MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 244 ENERO DEL AÑO 2019 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com

Ciudad violenta y ciega

Por: Manuela Atehortúa
elpulso@sanvicentefundacion.com

Sumerge la mano izquierda en una caja llena de botones, coloridos como confites. Luego la mano derecha. Los toma y los pasa de una caja a otra, sin prisa. Encoge y estira cada dedo; un puñado, dos puñados, tres puñados…

“Aquí viene nada más a jugar. ¿Sí o no doc?”, dice María Esmeralda Rivera, terapeuta ocupacional. Jasson, de 30 años de edad y alrededor de un metro ochenta y cinco de altura, sonríe sin quitar la vista de las cajas. A cada puñado, mueve la muñeca hacia afuera, como mostrando los botones, luego la gira hacia adentro y los deja caer. Esmeralda explica que Jasson está ejercitando la pronosupinación de la mano: rotación interna, pronación; y rotación externa, supinación.

De no ser por las cicatrices de más de dos centímetros que le dejaron los cortes del machete, la mano izquierda de Jasson, para la cual realiza la terapia, se ve tan sana como la derecha. “El ejercicio de los botones es bimanual, porque normalmente usamos las dos manos, pero hay que acordarse de la manito olvidada, porque cuando nos lastimamos, tendemos inconscientemente a esconder el miembro lesionado”, comenta Esmeralda, una mujer grande y dulce.

La sala de terapia ocupacional parece un jardín infantil: un pequeño piano electrónico, un ábaco, un juguete para insertar las figuras en sus correspondientes espacios. Aquí los pacientes practican movimientos que les ayudarán a realizar sus actividades diarias, y una vez logrados estos, la terapia se enfoca en ejercitar las acciones que los pacientes ejecutan específicamente en su oficio. Jasson agarra los botones con ambas manos, simulando que son instrumentos quirúrgicos.

Cuando Jasson ingresó a urgencias tenía una lesión vascular, por lo que amputar la mano era una opción: “sin sangre es imposible que se recuperen los tejidos”, explica el Jasson. Tenía además lesiones en hueso, tendones y nervios. Decidieron operarlo. Después de cinco horas de cirugía y cuatro días en cuidados intensivos, la recuperación apenas comenzaba. Pocos hubieran apostado en aquel momento porque Jasson volvería a ponerse los guantes y operar.

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Jasson Restrepo vive desde hace 14 años en Calasanz, un barrio en el noroccidente de Medellín. Antes de los años 50, Calasanz era una enorme manga, allí se ubicaba el hipódromo de San Fernando. Luego comenzaron a construirse casas de 300 metros cuadrados al estilo chalet, residencias que aún hoy hacen del barrio un sector llamativo. En los 90, con el narcotráfico en su máxima expresión, se construyeron edificios lujosos, que aumentaron los impuestos y el valor de los servicios públicos. Calasanz no es un “barrio de ricos, pero si un sector seguro y tranquilo; “y aunque ocurren robos, normalmente, no pasa mayor cosa”, dice Jasson.

Eran las 8:30 de la noche de un día de septiembre. Jasson Restrepo, residente de tercer año de cirugía general de la Universidad de Antioquia, regresaba a su casa después de un partido de fútbol con la Selección Colombia de Médicos, equipo con el que había comenzado a entrenar hacia unos días. Al frente del conjunto residencial donde vive, dando reversa chocó otro carro. “No me dio ni tiempo de reaccionar, ni siquiera alcancé a bajarme”, relata Jasson, “El tipo se me acercó hasta la ventana, y sin darme cuenta ya me había cogido a machetazos las manos”.

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Medellín, “la ciudad más innovadora”, en la década de los 90 fue conocida como “la más violenta del mundo”. Según Mauricio Seguro, Sociólogo de la Universidad de Antioquia, este pasado, como una sombra, aun acecha a Medellín.

“El tema de la violencia cotidiana en nuestras sociedades no solo responde a causas sociológicas, sino también antropológicas, culturales, e históricas”, explica Mauricio. Según él, Colombia ha estado constituida por grandes masas que han sido excluidas y han carecido de lo más básico: “Las personas dejan de esperar la intervención del Estado o de una figura del orden que los auxilie, y caen en una permanente lucha con los demás por la supervivencia”, afirma el sociólogo.

Sumado a esto, a falta de instituciones fuertes de justicia, la mentalidad del narco y del sicario penetra la mente de los ciudadanos: “el poder está en las armas, la única forma de defender lo propio es por medio de la violencia, ejerciendo la “justicia” con las propias manos.

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Jasson salió del auto por una ventana, escapando de los golpes. Las personas alrededor intentaban hacer entrar en razón al agresor, pero el hombre parecía poseído. Múltiples heridas profundas en la mano izquierda, algunas superficiales en la mano derecha y en la frente. La reacción, exagerada para Jasson, se hace aún más extraña al considerar la profesión del hombre: auxiliar de enfermería.

“Yo esperaba que con los días se me acercará a darme alguna explicación, que me pidiera perdón. El tipo antes vivía en mi unidad, no nos conocíamos, pero nos habíamos visto. Pero no, después de aquel día, nunca me dirigió la palaba”, comenta Jasson.

En 1991, el año más violento en la historia de Medellín, la tasa era de 266 homicidios por cada 100.000 habitantes. 25 años después, la tasa bajo a 20 homicidios por cada 100.000 ciudadanos. La violencia ha disminuido increíblemente, sin duda. Pero, aunque las guerras entre carteles del narcotráfico, militantes guerrilleros y paramilitares se ha aplacado en la ciudad -aunque no se ha extinto-, menos de un 20 por ciento de la violencia se debe a la presencia de grupos armados, la mayoría de casos ocurren entre conocidos, familiares, personas corrientes. La intolerancia hace parte de la cotidianidad, se vive entre el común de las personas.

“En diciembre del año pasado-2017- volvieron a operarme. Me trasplantaron tendones recuperados a zonas donde se necesitaban más y no había buena movilidad”. El cirujano es sereno al contar su historia, su voz jamás denota rencor. Tampoco siente lastima por sí mismo. “Con la incapacidad pude parar el ritmo de vida tan agitado que llevo”, explica el médico. “Tuve más tiempo para jugar fútbol, para estar con mi hijo”.

El cirujano explica que al trabajar en urgencias en Medellín se recibe de todo. Hay casos fuertes, muy violentos; personas buenas que mueren en el instante. “El cafreismo que recubre a los malos los protege, no te miento, esos llegan con las peores lesiones y al día siguiente salen como si nada”, cuenta Jasson. “Pero como médico no se puede distinguir entre pacientes, hay que atender a todos, hasta el que probablemente lo va a atracar o matar a uno mañana”.

El caso sigue abierto. El hombre del machete demandó a Jasson por dos días de incapacidad que le dieron tras el choque, probablemente para dilatar el proceso por las heridas infringidas al cirujano. Jasson volverá a las salas de cirugía en abril, con la movilidad de su mano recuperada casi en un 100%; a salvar vidas en una ciudad, violenta y ciega, donde ni en la medicina, ni en la delincuencia se distingue con quién se está tratando.

Fuentes consultadas:
http://www.semana.com/nacion/articulo/los-violentologos/88236-3
http://pacifista.co/las-lecciones-de-los-violentologos-de-1987-para-los-de-la-habana/
http://www.eltiempo.com/colombia/medellin/cifras-de-homicidios-en-medellin-43815
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-9707
http://pacifista.co/medellin-mas-que-un-milagro-una-mutante-de-la-violencia/
http://www.elmundo.com/portal/resultados/detalles/?idx=143688
http://viva.org.co/cajavirtual/svc0174/articulo0008.pdf
http://lasillavacia.com/silla-llena/red-de-la-paz/historia/seguridad-en-medellin-mas-alla-de-las-cifras-59753

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