
encarna en su testimonio biográfico la coherencia entre
lo que se piensa y lo que se hace. Él mismo, es un
ejemplo de conocimiento de sí mismo, como hombre y
como pensador (el ethos del filósofo es
la práctica de un método filosófico de
vida).
La pregunta por el hombre está permanentemente en el
escenario. El sistema realista personalista entiende al hombre
como un proyecto inacabado e inabarcable, como un viajero
por su propia existencia -homo viator- que en cierto modo
construye su parábola existencial, siempre con disposición
a la apertura solidaria hacia los otros hombres y hacia el
Absoluto, siempre capaz de mejorar, con el ejercicio de la
prudencia a su alcance -si así lo decide- qué
es la aplicación concreta y correcta de la razón,
orientada hacia el bien y la verdad.
El hombre, un problema inacabado para sí mismo, nunca
reducido a esquemas que lo constriñan o lo desdibujen.
Siempre, algo más que un cuerpo particular, dado en
su momento histórico. No es sólo metafórico
que al pen- sar en temas de la ética -discernimiento
sobre lo que está bien y lo que está mal- aceptemos
en la conversación y el diálogo esta afirmación
cierta: Sócrates vive.
No es suficiente ni exhaustiva la descripción que nos
hacen la anatomía, la fisiología, la biología
molecular, las teorías económicas o psicológicas,
o la teoría evolutiva, sobre lo que es el ser del hombre.
No se agota la complejidad de esta pregunta -última
y radical- en lo biológico o material, o en lo que
atañe a algunas partes de la realidad.
Ninguno puede dejar de asombrarse por su propia y personal
condición misteriosa, por la propia inquietud
y angustia ante las tensiones que nos ofrece el futuro; no
podemos permanecer indiferentes y amorfos ante los asombrosos
ejemplos de dominio personal que nos regalan unos pocos privilegiados
-Sócrates entre los primeros- sobre lo que es la capacidad
humana de acometer grandes empresas orientadas hacia el bien,
la verdad, la justicia y lo bello.
El compromiso por el bien, comporta ciertamente sacrificio
y dominio de sí, en clarísima contraposición
a los sistemas éticos dominantes y mayoritarios en
la época contemporánea, que obedecen a una visión
fatalista e insuficiente de lo que es el hombre, limitándose
a meras descripciones económicas, biológicas,
o sociológicas, los reduccionismos políticos,
organicistas, psicologistas o sociologistas.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de
Bioética -Cecolbe-.
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