DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 189  JUNIO AÑO 2014    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 

Gilberto Martínez, el cardiólogo que donó el corazón al teatro
Hernando Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co

Gilberto Martínez Arango es un hombre grande que se volvió médico cardiólogo para donar su corazón al teatro, y a la gente. Por eso cerró su consultorio, porque no era capaz de cobrar la consulta. Fue campeón suramericano de natación, en estilo libre llegó nadando a las tablas y es uno de los pioneros del teatro moderno en Colombia; su práctica docente es un acto interminable, sus investigaciones unen los ámbitos médico y teatral; creó la piscina olímpica de Medellín. El éxito y la fama para él son volátiles, pues “¿quién se acuerda de eso?”, “¿Quién me conoce hoy fuera de usted y mis hermanos?”.

Conjugar teatro y medicina
Enfatiza el maestro Gilberto Martínez: “A mí me preguntan: ¿cómo es posible que un médico haga teatro? Siempre, las excepciones han confirmado la regla: Bertold Brecht, el gran autor alemán, estudió medicina y fue enfermero en la guerra. Anton Chejov era médico, el norteamericano Patch Adams, médico-clown, curaba a niños enfermos haciéndolos reír: la risa es medio terapéutico que ayuda a bien morir y a veces a curar. Molière trabajó mucho con medicina, Macbeth de Shakespeare tiene aspectos sobre la medicina del momento, como cuando Lady Macbeth enloquece y un médico la ve; y un personaje de la comedia del arte italiana es el médico.
Siempre he dicho que no creo en la vocación, simplemente se me ofreció la oportunidad de ser médico, la medicina me llevó a ser cardiólogo y ahí -como me pasó en el deporte- pude articular varios aspectos; en técnica vocal, tengo un privilegio: fui un deportista con una capacidad vital de 8 litros, y mi aptitud para hablar es mucho mayor que la de quien no estuviese entrenado”.
“Fui profesor de Semiología y Jefe de
Cardiología en la Universidad de Antioquia por
55 años y considerado el mejor especialista de entonces;
y hacía teatro de 4:00 de la tarde a 2:00 de la mañana”.
Gilberto Martínez
De un colegio junto a la Placita de Flórez, pasó Gilberto a La Presentación, de ahí al San Ignacio de Loyola, y de aquí al otro “San Ignacio”: Vélez Escobar, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. Chocó con él y otros directivos: “Empezaba a hacer teatro y me querían prohibir la entrada porque se regó la idea de que era 'comunista', yo lo único que decía era que el teatro que hacía tenía que ser de contexto social, de ahí a ser comunista en esa época era muy fácil; el ingreso a Medicina era muy exclusivo, había un examen preparatorio y sólo admitían entre 100 y 120 estudiantes, era la ley de Vélez Escobar. Como campeón de natación de estilo libre, me invitaron a unos Juegos Olímpicos en Helsinki, el doctor Ignacio me informó que pasé el examen de admisión y me dijo: 'Si se va para Helsinki, no puede entrar a Medicina'. Le contesté: 'Yo este viaje no me lo pierdo'. Felizmente, no hubo viaje a esos juegos por falta de recursos económicos y pasé a Medicina”.
Duende de La Casa del Teatro y cardiólogo
Gilberto Martínez es como el duende, eterno morador de su Casa del Teatro, el espíritu del viejo “Grupo Experimental El Duende”, primer elenco de su género que hubo en Medellín, fundado por Gilberto Martínez y Sergio Mejía Echavarría en 1953 o 1954. Fue cuando el odontólogo Rafael De la Calle le dijo a Gilberto: “¿Quiere hacer teatro?”.
Y expresa: “Yo no sabía en qué me iba a meter, de 18 años fui actor, actuábamos en el auditorio de la Facultad y en Bellas Artes, allí monté 'La sangre de Dios' del español Alfonso Sastre y actué en 'La historia del zoológico' de Tennesee Williams. Yo leía mucho, en tercero de bachillerato me gustaba 'Los bandidos' de Federico Schiller, porque tenía que imaginármela; mientras que la novela es panorámica, te cuenta todo, en el teatro hay que construir todo a partir de los diálogos”.
Narra luego la fundación del Teatro El Triángulo en 1956, primero con sala propia en Medellín; el montaje de “Todos eran mis hijos” de Arthur Miller, el cierre de la Escuela Municipal de Teatro por el alcalde Oscar Uribe (compañero suyo de bachillerato), su estancia en el Teatro Libre de Medellín, los estudios de medicina interna en el Hospital de San Vicente de Paúl durante tres años y los de Cardiología en Méjico: “Estudiaba hasta las 4:00 de la tarde, hacía teatro hasta las dos de la mañana en la Universidad Autónoma de Méjico -ahí conocí las teorías de Brecht- y volvía a estudiar a las 7:00 de la mañana”.
En New Orleans y Sao Paulo estudié
cómo hacer coronariografías poco costosas,
con una placa de rayos X. Hicimos eco-cardiografìa
con un aparato de ginecología y un estudio de 100
pacientes con estenosis mitral, con registros
intra-cavitarios del corazón”.
Gilberto Martínez
En San Francisco (Estados Unidos), Martínez vería por primera vez en escena las obras de Brecht, años 63 y 64, y haría teatro en horas libres, mientras se especializaba como médico investigador en cardiología y hemodinamia en la Sociedad Cardiológica de San Francisco, de la cual es miembro. Allá lo querían dejar como residente, pero tuvo que volver a Medellín a fines del 64, pues era el único hijo soltero que quedaba para cuidar a su padre, enfermo de aplastamiento vertebral por osteoporosis y estaba casi paralizado.
Narra Gilberto Martínez: “Traté de abrir un consultorio, pero lo cierto es que no fui capaz de cobrar. Un domingo, un taxista me recoge para que le vea la madre en el barrio Buenos Aires, veo una casa podrida y caída, y una señora muriendo de insuficiencia cardíaca, le hago los estudios y el taxista me pregunta cuánto le debo, vi que era muy pobre, le cobré uno o dos pesos, sacó un montón de plata del bolsillo, como $80.000. Me sentí muy mal y le dije a mi papá: 'Yo no sé cobrar'. Luego de un mes cerré el consultorio y me fui a la Facultad de Medicina a pedir puesto, era el único cardiólogo con todas las especialidades. El decano de entonces, William Rojas, me dijo: 'No entra, mientras no me pruebe que no es comunista'. Me pegué del doctor Jaime Borrero, quien me dio la plata que tenía para la evaluación de una droga para la presión, Eutonil, dijo que yo era el cardiólogo que necesitaban y me sostuvo un año con ese sueldito, hasta que el Decano me dejó entrar. Fui profesor de Semiología y Jefe de Cardiología en la Universidad de Antioquia por 55 años y considerado el mejor especialista de entonces, reemplacé al doctor Fernando Toro Mejía; y hacía teatro de 4:00 de la tarde a 2:00 de la mañana”.
Gilberto Martínez, el Lucho Navarro de la cardiología
Refiere el doctor Martínez: “Mi clase de cardiología era una clase de teatro, yo hacía todos los soplos del corazón con un micrófono, me llamaban 'el Lucho Navarro de la cardiología', por el famoso cómico chileno que hacía sonidos con el micrófono. Mis clases fueron grabadas. Yo decía que una estrechez de una válvula mitral se oye así: '¡Raá-pa-por! ¡Raá-pa-por!'… Era el nombre de mi jefe en el Country Hospital y en el Moffit Hospital de San Francisco, el doctor Elliot Rappaport. A todos los soplos yo les sacaba su onomatopeya y todos aprendían así. Fui el primero en enseñar así la estenosis, estrechez de la válvula mitral. En New Orleans (Estados Unidos) y en Sao Paulo (Brasil), estudié cómo hacer coronariografías que no costaran mucho, con una simple placa de rayos X. Hicimos eco-cardiografìa con un aparato de ginecología de un metro y pico, y un estudio de 100 pacientes con estenosis mitral, con registros intra-cavitarios del corazón. A veces, había que adivinar lo que uno veía; eso ganó una mención especial en un congreso en Santa Marta, el doctor Rappaport vino a ver ese aparato y nos dijo: ‘Ustedes son demasiado agudos, esto es muy primitivo'”.
 
Biblioteca Gilberto Martínez Arango
La Biblioteca Gilberto Martínez contiene 10.000 títulos (de literatura universal, filosofía, teatro), y originales de Fernando González como “Los Negroides” que habla del padre de Gilberto, Luis Martínez Echeverri, pediatra, uno de los fundadores del Hospital Infantil (del Hospital San Vicente en Medellín).
Intelectual humanista, protagonista de páginas no escritas de nuestra historia médica, Gilberto Martínez repite una y otra vez: “Quien sólo de medicina sabe, ni de medicina sabe”. Y lo corrobora la Biblioteca Gilberto Martínez Arango, laboratorio de su alquimia, su alcoba espiritual, abierta a quien quiera consultar sobre cualquier cosa, en uno de los rincones de la Casa del Teatro, una de tantas fábricas de sueños que construyó.
Este recinto del patrimonial barrio Prado en Medellín contiene 10.000 títulos (25% de literatura universal, filosofía y cosas afines al teatro, 20 o 30% de teatro), originales de Fernando González (“me los dejó mi abuelo materno Antonio Arango Lalinde, en 1890”), como “Los Negroides” que habla de su padre Luis Martínez Echeverri, pediatra, uno de los fundadores del Hospital Infantil (del Hospital San Vicente en Medellín), formado en París, médico de personajes importantes como Vicente Uribe Rendón, liberal amigo de Alfonso López Pumarejo y de Carlos Lleras Restrepo, secretario de educación departamental, que está en una foto en el aeropuerto Las Playas el día que murió Gardel.
“Hago investigaciones en medicina aplicada
al teatro: en una sobre cuerdas vocales en el sistema
de actuación, 'La boca como personaje', hago laringoscopia
de actriz y demuestro que el movimiento muscular del aparato
fónico se hace 590 milisegundos antes de
que usted mida la palabra”.
También hay en la Biblioteca revistas de todos los tiempos y de varios sitios del mundo: “Primer Acto” (su director José Monleón se quería llevar los ejemplares No. 1 y 2, que no tenía), revistas de Francia, de la Asociación de Directores de España, de Inglaterra, de Brasil, y de los contextos históricos, políticos y sociales de las obras montadas en La Casa del Teatro.
Refiere el médico y director teatral: “Desde niño fui el más fanático de la lectura entre 6 hermanos, vivíamos en Girardot con Maracaibo, en el centro de Medellín. Le aprendí a mi abuelo, quien tenía una biblioteca muy grande. Mi abuela Berta Lalinde y mi madre Ángela Arango que estudió en Inglaterra, eran muy cultas. Esta es la biblioteca de toda mi vida, desde 1952 hasta hoy. Hay investigaciones en medicina aplicada al teatro: la última la hice con un equipo especializado durante 3 meses, sobre las cuerdas vocales en el sistema de actuación, 'La boca como personaje'. En ella hago laringoscopia de actriz y demuestro que el movimiento muscular del aparato fónico se hace 590 milisegundos antes de que usted mida la palabra”.
 
 
 
“Para hacer teatro, aguantar hambre, mijo”
El maestro Gilberto Martínez Arango recalca: “Yo siempre he creído que uno no tiene que pertenecer a algún partido político para hacer algo, y menos para el arte. Que uno haga arte político es otra cosa”. En el caldeado debate de los años 70 sobre “teatro y revolución”, Gilberto fue uno de los creadores de la Corporación Colombiana de Teatro, y recuerda ese seminario de dramaturgia que concluyó, en la voz de su amigo Danilo Tenorio: “No se puede hacer dramaturgia si no se cree en el materialismo histórico...”. “Ahí nos paramos todos los que no estábamos de acuerdo con eso”, cuenta el veterano director de teatro.
Creador de la piscina olímpica de Medellín
Al preguntar a Gilberto Martínez si se cree merecedor de los méritos que lo señalan como uno de los pioneros del teatro moderno en Colombia, contesta: “No, los ídolos son de barro y como buen deportista sé que la memoria es pasajera; en 10 años fui campeón grancolombiano, suramericano y panamericano, fui a los Juegos Olímpicos de Melbourne (Australia) y fui creador de la piscina olímpica de Medellín, y nadie se acuerda de eso. Un video del Instituto para el Desarrollo de Antioquia (Idea) con la historia del deporte en Antioquia -según el cual nuestro mejor deporte es el juego de dado-, no menciona el equipo que ganó varios puestos en el Suramericano de Natación de Chile: mi hermano Sergio, Luis Felipe Echavarría (expresidente de Polímeros Colombianos), Jorge Hernández que murió (subgerente de El Colombiano), y yo”.
Y cuenta: “Como me echaron de todas las piscinas de Medellín, mi padre consiguió un bañito de inmersión en una finca de La Estrella, yo me amarraba un lazo de un palo de guayaba y me tiraba a jalar el árbol en noviembre, diciembre y enero; en febrero fui a Viña del Mar y batí la marca suramericana, octava marca mundial, le gané a Kelly Dos Santos, 4:38. En Medellín hicieron una piscina olímpica contra todas las reglas de la Federación Internacional de Natación, yo les decía: “No la hagan” (es la auxiliar de hoy), era una piscina doble, con un fondo de 1.2 metros hasta la mitad donde se hundía a 4 metros para unir las piscinas de clavados y natación.
La Federación se opuso porque los récords eran imposibles, se pasaba de la densidad de 1.20 a 4 metros y la velocidad se perdía. Era un tanque de ratas, entrenábamos en petróleo, en un tanque de ratas, para un torneo internacional, no había tanques de purificación. En 1965, siendo yo secretario de Educación del alcalde Jaime Tobón Villegas, hicimos el proyecto de acuerdo para construir las actuales piscinas olímpicas de Medellín”.
“Todo el mundo usa el teatro.
El mundo se ha teatralizado, en la TV se hace
teatro, entonces, ¿cuál crisis del teatro?”.
Gilberto Martínez
Por cosas así, Gilberto Martínez es escéptico frente a la fama y el reconocimiento: “Uno no se puede crear imágenes que no son, no es uno sino el montón de gente que pasa con uno y logra converger: Fausto Cabrera, Rafael De la Calle, Sergio Mejía Echavarría, Alberto Aguirre, el reumatólogo Óscar Uribe. Para hacer teatro, dice el profesor argentino Jorge Eines, hay que resistir como los mulos, con los ojos tapados; a Enrique Buenaventura le preguntaban: - “Maestro, ¿qué hay qué hacer para hacer teatro? Él contestaba: - Aguantar hambre, mijo”.
Y esto no falta en las 82 obras montadas por la Casa del Teatro, más de 60 de Gilberto Martínez, más de 40 escenificadas. También ha montado a otros autores colombianos. De los extranjeros, admira y conoce como pocos a Darío Fo, Eduardo Pavlovsky, Alberto Adellach, Bertold Bretcht, José Sanchís Sinisterra, Anton Chejov, Beckett, entre otros. Dice: “De los clásicos, no me he sentido capaz de montar a Shakespeare y otros, sólo hay textos deformados, traducciones para tirar a la basura, no montan a Shakespeare sino versiones de él”.
Un mundo teatralizado
Martínez rechaza la idea de “crisis del teatro” y asevera: “Todo el mundo usa el teatro, esto es, un lugar para ver. La teatralidad es una 'polifonía informacional', como dice Roland Barthes, único arte que reúne todo: plástica, sonido, actor, música, texto… la teatralidad la hace todo el mundo, hasta en la política: el gobernador de Antioquia es un genio para mover las manos, el mejor actor del mundo; Hitler estudió actuación para sus discursos, Gaitán también, Uribe es un actor, un profesor de teatro. El mundo se ha teatralizado, en la TV se hace teatro, entonces, ¿cuál crisis del teatro?”.
Así sea nadando en el fango y contra
el fango, el teatro sigue y seguirá. Con teatreros
que son puro corazón como Gilberto Martínez Arango
y con tan duros retos, cada obra es
un milagro cotidiano.
Es admirable la terquedad de teatreros como Gilberto Martínez y su afán por hacer un teatro de contacto, participativo. Hace poco presentó a 45 personas del barrio Santo Domingo Savio una función de “No abras el baúl cuando llegues”, historia de una violación; a todos les preguntó quiénes habían visto teatro: ninguno había visto.
El maestro no admite la expresión “grandes actores” en el medio local: “A Gilberto Martínez lo conocen aquí, en la parroquia, usted y mis hermanos, no más, aquí no hay grandes actores, hay gente con talento extraordinario, como todos los que han trabajado conmigo: Rafael De la Calle, quien murió, odontólogo, saxofonista, especializado en lingüística, se sabía todas las óperas, en 'Potestad' actuó e hizo el texto en verso libre, pero no sería nadie en Argentina frente a un teatrero como Mauricio Cartún. Para un casting de Shakespeare, hay actores que se aprenden todas sus obras, Liza Minelli gastó dos años para aprender a cantar en 'Cabaret'; aquí no hay ni un actor que sepa cantar -cuando montamos 'La excepción y la regla' de Brecht, música del chileno Mario Gómez Vignes, hubo que contratar un coro- ni hay nadie que sepa decir el verso de Shakespeare”.
Y agregó: “Las actrices mías son de mucho talento: Vicky Salazar, Paola Bedoya, Girlenny Carvajal… excelentes, pero tienen un problema: que el estómago come y en la Casa del Teatro nadie se puede dedicar 48 horas a esto, y hay que darles pasaje a los actores porque no tienen para el bus; hoy sólo tengo dos actores de planta, el resto invitados; y los espectadores no vienen sino cuando la entrada es gratis. En el Teatro Libre tenía 2.500 obreros inscritos que aportaban de a peso o dos pesos, eso se acabó”.
Y continúa: “Cuando monté 'Revolución en América del Sur', del brasileño Augusto Boal, con el Teatro Libre en los 70, recorrí el país entero con el Ejército detrás. Una vez la presentamos a la Asociación de Usuarios Campesinos en el parque de Urrao y el cura prendió un muñeco de pólvora para que no nos oyeran, después de estudiar 3 años para montarla. Peter Brooke, el gran director inglés, tardó 20 años para montar el Mahabharatha, el libro sagrado de la India. ¿Cómo le pido a un actor o actriz que se gaste 5 años para montar 30 minutos, cuando a las 8 de la noche me dice: Tengo que ir a trabajar a un bar, de eso vivo yo?”.
Así sea nadando en el fango y contra el fango, el teatro sigue y seguirá. Con teatreros que son puro corazón como Gilberto Martínez Arango y con tan duros retos, cada obra es un milagro cotidiano. Si la adversidad no ha podido eliminar el arte dramático, entonces ¡que siga la función!.
 
Ocioso Lector

A 116 años de su natalicio, la muerte
de García Lorca aún es un misterio

Krystell Rodríguez Castañeda - Periodista - elpulso@elhospital.org.co

Granada, ciudad que custodia el palacio andalusí La Alhambra, vio nacer el 5 de junio de 1898 en su comarca Fuente Vaqueros, a Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca, el poeta español más leído de todos los tiempos y más traducido del siglo XX, símbolo de la Generación del 27 y una de las primeras víctimas de la Guerra Civil Española. El mundo celebra su natalicio, Federico vive a través de sus poemas, de sus obras dramáticas y su música, pero de sus restos aún se desconoce el paradero.
En 1931 el reino de España va a elecciones populares y gana la república; en los primeros años de la república, el arte y la cultura tuvieron gran apoyo, el grupo teatral “La Barraca” dirigido por Eduardo Ugarte y Lorca llevaba el teatro clásico español a las zonas más alejadas de España. Sin embargo, García Lorca ya representaba para los nacionalistas un obstáculo: cristiano, pero con un sentido universal del misticismo, que exaltaba en su obra las características de la España que algunos despreciaban.
“Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas”.
Cuando inició la Guerra Civil Española, Lorca decide regresar a Granada pese a la insistencia de sus amigos para asilarse en otro país; allí se refugia donde la familia Rosales, nacionalistas pero cercanos a él. El 16 de agosto de 1936 la Guardia Civil lo retiene, desde ese día su paradero es desconocido. Con acusaciones de ser un espía bajo órdenes de la Unión Soviética, el general Queipo de Llano sentenció su muerte: “Dadle café, mucho café”. Entre el 17 y el 18 de agosto, Federico fue trasladado con otros presos por un camino alejado entre Víznar y Alfacar, allí fueron todos fusilados y enterrados en una fosa común anónima.
El misterioso paradero del cuerpo del poeta
Pese a los esfuerzos de diplomáticos como H.G. Welles por encontrar su cadáver, éste nunca fue hallado. La familia García Lorca fue acusada durante años de esconder su cuerpo en un lugar oculto, pero su hermana Isabel desmintió estas versiones antes de morir en 2002, en cambio se refirió al dolor que significó para todos su desaparición y el fuerte impacto que podría causar el hallazgo de sus restos.
En 2012 el peruano Santiago Roncagliolo publica el libro “El amante uruguayo”, que relata el supuesto robo de los restos de Federico por parte de Enrique Amorim, un escritor uruguayo que sostuvo un romance con el poeta granadino durante su visita a Montevideo y Buenos Aires; según Roncagliolo, Amorim pudo haber robado los restos del autor del “Romancero Gitano” para enterrarlos en Argentina; sin embargo, las pistas que dejaba el uruguayo eran a su vez confusas, motivo por el cual la historia no se considera verdadera.
Ian Gibson, hispanista y mayor biógrafo de García Lorca, lideró excavaciones en Alcafar en busca de la fosa donde habría quedado el cuerpo; la búsqueda fue infructuosa y ni la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica logró encontrar algo. Gibson dice que es un deber moral seguir indagando y solicitó permisos para continuar las excavaciones. A fines de 2013 la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía impulsó nuevos trabajos de un equipo de arqueólogos que, apoyados en testimonios de tropas falangistas, intentarán dar con el paradero de la fosa en la que se encuentra Federico García Lorca acompañado del maestro nacional Dióscoro Galindo, y de los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas.
Colombia acogería a Federico
En 1928 el periodista y escritor colombiano Jorge Zalamea Lorca inicia en Madrid una grata amistad con García Lorca, que habría de plasmarse en un archivo epistolar. En 1936 inicia la guerra en España y Zalamea como ministro de Educación le ofrece asilo político, pero Federico lo rechaza alegando que se sentiría a salvo en Granada donde el esposo de su hermana era el alcalde: un mes después fue fusilado allí.
El crimen fue en Granada
García Lorca fue una de las primeras víctimas visibles de la guerra; sus grandes amigos, políticos, poetas, escritores y dramaturgos, se exiliaron en países como Francia y Méjico, desde donde plasmaron la indignación, el dolor y la desazón que dejaba la muerte del poeta de carisma mágico. Antonio Machado escribió “El crimen fue en Granada”:
“Se les vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”
En 1933 viaja a Buenos Aires para el estreno de su obra “Bodas de Sangre”, allí coincide con Pablo Neruda, quién posteriormente escribió su “Oda a Federico García Lorca”:
“Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos”.
El poeta de Orihuela, Miguel Hernández, quien tendría varios encuentros con Federico y moriría en una prisión a la que fue enviado durante la guerra, escribió en “Elegía Primera”:
“Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama”

 



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