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El actual gobierno no puede ser inferior a su compromiso
histórico con la supervivencia y fortalecimiento
de las clínicas y hospitales colombianos. En este
fin y principio de año, hay que reiterarle al gobierno
que si no extiende su mano a los centros asistenciales del
país y si no hace los cambios urgentes que aseguren
su permanencia en el tiempo, en 2016 padeceremos la agudización
fatal de la crisis hospitalaria y no pocos cerrarán
sus puertas.
Un hospital no se cierra de tajo, de un día para
otro. Los hospitales, como buenos pacientes, van languideciendo
en silencio. Es más: muchos claman un auxilio cuando
ya poco o nada se puede hacer, a fuerza de aguantar a la
espera de soluciones que no llegan. Y la gente que los necesita,
no percibe esas situaciones límite en los hospitales,
porque fieles a su misión, estos no dejan de atender
a sus pacientes; puede que los atiendan con retraso, pero
no los dejan tirados con su dolor y enfermedad. Por eso
muchas veces ni los pacientes ni la comunidad, sienten que
su hospital esté muriendo.
Por todo esto, el país entero no se ha levantado
contra el gobierno a exigirle soluciones a las crisis de
sus hospitales. Pero precisamente por ello, Colombia no
puede esperar a que todo el sector hospitalario llegue al
borde del abismo, donde ya hay un buen número. Baste
recordar no más el querido Hospital Universitario
del Valle, todavía en el filo de la navaja, en espera
angustiosa de recursos para seguir funcionando. Su misión
es atender en la alta complejidad a la población
más pobre y vulnerable de 7 departamentos del suroccidente
con 11 millones de habitantes, casi 25% de la población
colombiana.
Para defenderlo, los estudiantes universitarios son los
primeros guardianes; si no fuera por ellos, quizás
Cali, el Valle y el país, ya habrían dejado
morir al Hospital. Ellos han parado el tráfico en
Cali, viajaron hasta el Ministerio de Salud en Bogotá,
han hecho conciertos, donatones y mil actos
de generosidad con su Hospital. Y seguirán ahí
hasta que el gobierno escuche y entienda, hasta que los
nuevos gobernantes del Valle y de Cali dimensionen realmente
cuánto necesita el Valle y el país a su Hospital
Universitario.
Pero igual de dolorosa puede ser la cotidianidad de la crisis
en un hospital de pueblo, como el San Andrés de Chiriguaná
en Cesar, donde al personal le adeudan 8 meses de salario,
suspendió actividades y cerró servicios, y
renunciaron médicos y enfermeras. El Señor
Presidente, los ministros de Salud y Hacienda, el superintendente
de Salud y el director de Planeación, nunca sabrán
de las angustias de un enfermo del suroccidente colombiano
que no puedan atender en el Hospital Universitario del Valle
por falta de recursos o insumos, ni de un paciente que no
atiendan en el Hospital de Chiriguaná. Por eso están
insensibilizados frente al dolor de esos pacientes. No han
visto que esa crisis financiera se puede tornar en una crisis
sanitaria y humanitaria de grandes proporciones.
En agosto de 2013 en EL PULSO, el exsuperintendente de Salud,
Conrado Gómez, advertía: En el caso
de los bancos -a diferencia del sector salud-, las entidades
que intervienen se pueden ir liquidando de una vez, pero
en el sector salud no se puede; hay entidades como hospitales
que es imposible intervenir por mucho tiempo y generan un
problema circular: no se pueden liquidar por ser lo único
con que cuentan muchos municipios del país, sería
castigarlos al pasarlos de tener hospitales en malas condiciones
a quitarles lo poco que tienen.
Si por la iliquidez y la cartera, sumado al incumplimiento
de planes de saneamiento fiscal y financiero en hospitales
públicos, el gobierno se viera obligado a intervenir
y/o liquidar hospitales, habría que preguntarse si
esa es una situación deseable y conveniente para
el país, para los colombianos y para el mismo gobierno.
¿Está el gobierno en capacidad de entrar a
intervenir para administrar y/o liquidar hospitales a lo
largo y ancho del país? Ya se demostró que
hay intervenciones de Supersalud en los que el remedio fue
peor que la enfermedad y no lograron salvar las instituciones,
sino prorrogarlas en el tiempo sin lograr los resultados
esperados, mientras se decide cuál otra solución
intentar.
Así como a las EPS se les dio un plazo de 7 años
en el decreto 2702/14 para cumplir las condiciones de habilitación
en margen de solvencia y patrimonio mínimo para mantenerse
dentro del sistema, asimismo el gobierno está llamado
a expedir medidas extraordinarias para sacar a los hospitales
de Colombia del hueco financiero en que cayeron por la falta
de pago oportuno de EPS y entidades del gobierno. Así
podrán sobrevivir y fortalecer su papel dentro del
sistema de salud. O si no salva los hospitales, el gobierno
Santos tendrá que enfrentar un juicio histórico
por incumplir el sagrado mandato constitucional de proteger
la vida de los colombianos y deberá darle cristiana
sepultura a un sistema de salud fallido que fracasó
en la conservación de sus instituciones, una de las
misiones esenciales de todos los sistemas de salud en el
mundo.
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