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Si como concluyó en 2003 el Estudio Nacional de
Salud Mental, 2 de cada 5 colombianos mayores de 18 años
han sufrido alguna vez en la vida un trastorno mental, Colombia
tiene un enorme problema de salud pública, que desde
entonces necesariamente tiene que haberse agravado, dado
el dramático incremento de las distintas formas de
violencia en todos los entornos colombianos.
Primero, en la familia, como lo revelan incontables encuestas,
pasando por la violencia en calles y caminos, espacios comunes,
lugares públicos, instituciones educativas y sociales,
sitios de trabajo, hasta la telaraña de violencia
que entreteje un conflicto armado con distintos actores,
tanto en la ciudad como en los campos. Hasta se aventura
que los colombianos tenemos la violencia en los genes
desconociendo que es un sino trágico de nuestra historia
y que no será posible salir de bajo su manto de la
noche a la mañana.
Sin embargo, el Estudio sostiene que vía prevención
se podría disminuir el 23% de los trastornos del
estado de ánimo (depresión mayor, distimia
y trastorno bipolar), 27% de los problemas por consumo de
sustancias psicoactivas, 31% de los trastornos de ansiedad
y 42% de los trastornos de conducta en los adultos colombianos.
Como dice la Propuesta para discusión y acuerdos.
Política nacional del Campo de la salud mental
en 2007, partimos de reconocer que las condiciones de vulnerabilidad,
inequidad y vulneración afectan nuestra salud mental.
Colombia es uno de los países con mayor inequidad
en distribución del ingreso según el coeficiente
Gini, poco menos de la mitad de colombianos vive en la pobreza,
y de éstos, la mitad en la indigencia. Las causas
más frecuentes de migración son la pobreza
y la violencia: del 20% que migra, la mitad lo hace dentro
del país y la otra mitad fuera. Colombia es el segundo
país en desplazados en el mundo en muchos años
y el desplazamiento se asocia con sufrimiento emocional.
Colombia tiene uno de los más altos índices
de violencia en América: se calcula que 85% se debe
a conflictos cotidianos y 15% a causas políticas.
En 2003, la violencia doméstica y la violencia armada
representaron costos equivalentes al 3,93% y al 7,4% del
PIB, respectivamente. La violencia doméstica se asocia
con ausentismo laboral de mujeres, y la violencia armada
con prostitución, trata de personas, disminución
de cobertura escolar y reducción de cohesión
social. Las masacres tienen efecto simbólico de intimidación,
desterritorializan, destemporalizan, desubjetivizan y hacen
colectiva la muerte.
La violencia se torna invisible y banal, y sólo las
situaciones de gran intensidad son merecedoras de atención
-fugazmente-. En cuanto a la temporalidad, además
de que se vuelve impensable el futuro, pues el presente
mismo está en riesgo, la vivencia del tiempo se caracteriza
por la sensación de una repetición constante
y la vida se rige por el acontecimiento. Los
hechos sorprenden, no tienen conexión
con la historia y se olvidan fácilmente; todos los
territorios son percibidos como inseguros, favoreciendo
el encierro.
La violencia y la pobreza determinan formas de pensar, actuar
y sentir que se instituyen, determinando imperceptiblemente
formas de relación y prácticas sociales como
negación o desconocimiento del otro, la polarización
social en buenos y malos, la insensibilidad
ante necesidades y sufrimientos de los demás, procesos
de deshumanización, de pérdida
o empobrecimiento del sentido solidario y la esperanza.
Ante este panorama mil veces sobre-diagnosticado, debe reconocerse
la fortaleza de sujetos, grupos y comunidades para mantener
la salud mental, para lidiar y convivir con altos grados
de tensión emocional, para afrontar y salir avante
en las condiciones mencionadas, y para acompañar,
ofrecer y brindar ayuda. De ahí que una Política
y un Plan Nacional de Salud Mental deben contribuir a mitigar,
reducir o disminuir el anterior panorama, reconociendo la
necesidad de políticas de desarrollo social y reducción
de la pobreza y la violencia. Pero no hay que olvidar que
todos los colombianos somos responsables de la salud mental
individual y colectiva, cada uno desde sus posibilidades.
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