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Frente a la crisis estructural, recurrente e irreversible
del sistema de salud, crece, crece la audiencia
El clamor escuchado de tiempo atrás, hoy es un coro
prácticamente de todos los ciudadanos y estamentos.
Este sistema ya no satisface a nadie, excepto a quienes
lo aprovechan en su beneficio o tienen compromisos económicos
o políticos con sus sostenedores. ¿Para qué
volver a enunciar el diagnóstico? Cientos de estudios
de diversa procedencia muestran que el experimento no surtió
el efecto buscado en términos de utilidad social,
el fracaso del modelo de aseguramiento privado es más
que evidente, su ineficacia está sobre-diagnosticada
y no obstante, hay sectores que se aferran a él.
El sistema de salud que nos rige es ineficaz, inequitativo,
corrupto e insolidario, por usar sólo unos adjetivos.
Hay coincidencia sobre la necesidad del cambio profundo,
radical y progresivo, así no coincidamos en la forma
de remediar el problema. No sabemos la forma específica
en que debería operar un buen sistema de salud, sus
características, pero se necesita ese cambio. ¿Cómo
funcionaría? De alguna manera, menos la actual.
Por ello, lo primero es un debate amplio, sincero, abierto,
sin exclusiones y de cara al país, para encontrar
mediante el examen científico y objetivo, el rumbo
que debe seguir. Difícilmente una persona o actor
puede tener la última palabra. Una problemática
que nos golpea a todos tiene que ser resuelta entre todos,
y una alta regulación que marcará el destino
de la salud tiene que ser obra de los beneficiarios directos:
los ciudadanos, acompañados por actores que muestran
buena voluntad, propósitos justos y parámetros
técnicos y científicos acertados para conducir
este delicado sector. Y nunca existió tanto consenso
sobre puntos definidos: ej., que el sistema no debería
funcionar en un contexto de intermediación, o de
permanecer las EPS no podría ser como intermediarias.
Lo demás es consabido: el principio fundamental de
ese cambio estructural es el respeto por el derecho fundamental
a la salud. Pero esto no se puede tomar a la ligera, hay
que sacar el derecho a la salud del campo en el cual se
maneja en Colombia, pasar de las palabras a los hechos.
Ya no puede ser una simple expresión retórica
tras la cual se esconda la irresponsabilidad en el tratamiento
a pacientes y usuarios. Como quiera que el usuario y el
paciente tienen que ser el centro del sistema, los principios
orientadores se derivan de ese punto. Por tener centro en
la persona, el nuevo sistema de salud tiene que ser equitativo
de modo que favorezca a todos sin distingos, por lo mismo
solidario.
Por dirigirse al servicio de los ciudadanos, tiene que servir
con calidad: es lo que merecemos y lo que pagamos con nuestras
contribuciones. Y como se trata de un servicio que se presta
en la medida que lo exige el proceso de la enfermedad, la
atención deberá ser oportuna. Todos estos
principios nunca han sido negados de palabra por los sostenedores
del sistema, pero tampoco han sido cumplidos de hecho. Ahora
hay que revertir esa situación: o sea, a los principios
enunciados hay que agregar su condición de posibilidad,
la voluntad política de hacerlos realidad, lo cual
se materializa convirtiendo la regulación en política
de Estado, en política pública. Igual hay
que hacer con la Atención Primaria en Salud, esgrimida
para camuflar un sistema en contravía de esa estrategia.
Igual cosa hay que realizar con la promoción y prevención,
única manera de disminuir la carga de la enfermedad
y por ende, de bajar al mínimo su impacto sobre los
hospitales.
Por último, ese cambio estructural no puede significar
el retorno al viejo sistema que teníamos antes de
imponerse el modelo de aseguramiento privado. El nuevo sistema
tiene que ser moderno y ágil en su concepción,
es un sistema para el nuevo milenio y por tanto, acorde
con sus metas y visión. Esto exige, además
de los parámetros establecidos por OMS/OPS un propósito
convertido en pacto social, de eliminar la corrupción
por todos los medios institucionales, de afinar los controles,
la vigilancia y la sanción, de modernizar la regulación,
y todo esto no se logrará sin un sentido de participación
social. Por ello, el nuevo sistema no puede construirse
al margen de la democracia.
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