EDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 151 ABRIL DEL AÑO 2011    ISSN 0124-4388    elpulso@elhospital.org.co

Fundado en Medellín, el 30 de julio de 1998. Director: Julio Ernesto Toro Restrepo. Comite Editorial: Juan Guillermo Maya Salinas, Alba Luz Arroyave, Jairo Humberto Restrepo, Javier Ignacio Muñoz y Gonzalo Medina. Dirección Comercial: Diana Cecilia Arbeláez. Editora: Olga Lucía Muñoz López. Asesoras comerciales: Amparo Abril Rojas y María Eugenia Botero. Web master: Santiago Ospina Gómez


A problema complejo,
solución global

Si como concluyó en 2003 el Estudio Nacional de Salud Mental, 2 de cada 5 colombianos mayores de 18 años han sufrido alguna vez en la vida un trastorno mental, Colombia tiene un enorme problema de salud pública, que desde entonces necesariamente tiene que haberse agravado, dado el dramático incremento de las distintas formas de violencia en todos los entornos colombianos.
Primero, en la familia, como lo revelan incontables encuestas, pasando por la violencia en calles y caminos, espacios comunes, lugares públicos, instituciones educativas y sociales, sitios de trabajo, hasta la telaraña de violencia que entreteje un conflicto armado con distintos actores, tanto en la ciudad como en los campos. Hasta se aventura que los colombianos tenemos la violencia en los genes… desconociendo que es un sino trágico de nuestra historia y que no será posible salir de bajo su manto de la noche a la mañana.
Sin embargo, el Estudio sostiene que vía prevención se podría disminuir el 23% de los trastornos del estado de ánimo (depresión mayor, distimia y trastorno bipolar), 27% de los problemas por consumo de sustancias psicoactivas, 31% de los trastornos de ansiedad y 42% de los trastornos de conducta en los adultos colombianos.
Como dice la “Propuesta para discusión y acuerdos. Política nacional del Campo de la salud mental” en 2007, partimos de reconocer que las condiciones de vulnerabilidad, inequidad y vulneración afectan nuestra salud mental. Colombia es uno de los países con mayor inequidad en distribución del ingreso según el coeficiente Gini, poco menos de la mitad de colombianos vive en la pobreza, y de éstos, la mitad en la indigencia. Las causas más frecuentes de migración son la pobreza y la violencia: del 20% que migra, la mitad lo hace dentro del país y la otra mitad fuera. Colombia es el segundo país en desplazados en el mundo en muchos años y el desplazamiento se asocia con sufrimiento emocional.
Colombia tiene uno de los más altos índices de violencia en América: se calcula que 85% se debe a conflictos cotidianos y 15% a causas políticas. En 2003, la violencia doméstica y la violencia armada representaron costos equivalentes al 3,93% y al 7,4% del PIB, respectivamente. La violencia doméstica se asocia con ausentismo laboral de mujeres, y la violencia armada con prostitución, trata de personas, disminución de cobertura escolar y reducción de cohesión social. Las masacres tienen efecto simbólico de intimidación, desterritorializan, destemporalizan, desubjetivizan y hacen colectiva la muerte.
La violencia se torna invisible y banal, y sólo las situaciones de gran intensidad son merecedoras de atención -fugazmente-. En cuanto a la temporalidad, además de que se vuelve impensable el futuro, pues el presente mismo está en riesgo, la vivencia del tiempo se caracteriza por la sensación de una repetición constante y la vida se rige por el “acontecimiento”. Los hechos “sorprenden”, no tienen conexión con la historia y se olvidan fácilmente; todos los territorios son percibidos como inseguros, favoreciendo el encierro.
La violencia y la pobreza determinan formas de pensar, actuar y sentir que se instituyen, determinando imperceptiblemente formas de relación y prácticas sociales como negación o desconocimiento del otro, la polarización social en “buenos y malos”, la insensibilidad ante necesidades y sufrimientos de los demás, procesos de “deshumanización”, de pérdida o empobrecimiento del sentido solidario y la esperanza.
Ante este panorama mil veces sobre-diagnosticado, debe reconocerse la fortaleza de sujetos, grupos y comunidades para mantener la salud mental, para lidiar y convivir con altos grados de tensión emocional, para afrontar y salir avante en las condiciones mencionadas, y para acompañar, ofrecer y brindar ayuda. De ahí que una Política y un Plan Nacional de Salud Mental deben contribuir a mitigar, reducir o disminuir el anterior panorama, reconociendo la necesidad de políticas de desarrollo social y reducción de la pobreza y la violencia. Pero no hay que olvidar que todos los colombianos somos responsables de la salud mental individual y colectiva, cada uno desde sus posibilidades.

 




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