MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 14    No. 167  AGOSTO DEL AÑO 2012    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes

"El Estado positivo, tal como lo comprende Comte, será el reino del racionalismo puro, el reino de la cabeza y la muerte del corazón. Esto no es posible. Hombres así formados por la ciencia son monstruos morales. Tienen atrofiado el corazón a expensas de la cabeza".

Claude Bernard (1813-1878). Biólogo teórico, médico y fisiólogo francés. Fundador de la medicina experimental, entre sus aportes a la medicina destaca su estudio del síndrome de Claude Bernard-Horner, de principios generales de la farmacodinamia moderna y funciones del sistema nervioso. Introdujo los conceptos “homeostasis” y “medio interior”, fundamenta los estudios de metabolismo y secreciones, e importantes contribuciones a la terapéutica.
 
Los tres males del sistema de salud
Fernando Ruiz Gómez - Director Cendex, Universidad Javeriana - elpulso@elhospital.org.co
El sistema de salud lleva varios años en crisis. Repetidos intentos para ponerle orden han resultado infructuosos. El último capítulo, además, invoca un espíritu de linchamiento sobre las EPS, muy alentado desde algunos gremios y organismos de control del Estado, bajo la tesis plausible de atacar la corrupción, ese cáncer nacional.
Es un argumento válido pero sesgado, ya que, como evidencian las noticias de los últimos días y la historia del sector, la corrupción no es exclusiva de las EPS, ni del sector de la salud. Al final, las corruptas no son las empresas, sino los hombres y sus conductas. Es evidente que el sistema tiene muchos aseguradores que no merecen ese nombre. Pocos están protegiendo a sus afiliados con ética y responsabilidad. Pero de ellos no se aprende.
El debate ha desviado la mirada de los verdaderos problemas del sector. Las soluciones que se han puesto sobre la mesa parecen ofrecer un salto al vacío, con incalculables consecuencias para la protección de la salud de las familias colombianas. Médicos y hospitales independientes deben reflexionar sobre las implicaciones de los sistemas públicos centralizados, de los cuales todos los países del mundo se han apartado por insostenibles, malos pagadores y por los racionamientos de servicios a la población.
William Hsiao, profesor en Harvard, la autoridad mas reconocida en reformas de salud y asesor de las exitosas reformas de Taiwán, China y Suecia, decía que la Ley 100 de 1993 ha sido la única en el mundo que ha movido dos controles simultáneamente: el aseguramiento de toda la población y la transformación completa del sistema hospitalario. Se esperaba que, usando eficientemente los recursos existentes, se lograría que todos los colombianos accedieran a los servicios, justificado en el objetivo final de generar equidad en salud en un país tan desigual como Colombia.
De hecho, antes de 1993, el sistema era muy inequitativo: cubría el 74,3% de las necesidades de atención médica de los más ricos. En contraste, solamente el 16% de los más pobres accedía a servicios médicos. De acuerdo con la Encuesta de Calidad de Vida 2010, la cobertura actual de servicios médicos es 71% y 83%, respectivamente. El esfuerzo valió la pena.
Lo anterior también explica un primer gran problema del sistema vigente: la demanda desbordó completamente a la oferta. De un 20% de asegurados en 1990, pasamos al 92% en 2012. La tasa de hospitalización es mas parecida a la de un país europeo que a nuestros vecinos latinoamericanos, y es prácticamente igual entre ricos y pobres. La provisión de medicinas creció del 53% de las fórmulas en 2003, al 79% en 2010. La diferencia se llama régimen subsidiado, o “el Sisbén”, como coloquialmente lo conoce la población.
Con 19 años de vida, el modelo de salud
colombiano es un adolescente al que aún le falta madurar.
La solución no es tan simple como acabar
con unas cuantas EPS.
El segundo problema es que el sistema está gravemente desfinanciado. El gobierno cuenta solamente con $28 billones para financiar la salud; $600.000 por colombiano al año. El resto es gasto de la población, por fuera del sistema. Méjico paga por el aseguramiento de los más pobres US$800 ($1,4 millones) por persona, para un plan que no llega a la mitad de los beneficios del régimen subsidiado. Por asegurar el POS subsidiado, el gobierno colombiano apenas reconoce $352.000, y esa plata no alcanza.
El tercero es el problema más grave: al interior del Estado colombiano y entre los gremios del sector se ha enquistado una prolongada y profunda divergencia de objetivos. Esto ha ocasionado, a través de los años, un profundo daño a su aceptación por parte de la población y la incredulidad sobre la capacidad de los gobiernos para regularlo. La respuesta del Estado ha sido catastrófica y se ha orientado a incentivar el sobre-consumo a través de decisiones judiciales y normas anti-técnicas que conducen a lo que los expertos en seguros denominan “abuso moral” (o “consumo desproporcionado”): el de servicios de salud es un mercado único, donde el Gobierno, como comprador de aseguramiento, impone el precio (UPC), define las características del producto (POS) y transfiere el riesgo. Todo ello sin información suficiente, después de 20 años. Como respuesta al desfinanciamiento, desde EPS, IPS y proveedores se ha impuesto una feroz cacería por rentas para mantener su sostenibilidad, a través de diferentes mecanismos, como los recobros y el no pago de los servicios prestados. Ese sí es el mercado salvaje, donde todos pierden, no el mercado regulado y transparente que debía existir.
El gobierno y todos los colombianos deben reflexionar sobre lo que significaría el colapso del sistema de salud. La población colombiana tiene una alta carga de enfermedad, especialmente concentrada en los más pobres y los residentes de las regiones del país que no se han integrado al desarrollo, en donde los indicadores de desnutrición y mortalidad infantil triplican los promedios nacionales.
La solución más simple parece acabar con las EPS. Esa es la salida espuria de matar al portador de las malas noticias. Debemos ir a las verdaderas causas del problema. El equilibrio en los sistemas de salud es muy precario. Las necesidades siempre superan los recursos disponibles: humanos, financieros e institucionales. El bien común debe reorientar los objetivos políticos y gremiales. Se debe superar la ruleta rusa de sus agendas públicas, en donde se anteponen los intereses. Estamos arriesgando a la población colombiana a retroceder a ese oscuro pasado en que los médicos resignadamente aceptábamos que los pacientes tendrían un destino diferente en los hospitales “de caridad”, porque no tenían la posibilidad de pagar los medicamentos y procedimientos que les debían haber salvado la vida.
Nota: Artículo publicado en El Espectador, julio 19 de 2012.
  Bioética
Otro error en salud
Carlos A. Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co
Hemos explicado que con la inicua Ley 100 se generó un marco legal para imponer a la Nación un colosal error antropológico, trasplantado de otras latitudes: el ser humano, razón de ser de la organización social, no puede ser reducido a “homo economicus”. Aquella complejísima red de normas convirtió lo que atañe a la salud en una infinita serie de pequeñas y grandes pujas por poder y dinero.
El sistema colapsó, poniéndose en evidencia que se trataba de una desigual lucha de poderes e intereses, en medio de la cual algunos supieron salir favorecidos -económicamente- y otros continuaron en una situación de inferioridad que va agravándose con el paso del tiempo. ¿No es de inferioridad la actual situación de las IPS, convertidas en menesterosas instituciones doblegadas ante el implacable yugo de los intermediarios financieros?
Al error antropológico se suma un grave error ideológico y de teoría económica: comentaba recientemente un editorial de la revista Medunab (14(2):83-85, 2011), que “la Ley 100 redujo al Estado colombiano a un simple 'modulador' o 'armonizador' de las leyes del mercado en el negocio de la salud”. Añadía que con la eliminación del antiguo ministerio del ramo surgieron otros entes que pretendieron ser “reguladores de la competencia” entre IPS y EPS, el Consejo Nacional de Seguridad Social en Salud (CNSSS) y la Comisión de Regulación en Salud (CRES). Es muy sugerente el interrogativo título de la nota editorial a que hacemos referencia: “Los profesionales de la salud y la crisis del sistema de salud en Colombia: ¿Indignación o acomodamiento?”.
Hay que llamar la atención sobre los errores conceptuales: la salud no es un negocio. Y uno adicional, mencionado por Joseph Stiglitz en un artículo clásico: “La mano invisible de Adam Smith -la idea de que los mercados libres llevan a la eficiencia como si estuvieran guiados por fuerzas inobservadas- es invisible, al menos en parte, porque no está allí…”.
El premio Nobel de Economía se refería a una crítica al fundamentalismo de mercado, a la economía simplista de mercado que fue precisamente algo de lo que tuvo en su inspiración original el golpe dado al sistema sanitario por la citada ley. Por ello no hemos compartido la común idea de que la Ley 100 era “buena en su espíritu”. No lo era; estaba, política, filosófica y antropológicamente, errada en su estructura, en sus genes constitutivos: obedeció a una moda ideológica que infortunadamente aún prevalece, que es la de aquellos economistas que quisieron creer e imponer que los temas sanitarios se podrían entender como un negocio más, como algo del resorte exclusivo de unas neutrales y anónimas fuerzas del mercado.
La misión del Estado en lo que atañe al ejercicio efectivo de la solidaridad no puede enfocarse meramente bajo criterios economicistas. No es mediante decretos, tutelas o leyes (negociadas en complejísimos entornos de intereses particulares, políticos y económicos), que se puede ejercer efectivamente el reconocimiento y promoción de la dignidad y de la condición personal de todos los asociados.
No bastó con remitir los problemas sanitarios a unos jueces, ocupadísimos funcionarios judiciales que terminaron emitiendo miles de órdenes y autorizaciones sobre la pertinencia y oportunidad de tratamientos médicos a instituciones igualmente ocupadas y agobiadas, carentes de los medios para proveer efectivamente esos “mandatos”. No fue suficiente ni idóneo que el Estado privilegiara con su normatividad a unos intermediarios financieros -y a otros hábiles comerciantes que supieron medrar por allí-, que aprovecharon al máximo su poder para nutrirse generosamente del dinero de los colombianos. Ellos se convirtieron en una mano todopoderosa, no tan invisible, pero, eso sí, dura e implacable.
Nota 1: Este articulo fue publicado en "El Mundo", en julio 7 de 2012 (www.elmundo.com)
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
 

Maestro, ¿qué es eterno?

Cualquier cosa, menos el puesto de un ministro, de un superintendente de salud o de un técnico de fútbol. Cuando menos piensan tienen que salir en bombas de humo por los pecados propios o ajenos. No te aferres pequeño saltamontes, a los cargos terrenales. Los únicos cargos fijos eternos son el de Dios y el de la cuenta de servicios públicos.

 
 











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