DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 14    No. 167  AGOSTO DEL AÑO 2012    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


 
La “máquina de los sueños”, el “séptimo arte”, la herencia de la “linterna mágica”, el espectáculo “donde sus sueños se hacen realidad”, el edén de celuloide, esa antigualla víctima de la TV, la internet y los video-juegos, más que para divertir a la humanidad, nació para su progreso. La criatura fue bautizada cinematógrafo, familiarmente “cine”, y su apellido es científico. Su afán de capturar el movimiento no es ajeno a la necesidad de registrar e impulsar el avance de la sociedad.
Reynaud y el praxinoscopio, 1877.
Así se concluyó en la Muestra internacional de cine y video científico “Documen-tales”, un evento de la celebración de los 125 años de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, del 11 al 15 de abril pasado, con conferencistas nacionales e internacionales, proyecciones y talleres, muchos en el Parque Explora en Medellín.
En su conferencia “Arqueología y orígenes del cine científico”, el italiano Alessandro Griffini, presidente de la International Association For Media in Science con sede en París, acorde con varios sabios sobre el origen del medio, aseveró: “El nacimiento del cine fue determinado en los últimos años del 1.800, según las exigencias de la investigación científica, mucho antes de la proyección de los hermanos Lumière aquel 28 de diciembre de 1895, fecha oficial del nacimiento del cine”.
Fuera de la histórica función en un café parisino, hoy simple hotel, la génesis de la “máquina de los sueños” recoge todos los intentos de fijar estáticamente la realidad, con participación de Thomas Alva Edison y otros hombres de ciencia, para quienes el estudio y reproducción del movimiento era un gran desafío científico, señaló el divulgador.
En ese camino, están el praxinoscopio (teatro óptico, 1877) de Charles Emile Reynaud, al principio mero juego de sociedad; el “revólver fotográfico” de 1873, que vio el cortejo nupcial de Venus y el sol en 1874; los nuevos instrumentos de laboratorio para estudios fisiológicos y neurológicos: el esfigmógrafo, el cardiógrafo y el crono-fotógrafo, financiado éste por el ministro de defensa francés en la Guerra Franco-Prusiana en 1872 para estudiar la marcha de los soldados y por ahí derecho el vuelo de las aves.
Filmaciones sobre histeria del Dr. Charcot, 1878.
Al tiempo en Estados Unidos, el fotógrafo e inventor Edward James Muybridge, por mero interés estético, inventó objetos similares a los del francés Ètienne-Jules Maray (fusil fotográfico), financiado por un multimillonario del Ferrocarril, y registró la carrera de un caballo con 24 cámaras paralelas. En 1877 publicó más de 100.000 fotografías de transeúntes, beisbolistas y animales, las cuales reprodujo en movimiento en 1890 mediante el zoopraxinoscopio, así ruborizase a la sociedad victoriana. Lo apoyaron el biólogo alemán Walter Fleming, pionero de la citogenética; el científico inglés Francis Galton, primo de Darwin; Thomas Alva Edison; el fisiólogo alemán Rudolf Heidenhain, maestro de Pavlov, y otros sabios.
Tan claros
argumentos sobre
el protagonismode
la ciencia y la
medicina en la
génesis del cine,
señalan la motivación
primigenia de este
arte como impulso
del hombre y
para el hombre, y
ratifican su dimensión
ética y humanística.
Separación de las siamesas Radica y Doodica por el Dr. Doyen.
Emil Heinrich Du Bois-Reymond, fundador de la electrofisiología y Charles Brown Séquard, uno de los padres de la endocrinología moderna, emplearon la “crono-fotografía” en sus avances médicos y neurológicos. Agrega Griffini que en 1878, el neurólogo Jean Marie Charcot estableció el primer laboratorio de fotografía médica en un hospital de París y en 1893 apareció el primer libro de fotografía médica, dos años antes de la primera función del cinematógrafo Lumière. Uno se pregunta: ¿Será por nacer el cine un 28 de diciembre que ese invento nos hace pasar por inocentes, con mentiras fácticas que convierte en verdades artísticas?).
Expresó el científico italiano: “Por un capricho de la historia, el 28 de diciembre de 1895 se publicó la imagen de una mano, anuncio del invento de los rayos X, al parecer la mano de la esposa del inventor, William Roentgen”.
Gran estrépito suscitó, en la década de 1900, la separación de las hermanas siamesas Radica y Doodica por el cirujano francés Eugene Louis Doyen, expuestas en la “Galería de los fenómenos” de un circo. Operación filmada y presentada al Congreso de Cirugía de Berlín el 4 de abril de 1902, con copia vendida a un museo, motivo de descrédito para la cinematografía científica.
Cronofotografía de la marcha, Marey
En 1899 se usó por primera vez un filme en una tesis doctoral. En 1898, los nuevos inventos mostraron a escala reducida el movimiento de las plantas, a razón de un segundo en pantalla por dos horas reales (por lo visto, no es invento de Discovery). Indicó el experto italiano, que en 1909 se mostró el virus de la sífilis y se estudió el impacto de una bala en los huesos humanos; las cámaras miran las danzas de los Papúas en África (primera filmación investigativa de antropología visual in situ), los bailes sagrados de los indígenas australianos (verlos era pecado para las mujeres), y las costumbres de los bosquimanos del Kalahari.
Tan claros argumentos sobre el protagonismo de la ciencia y la medicina en la génesis del cine, señalan la motivación primigenia de este arte como impulso del hombre y para el hombre, y ratifican su dimensión ética y humanística que no se puede perder o desvirtuar.
 
Ocioso lector
 
La ciudad modelo
Paradigma de altruismo y de una ciencia-ficción que trasciende la línea dura tecnológica hacia un humanismo ético, es la utópica “France-Ville”, que construye en Estados Unidos un médico con una herencia de 525 millones de pesetas. Mucho antes de la retórica de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los gobiernos sobre Atención Primaria en Salud (APS) y determinantes sociales de la salud, Julio Verne, en el siglo XIX, describe minuciosamente las cualidades sanitarias de la ciudad ideal.
“El agua corre por todas partes. Las calles, pavimentadas de madera bituminosa y las aceras de piedra, están tan brillantes como el suelo de un patio holandés. Los mercados alimenticios son objeto de vigilancia incesante, y son impuestos severos castigos a los negociantes que se atreven a especular con la salud pública. Cualquier comerciante que venda un huevo podrido, carne averiada o un litro de leche adulterada, es tratado sencillamente como lo que es: como un envenenador (…)”.
“Allí se ve que el equilibrio perfecto de todas sus funciones constituye una de las necesidades de la salud; que el trabajo y el reposo son igualmente indispensables a sus órganos; que el cansancio es tan necesario a sus cerebros como a sus músculos; que las nueve décimas partes de los enfermos se deben al contagio transmitido por el aire y por los alimentos. Nunca, pues, podrá rodear su morada y su persona de las garantías sanitarias suficientes. Evitar el uso de los excitantes, practicar los ejercicios del cuerpo, cumplir concienzudamente una tarea funcional, beber buena agua pura, comer carne y legumbres sanas y preparadas con sencillez, y dormir con regularidad de siete a ocho horas por la noche: tal es el ABC de la salud”.
(Apartes de “Los quinientos millones de la Begún”, de Julio Verne)
 
“Sin ciencia ficción,
el futuro se detiene”
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
La ciencia-ficción no pretende sólo “anticipar”. Su papel primordial es construir humanidad, ciudadanía, democracia y felicidad. La ciencia y el cine no son zonas neutras en la vida social, menos la ciencia-ficción que conjuga ambos elementos. Lo crucial no es tanto prever el encuentro con otros seres inteligentes, sino cómo convivir con ellos, qué ganará o perderá la humanidad. Importa la perfección genética de la clonación humana al fin del siglo XXI, pero más importará si el clon será moralmente mejor o peor que el ser original.
Tales son las preocupaciones del argentino Luciano Levín, biólogo, químico y doctor en sociología de la ciencia.
En su charla “Sin ciencia-ficción, el futuro se detiene”, dentro de la Muestra internacional de cine y video científico “Documen-tales”, él partió de esta premisa: “Los animales no tienen maldad, esto es algo que aparece con la humanidad; al mezclar hombres con animales se lograría un híbrido sin maldad, plantea un personaje de ficción. Para William Golding, autor de 'El señor de las moscas', lo que nos diferencia de los animales es nuestro miedo, que es premeditado; los animales sólo tienen susto.
Uno construye una ciudad por miedo a la naturaleza. Ello nos lleva a la maldad y al crimen”. Sostuvo que “la ciencia-ficción tiene que ver con el futuro del mismo modo que cualquier otro género literario o cinematográfico”. Y se asocia más al presente, su función es sólo “hacer el mapa de lo posible; para Isaac Asimov, era “una rama de la literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en la ciencia y la tecnología, casi una sociología de la ciencia”.
Ciencia-ficción, ¿futuro o presente?
Luciano Levin distingue dos corrientes literarias de ciencia-ficción, que arrancan con el francés Julio Verne, profeta mayor de la “ciencia-ficción dura” y Herbert George Wells en Inglaterra, dos contemporáneos que marcan direcciones distintas al género: Verne previendo novedosos inventos tecnológicos: el cohete espacial, el submarino, el globo; Wells, preocupado por la respuesta humana a esos avances: ¿cómo sería la sociedad del futuro con la máquina del tiempo? Mencionó a seguidores de ambas tradiciones, como el “primer” Asimov en la línea dura, y Brian Aldiss (“Inteligencia artificial”) y William Gibson, pionero del ciberespacio (“Neuromante”), en la otra línea.
“1984” de Orwell, “Un mundo feliz”
de Huxley y la quema masiva de libros de
“Fahrenheit 451” de Bradbury, no son
sensacionalismo futurista, no son el mañana
sino el hoy. Obras que hablan del presente,
porque perdimos el derecho al futuro.
Así como Levín señala en “Forastero en tierra extraña”, las secuelas educativas de la crianza de un terrícola en una cultura selenita, en “El habitante de las profundidades de Marte” de Clark Ashton Smith subyace el temor de una amenaza ética: el monstruo dictatorial que a partir de la fascinación que ejerce sobre sus súbditos, los subyuga, les arranca los ojos y los sume en su mundo de oscuridad: “…Vio a sus compañeros iniciar su segundo descenso del sendero que conducía para siempre al Averno de la noche eterna”.
Considera el investigador que el mundo extraterrestre de la ciencia-ficción moderna es más reflexivo que descriptivo y responde a la idea del Otro (un peligro a conjurar), en el momento de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, del miedo al comunismo. En la visión de la “cienciología”, invento de un editor de ciencia-ficción, somos hijos de un experimento genético de otros mundos, cuyos moradores vendrán a revelarnos nuestro ser real: “Se pueden clasificar los libros del género como las disciplinas de una universidad: en biología, filosofía, astronomía…”. Así hay diversos temas: la evolución, la eternidad, los universos interiores, ciudades ideales, utopías y distopías, el fin del mundo…”. Una de esas ciudades ideales a que alude el experto, figura ya en “Los quinientos millones de la Begún” de Verne, bella utopía que envidiarían nuestros ministros de salud (Ver detalles en Ocioso lector en esta sección).
Importantes ideas científicas y tecnológicas, anotó Levín, las captamos más en el cine o en relatos de ciencia-ficción que en el aula escolar, así como Asimov escribió en su autobiografía: “La ciencia-ficción me introdujo en el universo, en particular en el sistema solar y en los planetas.
Aunque me había encontrado con ellos en mis lecturas de libros científicos, fue la ciencia-ficción la que los fijó en mi mente de manera definitiva”.
Levín cita a su compatriota Mario Bunge, para quien la ciencia es un sistema de dos partes, de la cual sólo nos enseñan la primera: un sistema de ideas establecidas, el conocimiento científico. Pero casi nunca la segunda: una producción de nuevas ideas, la investigación científica. De ahí, dijo, vienen lugares comunes como: “la ciencia es peligrosa”, “es sólo para sabios”, “la ciencia es aburrida” y otras. Y hay imágenes que no tenemos de la ciencia: una actividad de compañerismo, trabajo en equipo, creatividad, aprendizaje continuo, cooperación interdisciplinaria, cultura, economía. Señaló: “Se cree que para ser científico hay que ir a la universidad y obtener un título.
Así como para ser taxista hay que manejar taxi todos los días, para ser científico hay que hacer ciencia todos los días”. Aludió a los resultados de una investigación que hizo en escuelas de Buenos Aires; según como los pintaron los escolares, todos los científicos son hombres, vestidos con guardapolvos y con anteojos, imágenes provenientes del cine de ciencia-ficción.
Levín recordó la clasificación habitual de los estereotipos de científicos: el alquimista, el científico romántico, el aventurero heroico, el sabio despistado, el idealista, el loco y el científico real. La idea de la ciencia, dijo, como un mundo misterioso e inaccesible, viene de la imagen del alquimista, nacida con los sacerdotes de Isis en Egipto que poseían los secretos para la purificación del oro, quienes muchas veces eran asesinados para que el conocimiento no saliera de los templos.
 
Una reflexión ética desde la ciencia
El ambivalente científico romántico, como Frankenstein, sumido en sus investigaciones, olvidado de la gente al mundo, pero que cree que cambiará al mundo, es punto de inflexión donde la ciencia roba la autoridad a la religión, señala el argentino Luciano Levín, doctor en sociología de la ciencia: “El aventurero heroico, quien pasa 5 años en un barco comiendo mal, es correcto y le va bien con las chicas, surge cuando los imperios recorren el mundo por mar y tierra.
En ese intercambio nacen remedios, pero también la cocaína. Reencarna en el cine en policías como Stallone y Schwarzenegger o el profesor Indiana Jones. Al científico idealista de principios del siglo XX, a veces sus ideales lo hacen actuar en contra de sus semejantes; surge con el positivismo de Popper y sus secuaces del Círculo de Viena”. A los ejemplos de Levín agregamos el profesor Aronnax en “Veinte mil leguas de viaje submarino”, el Doctor Fergusson, explorador de “Cinco semanas en globo”, el entomólogo Benedicto en “Un capitán de quince años” y otros personajes de Julio Verne.
Más que a un futuro de oscuridad, muerte y tristeza, la ciencia ficción mira a un proceloso y sombrío presente. Ya el visionario de la “ciencia-ficción dura”, Julio Verne, traspuso el “tecnologismo” que se le endilga con su desencanto por las riquezas de “nueva cuenta” (“El volcán de oro”), ante los gobiernos totalitarios y las armas de destrucción masiva (“Los 500 millones de la Begún”), o ante ciudades deshumanizadas como “París en el siglo XX”, con rascacielos de cristal, trenes de alta velocidad y… ¡una red mundial de comunicaciones!
En “El monumento atómico” de Theodore Sturgeon y Alden Lorraine, las bombas y las balas destruyen la tierra y al hombre; en “No hay tiempo como el futuro” de Spencer Strong, sólo queda de la tierra un anillo de polvo radiactivo alrededor de la luna, tras una gigantesca explosión nuclear. Y “1984” de Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y la quema masiva de libros de “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, no son sensacionalismo futurista, no son el mañana sino el hoy. Obras que hablan del presente, porque perdimos el derecho al futuro 6
 



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