MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 100  ENERO DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

Fragmento de “El astrólogo y el sultán”

"¿Hay que ser sultán para comprender que, en los 4 confines y en los 7 climas del mundo, todos los hombres se parecen? ¿Acaso la prueba más concluyente de que los hombres de todas partes son idénticos no consiste en que cada uno puede ocupar el lugar del otro?

Orhan Pamuk (1952, Estambul, Turquía). Estudió arquitectura y periodismo. Su carrera como escritor se inició a finales de los años 70, aunque no publicó su primera novela hasta 1982, Cevdet Bey y sus hijos. A ésta siguieron, La casa del silencio (1983), El astrólogo y el sultán (1985), que desencadenó grandes elogios; El libro negro (1990), La vida nueva (1994) y su consagración definitiva, Me llamo Rojo (1998), una novela que combina la narración, el misterio, la historia de amor y la reflexión filosófica, ambientada en el Estambul del siglo XVI, bajo el reinado del sultán Murad III. En 2005 y a raíz de unas declaraciones sobre la muerte de 30.000 kurdos y un millón de armenios, tuvo que exiliarse. El 13 de diciembre de 2005, varios escritores de renombre mundial -José Saramago, Gabriel García Márquez, Günter Grass, Umberto Eco, Carlos Fuentes, Juan
Goytisolo, John Updike, Salman Rushdie y Mario Vargas Llosa-, firmaron una declaración conjunta de apoyo a Pamuk, acusando al gobierno turco de no respetar los derechos humanos. Sus últimas obras son Nieve (2001) y Estambul: Memorias y la ciudad (2005). Pamuk ha obtenido numerosos reconocimientos internacionales, como el Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia, el Premio Grinzane Cavour en Italia, el Premio Internacional IMPAC de Dublín, el Premio de la Paz de los libreros alemanes y el Premio Nóbel de Literatura 2006 -como escritor que “en búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal ha encontrado nuevos símbolos para reflejar el choque y la interconexión de las culturas” , según la explicación del veredicto de la Academia Sueca. Su obra ha sido traducida a 34 idiomas y publicada en un centenar de países.
 
Dicho en otras palabras, un simple error de laboratorio puede tener consecuencias mortales. La calidad puede definirse como el cumplimiento de los requisitos, entendidos éstos como las necesidades y las expectativas. Cuando no se cumplen, nos enfrentamos a una situación de no conformidad o de no-calidad, que no siempre es monetaria, y se da cuando no se hacen las cosas bien desde la primera vez. Son los costos del tiempo, del esfuerzo, de la capacidad humana, de los materiales perdidos y la oportunidad, entre otros, que en el caso de la salud puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Uno de los grandes problemas de la calidad es conocer y controlar los intangibles o costos de la no-calidad que pueden llamarse costos ocultos, que en la mayoría de las veces es imposible de expresar en cifras.
Para comprender mejor la crisis de la salud que atraviesa el país, la región y buena parte del mundo -crisis que lleva al aumento de los costos de la no-calidad-, se puede recurrir a la analogía de un iceberg, en donde los costos de la no-calidad normalmente se miden sólo como la «punta» o parte visible del iceberg, es decir, la percepción de los servicios de salud que recibe la comunidad. El grueso de los costos de la no-calidad está por debajo de la línea de flotación, están ocultos bajo la superficie y son, en última instancia, los responsables del «hundimiento del barco», llámese empresa, institución o paciente.
Para los estudiosos de la calidad es claro que: (1) para cada no-conformidad (no-calidad) hay una causa, (2) las causas pueden prevenirse en la medida en que se identifiquen y se tenga voluntad, incluida la voluntad política, para hacerlo, y (3) la prevención siempre es más barata (costo/eficiente) que reparar los daños de la no-calidad. También tienen claro los estudiosos del tema, que la calidad, la mejora de la calidad y la reducción de los costos de no-calidad no pueden imponerse con órdenes: se generan a través del proceso que es parte de la cultura de la calidad, íntimamente vivido por las instituciones y no como resultado de la regulación. Para Philp Crosby, «la calidad no cuesta; cuestan las cosas desprovistas de calidad», y podríamos agregar: la calidad se vive, la calidad no se impone.
“Un error mínimo al principio
puede ser máximo al final”
Aristóteles
La Organización Mundial de la Salud recientemente denunció que la corrupción mundial es rampante cuando casi la cuarta parte del dinero que gastan en medicina los gobiernos del mundo, se pierde en la cadena de corrupción que mueve este sector, con mayor énfasis en los países pobres. La cadena de intereses que hay en el «negocio de la salud» es muy larga y muy poco visible, ya que está ubicada en la parte inferior del iceberg, y en ella se mueven grandes sumas de dinero desde el principio hasta el fin sin que lleguen a la comunidad enferma y los pacientes, y para nadie es un secreto que éste es el fenómeno más importante de la salud colombiana y del resto de los países de la región y posiblemente del mundo. O si no, ¿cómo explicar el número de tutelas? ¿Los «paseos de la muerte»? ¿La quiebra de las instituciones de salud? ¿Las grandes ganancias de las empresas intermediarias? ¿Los escándalos relacionados con la no-calidad en salud que todos los días abren los titulares de las noticias? ¿El empobrecimiento, lento pero irremediablemente progresivo, del sector de la salud? Esto sólo para dejar abiertos algunos de los interrogantes.
Como en la buena práctica médica, lo primero debe ser el diagnóstico, y una vez conocido se debe proceder pronta y oportunamente a aplicar el mejor tratamiento por doloroso que éste sea. La enfermedad de la salud colombiana está sobre-diagnosticada, y es claro que se encuentra gravemente enferma de no-calidad, y no es comprensible que aún no se tenga idea de un tratamiento curativo.
(*) Editorial Volumen 12, No. 7 y 8, 2006.
 
Bioética
La medicina en la encrucijada

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

¿Por qué la medicina está en la encrucijada? ¿Se puede afirmar que la medicina como disciplina académica está en “situación difícil”?
La malhadada Ley 100 no sólo ha causado graves perjuicios a los enfermos y a los médicos como profesionales honestos, sino también a la formación de los futuros médicos y por consiguiente a quienes sean sus pacientes, perjuicios denunciados en múltiples oportunidades, pero ante los cuales la comunidad en general y nuestros legisladores, permanecen indiferentes. Recientemente se anunció a bombo y platillos una reforma en la cual, el Ministro de la Protección (¿?) Social insistía, sin entrar en muchos detalles, en que se mejoraría “la calidad” de la atención médica y se aumentaría la “cobertura en salud”. Sin conocer el texto completo de dicha reforma a la Ley 100 no es honesto aventurar críticas, pero sí me atrevo a afirmar que no mejoró para nada la triste situación de los colombianos que gracias a esta Ley nos convertimos en objetos de mercadeo, pues se negocia con nuestra existencia y dignidad -económicamente jugoso negocio- mediante el comercio de la salud, como si ésta, la salud, fuera algo independiente de la vida misma de los pacientes.
Pero, ¿por qué la medicina en la encrucijada? La medicina siempre se ha enseñado en forma personal y explicando las condiciones clínico-patológicas del paciente, pues la experiencia del profesor o maestro es más valiosa que las descripciones de los textos, por completas y bien fundamentadas que sean. Y esta modalidad insustituible se debe a que, como lo enseña Laín Entralgo, “no hay enfermedades sino enfermos”, o mejor aún, “hay enfermedades en enfermos”, pues cada ser humano enferma de manera diferente. Con la atención médica mercantilista que impuso la Ley 100, la enseñanza en la cabecera del paciente no es posible, porque se resiente el recaudo económico por “capitación”, pues dicha enseñanza implica mayores gastos que no pueden ser facturados. Muchos dirán que afortunadamente los pacientes que servían para la docencia se han liberado de dicha situación. Si la enseñanza se hace con el respeto que exige la ética, el êthos de la medicina, no hay ofensa de ninguna clase, aunque sí puede haber molestias en algunos casos, pero en el fondo lo que se pide es la cuota de solidaridad que, como en muchos otros campos, debemos y tenemos que ofrecer o al menos aceptar, por ser seres sociales.
Esta mengua de la enseñanza de la medicina, la deficiente preparación académica de los futuros médicos, ha sido denunciada por personalidades de reconocido prestigio profesional y por entidades con autoridad suficiente para ser escuchadas. Así, el Profesor José Félix Patiño Restrepo afirma categóricamente: «Dentro del esquema de prestación de servicios de salud mencionado, la Universidad se ha convertido en un socio incómodo para las instituciones de salud, dada la hipótesis según la cual su presencia incrementa los costos de la prestación de los servicios clínicos, lo cual no se puede afirmar de manera absoluta, ya que no se ha comprobado que sea así. Ante esta situación, los profesores vinculados como funcionarios de los hospitales, que hacían docencia mientras prestaban sus servicios, empiezan a verse obligados a rendir en sus actividades para lograr hacer eficientes los servicios; la docencia pasa a un segundo lugar, y la satisfacción por la labor docente se vulnera sustancialmente. La normatividad sobre contratación y las condiciones de la misma, han conducido en muchos casos a que los docentes privilegien la práctica asistencial. Por otra parte, los hospitales decidieron que el término “Universitario” ya no era digno y se convirtieron, los de la red pública, en Empresas Sociales del Estado». En el mismo sentido se pronuncia Ascofame (Asociación Colombiana de Facultades de Medicina): «Tradicionalmente, la forma de enseñar medicina ha estado estrechamente vinculada a la prestación de servicios de salud en los hospitales y clínicas. Para estas instituciones constituyó durante años motivo de orgullo ser consideradas como Hospital Universitario, término que ante la comunidad tenía connotaciones de calidad, y caridad en el mejor sentido de la palabra». En esta forma la Ley 100, a pesar de sus reformas y de sus no siempre comprobados beneficios, influye en demérito de la óptima formación profesional, académica, de los futuros médicos y del progreso del conocimiento de la medicina como ciencia, como disciplina.
Sin la debida enseñanza, sin la debida experiencia en la enfermedad que expresa cada paciente como persona, ¿qué será de la atención médica en un futuro cercano? ¿Volveremos a la época de la medicina empírica en la cual cada quien practicaba, sin preparación académica adecuada y vigilada, su arte, carente de ciencia? ¿Cuándo tomarán conciencia de esto el pueblo colombiano y sus legisladores?.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

 











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