MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 281 FEBRERO DEL AÑO 2022 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter icono twitter

Cuando los músicos eran poetas

Por: Damián Rúa Valencia. Magister en Literatura Francesa comparada Universidad de Estrasburgo – Francia
elpulso@sanvicentefundacion.com

Durante una lectura improvisada de poemas en medio de una fiesta, alguien leyó por salir del paso, la letra rimada de una trova colombiana muy conocida. El texto venía justo después de un poema de Apollinaire y de uno de los Himnos a la noche de Novalis. Hubo un silencio, más respetuoso que comprensivo. Yo tampoco me atreví a hacer ningún comentario, no sólo por no afectar la amistad, sino sobre todo por franca incapacidad de delimitar las fronteras de la literatura.

Cuando a García Márquez le preguntaron, durante una entrevista en Francia, cuál era el poeta francés más destacado en la actualidad, no dudó en responder: Georges Brassens que, en lugar de publicar libros, grababa discos. Una decisión parecida tomó la Academia sueca en 2016 al otorgarle el premio Nobel de literatura a Bob Dylan en lugar de recompensar a un novelista o a un poeta. Y aunque yo hubiera preferido a Philippe Roth, o a Kundera, la decisión está justificada por el vínculo original entre la literatura y la música.

Hoy leemos la Ilíada y la Odisea, las dos obras con que comienza nuestra literatura, pero en la época de Homero, que en teoría era ciego y no podía ni leer ni escribir, estaban destinadas al canto, adornadas por el sonido de la lira.

Uno de los encuentros más bonitos entre las dos artes se dio durante la Edad Media, época que por lo general consideramos obscura y estéril. En el sur de Francia, en lo que hoy se conoce como Occitania, y en una parte de Cataluña, surgió un arte que no celebraba las hazañas de héroes sangrientos, como la canción de gesta, sino que cantaba al amor, al cuerpo, a la naturaleza y que servía también de sátira política y, a veces, hasta de burla de la iglesia.

Se llamaban trovadores o trobadores, en la antigua lengua provenzal, de trobar, que se pronunciaba “trubar” y significaba “inventar”, “componer”. La palabra nos ha llegado y ha tenido influencia en las manifestaciones folclóricas de nuestras tierras. Y se ha confundido con otra que también pasó al español, la de juglar, de joglar, “interpretar”.

En nuestro país, quizá nos imaginemos a los juglares como personas de acordeón en mano, de inspiración más bien profunda, y a los trovadores como a seres de poncho y carriel improvisando frases monótonas y sin mayor valor literario, pero originariamente, era todo lo contrario.

La diferencia estaba en que estos últimos, de origen generalmente noble o burgués, eran personas cultas que componían poemas de métrica compleja que acompañaban de una música monódica también de su invención. Es decir, escribían poemas musicalizados. Eran expertos en las dos artes.

Los juglares eran más variados. No se limitaban a recitar o a cantar los textos escritos por los trovadores, sino que buscaban atraer la atención del auditorio por medio de todo tipo de entretenimientos, desde malabares hasta el adiestramiento de fieras, pasando por ejercicios de fuerza y de equilibrio, por no mencionar sino los mas decentes.

Los trovadores podían tener a su servicio un grupo de juglares, que se encargaban de ir de burgo en burgo dando a conocer las obras, o interpretarlas ellos mismos delante de la corte.

Entre los juglares habia de todo: artistas, barberos, cirujanos, charlatanes y prostitutas. Por eso, para los trovadores, era de suma importancia diferenciarse de los juglares. La confusión tocaba a su esencia misma. Alguno, hasta intentó que se promulgara una ley que los diferenciara, como hacen hoy en día con la miel, el champán o el coñac.

Generalmente se acepta que el primero de ellos fue Guillermo IX de Poitiers, duque de Aquitania cuyas tierras abarcaban un tercio de Francia y cuyo poder rebasaba el del mismo rey. Se conservan de él once poemas, de los cuales seis nunca son traducidos integralmente por la obscenidad que contienen, que le valieron la excomunión al autor en el siglo XII, y que tampoco traduciremos aquí para evitar que me excomulguen a mí también. Bástenos saber que sus versos “Ab la dolchor del temps nouvel” (Al agradable tiempo nuevo) figuran en cualquier antología poética de la Edad Media.

Guillaume IX era abuelo de Leonor de Aquitania, madre de Ricardo Corazón de León, mecenas de trovadores y trovador él mismo. En un hermoso planh, suerte de canto funerario, Gaucelm Faidit deplora la muerte del monarca, reis dels Engles, (“rey de los ingleses”), cuya pérdida no sólo lo privó de un amigo y de un mecenas, sino que lo obligó a revivir el dolor por medio del canto.

Los trovadores podían ser de todo tipo. Había clérigos, como Gui Folgueis, obispo de Puy, que llegó a ser papa bajo el nombre de Clemente IV. Como era magnánimo y gran amante de su arte, le concedía cien días de indulgencias a todo aquel que cantara sus obras en público. Otros, como Foulquet de Marsella, renegarían sus obras de juventud una vez alcanzado algún puesto de importancia.

Para otros, las canciones son la ocasión de quejarse y arreglar cuentas. Bertrand de Born, trovador muy admirado por Ezra Pound, escribe: “Cada día lucho y batallo / Esgrimo y me defiendo y contiendo/Saqueadores incendian mis tierras (…) No hay ahora enemigo / Que no me tienda una emboscada”.

Otros venían de una condición modesta y no tenían tierras qué defender. Marcabrun, uno de los trovadores más complejos y detestado por la violencia de sus textos, fue abandonado cuando pequeño en la puerta de la casa de un noble y nunca se supo de dónde venía. En sus canciones, aparecen personajes plebeyos. Los que saben occitano antiguo dicen que sus textos juegan con la incongruencia producida por el nivel de lenguaje. Una de sus más famosas trovas L’autrier jost’ una sebissa (“El otro día cerca de un seto) cuenta el encuentro entre un caballero y una pastora. Aquél intenta dirigirse a ella con la rudeza del lenguaje y termina haciéndole proposiciones que le hubieran valido, por lo menos, un proceso en nuestros días. Al autor le valieron la muerte pues fue asesinado, según se cuenta, por ser tan “mala lengua”.

Quizás el más importante sea Arnaut Daniel, admirado por Dante y por Petrarca. El primero incluso le hace un homenaje en el libro XXVI del Purgatorio, al ponerlo a hablar en su lengua natal, provenzal, contrario al resto de la obra escrita en toscano.

Arnaut es también uno de los más complejos. Es el inventor de la sextina, verso en el que la rima se concentra en una palabra que vuelve según una regularidad definida matemáticamente. Es el máximo representante del trobar clus, la trova hermética, por oposición al trobar leu, trovar ligero.

Aunque la forma lírica más antigua de occidente es asunto principalmente masculino, existieron trovadoras, llamadas trobairitz. Intérpretes modestas o damas de alto rango, no se quedaron atrás a la hora de cantar el amor y los placeres. La primera canción que escuché de los trovadores y trovadoras provenzales fue Ab joi et ab joven m’apais (“Con dicha y juventud estoy contenta”) de la condesa Beatriz de Dia y supongo que por eso la considero la más bella de todas. Por eso, y por la frescura de su cadencia y de sus imágenes que hablan de un amor que comienza y se hace promesas.

Puede que ahora no nos parezca original cantarle al amor. Y alguno hasta dirá que los griegos ya lo habían hecho. Pero los trovadores son los primeros en hacer de él el tema principal de inspiración. Antes eran la guerra y las tragedias. Los dioses y el destino. El amor era un asunto secundario.

Los trovadores se sirvieron de todos los modelos del Medioevo (la relación entre señor y vasallo, la devoción, el dolor) para describir el sentimiento amoroso y crear un nuevo tipo de relación en la que el hombre estaría sumido a la voluntad de la mujer. A ese modelo lo llamaron fin’amor (amor puro), femenino en occitano. Se trata de una especie de amor adolescente, que se puede identificar más bien con el deseo, porque arde, quema, apremia, da razones para vivir y para arriesgar la vida, pero desaparece una vez satisfecho. Es un amor que lleva en sí mismo la muerte. Un amor que mezcla lo corporal al espíritu, que subvierte el orden social.

A partir del siglo XIII, los trovadores provenzales cayeron en decadencia, dispersados por España, Italia y Portugal, perseguidos por las autoridades religiosas y por la corona francesa. El último trovador, Guiraut Riquier, dirá incluso en una de sus canciones: “Debería dejar de cantar / Pues el canto es propio de la alegría (…) Pensar en el tiempo pasado / Mirar el triste presente / O considerar el porvenir: / Son tantas las razones para llorar”.

Más que los músicos, Georges Brassens parece salido directamente del arte de los trovadores, y Chico Buarque, en Brasil, compone canciones que inventan formas nuevas de expresión y muestran una imaginación profunda y potente. Pero aún no se ha podido inventar una manera de delimitar la literatura sin ofender los gustos, como pedía aquel trovador anónimo.


EL PULSO como un aporte a la buena calidad de la información en momentos de contingencia, pública y pone a disposición de toda la comunidad, los enlaces donde se pueden consultar de manera expedita todo lo relacionado con el Covid-19-


Dirección Comercial

Diana Cecilia Arbeláez Gómez

Tel: (4) 516 74 43

Cel: 3017547479

diana.arbelaez@sanvicentefundacion.com